En el año 1916 el doctor Cecilio Núñez
fué premiado por el colegio de Farmacéuticos de Barcelona en el concurso a tal fin
convocado con la medalla de plata por su trabajo "Flora del Moncayo". Dos años
después se editaba en la imprenta de Las Heras este trabajo a costa - suponemos - del
propio autor. Cecilio Núñez era a la sazón farmacéutico en Ágreda y no vió mejor
manera para ocupar sus ocios que realizar una sistemática tarea de catalogación de
cuantas especies vegetales poblaban en aquella época las faldas del Moncayo.
Cecilio
Núñez fué, asimismo, fundador de dos medios de prensa agredeños, como "El eco de
Ágreda" y "El Agredano", recibiendo algunos premios literarios en su vida,
escribiendo también un famoso "Recuerdo de la Romería de Nuestra Señora de los
Milagros" (1890).
Para este farmacéutico, botánico aficionado, el Moncayo constituye un muy especial punto
de referencia florística por cuanto configura lo que hoy llamaríamos un biotopo o
ecosistema característico.
Uno de los elementos más determinantes es su altitud y otro su pluviosidad, bastante
elevada por cierto.
"El agua, factor principalísimo para la vegetación, no falta en el Moncayo, sobre
todo naciente en las faldas, ya de manantiales perennes, ya provenientes del deshielo de
las nieves, determinando cuencas principales, en donde las plantas se distinguen por
caracteres notables, fertilizando aquellas los valles por donde pasan. Pero el carácter
de la vegetación suele decidirlo siempre la naturaleza del suelo constituido aquí por el
terreno miocénico de formación lacustre, o sea, el terciario, compuesto de margas,
arcillas y areniscas, deduciéndose la importancia para la vegetación de la variedad de
sus materiales, de su posición y accidentes geognósicos y de la extensión de los valles
o mesetas que forman, siendo fértiles aquellos en que es muy variada la mezcla de
arcillas, margas, arenisca, yeso, etc, y por el contrario, estériles, cuando predomina
cualquiera de estas sustancias minerales".
Continúa más adelante:
"En resumen, que hay una relación entre la naturaleza de los terrenos y las especies
de los habitantes y tanto es así que, según las aseveraciones de Thourman, las rocas
compactas originan una vegetación de estación seca, en tanto que las que se disgregan
producen otra de estación húmeda, ya sea de plantas amantes de las arenas, ya de las
arcillas, ya de las margas, etc, con las modificaciones que pueden introducir la latitud,
altura y demás circunstancias que hemos señalado.
La flora es variada a causa de las grandes diferencias que hemos señalado. Entre los
tipos que existen, el que corresponde al Moncayo, de especies de sauces, chopos, hayas,
fresnos, avellanos, groselleros, agracejos, majuelos, enebros, helechos y prados
naturales".
Hasta 160 plantas distinguió Cecilio Núñez en sus excursiones y como no se trata de
exponerlas aquí todas, haremos sólo una relación de las que por algún motivo resulten
de especial interés.
Así el heléboro, en sus variedades de viridis y fatidus, el uno vomitivo y el otro
tóxico. El acónito, usado tradicionalmente por las brujas, venenoso o estupefaciente,
según las dosis.
También hay fresas y frambuesas, o al menos las había entonces, así como rosales
silvestres, saxífragas (que disuelven los cálculos hepáticos) y grosellas.
El brezo abunda, cuyas raíces se empleaban para hacer carbón de fragua, y la salvia,
plata tónica y estomacal, o las aromáticas como el orégano.
La albahaca silvestre (Clinopodium) se usaba popularmente para combatir las picaduras de
víboras y alacranes.
La llamada flor del sol, o perdiguera, que en tiempos se usó como planta vulneraria o
contra la tisis.
La yerba de San Roberto (G. Sanguíneum L.), utilizada antaño para coagular la sangre o
para contener flujos.
La yerba de San Juan (Hypericum perforatum), de características balsámicas,
antihidrópicas y vermífugas.
Por seguir con el santoral no habría de faltar la Yerba de San Antonio (Epilobium
Palustre), de acción vulneraria, aunque en desuso como planta medicinal ya en tiempos de
Cecilio Núñez.
De nombre también clerical tenemos la "yerba de Santa María" (Pyretrum
corimbosum), tónica, estimulante y antiespasmódica.
La acederilla o aleluya (Oxis alba), planta refrigerante, atemperante, antiescorbútica y
diurética, usándose para la peritonitis puerperal y para las menstruaciones difíciles.
No podía faltar el acebo, cuyas hojas son febrífugas, su corteza tónica y su fruto
purgante. el uso de su segunda corteza no es ya tan benéfico, pues de la misma se extrae
la liga o "grebol", con la que se cazaban y ¿aún se cazan? pajarillos.
Otra planta útil y aún francamente agradable para la chiquillería es el llamado
regalíz de los Pirineos, o trébol de los Alpes que, al parecer, también se daba en el
Moncayo (Trifollium alpinum), evidentemente su raíz constituía un preciado sucedáneo
del regaliz.
Otras raíces suculentas son las de la Fragaria Vesc, vulgo fresera común, con las que se
componían refrescos, amén de ser sus hojas diuréticas y astringentes.
Deliciosas frambuesas (Rubus Ideus), crecían y suponemos todavía crezcan en las laderas
del monte sagrado, para delicia de excursionistas. Cecilio Núñez añade a su uso más
común el de que "sirve para preparar con su zumo un jarabe refrescante, comiéndose
también en su estado natural como postre muy codiciado".
Otra "clásica" de la medicina popular no faltaba en estos parajes
"rayanos", era la Sedum Purpurescens, vulgarmente yerba callera, cuyas hojas
eran consideradas refrescantes, calmantes, vulnerarias y resolutivas.
Otra planta de gran utilidad y que se da en esta zona es la Arnica Montana, que recibe una
serie de nombres curiosos y evocadores. Se la llama "Tabaco de Montaña",
"Betónica de Montaña", "Dorónica de Alemania", "Llantén de
los Alpes", "Quina de los pobres", "Yerba de los predicadores",
"Yerba de las caídas" y "para estornudar". Sus principios activos son
excitantes del sistema cerebro-espinal, y se emplea así mismo en tintura alcohólica.
Muy conocida es la manzanilla o
camomila (Chamomila Novilis), cuya infusión es mano de santo para los males del
estómago, cólicos, dispepsis, histerismo, etc. en el Moncayo es muy abundante.
Si tras los excesos navideños o festivos y en general tras el abuso prolongado del
marisco, el rosbif, los callos a la madrileña, el steak tartare o del país, los caldos
espirituosos y las rubias o morenas cervezas nota como, de amanecida, el dedo gordo del
pie le duele lo indecible y se le hincha como una berenjena de tamaño mediano,
volviéndose de una parecida coloración, no lo dude, tiene usted un ataque de gota como
la copa de un pino. Ante tal eventualidad puede usted tomar tres caminos, el primero es el
de ingurgitar unas grageas de nombre enrevesado y seguir una dieta rigurosa a base de
membrillo, acelgas hervidas y pescado al vapor. El segundo es el de considerar
filosóficamente que - antaño - gota, lo que se dice gota, sólo la padecían los condes
y marqueses, los cardenales y algún que otro almirante de la "Royal Navy"
retirado en su palacete de Cornualles... y a lo hecho pecho. El tercero, por fin, era la
de hacer provisión, en el Moncayo, de la "encinilla" o "carrasquilla"
(Tenorium Chamedrys) y consumirla en infusión, aunque cabe advertir que su sabor es
amargo donde los haya...
Una planta que se deja conocer por el simpático apodo de "Buen Enrique" no
tiene la culpa - en principio - de que los botánicos le hayan puesto Chenopodium
Hearicus, mientras estaba tranquila en su mata. Para compensar tal insidia el "Buen
Enrique" (también conocido como pie de ganso o espinaca silvestre) es perfectamente
comestible, consumiéndose en algunas zonas como sustituto de las espinacas, lo que ya son
ganas. Por otra parte va bien contra las hemorroides, lo que no es de despreciar.
Otra planta comestible que se da en el Moncayo es la ortiga común
("Picasarna"), pues apenas hervida pierde todo poder urticante, da un excelente
caldo tipo verdura, y puede comerse - tras el hervor - aliñada con ajos fritos y aceite
de oliva (si es virgen mucho mejor), sin descartar la tortilla, verdaderamente deliciosa.
Ni que decir tiene que hay que escoger las hojas más nuevas, limpias y de aspecto más
agradable. Mirar bien en el envés, pues sino, se añadirá al plato alguna
"tapa" imprevista (cierto es que lo que no mata, engorda).
Lo
que en León llaman "capilote" aquí en Castilla le llamamos "narciso"
y en latinajo se dice "Narcissus pseudo acorus", es una planta muy bonita y
lucida, amarilla y vistosa, pero encima su bulbo es antiespasmódico y emético, mientras
que su bella flor es, pásmense, ¡abortiva!.
Los cirujanos antiguos usaban para parar las hemorragias el cuesco de lobo (Bovista
Gigantea), bien conocido de cualquier persona que deambule mínimamente por la campiña
soriana. Al secarse sus esporas se dispersan en una negra nube, al golpearlo, como una
verdadera "bomba de humo".
En fin, hemos seleccionado tan sólo unos cuantas plantas que nos han chocado dentro de la
interminable lista que Núñez compuso. Nos pasma que un farmacéutico hiciera tanta
propaganda de estos remedios "caseros", pues, como hemos visto, bastaba con
darse una vuelta por el Moncayo para surtirse de remedios contra todas las enfermedades
habidas y por haber, y encima "sin gastar en botica", tal es la riqueza de
nuestros campos y la variedad de la sabiduría popular de nuestros antepasados.
Por cierto que con el "Dioscórides Agredano" que nos brinda Don Cecilio
Núñez, bien pudiera surtirse también sin mayores problemas el zurrón de la más
refinada bruja o sorgiña e incluso los atanores de cualquier alquimista...
© María
Villanañe
publicado en este número |