CARNAVALES
SORIANOS
Vaya por delante que
nunca me ha gustado el Carnaval. Me refiero al Carnaval ciudadano, moderno. Parte porque
me parece la más melancólica de las fiestas y no veo por lado alguno motivo de alegría
o regocijo en ella y parte porque, como Caro Baroja, opino que sólo se justifica como
oposición a la Cuaresma cristiana. Desaparecida esta, al menos como fenómeno social, ya
que las personas que cumplen los preceptos son una exigua minoría (hipocresías aparte),
ya nada justifica el Carnaval.
Por otra parte se ha perdido totalmente el sentido subversivo de esta fiesta, en tanto que
consistía en una rebelión tácita- aunque simbólica - contra el poder establecido.
Denotaba, en origen, la capacidad del pueblo para organizar su propia fiesta al margen de
instituciones e instancias políticas, cuando no en franca hostilidad con las mismas.
No es extraño, por tanto, que me parezca una fiesta carente de sentido por cuanto se
organiza concienzudamente y reclama apoyos y subvenciones de todo tipo de institución
viviente.
Los Carnavales, en Soria, renacieron como una iniciativa comercial legítima y, como tal
renacimiento hay que considerarlos, señalando lo difícil de retomar una tradición casi
completamente olvidada y de la que nos separan cincuenta años, la mayoría de ellos
vividos en la dictadura y represión. La primera prohibición de los Carnavales en el
bando nacional data del mismo año 36 y en el 41 vuelve a redundarse en esta prohibición
que duraría, con mayor o menor manga ancha, hasta la muerte del dictador.
Por lo demás los Carnavales son una excelente excusa para divertirse a fecha fija y con
programa de mano, y eso, para quien necesite tales requisitos para expansionarse (y pareen
ser legión), siempre será bienvenido.
Por contra los Carnavales, o fiestas carnavalescas, de las zonas rurales, suelen tener un
sabor distinto. Sabor que, a que negarlo, me place más. De entrada son carnavales mucho
más auténticos pues sí que hay una estructura eclesial contra la que rebelarse y, por
otra parte, se practica, sea todo lo simbólicamente que queramos, el choteo de la
autoridad.
Ejemplos bien claros de esto son las antiguas Misas Sacrílegas de Cabrejas, donde se
hacía pública mofa del cura del lugar y se le remedaba en el Santo Sacrificio, a la
usanza medieval de las Misas de Locos. O en La Barrosa,
en trance de desaparición, de Abejar, donde el engendro bovino correteaba, entre bromas y
veras, a curas, alcaldes, o comandantes de la benemérita, para regocijo de la
chiquillería.
Item más, el sentido de vida alternativa que surgía entre los jóvenes que organizaban
esos días a su modo y manera, yéndose a vivir a otra casa, donde incluso pernoctaban,
mezclándose en ocasiones jóvenes de uno y otro sexo, como en Romanillos de Medinaceli o
Morón de Almazán. Bajo la jocosa autoridad de los llamados alcaldes de mozos, siendo en
otras zonas de España obispos de mozos u obispillos. Cosa que también hacían antaño en
Fuencaliente (ignoramos si del Burgo o de Medina, aunque creemos que del Burgo).
©
Antonio
Ruiz Vega
publicado en este número
CARNAVAL, O EL ESTALLIDO DE LO IMAGINATIVO
El Carnaval va a venir y nadie sabe cómo lo va a vivir.
¿Iré vestido de sátiro, diablo, dálmata o de dios?, ¿Cristiano, moro o judío?
¿Serán las hembras los machos y los varones mujeres? ¿Simularé el ser Bérgamo,
Polichinela, Scaramuccia, Pierrot o Casanova? ¿Disimulará el avaro, el beato o el
libertino? ¿Me camuflaré de indio, viejo, payaso, ave del paraíso, de odalisco o
malandrín?
Señoras y señores, acudan prestos y vean, que ésta es la gran ocasión. Para el
travestismo y la exhibición. Para el juego y el amor. Para el enmascaramiento y el
disfraz. Para fingir escondiéndose y para esconderse fingiendo. Para ser y aparentar.
Dando cumplida respuesta a esa gran necesidad, desde que el hombre es el hombre, de
mostrarse y figurar, modificando, más o menos profundamente, la naturaleza según los
distintos fines, de los utilitarios a los estéticos, de los políticos a los religiosos.
No en vano se tiene dicho que "el mayor de los deseos es ser visto".
CULTURAS BURLESCA Y
CARNAVALESCA
En toda celebración o
fiesta que se precie se conjura una atmósfera de fantasía y de sueños. Qué decir,
pues, del Carnaval, la fiesta psicológica por antonomasia, en cuyos decorados y
ornamentos hallamos una variopinta gema de la más fascinante imaginación que va desde
las más altas cotas estéticas hasta las más singulares "fantasmagorías".
"Sólo la imaginación me dice lo que puede ser", escribía André Bretón en
1924, en su Primer Manifiesto Surrealista. Tal vez porque si bien nuestra memoria diseca
las imágenes prohibidas en el formol del subconsciente, más tarde o más temprano,
nuestra imaginación creativa o fantasía las hará aflorar a la superficie, redivivas, a
modo de ingente farsa. Lo que constata uno de sus ingredientes obligados, como afirmación
exhuberante y pródiga de la vida, en claro contraste con lo cotidiano.
Este periodo y esta faceta del año eran denominados como fiesta de locos. De aquí a la
crítica, la sátira y el esperpento no hay más que un paso. O dicho de la misma manera
pero al revés: podemos suponer que hay una afinidad entre las actitudes que desde el
humor critican la realidad ordinaria y aquellas otras que nos la muestran como mutilada,
reprimida y encerrada en los convencionalismos de lo ordinario. Por tanto, la burla es ya
de por sí un inicio de fiesta, lo mismo que la fiesta es terreno abonado para la burla.
Entre los materiales que se vienen recopilando sobre las fiestas de locos y los Carnavales
vemos confluir estas líneas afines. Son celebraciones religiosas en tanto en cuanto se
desarrollan en el contexto y aún en el lugar de las fiestas religiosas e inclusive nos
aportan ciertos elementos litúrgicos o cuasi litúrgicos, son, a la vez, de un
extraordinario colorido. Como ya hemos anticipado aparecen en ellas personajes
estrafalarios, divertidos, truhanescos, histriónicos. A todos ellos se les tiene por
farsantes y locos. Así el binomio de burla y locura penetra en todo el campo magnético
de lo festivo.
Por los vestigios de descripciones históricas que han llegado hasta nosotros descubrimos
en medio de las procesiones, los oficios catedralicios y las solemnes celebraciones
litúrgicas, ese mundo multiforme de mojigones, colachos, tarascas y tarascones, botargas,
gigantones, zarrones, zarrangones, bobos, etc... haciendo reír y llorar, regocijarse y
temer. A veces se les llaman reyes de locos, pero, de cuando en cuando, son locos reales
los que protagonizan estas fiestas o aparecen en ellas ocupando primeros planos. A este
respecto, es curioso observar como Carnaval y Semana Santa comparten algunos aspectos
estructurales, que se evidencian, por ejemplo, en los desfiles o procesiones y también en
el anonimato conseguido mediante la máscara o el capuchón.
A propósito de tales cuestiones Mijail Batjin en su libro "La cultura popular en la
Edad Media y el Renacimiento" (Ediciones Seix Barral, 1974) hacía dos
consideraciones: una primera referida a la cultura burlesca en general y otra a la
carnavalesca en particular.
Respecto a la cultura burlesca del medievo, también nombrada cultura de la risa,
señalaba el autor ruso su universalismo, al ocupar un ámbito tan vasto como el de su
hermana gemela: la seriedad. De este modo la risa construye, respecto al mundo oficial
(Iglesia, Estado, etc...) un antimundo ya que organiza sus credos, casa y entierra, graba
inscripciones, dirige reyes, obispos, abades y pontífices.
Una segunda cualidad es su ineludible asociación con la libertad. La risa medieval no era
oficial, pero tenía un espacio temporal acotado para su permisividad en los días de
fiesta. De ahí que su caducidad agudizara la radicalidad fantástica y utópica de la
imágenes festivas.
La tercera cualidad de la cultura burlesca es la marcada relación existente entre la vida
y la verdad no oficial del pueblo. En la cultura de una sociedad, estratificada por
diferencias de clase - nos advierte Luis Maldonado - lo serio es lo oficial y autoritario
y va unido a la violencia, a la restricción prohibitiva, al miedo. La risa, por el
contrario, supera el miedo. No dispone de prohibiciones ni restricciones. El poder, la
violencia, la autoridad nunca hablan la lengua de la risa. La risa es una victoria sobre
el miedo moral, el miedo ante lo tabú o lo prohibido-sacralizado. Gracias a ello todo lo
amenazante queda transformado en cómico. Lo terrible es convertido en espantajo. En
definitiva, podemos afirmar que la risa ha sido siempre un arma libre en manos del pueblo.
Tal aserto lo corrobora el hecho de que en la plaza pública, los días de fiesta, o a la
mesa durante las grandes comidas, el pueblo se quitaba esa compostura como una máscara. Y
sólo entonces, en medio de chanzas, parodias, burlas y sarcasmos, empezaba a resonar la
otra verdad.
De este modo constatamos cómo el hombre medieval tenía dos vidas: la oficial y la
burlesca. Los manuscritos ilustrados, miniados, de los siglos XIII y XIV o las pinturas y
las ornamentas arquitectónicas de las iglesias lo hacen palpable a nuestros ojos. Se
observa, pues, que junto a escenas piadosas hay otras como de pesadilla, alucinantes,
demenciales y esperpénticas. Hay mezcolanza de figuras humanas, animales y vegetales. Por
todos los resquicios se cuelan diablos, volatineros, saltimbanquis con sus trucos y
acrobacias. Lo piadoso y lo grotesco van siempre de la mano. No obstante, esa tradición
burlesca fue erradicada en el siglo XVIII.
¿Culpables?
Expuesto lo anterior, lo carnavalesco, tal como lo describe Batjin, más que algo ajeno a
lo burlesco no es sino la realización y puesta en escena de esa cultura; suponiendo, más
que un tiempo concreto o una fiesta determinada, un modo o talante que se descompone en
tres rasgos fundamentales.
El primero consiste en un sentido intenso de participación. En el Carnaval desaparece la
distinción entre actores y espectadores. Su espacio son los lugares más públicos y
abiertos, pues abarca a todo el mundo. Según la cultura popular el Carnaval es vida y no
teatralidad. No se asiste a él, el Carnaval se vive.
En segundo lugar lo carnavalesco implica una general "familiarización".
Desaparecen no sólo las prohibiciones, sino las barreras sociales. Se da un trato
familiar y amistoso entre todos.
Por último, el Carnaval es el reino de la excentricidad. En él todo se desabsolutiza y,
por ende, se relativiza jocosamente cualquier orden o jerarquía sociales y humanos. Es
tiempo de inversión de conceptos y alteración del orden establecido. Hay siempre un
sentido de búsqueda de la alteración, de la subversión. Así se manifiesta un mundo
trastocado en el que todo deviene relativo y ambivalente, puesto que hasta la habitual
oposición de contrarios, eros y thánatos, se confunden.
EL IMPACTO DEL
CRISTIANISMO
Frente a la tesis
anterior, muy otras serán las razones expuestas por Julio Caro Baroja en su celebrada
obra "El Carnaval" (editorial Taurus, 1979) Para don Julio su interpretación
del Carnaval no sería fundamentalmente un resabio o supervivencia de los ritos de la
antigüedad, en particular de los ritos saturnales romanos, como han querido ver muchos
antropólogos y folcloristas, sino que es un producto de estructuración del tiempo por
parte del cristianismo en ciclos antitéticos. Precisamente, el sentido del Carnaval
vendría dado por su oposición a la cuaresma, de la misma forma que el sentido de la
cuaresma viene dado por su oposición tanto al Carnaval como a las fiestas de renovación
y alegría amorosa de mayo y San Juan. A fin de cuentas, el Carnaval y sus hermanos
gemelos Carnestolendas y Antruejos tendrían como madre a la máscara y por padre al
Cristianismo.
Caro Baroja entiende que cuando hay un sistema de creencias de un orden de fiestas y se
produce un elemento nuevo como es el cristianismo, entonces, automáticamente, todo el
orden queda supeditado a la nueva interpretación. Surge así la oposición cristiana
cuaresma-carnaval, o lo que es lo mismo, carnalidad frente a espiritualidad. Ahora bien,
cuando el concepto de espiritualidad cristiana se diluye, como ocurre en nuestros días,
es muy difícil que el otro concepto de la pura carnalidad o de la pura oposición se
sostenga en equilibrio frente a nada.
En tal caso, nos dirá, se observa como desde el siglo XVIII a esta parte, o desde Venecia
o Roma, o las ciudades italianas y luego en las grandes ciudades europeas, el Carnaval
como fiesta se puede convertir en otra cosa. Eso, si las gentes imaginativas le encuentran
una sensibilidad más ligada a las concepciones mágicas o religiosas antiguas o modernas,
dotándolo de un sentido estético y sociológico más próximo a la población actual de
una ciudad, villa o lugar.
Los ratos de ocio ha estado determinados siempre por los ritmos del trabajo más o menos
tecnológico, en que uno está metido. Antes, el calendario agrícola establecía esa
secuenciación armónica ya que abría momentos diferentes como el de la siembra y el de
la recolección de la cosecha, un momento en que hay más bienes que otro y que hacía que
cada cosa a su tiempo cobrara mayor significación. Empero, el hombre moderno lo ha
sometido todo a una regla de utilitarismo, de productivismo y de finalidad. Todo se hace
con un objeto económico, de bien de consumo. Así el Carnaval se convierte en objeto de
consumo, bien con los oropeles y la promoción ociosa de muchas ciudades que lo lanzan en
oferta turística, al tiempo que la televisión lo despersonaliza al introducirlo en los
hogares de los "participantes" pasivos. Comienza de esta manera a difuminarse
sus señas de identidad primigenias.
Su decadencia en España ya durante la monarquía de Alfonso XIII, se prolongó con la
Segunda República y culminó con la Dictadura, siendo en aquellos casos una fiesta muy
lánguida y desincentivada, máxime en comparación con lo que había sido durante el
siglo XIX. Resulta con ello, que los Carnavales que se están haciendo ahora en las
ciudades y en los pagos no son sino un artificio de nueva implantación emanado de la
mente calenturienta de algunas gentes.
ESA GRAN ÓPERA BUFA
Por su conexión con la
música, Pedro García Martín ha venido a equiparar la representación carnavalesca con
la ópera, si bien con un sentido de la comicidad que la convertiría en ópera cómica u
ópera bufa, frente a otro tipo de géneros.
Su primer acto de escenificación u "overtura" estribaba en un banquete
fraternal y colectivo, que daba rienda suelta a la gula y la bacanal, entronizando el
reinado de la carne. Tal se nos muestra en sus antesalas del Jueves Lardero y la matanza
de cerdos.
El "andante" tomaba cuerpo en la permisividad sexual, no sólo simbólica, sino
también activa, como nos demuestran los demógrafos al constatar en tales épocas un
aumento de las concepciones, celebrarse bodas y proliferar las relaciones
extramatrimoniales. Aprovechando el tumulto y el desenfreno se abría paso la licencia de
la carnalidad.
El "allegro" era interpretado por las máscaras y sus parientes el antifaz y el
disfraz. Tales artilugios del anonimato han servido desde las comunidades primitivas para
que determinadas asociaciones y sectas, sobre todo de jóvenes, amedrentasen a la sociedad
de una forma ritual.
Las "arias y fugas" eran engullidas por un torbellino de alegría y confusión,
en el que tenía cabida los entretenimientos y los agravios, los juegos del "homo
ludens" y las sátiras del "homo homini lupus".
Tan singular espectáculo carnavalesco dimensionaba a toda la población y encontraba su
justo desenlace con el triunfo de las virtudes y el ascetismo de la cuaresma.
OTRA HISTORIA
INTERMINABLE
Qué duda cabe de que en
todo este asunto que nos ocupa prima sobremanera lo imaginario. Tal vez en un intento
desesperado por domesticar o amaestrar el tiempo que se nos escapa y nos devora. A través
de la imagen del año el tiempo toma una figura espacial-circular, la del anillo. El
tiempo imaginado como cíclico y cerrado asevera, dentro de lo múltiple, la cifra y la
intención de lo uno. Ello implica la tendencia, la capacidad de recomenzar, de repetir el
comienzo, el acto de creación; por tanto, la abolición del destino ciego.
Trasladada esta imaginería al plano ritual genera las grandes ceremonias orgiásticas al
final y comienzo de año que simbolizan el caos primitivo; y en general todos los rituales
iniciáticos, sacrificiales, etc. Son liturgias repetitivas o actualizadoras del drama
sagrado de los orígenes.
Quizás por ello, en este contexto, aparece con mayor nitidez el carácter creador de la
imaginación. Así concibe nuevas imágenes que desea ver realizadas para mejorar la vida
y convertirla en un objetivo auténtico de los instintos de vida. Correlativa y
recíprocamente, las nuevas imágenes coadyudan a la emancipación de los sentidos con lo
que su actividad imaginativa, desentrañadora de las imágenes verdaderas se hace más
penetrante.
Marcuse lo reafirma: la facultad de ver las cosas del lado de ellas, la capacidad de
percibir el gozo que encierran, la posibilidad de sentir la energía erótica de la
naturaleza, cual es la sensibilidad, la imaginación, la estética. Su receptividad y
pasividad unidas a la actividad que les infunde la libertad y, en última instancia, las
pasiones, los instintos... provocan la creatividad.
Como si estuviéramos escribiendo con nuestras vidas una nueva historia interminable,
puesto que somos nosotros mismos quienes tenemos que salvar ese reino de fantasía frente
a la enorme voracidad y angustia de la nada.
© José María Martínez
Laseca
Soria, Carnaval 1995 publicado en este número
LOS CARNAVALES SORIANOS
Era tradicional que los mozos (a veces sólo los quintos),
fueran por las calles pidiendo dinero y alimentos para una merienda comunal. A este ritual
lo denominan LA GALLOFA en Calatañazor, Renieblas,
Suellacabras, Almarza y Muriel de la Fuente. Tiene la denominación de LA VAQUILLA en
Duruelo de la Sierra y Utrilla, y se le conoce como el HORNAZGO en Yelo, población en la
que son los niños quienes lo realizan.
LA GALLOFA se pedía con canciones en Almarza. También había cantares propios en otros
momentos de los Carnavales en Yelo, Ágreda, Alcubilla del Marqués y Berlanga de Duero.
Asimismo se cantaba durante LA GALLOFADA (muerte del gallo) en Calatañazor. Este rito del
ajusticiamiento del gallo, realizado por escolares generalmente, se hacía también en
Valdegeña. En Muriel de la Fuente se llevaba un zorro muerto atado a un palo. En Duruelo
de la Sierra era costumbre coger gatos para la merienda. Murgas, charlotadas y chirigotas
se cantaban en Ólvega. Chistes soeces se decían en Renieblas.
Por otra parte, LA GALLOFA y otros rituales de los Carnavales, iban acompañados de
personas vestidas de VAQUILLAS en Cubo de la Solana y Utrilla. En Soria capital había dos
toros de fuego construidos en madera. Por otra parte, la chiquillería corría perseguida
por el ZARRAGÓN en el TIO CHINCHILLA en Ágreda.
Paja y ceniza se tiraba en Ágreda y harina y paja en Yelo. En Vildé se echaba ceniza al
mozo atravesado en los serones que portaba un burro por las calles. En Valloria también
se utilizaba un burro para llevar a un hombre montado que simulaba ser un médico y con un
cartel que ponía "se rifa el tío". En Berlanga de Duero se vestían de
"lagartos" y llevaban cabritos por las calles.
Chocolatadas se hacían en El Royo y Berlanga de Duero. El escabeche y el arenque era
tradicional en El Royo; las torjuelas lo eran en Alcubilla del Marqués y Vildé; los
rosquillos y buñuelos en Pedraja de San Esteban; el cocido con rabo de cerdo y
"bola" era muy apreciado en Tardelcuende; los gatos se cocinaban en Duruelo de
la Sierra, donde también se compartía el ajo carretero; en Berlanga de Duero comían
cabrito y en Alcubilla del Marqués preparaban chorizos y patatas a la brasa envueltos en
papel de estraza. Y, evidentemente, lo más común era comer tortilla y chorizo en todos
los pueblos.
ENTIERRO DE LA SARDINA había en Soria capital y en El Royo; carrozas en Peñalba de San
Esteban; EL PELELE que se quemaba o JUDAS en Almarza
(en otras poblaciones se hacía durante la Semana Santa); LUMINARIAS se encendían en
Alcubilla del Marqués, Pedraja de San Esteban y Vildé; una MISA SACRÍLEGA se realizaba
en Cabrejas del Campo; el baile de la escoba era muy popular en Tardelcuende, donde los
quintos desempeñaban un papel importante en los Carnavales. Los quintos eran también
importantes en los pueblos de la Ribera del Duero.
Con trajes comarcales se vestían en Alcubilla del Marqués y Renieblas. Rondas de mozos
había en Berlanga de Duero Peñalba de San Esteban. Trabajo comunal de HACENDERAS se llevaban a cabo en Alcubilla del
Marqués, Piquera de San Esteban, Rejas de San Esteban, Pedraja de San Esteban,
Torreblacos, Tardelcuende y Los Rábanos. Después de esta labor se solía merendar en el
ayuntamiento. Los ayuntamientos pagaban la merienda-cena en Renieblas y Muriel de la
Fuente y únicamente ponían el vino en Valloria, Piquera de San Esteban y Yelo.
Y era común en algunos pueblos que los escolares fueran a merendar a los alrededores.
© Ángel Almazán de Gracia
publicado en este número
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