UNAS MONEDAS, Raúl Eguizábal

Para que el tiempo no pase inúltimente sobre nosotros, pintamos o modelamos o componemos o escribimos o acaso tenemos un hijo, esa incierta aventura. Para consolarnos del paso del tiempo leemos unos poemas, o escuchamos una canción o miramos un cuadro

La vida está hecha de momentos irrepetibles. Cada crepúsculo es único, como cada rostro, cada paseo y cada encuentro. Esa es nuestra aflicción.

¿Para qué pinta pues un pintor?

Para que se produzca un milagro. Para que ese momento de felicidad o de fascinación pueda repetirse muchas veces en una misma persona; para que muchas personas puedan vivir al mismo tiempo ese momento de felicidad o fascinación.

Veamos, pues, qué modestos milagros nos esperan aquí.

Javier Pagola, un dibujante insólito, barroco y de fértil imaginación, nos ha dejado alguno de esos abigarrados muestrarios de máscaras, muñecos con resorte, turbadores ositos y rostros ajamonados que sonríen engmáticamente. O quizá un escenario urbano para recordarnos que la ciudad es algo avieso... pero vivo. Extraños y, a veces, incómodos, sus cuadros, sus dibujos y cuadernos van trazando una galería inquietante y seductora al mismo tiempo.

Almudena Armenta, prospectora de ferreterías y constructora de tipografías y artilugios de tornillos y timbres, ha depositado una de sus nuevas construcciones con zapatos en las que sigue explorando los extraños vericuetos del fetichismo, itinerario que ya había iniciado en su última individual Glass, con su particular combate con la lencería.

Juan Correa ha salvado para nuestra fruición los restos pintados de alguna civilización perdida entre Oriente y Occidente. Correa es un recreador de ruinas, de paredes agrietadas con paisajes que se mueven entre desvaídas pinturas prompeyanas y evanescentes vistas japonesas llenas de bruma, y que en algunos casos llegan a un extremo de desvanecimiento tal que se convierten en paisajes abstractos.

La obra de Angie Kaak tiene algo de libélula, es, ágil, casi aérea, a veces colorista y frágil, aunque otras veces puede ser densa y contemplativa: paisajes que parecen encojerse ante el peso del cielo, motivos vegetales recreados con una delicadeza de bailarina, bodegones rígidos y misteriosos, radiografías minerales muy espirituales.

En su paleta alquímica Pelayo Ortega mezcla esencias cosmopolitas y provincianas (La provincia blanca fue una exposición suya en 1991), juega con Hergé y con Mondrian, va y vuelve de lo evocador a lo puramente plástico.

Como otros pintores, Juan Ignacio de Blas ha gustado de dialogar con los poetas (Siete poetas ante la obra de Juan Ignacio de Blas, 1983). Su pintura, entre lo matérico y lo simbólico, tiene un fuerte acento espiritual pero también dramático, como corresponde a una inspiración tan castellana como la de sus paisajes sorianos.

Frente al pintor soriano de soledades y clausuras, el gaditano José Márquez ha desarrollado una obra (pintura, escultura) que se complace en los prodigios, enigmática y mágica pero con una magia muy mediterránea (aunque Cádiz esté bañada por el Atlántico), con invocaciones a la mitología del toro, motivos de gallos, y unas amenas escenas de fantasía medievalista.

De Carlos Aldea, un artista que se mueve con soltura entre la pintura de paleta y las nuevas tecnologías, recuerdo un cuadro que formó parte de la colectiva Signo del arte en Soria organizada en esta misma galería Arco Romano por el crítico Enrique Andrés Ruiz, y también una individual en esa otra galería ejemplar, La Casa del Siglo XV en Segovia, hoy lamentablemente desaparecida, donde revivía un insólito viaje utilizando todo tipo de soportes y formas de expresión.

Tengo una gran intriga por conocer la nueva obra de Sánchez-Pardo que aparcó hace algún tiempo la acuarela, en la que se movió muchos años y donde cosechó algunos valiosos galardones, para acercarse al diseño gráfico y el montaje publicitario.

Habíamos empezado hablando de milagros y de magia. Truman Capote dijo en una ocasión que "la obra de arte es el único misterio, la única magia suprema; todo lo demás es aritmética o biología". Estos artistas han dejado para nosotros su moneda, como una dulce dádiva, grave o ligera, una moneda de magia o de ensueño, un regalo de misterio, de agitación o quizá de goce. Si nos hemos detenido un momento a mirarlos, si en alguno hemos encontrado un poco de ilusión, de fantasía o de placer, ese óbolo que nos conceden, ese instante de deleite puede, por sí solo, justificar una ardua tarea, el largo y espinoso camino del arte.

Raúl Eguizábal
XXV Aniversario Galería Arco Romano 2002

© ArcoRomano.com