EN LA CIUDAD CELESTE, Santos Amestoy

Es algo que sucede siempre: de pronto nos damos cuenta de que han pasado veinticinco años. Y entonces aquella doble y contradictoria sensación de lo permanente, que tenía a la vez el sabor de lo nuevo, algo que estaba allí como una vieja costumbre, se transforma en la revelación de una hazaña con fecha, duración y expectativas. Ahora el hábito de escrutar la modernidad desde lo alto de la medina milenaria como quien otea el valle de Arbujuelo (el Arbuxuelo del que el Poema dice que fue salida del Cid, cuando los gallos cantaban, como retiene Pound) recobra su condición excepcional, casi milagrosa, de ambicioso empeño no falto de rareza. Veinticinco años en aquellas alturas perdidas, hundidas en un cielo oceánico y sin nubes; pecio celeste de la Celtiberia más cristalina, del orgullo fecundo de la Roma Madre, del último esplendor califal... Primer cuarto de siglo de trabajo galerístico en pro del arte contemporáneo. En vecindad con el Arco Romano, cuyo nombre ha hecho propio, hay una galería de arte que vive y goza de excelente salud en la que fuera orgullosa villa ducal, la mínima Medinaceli de hoy en el confín soriano. Veinticinco años que han pasado como si hubieran sido veinticinco semanas, días, minutos. Últimos lustros del siglo que aún no acertamos a digerir y metabolizar. Tampoco el inicio bimilenario del que todavía no hemos desvelado el desengaño o la esperanza que, en buena lógica, debiera suceder a su carácter póstumo. La galería Arco Romano, al propio tiempo, ha ido creciendo y mejorando paso a paso, al par que convocaba la significativa reunión de pintura, escultura y algo de las nuevas artes o "comportamientos artísticos" de entre dos siglos inquietantes que, cumplidas cien exposiciones con el vigésimo quinto aniversario, nos revela la superioridad de sus virtudes y calidades sobre los posibles defectos y las inevitables carencias.

Ahora, si la memoria se remonta a otros tres lustros anteriores, ya no parece que era ayer, sino otra época. Si Pepe Arense, que aún no había regresado de Ibiza, no se veía aún como el galerista que hoy ha llegado a ser, Antonio Ruiz nos transportaba a las alturas de Medinaceli en aquel bello autobús artdecó de la empresa paterna. Si no premonición, fue un precedente. Más no era todavía el arte, la producción artística, lo que este ceramista, el último que ha habido en el mundo (él y Cumellas) subía a Medinaceli. Ponía a los propios artífices frente al inmenso panorama que domina la ciudad celeste... El agudo Faber, el gigantesco Vedova, Nadia Werba, pintora y cineasta de la que poco más se supo... Y los autáctonos: un jovencísimo Molinero Cardenal y un todavía joven Ulises Blanco, después de Antonio Ruiz, seguramente, los primeros informalistas de Soria. Y desde luego, los primeros del escueto historial de la pintura soriana (apenas hasta entonces el renacentista Maestro de Agreda, el barroco y misterioso Zapata, Maximino Peña, Carrilero ... ) que se instalaron desde el primer momento en la vanguardia, aunque sin apartarse del sustrato paisajístico que todavía sustenta su pintura. Y también los primeros que, desde la propia Soria, saltaron a los grandes certámenes internacionales... Ahora vuelven a estar juntos con su -nuestro- maestro Antonio Ruiz, en este turno expositivo de la serie conmemorativa de Arco Romano, donde coinciden con artistas de la siguiente promoción soriana como Eloisa Sanz Aldea, y aún de otra más reciente que es la del joven lírico finisecular Eduardo Esteban Muñecas. Pintora de mundo muy personal, quizás aquella se halle ahora en el momento justo de la madurez artística. De la feliz plenitud que manifiesta la posesión del propio estilo; sabiduría que conjuga con aparente sencillez, pero en poética síntesis, solicitaciones y elementos (geométricos, gestuales, espaciales ...) de muy diversa y contraria naturaleza.

Soriano de origen y retorno es el lírico metafísico José Bellosillo, pintor de excepcional calidad y emoción tan honda como austera. Con el -más joven- lírico romántico Javier Riera, también presente en esta muestra, con Alejandro Corujeira y con Alberto Reguera (que no son pintores de la galería) Bellosillo completa el gran cuarteto lírico de la pintura española actual. Si estuvieron los cuatro en los Líricos del fin de siglo, no desmerece en esta exposición el lírico y gestual Eduardo Vega de Seoane, pintor que cada día está mejor.

Delicia para el buen aficionado será el encuentro con las no menos líricas esculturas de Manolo Lafora, poemas breves y de esencial e intemporal verdad, en las que la perspicacia de Juan Manuel Bonet ha querido hallar ecos de la tradición "ibérica" de los 20 y 30, lo cual, por otra parte, rima muy bien con las composiciones escultóricas del senior Antonio Ruiz, tan resonantes de ecos celtibéricos y púnicos.

Y junto a la pintura y la escultura, el nudo arte. La obra en la que prima sobre el objeto escultórico o pictórico el concepto del comportamiento artístico. De tal suerte que, en beneficio de la generalización del Arte (pues, en verdad que aquí merece la mayúscula) la pintura y la escultura tienden a perder su cualidad de géneros artísticos para -según algunos- pasar a convertirse en especies condenadas a la extinción.

En el trabajo de Miguel Angel Arrudi se da la circunstancia de que la documentación de sus ambiciosos proyectos land-artísticos venía servida, sin embargo, por una eficaz técnica pictórica (y ello nos hace recordar aquella similar aplicación de la pintura que practicaba Christo). En el caso de sus realizaciones artecologísticas -o lo que el propio artista llama "actuaciones en verde"- la entidad de la resolución escultórica, muy rigurosamente planteada en términos de tradición constructivista -en alguna ocasión llega a aludir al Tatlin del Monumento a la Internacional- quedará ciertamente minorada por su carácter de "soporte" o contenedor de plantas trepadoras (el artista recomienda la Partenocisus tricuspidata), cuyo eventual crecimiento completa el proceso, precisamente, artístico. No menos procesal en sus orígenes y en el sentido último de los resultados, la actividad de Leyre Ormaeche, verdadera y sistemática deconstrucción de la escultura, ha recorrido los territorios del minimal-art, del discurso relacional de origen duchampiano y de un nihilismo lúdico, tributario, en última instancia, del utopismo melancólico de Beyus.

La heterogeneidad de la presente colectiva viene a expresar muy bien la variedad de sedimentación, y sin embargo bien articulada, de un ejemplar trabajo galerístico. La diversidad complementaria de autores y tendencias. El origen o la procedencia próxima y local de varios artistas de Arco Romano no solamente son lo opuesto de una política de campanario (que se orientará, como en otras aventuras provinciales, a un hipotético -aquí imposible- coleccionismo local de menor cuantía), sino que responde al hecho cierto de que ha aumentado considerablemente la nómina autóctona. Por el contrario, la diversidad de procedencias -de Soria, de toda España y de varios países, aunque no haya artistas extranjeros en esta exposición- es lo que hace tan atractivo el catálogo de la galería. Y tan encomiable la labor esforzado y paciente de Pepe Arense, cuya carrera de galerista, caemos en la cuenta de pronto, como sucede siempre, cumple el cuarto de siglo.

¡Enhorabuena!

Santos Amestoy
XXV Aniversario Galería Arco Romano 2002

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