JUAN CORREA
Y EL LUGAR DE LA PENUMBRA

Ignacio Gómez de Liaño

Es la primera vez que, al ponerme a escribir sobre un artista, siento la necesidad de referirme a la galería donde expone sus cuadros. Tal vez se debe a que la galería está en Medinaceli y en esa villa, tan alta que parece suspendida del cielo, he tenido casa durante más de diez años. Pero tal vez esa necesidad tiene que ver más bien con una imagen que se me ha venido una y otra vez a la cabeza. Es la imagen del arco romano a cuyos flancos se encuentra la sala de exposiciones y la del ancho valle que desde allí se descubre como si fuera el ancho cauce de un río inmovilizado por el Tiempo.

Junto a esas imágenes se dejaba oír una frase que decía algo así como "pocas galerías de arte debe de haber en España que estén situadas a tanta altura», y volvía a ver el ancho valle y los paisajes no menos extraordinarios que se ofrecen cuando uno se echa a andar por el camino de ronda, sobre todo a la puesta del sol, o cuando, yendo más allá de las rotas murallas de la villa, uno se dirige a Miño, con sus palomares que parecen ermitas, y, antes de llegar a Conquezuela, se interna en el bosque mágico y cruza los claros formados por los robles y se detiene ante las pinturas esquemáticas, rojas y negras, que trazaron en las peñas hace miles de años artistas desconocidos, o cuando uno, más osado, endereza los pasos hacia las redondeadas cumbres desde las que se domina el fantástico cañón en medio del cual alza su pétrea cabeza el antiquísimo caserío de Yuba.

Si han surgido en la memoria esas imágenes ha sido, no sé si porque veía esos paisajes al fondo de los cuadros de Juan Correa, o porque veía los cuadros de Juan Correa a través de esos paisajes.

Lo que acabo de decir no resulta actualmente tan obvio, pues el pintor ha sometido a sus paisajes de otro tiempo a un proceso de desmaterialización y reconfiguración. Tal vez era difícil ir más lejos en la dirección seguida hasta entonces, que pasaba, idealmente, como si fuesen otras tantas encrucijadas, por los paisajes idílico-sacros del arte pompeyano, los de la pintura china de Fan Guan y Chu-Yan, los ideales de Claudio de Lorena y, de forma especial, los de la Vieja Castilla a los que antes me he referido. En aquellos densos, saturados, misteriosos paisajes de Juan Correa la vista podía abarcar grandes y emocionantes extensiones en las que se insinuaban lejanos lugares destinados al refugio y el ensimismamiento, árboles que parecían sacados de La Galatea de Cervantes, lagos azules en los que refrescar los labios sedientos. Esos paisajes parecían respirar, paladear, todas las sugerencias y sustancias de la tierra; apresar, fijar, los matices de la luz y la sombra; ofrecer los dones con que regala a la vista la tersura del cielo cuando se filtra a través del ramaje o se recoge en el seno arañado de la fronda.

Ese dejarse sumir, románticamente, por el entorno natural en la forma de una ensoñación crepuscular o de una utopía del color y de la tierra sufrió una fuerte conmoción con el viaje de Juan Correa a Nueva York y su larga estancia en la ciudad de los rascacielos. Bastó un ligero cambio en la manera de enfocar la mirada para que los paisajes románticos de otrora se convirtieran en los amplios planos de un mundo abstracto, con desgarraduras de color aquí y allá, con la presencia insinuada de estructuras arquitectónicas reminiscentes de las altas torres neoyorquinas. No sé por qué, los cuadros de ese momento me han hecho pensar, aún más que en el expresionismo abstracto que tanto furor hizo en la metrópoli americana, en una de las visiones más impresionantes que se pueden tener. Me refiero a la que, desde lo alto del Empire State, ofrece la alargada isla de Manhattan cuando, a la caída de la tarde, ese extraño plano erizado se hunde en la noche, en una onírica, titánica y parpadeante masa de luces rítmicas que parecen brotar, como si fuera una vegetación extraterrestre, en las secretas compartimentaciones del abismo.

He visto con la memoria ese paisaje porque una buena parte de la pintura reciente de Juan Correa es ya, decididamente, un diálogo entre las luces y las sombras del atardecer, una pintura de paisajes interiores en los que las figuras se materializan como si fueran estatuas o artefactos hechos de sombra, y también se desmaterializan como si fueran apariciones del más allá que se posan en un bastidor que a duras penas oculta la visión íntima de la que han surgido.

Es como cuando, de forma insensible, las sombras del crepúsculo se empiezan a apoderar del interior de la habitación donde nos encontramos, tal vez en el campo, cerca de un bosque de robles, y los objetos y presencias familiares -un caballete, una cafetera, una butaca, un teléfono, el cuerpo de una mujer- se transforman en sombras que tiemblan en un medio incierto, difuso en el que, con el ojo interior, nos es dado contemplar los paisajes que nos embelesaban y que, aunque se hayan perdido o hayan huido no se sabe dónde, una suave melancolía, algo que en definitiva es amor, nos los devuelve en el vehículo inesperado de los sueños.

© Texto: Ignacio Gómez de Liaño.
Para el catálogo de la Exposición de Juan Correa "Homenaje a Tanizaqui"
en la Galería Arco Romano de Medinaceli, 2005

Juan Correa nació en Zamora en 1959.

Exposiciones individuales:

1984. Casa de la Cultura de Alcobendas, Madrid. 1986. Galería Sala Alta, Cuenca. 1987. Galería Moriarty, Madrid. 1990. Galería Columela, Madrid. 1991. Galería El Caballo de Troya, Madrid. 1992. Galería Columela, Madrid. 1993. Galería Debla, Granada. Galería del Pasaje, Valladolid. Galería Arco Romano, Medinaceli (Soria). 1994. Galería El Caballo de Troya, Madrid. 1995. Galería My Name's Lolita Art, Valencia. 1998. Galería May Moré, Madrid. 2000. Galería May Moré, Madrid. 2002. XXV Aniversario Galería Arco Romano, Medinaceli (Soria). 2005. Homenaje a Tanizaqui, Galería Arco Romano, Medinaceli (Soria).

Exposiciones colectivas:

1986. Bienal de Albacete. 1987. Justos y Pecadores Galería Fernando Vijande, Madrid. Galería Término, Madrid. Toros II Galería Moriarty, Madrid. 1989. Torreón Gran Vía, Madrid. 1990. Supermarket, Madrid. 1991. El retorno del hijo pródigo Galería Buades, Madrid. Galería del Pasaje, Valladolid. 1992. Galería Arco Romano, Medinaceli (Soria). Pabellón Español Expo'92, Sevilla. El retorno del hijo pródigo Galería Columela, Madrid. 1993. Galería Debla, Granada. 1995. Arco 95 Stand Galería My Name's Lolita Art. Toros por la Gran Vía Galería Buades, Madrid. 1996. Nuevos Paisajes Galería Max Estrella, Madrid. Arco 96 Stand Galería My Name's Lolita Art. Arco 96 Stand Galería Bárcena. 1998. Arco 98 Stand Galería May Moré. 1999. Luces de sangre Museo Municipal de Málaga. Luces de sangre Centro de Arte Museo de Almería. 2000. Arco 2000 Stand Galería May Moré. 2001. Juego de bodegones. Galería Guillermo de Osma, Madrid. 2003. Aniversario 25 años. Galería Arco Romano de Medinaceli, Soria. Galería Nolde, Navacerrada. Galería Luis Gurriarán, Madrid. Colectiva de Arte Navas 2003, Ávila. 2004. Colectiva de Primavera, Galería Dolores Sierra, Madrid. Colectiva Muelles, Galería Muelle 27, Madrid. Colectiva Mandala, Galería Muelle 27, Madrid. Colectiva Propios y Visitantes, Galería Metta, Madrid. Bienal de Zamora. 2005. Galería Dolores Sierra, Madrid.

Obras en colecciones públicas:

Colección Arte Contemporáneo del Museo Municipal
Colección Banco de España

Obras en colecciones privadas:

Colección Barón Ely de Rothschild
Colección Conde de Floridablanca
Colección Juan Abelló
Colección Telefónica Móviles
Colección Bodegas Marqués de Riscal
Colección TODISA

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