José María Herrero Gómez (2)
SIN TÍTULO (1998) (óleo/lienzo 100x81cms.)
SIN TÍTULO (1999) (óleo y barniz/lienzo 146x89cms.)
SIN TÍTULO (2000) (óleo y barniz/lienzo 81x100cms.)
SIN TÍTULO (1998) (óleo y barniz/lienzo 100x81cms.)
SIN TÍTULO (1999) (óleo/lienzo 89x146cms.)
JOSÉ MARÍA HERRERO, EL ARTISTA Y SUS CÓMPLICES Qué puede hacer un soriano -acostumbrado a esas metafísicas soledades del campo castellano o a las balsámicas frondosidades de los pinares- en aquel trozo del paraíso conocido como Islas Canarias, donde la naturaleza tiene una presencia tan primordial y tan inverosímil (sobre todo para un indígena de la placidez mesetaria). Allí, en ese trozo de Africa que es al mismo tiempo el último rincón de Europa, llegó en 1986, José María Herrero cargado con sus pinceles, y eso no puede ser nunca insignificante. Nadie mejor que un artista llegado del frío y del recogimiento para comprender todo el valor y toda la verdad de este otro paisaje hecho de mar y ceniza, y del mismo cielo que vieron los atlantes. Y lo cierto es que tal parece que José María Herrero hubiese encontrado aquí su reino perdido de Kor y su tesoro, hecho no de oro y pedrería sino de colores aguerridos y resonancias míticas, de sombras pronunciadas y alusiones mágicas. Hay quien explora armado de fusil y machete, pero hay también otros aventureros que prefieren hacerlo armados de lápiz, de cámara o, como José María Herrero, de pinceles. Qué es una obra artística sino una aventura, con sus peligros, sus sendas equivocadas, sus barrancos, pero también con sus valles escondidos y primorosos, sus fuentes desconocidas y edenes inexplorados. Cada lienzo en blanco es una tierra virgen que el pincel debe desentrañar. Ahora bien, todo aventurero necesita sus cómplices, sus compañeros de viaje. A diferencia de los viejos conquistadores, un artista puede ir muy bien escoltado por compañeros desconocidos, lejanos y preferiblemente muertos. ¿En quien puede confiar uno mejor que en sus antepasados, en aquellos que fueron un día carne de su carne y sangre de su sangre, es decir, en aquellos de su mismo arte, de su mismo espíritu?. Así caminamos, cargados con el peso de los muertos cuyo aliento nos ayuda a avanzar; pero con la fortuna de que, al menos, un artista tiene el privilegio de elegir a sus ancestros. El poeta Enrique Andrés Ruiz (un cómplice vivo del pintor Herrero) ha señalado, con ocasión de otras exposiciones, algunos de estos camaradas de odisea: pintores corno Picabia, Klee o Kubin, y poetas como Garcés o Cirlot. A la vista de alguna de sus obras, singularmente las que formaron "Tiempo de fetiches", no puedo dejar de pensar también en Ives Tanguy. Y, en fin, otros más, extintos y supervivientes, que sería latoso ir nombrando. No es menos verdad, sin embargo que las islas afortunadas pueden ser el lugar ideal distante no sólo físicamente, también espiritualmente, para soñar con su tierra, como lo ha hecho en otras ocasiones y en otras exposiciones. Aquí en el silencio de las torres y de los campanarios castellanos, en el misterio y la desolación de los pueblos que van siendo abandonados, en una tierra de ecos y de sombras tiene también sus cómplices. Sin ir más lejos, en Medinaceli José María Herrero conserva en el galerista Pepe Arense uno de sus fieles, como demuestra esta exposición. Pero tiene todavía, el pintor José María Herrero otro cómplice que no quiero dejar de señalar: el escultor José María Herrero que en ocasiones presta motivos para sus lienzos, en un juego de autocita y ejercicio de estilo así como a veces los que escribimos gustamos de pasar un motivo del verso a la prosa, o a la inversa, para ir destilando, filtrándolo hasta sus últimas esencias. Uno no puede evitar ver cosas cuando mira una pintura, por muy abstracta que esta sea, de la misma manera que el hombre nunca a podido evitar ver "cosas" en las estrellas, en las nubes o en la arena del desierto, en el agua, en el fuego o en las sombras que se dibujan sobre una pared. De repente algo nos es revelado, una forma nueva que tira a rana o a perro, algo que tiene memoria de caballo o de toro, una silueta que se cree un hombre. Así parece a veces también en la obra de José María Herrero: de entre una masa o una planicie de color surgen las formas invitadas. Le gustan a este artista los cuadros donde se debate la pintura en su condición más bronca con el ejercicio, siempre delicado, de la imaginación, donde se cruza la sensualidad de la pincelada con la práctica de la fantasía. Una vez más José María Herrero regresa a la tierra de su infancia para mostrar su trabajo, el fruto de sus exploraciones en el territorio de la pintura, y estos nuevos cuadros podrán hablarnos de sus descubrimientos como los relatos de un viajero que vuelve a su lugar de origen (infierno o paraíso), a su médula, a su punto cero. Raúl
Eguizábal |
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