Recientemente
el castillo de Berlanga de Duero ha pasado a ser pertenencia del pueblo. El ayuntamiento
ha culminado de esta forma un largo proceso negociador. El castillo berlangués no es el
de mayor extensión título que goza el de Gormaz- ni el mejor conservado, honor que
debe otorgarse al de Caracena. Tampoco se halla restaurado, como el de Almenar, pero es
conveniente decir que el castillo de Berlanga es, como diría un soriano, el más lucido,
el conjunto más armonioso de toda la provincia. Desde el altozano domina al caserío,
agrupado a sus faldas protectoras, y ha sido testigo, durante siglos, de toda la historia
de Berlanga. Pero no un testigo mudo precisamente.
Trataremos
de decir algo que no suene a tópico, no sólo sobre el castillo, sino también sobre el
lugar donde se halla ubicado, pues bien es cierto que, como casi todas las grandes obras,
su situación es superpuesta a otras anteriores y de no menor importancia.
Si las
autoridades competentes destinaran suficiente presupuesto para que en esta provincia se
excavara algo más que Tiermes, el misterio sobre la ciudad celtibérica sustentadora de
la fortaleza berlanguesa estaría, sino desvelado, sí al menos medianamente documentado.
Al no ser así es necesario tomar como base los autores clásicos y las traducciones y
comentarios de los estudios posteriores. Con todas las reservas, tanto para unos como para
con los otros. Para los primeros porque basta la contemplación de los mapas de nuestra
península que acompañan a los comentarios para darse cuenta de lo errados que estaban
los clásicos sobre la configuración de la misma. Y para los estudiosos posteriores
porque existen tantas teorías y tan pocas evidencias (derivadas sin duda de la falta de
confirmación que sólo daría la excavación sistemática de los yacimientos) que
difícilmente pueden ponerse de acuerdo entre ellos. Baste como ejemplo que la ciudad de
Numancia se ubicó durante siglos en Zamora.
Plinio,
quien había añadido el nombre de pelendones a las tribus celtíberas reconocidas por
Polibio: arévacos, lusones, bellos y tittios, afirmó que Segeda era una ciudad de los
bellos, no exactamente arévacos, aunque emparentados con ellos y clientes a su vez.
Apiano aseguró que Segeda (de clara raíz céltica "seg") era la capital de los
bellos y siglos más tarde, Shulten sitúa esta ciudad en las ruinas de Belmonte, once
kilómetros al SE de Calatayud, asegurando que tanto Segeda, como Segóbriga, Arcóbriga y
Ocilis, son, efectivamente, enclaves de los bellos.
La
importancia de esta ciudad en las Guerras Numantinas fue tal, que algunos autores
atribuyen a los segedanos la culpa directa de ella. "Como quiera que Graco hubiese
obtenido de los celtíberos la promesa de que no habían de fortificar sus ciudades y la
de Segeda o Segida, que no parece que fuera la de los pelendones, reedificase sus
murallas, ejemplo seguido por otras ciudades de los titios, el senado romano apercibioles
de que no siguiesen con aquella obra". Más adelante encontramos: "Nobilior
avanza por el Jalón, se establece en Ocilis y con 20.000 peones y 5.000 jinetes avanza
sobre Segeda urbs arevacorum, según Estrabón".
La pregunta
es inmediata. Si Segeda, según Shulten, se sitúa en las ruinas de Belmonte, a once
kilómetros al SE de Calatayud, porqué pasa de largo remontando el Jalón y se instala en
Ocilis. Lo lógico es pensar que Novilior avanzara por el Jalón, llegara a Ocilis
(proximidades de Medinaceli) y desde allí, atacara Segeda, la cual, para autores como
Sentenach, se halla, precisamente, en la actual Berlanga de Duero, justamente debajo del
castillo recientemente adquirido por el ayuntamiento.
Narciso
Sentenach, en su estudio sobre los arévacos (1914), esgrime primero la tesis de que
Auxenia sería la actual Berlanga, pero en una excursión arqueológica cambia su teoría,
según explica: "Forma el río Escalote, que corre por el sur de Berlanga, unas hoces
de tan inexpugnable corte, que por aquel lado no hay posibilidad de ataque alguno: en una
de ellas se asienta aún su imponente castillo medioeval, que domina el desmantelado
palacio de sus marqueses; pero por el lado opuesto la subida no tiene nada de escarpada,
antes al contrario, es suave y de fácil acceso. En la cumbre del tajo aún se distinguen
trincheras y pasos excavados en la roca, pero en la ladera la muralla ha sido arrasada de
tal modo, que parece no haya existido nunca (
) Que fue ciudad ibera no cabe duda, y
hasta restos se conservan cerca de ella de castros romanos, desde donde debieron ser
combatidos. Por todas estas particularidades, por su proximidad a Numancia y a Titia,
según determina Appiano, por su situación del lado de acá del Duero para los ejércitos
invasores, y en el riñón de la región arévaca, surge de la inspección ocular de tan
fuerte posición el recuerdo de aquella antigua ciudad, tan heróica como combatida".
Se refiere a Segeda, de la que en otro lugar de su estudio dice: "(
) pero su
originaria importancia estratégica se comprende al contemplar el barranco por donde
discurre el río Escalote. Nada más suntuoso ni inexpugnable que aquellos acantilados;
tajada la roca a pico, imposible atacar los fuertes de la cima (
) En la cima se
asienta, a la derecha, el castillo, y a la izquierda se pueden reconocer restos de
antiquísima ciudad o fortaleza. Insisto ahora más en la opinión que para mí esta fue
la tan debatida Segeda
". No está muy conforme con esta teoría Blas Taracena;
en su carta arqueológica dice que "los escasos restos encontrados de cerámica
celtibérica no consienten interpretación tan amplia". Lo cierto y comprobado es que
ha aparecido cerámica celtibérica y que no se ha hecho nada por comprobar qué tipo de
ciudad hay debajo y por los alrededores del castillo de Berlanga, al contrario de otras
ciudades y necrópolis, objeto de excavación metódica. También puede verse todavía
restos de ese muro arrasado y, sobre los lavaderos, al filo del corte frente al cerro en
el que se asienta la fortaleza, quedan restos bien visibles de obra romana desde la que,
casi con seguridad, se atacaría a la ciudad que allí se asentara.
Sentenach,
siempre nutriéndose de las fuentes clásicas y, en base a ellas, organizando el
complicado mosaico, tanto de los distintos pueblos celtíberos, como de las causas de las
guerras, asegura que los segidanos, ante el ataque de Novilior, han de abandonar la ciudad
por no tener terminadas las murallas, motivo del inicio de estas guerras. Y retroceden
hacia Numancia, aunque con posterioridad salieron al encuentro de los romanos
"emboscados en una garganta, dieron contra las cohortes del cónsul Novilior,
causándoles tales pérdidas que los desbarataron por completo". Al parecer este
hecho se produjo en alguna garganta de las primeras estribaciones de la Sierra de Santa
Ana. Estos incidentes, como hemos dicho, dan lugar a la primera guerra numantina,
considerando Lucio Floro que "nunca se vio de guerra alguna más injusta, pues no les
era dado a los numantinos dejar de acoger a los segedenses, que eran sus socios y
parientes, cuando no de otro modo pudieran haber escapado a los romanos".
Hemos
mencionado más arriba a Estrabón, fuente ineludible para situar los distintos pueblos
que habitaron lo que hoy llamamos España. "Son tambien ademas Ciudades de los
Arevacos Segida y Palancia", dice en su Geografía. A esto apostilla, en 1787, Juan
López lo siguiente: "Segida, Ciudad de la España Tarraconense; según Estéfano, de
la Celtiberia. Plinio lib. 3 cap. I coloca una Segeda entre el Betis y la costa del
Océano (
) Estrabón pone a su Segida entre los arévacos, por lo cual parece ciudad
diversa". No resulta extraño esta diversidad, e incluso puede servir para
seguir argumentando a favor de que la Segeda arévaca sea la actual Berlanga. La otra
Segeda de Plinio se halla, como otros autores suponen, en Extremadura, y es cierto que
también allí, en la actualidad, existe otra Berlanga, concretamente en la comarca de
Llerena, provincia de Badajoz. Luego no resultaría extraño que los romanos, una vez
aposentados en la península, cambiaran nombres iguales arévacos o celtíberos en
general, por idénticos romanos. Knapp sitúa otra Segeda en territorio de Cuenca y
también esta es llamada más tarde Valeria. Tenemos pues dos Segedas/Valeria medianamente
documentadas y una tercera Valeria (Berlanga de Duero), donde algunos investigadores
sitúan una tercera Segeda.
Que debió
tener relevancia histórica está fuera de toda duda. Además, a partir de Floro (libro
I), quien la menciona al escribir sobre el fin de la guerra de Sertorio, con el nombre de
Valerantia, junto a otros importantes enclaves (Termes, Uxama, Calagurris
), y
durante toda la Alta Edad Media, Berlanga ha sido nombra con este nombre romano. Según
Nicolás Rabal, en la época romana fue nombrada Augusto Valeriana, en honor del emperador
Valerio, quien la hizo colonia.
Carmen García Merino, parece corroborar el paso por los
alrededores de Berlanga de la vía Uxama-Segontia, gracias a la existencia de una villa
romana en Aguilera y dos en término de Bayubas de Abajo. Junto a las calzadas se
construían villas y las calzadas discurrían cerca de las ciudades, es decir, que villas,
ciudades y calzadas estaban íntimamente ligadas en la época romana. Y don Gonzalo
Martínez, en sus "Comunidades de Villa y Tierra de la Extremadura castellana"
escribe de la "calzada romana que enlazaba Osma con Medinaceli, donde se va a
levantar la villa que será cabecera de una nueva Comunidad de Villa y Tierra:
Berlanga".
En la
actualidad el autor Francisco Burillo Mozota, profesor de Prehistoria en Teruel, nacido en
la provincia de Zaragoza, en su "Los Celtíberos, etnias y estados", ni tan
siquiera sugiere que Segeda, Segida o Belgeda, más tarde Valeria o Valeránica, pudiera
ubicarse en la actual Berlanga, haciendo válida la tesis de su ubicación en las ruinas
de Belmonte, en la provincia de Zaragoza. Aunque en su bibliografía recoge
"Arévacos", de Sentenach, ignora por completo su tesis. Más grave resulta que
en la publicación "El origen del mundo Celtibérico" (actas de encuentros
llevados a cabo en Molina de Aragón en 1988), arqueólogos y estudiosos sorianos no
citen, entre la bibliografía consultada, a Sentenach.
Fuente de
la Historia es la tradición oral cuando no existe escrita- y los topónimos, aunque
evolucionados, se cuentan entre las fuentes. Pues bien, tradicionalmente a Berlanga se la
ha llamado Valeránica o Valeria. En Crónicas como la de Alfonso X el Sabio, muy
preocupado por las etimologías, y anteriormente en las de Ximénez de Rada, se la llama
"Valeranicam, quoe nunc Berlanga", nombre que, con seguridad, habría sido
recogido de la tradición popular, teniendo en cuenta que "sólo" habían pasado
diez siglos desde que se conociera con este nombre.
Sobre esa
ciudad de los bellos o arévacos, todos celtíberos, con Segeda como nombre u otro, qué
más dá, se construiría siglos más tarde una fortaleza que ayudaría a defender la
frontera del Duero, cuando los cristianos se empeñaron en echar a los musulmanes. Por
tratarse de tan importante enclave defensivo, se han asociado al viejo castillo los
nombres de los más famosos guerreros de la época: Galib y Almanzor por los musulmanes y
Rodrigo Díaz de Vivar por los cristianos.
Hemos
recogido de las distintas crónicas de la época consultadas, algunos datos que puedan
servir para conocer algo más de la historia del castillo anterior, sobre el que se
construyó el que todos conocemos.
Fernando I
(muerto en 1065), hijo de Sancho III de Navarra, unificó por primera vez los reinos de
Castilla y León. Este rey hizo construir lo que en la actualidad se conoce como
"Panteón de los Reyes", en León. Hacía el 1060 lleva a cabo una expedición:
"Partiendo del SE sorprendió la guarnición de Gormaz, pasó a la otra orilla del
Duero por Vadorrey y conquistó el oppidum de la Aguilera. Berlanga, circuida de muros y
acastillada, tras un asalto, se abandonó por su numerosa población agarena y fue ocupada
por el rey". Al morir, el reino es de nuevo repartido. Se trata de esa parte de la
Historia tan bien conocida, ya que entra en juego la figura de Rodrigo Díaz de Vivar y la
archifamosa "Jura de Santa Gadea", sin documentar, por lo que debemos dejarla en
el mundo de la tradición. Lo que sí está documentado es que a la muerte de Fernando I
su reino vuelve a fraccionarse y es repartido entre sus cinco hijos, y no tres como se
cuenta en películas sin demasiada base histórica. Muerto Sancho, el primogénito, será
Alfonso VI el que reúna casi todos los reinos y el que conceda, en 1087, la villa de
Berlanga y el castillo de Gormaz al Cid Campeador. Ambas plazas son entregadas en
prestimonio (préstamo), que no de forma vitalicia ni hereditaria, con lo cual tiene la
obligación de conservar en buen estado la tierra que había recibido y prestar al rey
servicio de armas. Con este gesto el rey Alfonso VI quiere atraer de nuevo a su vasallo
más ambicioso y levantisco, conocedor de sus sórdidas intimidades y con pocos
escrúpulos a la hora de decidir al lado de quien luchar y de sangrar a todo el Levante
peninsular más con sus particulares impuestos que con el filo de la Tizona.
En 1097,
estando ya la fortaleza de Berlanga en poder del Cid, Alfonso VI, el rey europizante,
durante cuyo reinado el Camino de Santiago trajo la influencia francesa, el mismo que
sufriría una gran derrota a manos de los almorávides en Sagrajas (Badajoz) acampa,
curiosamente, en Aguilera y no en el castillo de su recuperado vasallo.
Más o
menos controlados los musulmanes, tienen lugar en la península las luchas entre
aragoneses y castellanos. Se convertiría entonces Berlanga en plaza muy importante
también, ya que si en las luchas entre la cruz y la media luna, su valor estratégico se
hallaba en la frontera del Duero, en las de castellanos y aragoneses pasaría por ella la
línea, más o menos movediza, entre los nuevos contendientes.
Al morir
Alfonso VI el reino pasó a su hija Urraca. Entra aquí la leyenda soriana de la
"torre de doña Urraca". Lo cierto y documentado es que al morir Sancho, el
único hijo varón de Alfonso VI, Urraca (ya casada y con un hijo, el futuro Alfonso VII)
es jurada heredera y, una vez viuda, su padre la anima a contraer matrimonio con Alfonso I
de Aragón "El Batallador", a fin de unir los dos reinos. Los conflictos, tanto
matrimoniales como políticos, surgieron rápidamente. El Batallador trasladó su corte a
Soria, hacia el 1109 "et enderesço el reyno de Castiella tan bien como el suyo
propio; et poblo los logares que estauan yermos: Bilforado, Soria, Almazan et
Berlanga". O sea, que según las crónicas, por estas fechas Berlanga estaba
deshabitada, tal vez desde que Fernando I, hacia el 1060, la conquistó fácilmente, dada
que la numerosa población agarena se rindió rápidamente.
Una vez
enderezados los reinos castellanos, volvió al suyo de Aragón y encerró a su mujer, la
reina, en la fortaleza de Castellar "
et porque era ella muy atrevuda en esto et
en otras cosas el rey metióla en un castillo que llaman Castellar et touola y
guardada
". Puede ser, no obstante, que esta reina estuviera en Soria, pues fue
en esta ciudad donde el marido "que prefería la compañía de sus camaradas, entre
ellos los templarios", la repudió, aunque, desde luego, quedándose él con los
enclaves reconquistados, entre ellos Berlanga.
Durante
bastantes años, ya fuera por políticas matrimoniales o porque andaban los reyes muy
ocupados con la sempiterna Reconquista, las fronteras se mantuvieron más o menos
estables, y Berlanga vuelve a aparecer en las crónicas hacia el 1288, en que el rey
Sancho IV estuvo en Berlanga, junto con el conde don Lope (parece ser un López de
Mendoza, luego Hurtado de Mendoza, señores de Almazán y lugares de alrededor). Después
acudiría allí el infante don Enrique, hijo del rey Fernando y nieto de Sancho IV,
"haciendo desde Berlanga- ayuntamiento de los concejos de los obispados de Osma
y Sigüenza". Sabemos que por estas fechas Berlanga fue, por heredad, de don Enrique,
arriba mencionado, junto con Atienza, Almazán y Talavera. Previamente había pertenecido
a su tío, don Pedro, infante.
Y con
seguridad, tuvo el honor Berlanga de pertenecer a la reina doña María de Molina, la cual
reclamó "las villas y los castillos de Atienza y de Berlanga con los alcázares con
el señorío y con todas las rentas". Más tarde, Fernando IV, hijo de Sancho IV y de
María de Molina vuelve a reclamar Almazán y Berlanga que "estuvo por heredad el
infante don Pedro, hermano de Fernando IV, hijo de Sancho IV, y que era de la reina doña
María, su madre". Las crónicas lo relatan así: 1305. "Muerto el rey Bravo el
reino se perturbo. Doña María de Molina, su viuda, hubo de ejercer grandes dotes
políticas. El infante D. Enrique, tío del rey y gran bolliciador, aposentado en
Berlanga, quiso mover los concejos de la Extremadura del Duero, convocándolos en dicha
villa oponiéndose el consejero de la reina". La reina le entregó, junto con otras,
la villa de Berlanga para sosegarle.
Unos años
después (en 1311) pasaría por Berlanga don Juan Manuel (escritor, intrigante y tío del
rey, autor de los famosos cuentos medievales, entre los que destaca "El conde
Lucanor"), nieto de Fernando III de Castilla "veno a terra de Almazán et de
Berlanga, que era del infante don Pedro, et fizo mucho mal et levó ende mucho
ganado".
Alfonso XI
(1311-1350), hijo de Fernando IV y de Constancia de Portugal, contrajo matrimonio con
María de Portugal de la que tuvo a su sucesor Pedro I. A partir de 1329 "vivió
sometido a doña Leonor de Guzmán, que le dio varios hijos uno de los cuales Enrique II
de Trastámara llegaría a reinar en Castilla". Alfonso XI deja la villa y tierra a
su hijo bastardo infante D. Tello, señor de Vizcaya, hijo de doña Leonor de Guzmán,
Trastámara por consiguiente. Una hermana de don Tello, Leonor, casa con Juan Fernández
de Tovar. Con todo rigor puede decirse que los señores de Berlanga son descendientes
directos de reyes, aunque por línea bastarda, lo cual no debe sorprender si se tiene en
cuenta que la mismísima reina católica, Isabel I, descendía directamente los
Trastámara, bastardos, pero reales.
A partir de entonces, la fortaleza de Berlanga es ya muy
conocida, así como sus señores, gracias a la abundancia de fuentes escritas, por lo que
sólo me detendré para decir que fueron los berlangueses más pacíficos que los
naturales de Frías para aceptar el señorío de la familia. Aquellos se defendieron tanto
al igual que en su día lo hiciera Ágreda y Ólvega- que hubieron de ser asediados.
Se conserva por esta villa burgalesa uno de los lemas de la familia Velasco, nada
halagüeña para ellos, y que da idea de la soberbia de los señores de Berlanga:
"Antes que Dios fuera Dios/y los peñascos, peñascos/ los Quirós eran Quirós/ y
los Velasco, Velasco". Pero las villas y aldeas, a lo largo de muchos siglos, no
podían escoger señor excepción hecha de las behetrías- y estaban bajo el poder
de la corona de realengo- o de los señores. Parece ser que no tuvo mala suerte
Berlanga, a pesar de la soberbia de los Velasco (algo que debía ser común en los
nobles), pues hicieron de la villa su lugar más frecuente de residencia y por los cargos
que iban ostentando en el entramado social (Condestables entre ellos), se veían obligados
a recibir reyes, príncipes, infantes y nobleza en general, por lo que reconstruyeron la
vieja fortaleza y edificaron el hermoso palacio.
Y puesto
que recibían los impuestos de la época -no sólo de la Tierra de Berlanga pues momentos
hubo en su historia en la que a base de enlaces matrimoniales llegaron a repartirse media
provincia los Medinaceli y ellos- se ocuparon de alimentar las almas en la Colegiata y en
el convento fundado a sus expensas, cuidando también las enfermedades en el hospital de
San Antonio.
Después de
esa historia tan densa y tan documentada, los franceses y la abolición de los señoríos
se ocuparon de devolver la propiedad al pueblo. Durante dos siglos han sido los
berlangueses, sobre todo en su infancia, los verdaderos propietarios de ese espacio,
disfrutándolo y viviéndolo. Los señores de la fortaleza a base de "dreas"
desde los peligrosos y rotos muros que dan al Escalote, los cazadores de murciélagos en
la "cueva oscura", los que a pedradas (así son los niños) destrozaran alguna
estatua de los renacientes jardines del palacio construido a las faldas de la fortaleza.
Los niños, sin duda, quienes se deslizaban por la ladera, sobre las regacheras hechas con
agua u otros líquidos, sin saber que lo hacían sobre una ciudad celtíbera, después
romana, tal vez mucho antes de todo ello castro de rudos invasores centro europeos,
después escenario de luchas sin fin, y ellos, los niños, los señores de la fortaleza,
ajenos, como debe ser, a todo ello, privilegiados como nadie de poder contar para sus
juegos y sus sueños, de un hermoso castillo con cuevas, mucho peligro y hasta armas (más
de una aparecería) con las que erigirse en dueños y señores.
©
Isabel
Goig Soler
publicado en este número |