Afrontar
lo que de mágico pueda tener la ciudad de Soria y sus alrededores no
es, en principio, tarea fácil para quien en ella vive habitualmente.
Se la tiene
demasiado cerca para verla. Me ha sido necesario recurrir a un verdadero
ejercicio de distanciamiento y extrañamiento (al que ha colaborado
inevitablemente mis frecuentes ausencias por mi trabajo en Madrid) para
conseguir ver en esta ciudad querida algo distinto al paisaje familiar y
cotidiano. De lo contrario, tan lleno estaba el bosque urbano de "árboles",
que no hubiera podido verlo…
Y esa Soria, toda,
presente y futura, pero sobre todo pasada, estaba ahí, esperando, debajo de
la barbarie ciudadana: más en el recuerdo infantil, lleno de dickensianas
callejas, que en la monstruosidad actual. Más en lo que fue: casonas góticas
y calles de burgo medieval, que en lo que es: enranciados ejercicios de
primero de arquitectura llenos de pueril admiración por el paleterismo
pseudobauhausista. Museos cerrados durante décadas donde campa luego la
desidia y el mal gusto.
Vista del Duero desde San Saturio
Es esta una ciudad infinitamente más provinciana que la que conocí
antaño. Se ha perdido lo peculiar y característico: aquellos cientos de
pequeños ambientes microscópicos, talados como lo fueron los robledales o
hayedos de nuestros bosques en beneficio –en el mejor de los casos- del
prosáico pino. Y hay que decir que esto no ha sucedido así en otros lugares.
Citemos los casos de Avila y Segovia, que no necesitaron sacrificar su
patrimonio arquitectónico para allanar el camino a un hipotético progreso
que les llegó, además, mejor y más abundante que a nosotros. Los
sacrificios propiciatorios que, por magia simpática, debían atraernos la
industria fueron, además, estériles. Para colmo Avila y Segovia, por no
salirnos del ámbito castellano viejo, son hoy ciudades Patrimonio de la
Humanidad, por sus calles pululan el doble de población que por las sorianas
e incluso una de estas dos capitales no ha necesitado debelar sus
archiconocidas murallas para colonizarnos periodísticamente. Alguna
moraleja, digo yo, cabría extraer de todo esto…
Quedan, no obstante,
mínimos rincones en la calle Zapatería o Real que pueden servir para
reconstruir in mente lo que Soria fue. Sin olvidar, claro, los
llamados monumentos, verdaderos náufragos aislados en la debacle
circundante. Admitamos que Soria no fue nunca un emporio de riqueza y que
sus monumentos y edificios nunca han sido tan numerosos y notables como los
de las otras ciudades castellanas. Pero, con todo, una calle como era la de
Caballeros, conservada mínimamente, hubiera sido una ruta amena y agradable
entre San Juan de Rabanera y el Espino, por poner un ejemplo claro y
accesible. En la actualidad ¿a dónde enviar a los visitantes o turistas que
nos pregunten por la Ciudad Vieja o El Casco Antiguo. Algo de
lo que ninguna ciudad castellana carece y hoy Soria no tiene más que en el
recuerdo. Ya sé que (¡Transición Pactada!) no está de moda buscar
responsables. Pero los hay, y yo les preguntaría, tan sólo ¿Qué obtuvo Soria
a Cambio?
Vista de Soria desde el
castillo
©
Antonio Ruiz Vega
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