Aunque reconozco que es este un tema que dejó de interesarme hace ya
bastantes años he de confesar que, en su día, dediqué buena parte de mi
tiempo libre a documentarme, en los libros y sobre el terreno, acerca de
esta enigmática orden religioso-militar y, especialmente, de sus andanzas
por tierras de Soria.
Otros lo han hecho,
especialmente Juan García Atienza que en su La meta secreta de los
templarios se ocupaba con bastante extensión de los templarios de la
tierra de Soria. Fue la lectura de aquel libro lo que inició en mí, y en
otras personas, el interés por esta orden.
San Polo es
seguramente el cenobio templario más conocido por la proximidad a la
capital. También lo es el enclave de Ucero, que unos quieren San Juan de
Otero, pero que, en realidad, no tenemos ningún motivo serio para no seguir
llamándolo "San Bartolomé". Otros enclaves, no tan conocidos, los tenemos en
Castillejo del Robledo, Agreda, San Pedro Manrique (San Pedro El Viejo),
Yangüas, etc.
Tradiciones,
leyendas y consejas nos hablan de la presencia de templarios en las ruinas
de San Adrián (Sierra del Madero) y Morón de Almazán, donde hubieran
excavado un largo pasadizo.
Templarias pudieran
ser unas ruinas cerca de Peñalba de San Esteban que en el mapa 1:50.000 se
denominan "Coto del Prior" y que en el de Tomás López vienen señaladas con
una crucecita y un lacónico "Fue de Templarios". Por su parte Teógenes
Ortego en su libro sobre Agreda habla de templarios en Almazán, Rioseco y
Caracena y Miguel Moreno cita algunas habladurías populares que los quieren
en Velamazán. No olvidemos también los restos que aún se conservan,
irreconocibles, en la cumbre del Cerro de la Trinidad, entre La Rubia y
Fuentelárbol, donde bien pudiera encontrarse ese San Juan de Otero, que
otros buscan en el cañón del Río Lobos.
El suma y sigue, que
agrupa evidentes restos arquitectónicos junto a leyendas intangibles,
alcanza, al menos, los 14 enclaves, ninguno de los cuáles debió de ser
encomienda propiamente dicha a excepción de ese "San Juan de Otero", fuera
el que fuese, que Campomanes cita en su famoso libro sobre la orden como uno
de los 12 conventos más importantes de España…
Otros
debieron ser meras granjas, como el enclave de Agreda, cuando no escuetos
eremitorios como el de San Adrián en la Sierra del Madero.
Castillos de algún
fuste sólo se conserva el de Castillejo, aunque algunos autores harían
templario el de Ucero…
En cuanto a Leyendas
con caballeros mitad monjes mitad guerreros como protagonistas, hay al menos
tres.
La más conocida es,
desde luego, la Becqueriana del "Monte de las Animas", que todos los
sorianos hemos leído antes o después con un nudo en la garganta. En ella se
nos habla de una hipotética batalla entre los monjes y los nobles linajes de
la capital por la posesión del Monte de las Animas, que se saldó en tablas y
con una sarracina por ambos bandos. Desde entonces, cada noche de Todos los
Santos vuelven los espectros a repartir estopa bajo las carrascas y mejor
para todos si nadie se aventura a darse un garbeo en esa noche por las
umbrías del Monte de las Animas.
La segunda leyenda está ambientada en el monasterio, hoy una pura ruina, de
San Adrián, en la Sierra del Madero y habla de espectros de ectoplasmas de
templarios que recorren la sierra en las noches sin luna. Por fin, en
Castillejo del Robledo, se sitúa una tradición algo más elaborada que tiene
por protagonistas a los caballeros del Temple. Todas ellas pueden leerse
completas en el tomo de LEYENDAS DE SORIA recopiladas por Florentino Zamora,
cuya lectura, por lo demás, recomiendo.
Mientras en Francia,
cuna de esta orden religiosa, la bibliografía existente es numerosa, no
ocurre lo mismo en España, o al menos no ocurría hace unos años, ya que la
floración de títulos ha sido considerable en los últimos años, aunque en
muchos casos verdaderos desvaríos.
Los asentamientos
templarios en la península ibérica comienzan cuando ya la orden estaba
firmemente establecida en Francia y en otros países. Su presencia en España
está justificada por su participación en la Reconquista contra el Islam,
misión esta que tenía la categoría de verdadera Cruzada para la Cristiandad.
El desarrollo de esta orden será en España bien distinto y, por ejemplo,
también lo será su final. Mientras que en Francia los templarios son
víctimas de una confabulación de la monarquía y de la Iglesia, en España
logran mantener su integridad y enfrentarse con éxito a las maniobras
contrarias hasta el punto de que los procesos incoados contra ellos no
consiguen prosperar y se les permite integrarse en otras órdenes religiosas,
algunas creadas ex profeso para ellos. Podríamos, incluso, decir que el
florecimiento de órdenes religioso-militares en la España de la reconquista
(ahí están las de Calatrava, Montesa, Alcántara, Santiago, San Jordi de
Alfama y la Orden del Cristo en Portugal) sería muy difícil de explicar sin
la presencia e influencia de los templarios.
Desde principios del
siglo XII los templarios comienzan a implantarse en los diversos reinos
peninsulares, sobre todo Aragón, aunque también Castilla y Portugal.
Generalmente los monarcas les concedían territorios que todavía no habían
sido tomados a los árabes y que los templarios podían conservar para sí y
lograban reconquistarlos, lo que no siempre alcanzaban. Los monarcas
conseguían así favorecer la religión sin perjuicio de sus intereses a la vez
que ponían a gente de armas en las zonas fronterizas y, por tanto, más
peligrosas.
Sabemos que en el
año de 1176 entre las huestes que acompañaban al monarca castellano Alfonso
VIII, gran favorecedor de Soria, a la conquista de la ciudad de Cuenca, se
hallaban caballeros templarios, como también estuvieron, años después, en la
batalla de las Navas de Tolosa.
En cuanto a Soria,
que por aquellos años es reconquistada también (me refiero a la capital), se
debate entre su adscripción a tres reinos cristianos, a saber: Navarra,
cuyos límites llegaban hasta el cercano pueblo de Garray y cuyo rey Sancho
repobló la ciudad, Aragón, que con Alfonso el Batallador llega a ocupar
buena parte de la provincia y, por fin, Castilla, que finalmente mantendrá
para sí y desde entonces a Soria y su Tierra. Son años fundacionales y a la
ciudad de Soria, entonces rodeada completamente por una muralla de
respetables dimensiones afluyen cristianos de diversas partes de la montaña
cántabra y de Euzkadi, también, como hemos dicho, navarros y aragoneses.
Para afincar a esta gente en sus nuevos asentamientos se les ofrecen Cartas
Pueblas, verdaderos catálogos de privilegios que hacían hombres libres, no
lo olvidemos, en un mundo que era esencialmente feudal. La ciudad de Soria
recibe su Fuero, a imitación y modelo del de Sepúlveda, en la mejor
tradición foral y democrática de Castilla y recibe también los primeros
nobles, que inspirándose en la fabulosa Tabla Redonda crean una institución
aristocrática y caballeresca denominada De los doce linajes que
perdurará con altibajos hasta el siglo XIX. Es también el momento de la
llegada de las órdenes militares: templarios y sanjuanistas.
Ambos se sitúan a
otro lado del Duero, donde aún hoy día subsisten las ruinas de sus dos
monasterios, el de San Polo y el de San Juan de Duero. Piénsese que la
ciudad estaba mucho más orientada hacia el Duero y que, por ejemplo,
terminaba en la calle Puertas de Pro¸que eran unas de las que
taladraban la muralla, y aún pueden verse restos de la misma y un par de
cubos o torreones.
Además
de este convento de San Polo, la provincia de Soria tuvo buen número de
asentamientos templarios, muchos de los cuales no conocemos sino por la
leyenda mientras que de otros se conservan restos más o menos sugerentes.
Hay constancia
histórica o al menos tradición de enclaves templarios en los siguientes
puntos de Soria: la ermita de San Bartolomé de Ucero en el Cañón del Río
Lobos, no lejos del Burgo de Osma. En Almazán, junto al Duero. En Rioseco de
Soria. En las proximidades de San Pedro Manrique, en un lugar llamado San
Pedro el Viejo. En la villa fronteriza con Aragón, Agreda. En Castillejo
del Robledo, en el confín con Burgos y Segovia. En el llamado Cerro de la
Trinidad o de San Juan, cerca del puerto de Oncala. En las ruinas próximas a
Peñalba de San Esteban, llamadas hoy La cerrada del Prior y que
figuran en un mapa del siglo XVIII con la expresión Fue de Templarios.
En la villa de Yanguas, cercana a la Rioja. En la Sierra del Madero, donde
se pueden ver las ruinas del convento de San Adrián. También en Morón de
Almazán.
©
Antonio Ruiz Vega
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