De los cuatro elementos de la naturaleza, son el
agua y el fuego los que siempre han causado en el hombre más
fascinación. El aire no se ve y la tierra es aquello sobre lo
que pisamos, lo que nos sustenta, a lo que estamos más
habituados. Pero el fuego y el agua son visibles, perceptibles,
sólo en momentos determinados. El fuego cuando lo provocamos, y
el agua en el momento que decidimos acudir a un paraje por donde
discurre, salvedad hecha de la que nos cae desde las nubes.
En cualquiera de sus tres estados, líquida,
sólida y gaseosa, el agua ha sido estímulo para poetas y
escritores, para pintores y fotógrafos, como estas fotografías
que hoy mostramos, y que se deben al buen ojo y encuadre del
periodista José Luis Bravo.
Los filósofos griegos utilizaron el agua para
ejemplificar la vida misma. El todo fluye nada permanece o, lo
que es igual, en los mismos ríos entramos y no entramos, somos y
no somos, del efesio Heráclito, sigue, hasta ahora mismo, casi
veintiséis siglos después, utilizándose como aforismo escueto al
que nada es necesario añadir.
El agua, generador de vida, tiene sus propios
dioses y diosecillos. El poder del agua en general y de las
fuentes en particular, requería ser personificado por deidades.
Hydros, Almón, las Doncellas del Rin, conocidas gracias a la
trilogía de Wagner, El anillo de los Nibelungos. Náyades y
Ondinas fueron, con la intervención de la Iglesia, sustituidas
por santos y vírgenes.
En Soria hay variada muestra de santuarios,
grandes o pequeños, relacionados con el agua, a veces con una
fuente, a veces con una pequeña corriente de agua. Por ejemplo,
en Bliecos, la Virgen de la Cabeza, con manantial que surge bajo
los pies de la imagen. En Trébago la de la Virgen del Manzano.
Junto a la de la Soledad, de Barca, discurre el arroyo
Valdemuriel en busca del cercano río Duero. Muy cerca de la de
la Blanca, en Suellacabras, mana una fuente de aguas
medicinales. Junto al río Carabán, en Carabantes, se levantó la
ermita dedicada a la Virgen de la Mata. La ermita de la Virgen
de las Lagunas, ya en ruinas, al Oeste provincial, no necesita
más explicación que su propio nombre. La de la Virgen de los
Santos, en Borobia, se asienta a la orilla del río Manubles. El
arroyo San Fructuoso, en la sierra de la Alcarama, dio origen al
nombre (o al revés, se desconoce hasta ahora) de la ermita que
junto a él se alzó y fue importante lugar religioso muy bien
documentado en el siglo XVII. El río Horcajo junto con el arroyo
de la Virgen, discurre cerca del otrora importante santuario de
Nuestra Señora del Monte Seces, en Sarnago, hoy en ruinas. Y así
continuaríamos hasta describir decenas de templos adheridos o
relacionados con el agua.
En Soria, y más concretamente en el Norte de la
provincia, el agua, en sus tres formas, se muestra majestuosa.
La sólida por la altura. La gaseosa por esa misma altura y
cierta abundancia de vegetación que no se da en el resto de la
provincia. Y la líquida, en forma de arroyos y arroyuelos,
porque, recién nacida, discurre hacia el Ebro o hacia el Duero
joven, sin darle muchas opciones a la porosa tierra caliza para
absorberla y sumirla. Así, a partir de noviembre, a veces antes,
es posible ver y pararse a contemplar el Moncayo, la Cebollera,
el Urbión, cubierto de blanco. Y más tarde, cuando el sol haga
su trabajo y derrita ese manto, el agua correrá ligero,
saltarín, en busca del cauce de los ríos para cumplir el ciclo
del todo fluye.
Y esos ríos que van a dar a la mar, formando
deltas y estuarios, siendo los mismos, son otros, que comenzarán
de nuevo su trabajo de convertir el agua en gaseosa, después en
líquida, y más tarde en sólida.
En las fotos, de José Luis Bravo, que acompañan
este comentario, puede verse el agua en sus tres estados.
Hermosos parajes y no menos hermosas imágenes. Las dos últimas
muestran el resultado de la carencia de agua.