Bellísimo el pueblo de Lumías. En
el sur de Soria, un poco a trasmano, ajeno a carreteras
concurridas, sus pocos habitantes viven cobijados por enormes
calizones que albergan rapaces, abiertos a la dehesa y sus
manantiales, mirando el camino de herradura que, sorteando
obstáculos, conduce a otros pueblecillos. Dicen que en remotos
tiempos fue calzada romana secundaria. El río regaba huertas
donde los perales daban frutos pequeños, duros, las peras de
siempre, mentadas por los romanos, derramado el jugo por las
barbillas. Un pequeño paraíso este lugar de Lumías, por donde el
agua corre ajeno a la escasez, se derrama cantarín, en busca de
un cauce que la contenga. Casas de piedra grandes, y ese acceso
coronado de frontón que trae recuerdos griegos, adornado con
pobres geranios -¡recuerda que eres mortal!-, flores duras como
la tierra, pequeñas hojas vellosas que todo lo soportan.