A ese pueblo vacío
de las piedras recias,
donde yacen dormidas
ilusiones viejas,
rodeado de espigas,
solitario en la sierra.
A sus casas de barro,
a sus calles estrechas
de empedrado profundo
que conduce a la iglesia,
reposada entre acacias
donde retumban presas
melodías antiguas
de cristianas leyendas.
A sus tejados curvos
por el peso del tiempo.
A sus gentes sencillas
que vivieron tejiendo
los lomos del campo
al que tanto dieron.
A esa tierra Soriana
a la que tanto quiero,
que se muere despacio
olvidada por todos.
Dale Dios un consuelo
ya que el hombre no quiso;
protégela siempre
de todos los vientos.