relatos
Correo 1
Te
escribo, un poco apurado, este correo , porque dentro de nada comenzará el
debate del Pleno del Ayuntamiento para cambiar el nombre de mi calle; de la
calle en la que vivo, se entiende. Tú, como ya llevas un tiempo fuera no te
habrás enterado, pero yo te cuento. Como dice el calendario oficial: "Todos
los días tristes se parecen, sin embargo los felices tienen cada uno su
sabor" y el día al que me voy a referir, cuando ocurrieron los hechos de los
que trae causa la polémica consistorial, fue el día de la fiesta del éxito
nuclear, esto es, el pasado 6 de agosto. Ya sabes, confeti, banderines en
hilos transversales sobre la calle y el desfile encabezado por los
escuadrones de los niños/as científicos/as. Por cierto, nuestra niña cada
día que pasa da muestras de ser más espabilada, tenemos grandes esperanzas
puestas en ella. Tú me dirás: el desfile lo cerraba, ¡cómo no! la carroza de
McDonald's con unas jovencitas de formas exuberantes ataviadas con
mini-tangas que recordaban los uniformes de los ejércitos, si es que alguien
se parara a observar la escasa tela, aunque bueno, los sombreros de plato
daban una idea; a lo que iba, estas chicas repartían el menú especial de la
celebración y en cuanto aparecieron por el principio de la calle mandamos a
los niños a conseguir su comida, pero ya sabes que vivimos en un octavo, los
ascensores estaban todos ocupados, así que los niños se lanzaron escaleras
abajo, el niño se cayó al doblar el descansillo del quinto, pero la niña
saltó por encima de él y consiguió llegar a la acera a tiempo para hacerse
con su menú. No hace falta que te diga que eso no lo consigue todo el mundo,
ni que yo ya me lo esperaba, porque esta niña siempre barrunta en dónde
colocarse. No veas, una vez de regreso al piso, qué lloros el mocoso y que
orgullosa nuestra heroína. Gracias a ella sólo tuvimos que encargar tres
menús especiales. Pero todavía no te conté la mejor prueba de su sagacidad:
no nos dejó hacer el pedido hasta no haberse asegurado de que el menú que
había subido fuera para su hermano, porque si no, a la hora de comer le
tocaría el frío a ella. Por más que le dijimos que se lo meteríamos en el
micro-ondas, pues que nada: Naturalmente, el regalado se lo terminó comiendo
su hermano. Ya habrás leido el último artículo de nuestro famoso sociólogo
de la tele en el que afirma que la población no dirigente se define por la
fórmula T+C+V-I (por si todavía no lo has examinado te adelanto que las
siglas hacen referencia a: Técnicos, Comediantes, Vendedores e Inadaptados
respectivamente.) Pues eso, que confiamos que la niña nos salga por la T,
pero tememos que el niño se nos quede en una I. En fin, que me enrollo; lo
que te quería contar es que después del desfile se puso, debajo de nuestras
ventanas un viva-la-vida de esos sin-papeles, a tocar no se qué de un
desgraciado retromonógamo que por que no pudo esclavizar a una mujer que en
su enferma imaginación creyó que amaba terminó de pringao tocando el piano
por cualquier lado. Si hubiésemos sabido de antemano que era una porquería
de canción nadie le hubiera hecho caso, pero como fue inmediatamente después
del desfile pensamos que no había acabado aún. Todas las ventanas del
edificio tenían gente asomada escuchando al tío ese y cuando acabó hizo
ademán de solicitarnos limosna mostrándonos la gorra, ya iba a pasar de él
cuando las ancianas del primero B, tan lastimeras como de costumbre, le
lanzaron unos céntimos, entonces las metomeentodo del tercero comentaron
algo con la bruja del cuarto, según me dijo luego la vecina de puerta, pero
¡cómo si las hubiera oído!, que si vaya miseria le daban, que era un día de
fiesta y bla, bla, bla. Al punto va el gilipollas de su marido y se puso a
decirnos a grito pelado a todos los que estábamos a la ventana que a ver
quién lanzaba más dinero y más rápido al hombre y, aullaba:"Hacer diana que
de lo contrario se perderá la pasta". Lo que pasó fue que los céntimos se
convirtieron en monedas de dólar europeo por no ser menos, luego de dos
dólares y al final las pesadas de cinco. Las monedas tiradas desde el
primero supusieron alguna molestia para el musicastro, las del segundo le
dañaron, las del cuarto le hirieron, y las lanzadas desde los últimos pisos
terminaron por abrirle el cráneo. Y allí quedó sobre la acera el muñeco
descompuesto del musiquillo en medio de una aureola de sangre. Por lo menos
no todo fue desagradable, con la recaudación tuvo un entierro digno, cosa a
la que difícilmente podría haber aspirado. Además, desde aquél día los
gitanos no han vuelto a dar la paliza con la dichosa cabra. ¡Esos sí que
saben! je,je,je. Y, bueno, que justamente hoy es el debate que te decía,
porque los representantes municipales del PSOE e IU quieren cambiar el
nombre de la calle para ponerle el de: "Calle de la Música Pagada"; por su
parte los del PP y los nacionalistas quieren conservar el nombre del militar
que liberó a los que se habían intentado liberar alzándose contra la
Constitución Democrática Universal. Las cuentas están claras, hay empate de
votos, de modo que no cambiará nada, pero la discusión promete ser muy
interesante ya que enseguida habrá elecciones. Sin nada más que contarte me
despido de tí, que ya va a empezar. Nos alegramos de que todo te vaya tan
bien. Escríbenos pronto. Hasta otra.
©
Javier Ignacio Cimadevilla 2002
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La
ermita de San Baudelio y España
Entre
la noche medieval que duermen los sarcófagos y el agua libre que corre
bendita, un cubo sin gracia levanta un palmo el ocre sobre la tierra
soriana. Un apenas suspiro de casi nada no llamaría la atención si no
fuera por la curiosidad impenitente de escudriñar en su interior. Tan sólo
entonces, ante el sueño de palmeras y elefantes, que dijera el poeta,
este templo de todos, moros y cristianos, fantasmagórico a fuerza de
expolios y recuerdos, cobra una dimensión, a priori impredecible, agrandándose
como una proyección, hasta alcanzar, desde su inicial humildad, todo el
concepto de frontera.
Frontera tanto quiere decir como mundo, como universo. Frontera es
concepto holístico pues, se define por lo que une sin que quepa la
exclusión. A un lado y otro, de la frontera, se es «algo» de una forma
y no se es «otro» de manera diferente. La frontera marca el «hasta aquí
hemos llegado» y, a su vez, el «desde aquí comienza». Pero, en el
territorio fronterizo, lo más sorprendente es que no caben esos conceptos
de redil ya que, si por algo se define es por su misma indefinición. Esto
la convierte en lugar de todos y síntesis de existencia.
España, como problema, y fuera de citas lapidarias como losas de tanto
autor conspicuo, devoto o atrabiliario, guarda parangón con la cápsula
de fe de san Baudelio a fuer de la tierra desnuda como presentación, de
las columnas retorcidas y de los ornamentos esperpénticos y,
sustancialmente, su «ser» de frontera que no admite concreción en un
modelo sin mengua o amputación. De ahí la dicha de su universalidad y la
desdicha, para quien así lo quiera ver, de su indefinición o dificultad
de circunscribir su identidad.
Para
quienes sientan lo común como encuentro y lo propio como limitación se
acepta, no ya con benevolencia o tolerancia, sino como mandamiento, el
mestizaje, argamasa esencial para el adobe que resulta de todas las
diferencias.
Atrapada,
la ermita, en el retrovisor del automóvil, se percibe el aroma del
silencio que la soledad produce, mientras, conmueve el ánimo el pensar
que, en España, lo que calla, cruje.
©
Javier Ignacio Cimadevilla 2001
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Donde
Calatañazor
El
alma es tenue, delicada, frágil; fina telilla de seda. Ingenuamente, a
modo de juego, de forma espontánea, vamos construyendo la
"persona", abrigo de aquel nuestro ser siendo; la cara recia,
dura, social que sonríe y da la espalda.
Es la propia inconsciencia de la fábrica la que da primera ocasión para
que, por azar o rectamente, sobrevenga el desgarro o la ruptura que el
desprecio, la maledicencia, la calumnia, la traición o el olvido
provocan. Allí donde el ser humano se ha desanimado, la persona, lastima
el cuerpo produciendo heridas que sólo el tiempo cicatrizará al precio
de convertirle en hontana de recelos, y, de entrar en una espiral de
paralogismos que, reconoce su obsesión provagando en el oficio de
malignar.
¿Dónde
des-devenir-se?
Ciertamente, en un lugar donde se obren prodigios; donde las águilas
vuelen elevándose a los pies de los hombres; donde los invencibles
poderosos pierdan su alegría; donde hayan dejado su sello los saberes de
los dos mundos, sean: egipcios y aztecas; donde la historia ya no lo sea,
porque "historia" tanto quiere decir como: dinamismo en pos de
un fin, y esto no vale para lo que ya es fin en sí mismo; donde aún
permanezca el espíritu de los bordadores capaces de reparar esas telillas
finas, tan sensibles y valiosas; donde se pueda hallar redención
ante el Cristo del Amparo y acariciar las piedras de la resurrección.
Donde Calatañazor.
En donde Calatañazor el alma muerta, como la esfera del reloj, como la
esfera de la luna, gira sobre su ayer y renace en plenitud.
©
Javier Ignacio Cimadevilla 2001
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El
milagro de Chema, el cazador
A
Lorena Villamil
I
Ciertamente
hay más personas gurdas que longánimas. Aquéllas, además de la
solvencia de la mayoría, cuentan con la indudable ventaja de gozar, en épocas
de escasez de trabajo, de prioridad en el acceso a los empleos
subordinados, tales como presidentes de gobierno, directores de periódico,
locutores de televisión o ujieres de juzgado. Si se mira bien, cualidades
reúnen para merecer esas canonjías. No es la menor, la que se podría
denominar una convicción consignada, es decir que, mediante un proceso de
reflexión automatizado, consiguen alcanzar el nirvana de la íntima
coligación con las consignas oficiales, aunque sea ex post facto y a
contrachapado de la carrocería de ayer, pero eso es lo de menos; lo que
cuenta es el ser uno mismo. Filósofos de los meandros, podríamos
decirles; políticos del río amarillo, que cuando lleva razón se
desborda. No es de extrañar que suelan padecer del hígado. Necios de
semejante calibre no tienen empacho en comulgar con ruedas de deshechos
radiactivos, si fuera de necesidad. Llegado el caso, alguien de esta
naturaleza, pongamos por caso, al explicar el "Guernica" de
Picasso a un inocente, le dirá: "Se trata de una estampa de feria
puesto que hay toros, caballos, madres con sus hijos por la
plaza...". El desconcertado tercero conocedor, probablemente, padezca
esa suerte de parálisis que, en primera instancia, ocasiona la
estupefacción y, quizás, no logre sino llegar a balbucear un " ¿Pero,
qué dice?"; ante lo cual el necio espetará: "¿ Acaso no es
verdad lo que he dicho? ¿No contiene esas cosas la pintura?". Aquí
se produce el punto de inflexión, pues el buen tercero reconocerá con un
tibio: " Sí, pero...". "Nada de peros, o sí o no",
volverá a contraatacar el insensato. De esta forma, el ingenuo receptor
habrá de valorar entre la rotunda afirmación y seguridad del uno y el
asentimiento y titubeos del otro. Aquí se halla la perdición de los
hombres honrados o sabios, porque la verdad, siempre es algo que se
descubre, que se reflexiona y matiza, mientras que el mal es directo e
inconsciente como una cuchillada. La conclusión será triste, el sabio
parecerá tonto, el honrado necio, y el sinvergüenza, clarividente y
preclaro; seguro de sí mismo, será adoptado como instructor por el
pardillo.
II
Chema, el cazador,
era de aquella terrible raza de individuos. También era conocido como uno
de los "décimos de mercado" puesto que había encontrado
trabajo como cajero en un supermercado, y en el pueblo llamaban de tal
manera a los que habían conseguido colocación gracias a las medidas
antidiscriminatorias que reservaban el diez por ciento de esos puestos de
trabajo a hombres, con la finalidad política de borrar la imagen pública
de ser únicamente las mujeres quienes realizasen esa labor. De él se
contaban, en círculos privados, chascarrillos que, pese a su primera
apariencia de inverosimilitud, tenían un no sé qué de majadería
consecuente que los hacían creíbles de primeras a quienes escuchábamos.
Por ejemplo, el que se refería a su ideología. Nos lo contaba una noche
de carajillos Mari Carmen, la vitorera: "Como te digo, con su mandil
viejo y deshilachado, mientras fregaba los platos en el 'bañal', nos dio
un mitin sobre la libertad de mercado y capitales y acerca de la necesaria
contención de los salarios que pensábamos no iba a terminar nunca. Lo más
impresionante era que por la ventana de la cocina entraba la luz del crepúsculo
y le daba tan directamente que aparecía, ante nosotros, realmente como un
iluminado". Lo que decía: puede que para ustedes resulte fantástico
que uno de los "décimos de mercado", mientras limpia los platos
de restos de tortilla de patata, sienta su espíritu tan imbricado con las
finanzas internacionales, pero no me podrán negar que ese detalle de la
luz achacosa, amarillenta y sucia, de pasillo de hospital, que atrapa los
anocheceres en el pueblo, le da un marchamo de certeza notarial a esta
historia.
Había más, claro
está; de dónde procedía su mote principal, sin ir más lejos. Doy mi
palabra que si no me lo hubieran dicho Manolo el chigreru, Marián la
feminista y la buenaza de Tolina la de Maíllo, no me atrevería, en este
momento, a asegurar como cierto lo que les voy a narrar; pero, claro, son
tres testigos de los que no mienten, y ante los tres se ufanó Chema. El
caso es que ultraliberal y competitivo como era, el susodicho no tenía
contención ni consolación ante el revés del fracaso o la contrariedad
por nimia que fuera; para él no existía eso de lo importante es
participar si no que sólo servía ganar, vencer, conquistar el éxito; de
los perdedores nadie se acuerda.
Iniciado en la caza
menor por su augusto padre, que Dios tenga en su gloria, si es que alcanza
para tanto, padeció, desde la más tierna infancia, la frustracción de
no haber sido bendecido por los dones de la vida con la más mínima
habilidad para hacer puntería ante diana alguna. Se dice, incluso, que
protagonizó algún que otro altercado en época de fiestas por disparar,
en las barracas de tiro, a los puros en lugar de a los palillos que los
sostenían. Todos, quien más quien menos, tenemos nuestra particular
experiencia de la perspectiva unilateral que toma la vida a consecuencia
de las rémoras manifestadas durante la infancia de cada cual; no
obstante, resulta, digamos, un poco fuera de estadística obtener la
compensación, una vez adultos, al modo en que la obtuvo nuestro conspicuo
vecino. Pongo por delante la honorabilidad de mis testigos y refiero que
cada miércoles, día de mercado, al mediodía, en sus horas de descanso y
una vez diluido el gentío de las más prietas horas, recorría los
tenderetes de pajarillos a la búsqueda de la más espléndida pieza de
serinus canarius canarius, como a él mismo le gustaba decir, no conformándose
con menos de dieciocho centímetros de pico a cola, con vistoso plumaje,
pues al final todo es cuestión de estética, conforme solía afirmar. Los
vendedores (esto lo sé por otras fuentes) conocedores del percal,
trataban de convencerle asegurándole la procedencia directamente de
Holanda o de Norwich del animalillo que se considerara, lo cual también
les reportaba un ligero incremento en el margen comercial si es que, al
fin, lograban que lo mercara, circunstancia que anticipaban cuando lo veían
aparecer con una bolsita de higos. Tampoco, es cierto, faltaba quien
entregara al pajarillo como en otros tiempos y lugares pudieran haber
entregado unos amantes padres a su hija: como virgen sacrificial, y,
asimismo, quien simple y llanamente se negara a la venta, ocasión
entonces de algún berrinche solucionado por la buena acción mediadora
del guarda jurado. Ya en su casa introducía al infeliz canario en una fría
y vulgar jaula metálica y lo alimentaba hasta el sábado siguiente con
los frutos referidos procurando, durante ese tiempo, y siempre según sus
propias palabras, ganarse su confianza. Llegado que fuera el día señalado,
se levantaba con las primeras luces, desayunaba fuertemente, se embutía
en su uniforme de cazador, ceñía la canana, cargaba la escopeta,
colocaba una silla a treinta centímetros de la jaula , se sentaba
apoyando los brazos sobre el respaldo y los cañones sobre la portezuela
abierta de la maculosa jaula y disparaba los dos cartuchos; luego ya
limpiaría la pared festonada de rojo y gualda. Parece ser que alguna que
otra vez necesitó recargar el arma. Es posible que de ahí traigan causa,
al menos, un par de juicios de faltas que se resolvieron con una multa y
la retirada temporal de la licencia de armas. Con todo, nadie le pudo
privar de saberse, durante cada uno de los fines de semana de liturgia ,
un ganador nato.
III
Ahora que ya
conocemos ciertos rasgos relevantes de la personalidad de nuestro héroe y
alguna anécdota de lo más destacado de su existencia podemos pasar a
relatar el suceso más extraño del que se pueda tener noticia y el más
desconocido de su biografía.
Las buenas gentes
suelen tener arraigada la firme convicción de que toda acción conlleva
ineluctablemente su premio o su castigo, gracias a una especie de justicia
cósmica, que termina por reordenar lo que los hombres previamente han
desbaratado. Por mi parte desconozco que se hayan hecho estudios que
clarifiquen si esto es así o no; lo único que puedo hacer es, a fecha de
hoy, una vez cumplido el plazo de silencio que me ha sido impuesto y sin
desvelar la ciencia y razón de tal conocimiento, pues así me lo impide
el juramento prestado, hacer público lo que a continuación se expone.
Chema, el cazador,
como les suele ocurrir a los de su categoría, no era partidario de
mezclarse con la gente si no había por medio un objetivo mercantil; bien
es cierto que según y como, ya que, como tenía una visión altamente
jerarquizada de la sociedad, se puede aseverar que se comportaba como un
león con quienes consideraba inferiores y como un corderillo con quienes
supusiera superiores; en todo caso, no había nadie que fuera su igual, y
en consecuencia disfrutaba de su asueto paseando solo, perseguía las
sombras de la noche recorriendo los jardincillos domados del parque nuevo.
Este hábito lo mantuvo todos los martes, jueves y domingos de todas las
estaciones del año hasta cierto jueves de octubre de hace veinte años.
Aquel día no presentaba, en principio, nada de extraordinario; las
geometrías en que se encerraban los arbolillos y matorrales eran igual de
predecibles y familiares que otro día cualquiera. El viento pegajoso e
insistente del sur silbaba una de sus monótonas y tradicionales
salmodias; la obscuridad puede que fuera un poco más intensa de lo
habitual, haciendo más tenue y fantasmagórica la pálida lucecilla
amarilla de los faroles. De pronto, dos pasos después de cruzar el
puentecillo de madera rojiza que sobrepasa ese amago de riachuelo que
cruza los jardines, sintió 'el cazador' que algo le retenía el pie
derecho, dio un empellón para liberarse sin siquiera molestarse en
volverse para averiguar qué le importunaba; fue cuando un agudo dolor frío
le recorrió la pierna entera, le subió por la espalda y estalló en su
cerebro, emitió un alarido olímpico como si de un yonqui de alto
'standing' en plena competición se tratara y, entonces, se volvió.
Aterrorizado comprobó cómo un hombre le estaba mordiendo el pie. Tenía
una enorme boca y apretaba, con fuerza inaudita, sus feroces dientes en la
mitad del empeine. El desdichado, atravesado por un inenarrable
sufrimiento, y, petrificado por el miedo, no podía atinar más que a
abrir su garganta para gritar, tratando de expulsar el aire de hasta el último
recoveco de los intestinos, pero no conseguía emitir sonido alguno, al
tiempo que aquel ser feroz seguía mordiendo y mordiendo para que la noche
se le anudara al cuello como una capa con capuchón. Pudo ver cómo unas
garras, que hacían las funciones de manos, se incrustaban en sus rodillas
como se hienden los garfios del macelo en la carne inerme del ganado. No
pudo más; comprobado el fracaso de toda pretensión de liberarse, cayó
como plomo sobre la gravilla, sintiendo cada piedrecilla golpear sin
piedad cada una de las terminaciones nerviosas de su cuerpo. Con la cara
retorcida y el ánimo desgarrado, aún dispuso de un resto de lucidez, en
aquel horror, para percatarse de que el agresor se transformaba adoptando
apariencias infernales; así supo que era el demonio quien le torturaba
con semejantes dentelladas. Muerta la esperanza y viéndose arrastrar al
infierno de pronto se puso a rezar. Rezó con una fe que no recordaba
haber poseído jamás. Le rezó a la Virgen María solicitando el socorro
que por su boca no salía. Entonces los cielos se iluminaron en rojo
incendiario, semejaba que se hubieran levantado barricadas en las
autopistas celestiales y estuvieran los ángeles quemando neumáticos. Se
quebraron las sombras y una luz sin igual iluminó aquella escena para
nadie en un arrebol extravagante. Tal era su intensidad que el demonio se
detuvo en su ataque, cegado y miserable parecía aturdido cuando el furor
de nubes enloquecidas presagiaba una aparición. Y así ocurrió,
descendiendo delicada y serenamente llegó hasta el alcance de la mano de
Chema la escayola de una virgen venerada con cara de muñeca y manto azul,
fabricada con la piedad y devoción inconsútil de una fundación privada
y repintada por las manos inexpertas de un infante escolar para el día de
la madre. Chema, el cazador, agarró la figura con las dos manos y en rápida
acción golpeó con ella en la cabeza del nuncio infernal; al instante,
tras un ruido sordo, se desvaneció el maligno y en el suelo quedaron
restos irreconocibles de lo que fuera una figurilla de escayola. Chema se
incorporó y cojeando llegó hasta a su casa; fue capaz de conciliar el
sueño al tercer día y obtuvo una baja laboral de tres meses de duración
por depresión nerviosa.
No puedo contar más.
Desconozco si el de Berceo hubiera podido considerar éste como uno de los
milagros de Nuestra Señora; al menos, sin atisbo de malignidad, diría
que este suceso maravilloso es prueba de la utilidad, aunque sea de
choque, de la religión en tiempos descreídos.
©
Javier Ignacio Cimadevilla 2001
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