reflexión
La
estufa que llegó de América
La emigración española por razones
laborales tuvo su más importante cresta en los primeros años del siglo
XX. Entre 1904 y 1913, más de un millón de personas se lanzaron a "hacer
las Américas". La mayoría procedían de Canarias, Asturias y Cantabria.
A todos se les conocería como gallegos y a los que llegaron más tarde,
en la década del 20 al 30, y se establecieron en Cuba, Argentina,
Venezuela, Brasil y Uruguay, “gallegos” se les seguía llamando. Gallego,
pues, sería llamado el buscador de mejor vida que por esos años salió de
Valdanzo.
Pero, como señala Joaquín Arjona, la
emigración soriana “reviste un carácter
completamente diverso del que tiene en la mayor parte de las comarcas de
España. Los emigrantes de Galicia, de Asturias, de las provincias vascas, y
de otras regiones de la península, van a América a la aventura y
ordinariamente seducidos por las promesas, no siempre cumplidas, de grandes
empresas que se dedican a favorecer la emigración con fines utilitarios: van
generalmente en grupos numerosos, compuestos, en su mayor parte, de braceros
y trabajadores del campo. La emigración soriana, por el contrario, es
aislada, paulatina y compuesta, en su gran mayoría, por jóvenes dedicados al
comercio, llamados, generalmente, por deudos o amigos que se encargan de dar
colocaciones apropiadas a los jóvenes emigrantes a su llegada” Cabe pensar
que ese fue el caso del emigrante de Valdanzo. De hecho y según datos del
citado autor, hoy hay en Argentina negocios que llevan el apellido De
Pablo. Más de la mitad de los que partieron regresaron a España. Pero
entre aquellos “gallegos” instalados habría un soriano de Valdanzo, donde
quedaron otros de Pablo.
Su hermano Fermín , casado con Isabel
Gil quedaba en el pueblo atendiendo los campos y a su descendencia:
Bonifacia, Ciriaco, Prudencia, Fermina, kica… No debieron irle más las
cosas al emigrante de Valdanzo por tierras de Argentina y tampoco le faltó
generosidad para dar muestra de ello: Dos buenas casas de piedra contiguas
fueron levantadas en el pueblo, gracias al dinero del “indiano”.
No fue el único regalo. Al otro lado del
continente, el emigrante soriano recuerda el azote veloz del cierzo durante
el invierno; el frío extremo que levanta dolorosos sabañones; el hielo de
los amaneceres que corta la respiración… Piensa en su familia y busca
abrigarles enviándoles una estufa. No cualquier estufa. Su familia merece lo
mejor. Son los años del Art Decó, que en Argentina aparece a finales de los
veinte. Se trata de un arte que alcanza a los objetos de uso doméstico, que
busca embellecer elementos de uso cotidiano: lámparas, relojes, vajillas,
muebles son elaborados considerando, no sólo su uso funcional, sino también
ornamental. De este modo, una estufa decorada, además de dar calor, creará
placer a los sentidos. De ahí que se embellezcan con relieves de hermosas
figuras. El emigrante elige una que además de quitar el frío dé cuenta a su
familia de los hermosos pájaros exóticos de largas plumas que habitan los
bosques argentinos. Se trata de una estufa original; de una pieza rara y con
toda seguridad, muy cara. Tal regalo serviría también para informar a la
familia de lo bien que al donante le iba la vida.
Sin embargo la estufa cumplió
por poco tiempo su cometido. Apenas llega a su destino de Valdanzo,
casa de Fermín de Pablo, es requisada por las autoridades municipales y
nunca más la verán sus dueños. Año 1939. Los sublevados contra la legalidad
de la República han vencido en una guerra fratricida y se han llevado algo
más de la familia. Una hermana de Isabel, ha quedado viuda. Dionisia está en
las eras con su numerosa familia, cuando unos falangistas vienen preguntando
por Juan Ponce, su marido. Le dan unos minutos para que se despida y se lo
llevan entre los llantos de los niños.
De Juan Ponce, el Zurdo, hemos oído
contar que su delito fue sacudir los piales mientras pasaba una procesión
por su calle, la que ahora se conoce como
Real, pero que entonces llevaba el nombre de Manuel Ruiz
Zorrilla (Ministro de Fomento y de Gracia y
Justicia durante la
I República). Acaba de llegar del
campo y ventilaba su ropas en la puerta de su casa.
Lo pagó caro.
Eran tiempos
de silencio, las casas, como cabe suponer, quedaron más frías, unas más que
otras, y nada puede arreglarse a estas alturas, sino escribir sin miedo los
renglones de la historia. Eran, como digo, tiempos de silencio pero, tarde o
temprano, caen los velos y la verdad se nos presenta incontestable. A veces,
como en este caso, nos sorprende sus caprichosos modos, pero que asome en
forma de estufa no es lo que importa. Importa que ella, la verdad, emerge y,
tras casi sesenta años, se abre paso entre los escombros de una reforma y
nos da su mejor cara.
© Mª
Ángeles Maeso
Valdanzo, 15 de Mayo
2008 |