Fernando Maestro

poema

 

NARCISO

 

Que cruel juego.

Narciso sumergido en el frío cristal

¿Dónde tus faunos y tus flautas?

El amor reservado a las caricias suspendidas

En el cielo sucio del espejo

Tu mirada robada

Por la voz lejana

Del último poema

Que no haya tu tumba

En la puerta abierta al desamparo

 

Poema para el cuadro de título Narciso.
Autor del cuadro: Carlos Muro.
Autor del poema: Fernando Maestro Diez.

© Fernando Maestro,  2017

 

relatos

Romance de una mañana de invierno

_     Las plantas se están secando, es imposible mantenerlas vivas con el gris del invierno, tan pocas horas de luz les pone enfermas y les impide crecer.

_     Seguro que el ciprés de ramas como brazos les echa mal de ojo, sin embargo están creciendo nuevos esquejes, esto es lo raro.

_     Son cosas de la reproducción; las hembras reciben el polen del macho, que por cierto, está más seco que las demás.

_     Quita el caldero de la pintura blanca de su lado, quizás las estés intoxicando.

_     ¿No acabamos hoy de pintar? Sólo queda media pared.

_     Media pared blanca, media pared roja, un espejo azul al fondo, una escalera con manchas amarillas, un trozo de queso y un mendrugo de pan.

_     ¡Basta, basta! Pareces un archivador.

_     Hace mucho frío, abrázame fuerte.

Él la toma por los hombros y la estrecha con ternura contra su pecho.

_     Algún día acabaremos de pintar.

_     Ya se oyen hervir las verduras. Apaga el fuego por favor, voy a intentar poner orden en la mesa y podremos comer entre las brochas y los trozos de papel pintado.

Por los ventanales asoma un día corto y huraño de invierno, enfadado con el sol, e inunda la calle de gris y viento helado.

_     Es imposible tomar el sol.

_     Se lo han tomado todo las nubes, no nos han dejado nada.

El rojo de la pared se refleja en la sopera de aluminio.

Las ojeras violetas de Marta se hunden en el vapor de las verduras y la chaqueta beig de Luis se mancha de yeso en el respaldo de la silla.

_     Si tuviésemos que buscarnos la vida como pintores nos moriríamos de hambre.

_     No trabajaríamos porque nadie nos llamaría.

_     ¡Uf! Y eso que todavía no hemos comenzado en serio.

_     Calla mujer, que me van a saber las judías verdes a aguarrás.

La delgadez extrema de Marta tiene preocupado a Luis y le incita a tomar mermeladas diversas y todo tipo de dulces, una dieta de diez mil calorías diarias.

_     Pero yo no quiero más mermelada.

_     Un poquito más de esta, es de mora. ¿Por qué te tapas las piernas con papel de periódico?

_     Voy a dormir la siesta y necesito tener las piernas calentitas y esta maldita estufa no funciona.

_     Yo te daré calor.

La brocha cuelga de la pared de la entrada y por el balcón transcurren las horas y el viento helado y la noche se han apoderado de las calles, la pared blanca lo enfría todo, la pared granate suda gotas de color.

El silencio y el olor a pintura fresca invitan al recogimiento y el amor.

© Fernando Maestro,  2004

 

relatos

Esperando al tren

            La estación está vacía.

            Sin trenes en movimiento, sin pasajeros.

            El tiempo, detenido entre andenes.

            Vagones en desuso, sucios y rotos, esperando la eternidad, anclados en el limbo, sin sentido ni razón de ser.

            ¿Y por qué yo aquí?

            Identificado como un desconchón más de la deteriorada pared de consigna. Sentado en la silla que siempre tuvo una pata coja.

            (Ahora mi pierna izquierda es más corta que la derecha).

            ¿Cuándo llegué yo aquí?

            Era joven y esperaba un tren que nunca vino, y por eso sigo esperando, en mi féretro sin tapa, esperando a que alguien definitivamente quiera ponerla y clavarla y clausurar la estación de una vez por siempre.

© Fernando Maestro,  2004

Comentarios de sus libros en Biblioteca:

Con el invierno no se juega

La metalurgia del tirano

Dean Moriarty cruzó por aquí

Reflexiones de un profeta en el exilio

La herencia de los chopos

SUMARIO

SENDEROS IMAGINADOS

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