relato
Un
día de San Juan (en Brías)
¡ Es primavera !
aunque el calendario nos indica que estamos en verano, pero es primavera.
Basta con alzar la vista para contemplar el entorno que nos rodea, y
observar el verde paisaje que se muestra esplendoroso y lleno de vida a
nuestro alrededor. Todo un mar de verdes olas ondeadas por el viento, que
con sus tonos multicolores de rojos amapola, blancos margarita o amarillos
diente de león, se extienden desde el Plantío a la Vega y desde los
Cañamares al Rubial . Por los caminos poblados de flores en los que la
hierba pretende convertirse en la única protagonista del paisaje, podemos
contemplar los chopos y olmos que extienden sus verdes ramas acariciando
la suave brisa del viento de la mañana, bajo las frondosas ramas de los
olmos los verdes prados se tiñen de amarillo, y desde los ciratos los
espinos floridos, sobre los que se posan ruiseñores y jilgueros entonando
sus melodiosos cánticos, perfuman con sus flores el aire con una suave
fragancia que despierta y aviva los sentidos, acentuando así la belleza
de este incomparable paisaje, que es tan difícil de imaginar si no se ha
estado en estas tierras por primavera.
No cabe duda de que
es primavera, pero en el aire se respira hoy un ambiente especial, con
olor a torta, a anís y a azúcar tostada, a hierbabuena a rosas y a palma
rizada. Son los preparativos de la fiesta grande, son las vísperas de San
Juan y en las casas se dan los últimos retoques para las fiestas. En la
despensa ya cuelga la canal del mejor cordero criado para la ocasión, y
en la cocina el olor de las tortas que se doran en el horno de leña se
delata tentador para el paladar, es el olor a leña, a torta, a miel
tostada y a chicharrones, el que se extiende por toda la casa llegando a
alcanzar la calle. Si es cierto, las mujeres de la familia se han reunido
en torno al horno de leña para elaborar las tradicionales y riquísimas
tortas de la fiesta, también las magdalenas y extendidas de chicharrones
y las rosquillas. El olor del horno se convierte en olor a fiesta en la
casa, y los chiquillos que corretean por el callejón también han
percibido el acaramelado aroma de las tortas que terminan de dorar su
corteza y se dirigen veloces hacia la cocina, y merodeando por entre los
barreños esperan con impaciencia la salida de la primera hornada,
"¡mama! ¡mama! ¡yaya! abre el horno a ver, que ya estarán
cocidas las tortas". Las madres entretanto terminan de amasar la levadura
para las magdalenas, que relevaran a las tortas en la siguiente hornada.
Pero no son solo las
mujeres las que realizan los preparativos de la fiesta, los mozos del
pueblo sigilosamente para no ser vistos, y pretendiendo no levantar
sospechas sobre un secreto conocido a voces, se dirigen hacia el Prado de
la Cigüeña, al lugar van llegando varios mozos con el hachuelo en la
mano y la correa sobre el hombro. El mas ágil se encarama hacia el olmo
mas lustroso y con suma agilidad se presenta en la zona mas poblada de
ramas, desde abajo el resto de la cuadrilla tratan de indicarle cual es la
rama mejor formada, y poco a poco va cortando con el hacha los ramos con
los que por la noche engalanaran los tejados de las mozas del pueblo. Bajo
la frondosa copa del viejo olmo, cada mozo trata de darle forma a la verde
rama, y los que tienen pretensiones por alguna moza en particular, o como
se dice por aquí ya se habla con alguna de ellas, pues el esmero que
ponen en la decoración del ramo será aun mayor si cabe, y decorara su
ramo con cintas, con rosas, con caramelos y otros detalles que alegre y
satisfaga a su pretendida.
Llegada la noche,
cuando las calles ya están vacías y en las casas ya se apagan las luces,
es cuando los mozos se disponen a cumplir con la tradición de colocar los
ramos de olmo en los tejados de las mozas. La operación en algunos
tejados se presenta complicada, por la dificultad que ofrecen para acceder
a los mismos, pero sea como fuere las dificultades se van salvando en
algunas ocasiones con la ayuda de una pesada escalera de madera. Mientras,
en la alcoba de la casa el padre que aun no ha logrado conciliar el
sueño, al sentir el seco chasquido de una teja que se rompe bajo el peso
de una albarca, murmura entre dientes "!vaya¡ ya están aquí los de
los ramos", "como me jodan las tejas me van a oír".
Posiblemente ya se le han olvidado aquellos Sanjuanes, cundo era él quien
deambulaba haciendo de gato por los tejados con tanta ilusión. La madre,
que también a sentido el danzar por el tejado aún se siente más irritada
que el marido, no se si por las tejas que se puedan romper o por el hecho
de ver que su hija se le vaya a hacer ya moza. Mas lejos en su memoria
quedan aquellos tiempos en los que se ilusionaba al contemplar el ramo
sobre su tejado la mañana de San Juan. Mientras tanto en la alcoba de al
lado, la hija, que con los nervios no puede coger el sueño, hace un
esfuerzo para contener los impulsos por asomarse a la ventana y comprobar
de donde proviene los ruidos que tampoco se han escapado a sus oídos.
Ella que lleva tantos años esperando con la ilusión de levantarse la
mañana de San Juan y ver el ramo sobre su ventana, se siente impaciente y
nerviosa por saber si este año por fin va a formar parte del grupo de
mozas del pueblo.
Por fin amanece en
el día esperado, y en la plaza que permanece vacía al asomar por el
Otero la roja figura del sol naciendo, solo se escucha la melódica
sinfonía de los pájaros que parecen querer sumarse a la fiesta. Sobre
los tejados son los tordos los que con sus vigorosos cánticos anuncian la
llegada del nuevo día. Sobrevolando las calles son aviones , vencejos y
golondrinas los que orquestan una bulliciosa y melódica sinfonía. Todos
parecen querer aportar su pequeña colaboración en este día festivo,
pero no, para ellos nos es fiesta, para ellos es una mañana primaveral
cualquiera, en la que se esfuerzan por llevar la comida a las crías que
con desesperación se la reclaman desde lo mas profundo de su escondido
nido. Poco a poco conforme avanza la mañana, el sonido de los pájaros se
mezcla con los acordes de las guitarras, armónicas y algún acordeón de
los que porta la rondalla, que madrugadores recorre las calles de la villa
en una melodiosa diana floreada. La rondalla se va deteniendo delante de
las ventanas de las mozas, dedicándoles alguna de sus coplillas, y
también se para delante de las puertas de los funcionarios, que
asomándose al balcón agradecen el detalle de los rondadores y les
obsequian con una generosa aportación económica que ayudara a los mozos
a sufragar los gastos de su fiesta particular. Momentos mas tarde lo que
se escucha es el grito de los primeros niños, que empiezan a corretear
por las hasta entonces solitarias calles del pueblo. Poco después de la
ronda, serán los alguaciles que por lo general también son mozos de la
localidad, los que recorrerán las calles del pueblo y visitaran los
portales de las mozas, en un gesto que simboliza una invitación a la
participación en las fiestas, gesto que junto con el detalle del ramo,
será agradecido por las mozas que les harán entrega de una torta
elaborada por ellas mismas. Las tortas recogidas servirán de provisión
para los mozos durante los días que dure la fiesta, y para obsequiar a
las mozas el último día de San Juan.
La mañana sigue
avanzando y de pronto todo se calla. Solo un sonido rompe el aire de las
calles de la Villa, es el tañido de la campana que se voltea en lo alto
del campanario de la iglesia, el que nos avisa que es la fiesta y nos
llama a la congregación de la solemne misa que se celebrara en la iglesia
de San Juan Bautista. En la casa, la madre le da los últimos retoques a
las coletas de la pequeña, se desesperan con las prisas y los
preparativos para poner de fiesta a toda la familia, antes de que suene la
tercera toda la familia tendrá que estar aviada, y todos reclaman su
presencia y ayuda. "Me has sacado el traje" pregunta el marido
mientras termina de repasar con la navaja el último corro de su espesa y
recia barba. "Mis zapatos, donde están mis zapatos" pregunta la
pequeña que parece ser la que mas prisa tiene por tomar la calle con su
vestido nuevo y sus resplandecientes zapatitos de charol. Cuando todos se
han marchado a la calle, la madre se apresura a darse los últimos
retoques en el pelo, y con las prisas " ¡Ay, el velo! casi se me
olvida el velo , otra vez que voy a llegar tarde como siempre, es
que con estos chicos no hay quien pueda, siempre tienen que venir a
aviarse a ultima hora". Ya en la iglesia todos esperan en un respetuoso
silencio, los chavales delante, luego las mujeres y detrás los hombres ¡
y en el coro!, sí, también es día de subir al coro, si es que queda
algún hueco, porque el día de la fiesta son muchos los hombres que
tienen la costumbre de subir al coro. De repente los acordes del órgano
al que hace sonar el seminarista, rompen el silencio de la iglesia, y por
la sacristía empiezan a desfilar con el párroco al frente los cinco
oferentes que hoy se han dado cita para celebrar la solemne misa, y tras
los sacerdotes los monaguillos, que con su uniforme blanco y rojo cierran
la comitiva.
Terminada la
ceremonia religiosa, en torno a la puerta de la iglesia se forma un
tumulto de gentes de todas las edades, que se saludan y cambian
impresiones, dificultando incluso la salida de los chavales, que con prisa
se encaminan correteando hacia la plaza. Los mayores poco apoco se van
acercando también a la plaza ¡pero las mujeres! ¿donde están las
mujeres que apenas se ven por la calle?. No, las mujeres no tienen tiempo
ahora para la fiesta, ellas se dirigen a la casa pues hay que preparar la
comida y hoy en la cocina la faena es larga, pues además del día
señalado, tenemos invitados para comer. En la plaza el ambiente festivo
se deja sentir, y los gaiteros al son de una alegre sanjuanera, empiezan a
hacer sonar sus saxos y trompetas sobre el entarimado que se alza bajo las
frondosas copas de los dos viejos olmos, y la música se extiende por
todos y cada uno de los rincones de la amplia y animada plaza. En la otra
esquina se escucha un seco chasquido, es el sonido de la pelota que una y
otra vez se estrella en la pared del juego pelota, y los mozos que
emparejados van pasando por el frontón para en un partido de pelota,
jugarse unas rondas de refrescantes cervezas.
Pero ¿que pasa en
la esquina del ayuntamiento?, que de pronto todos los chavales se han
agrupado corriendo y se arremolinan y empujan formando un bullicioso corro
de pequeñas cabezas que se estiran y saltan intentando contemplar las
chucherias con su traviesa mirada. ¡Ah claro! "el confitero"
como iba a haber fiesta sin el confitero en la plaza, la verdadera
ilusión de los mas jóvenes, que inmediatamente se dirigen al padre y
casi arrastrándole de la mano le acercan al puesto, donde todavía no ha
terminado de hacer los preparativos con su vieja maleta de madera el Tió
Crisantos y ya tiene que contestar a la inmensa cantidad de preguntas que
sin cesar le gritan los chavales, por uno y otro lado, ¿cuanto vale ese
chupón? y ¿esas peladillas? Comenta el otro sin apenas poderse acercar
al paciente vendedor, todo son preguntas a las que de momento es mejor no
contestar. En la maleta hay tal cantidad de golosinas y chucherías, que a
veces les resulta difícil decidirse por cual de ellas le gusta más,
aunque le gustaría quedarse con todas. "Papá, Papá esas
bolas, cómprame esas bolas", y el padre accede a la vez toma para él una
bolsa de garrapiñadas.
Cuando en la plaza
ya la música ha dejado de sonar, se escucha una voz que desde la ventana
le reclama, "¡chiguito! a comer, llama al padre y venid a comer que ya es
hora". Hoy comemos en la sala grande, y la mesa esta más engalanada que de
costumbre, con la mantelería nueva y los cubiertos de alpaca. El menú
también es especial, cuando los vacíos estómagos parecen ya reclamar el
comienzo del banquete. La sobremesa se prolonga larga y distendida, la
presencia de los invitados y la señalada fecha así lo requieren. Pero
tampoco es igual de distendida para todos, mientras que los hombres entre
copa y copa pasan un rato agradable, las mujeres en la cocina se apresuran
por ordenar esa autentica cacharrería, a la que parece que no van a poder
poner fin. Ya entrada la tarde es la hora de salir a la plaza, y ahora
sí, ahora ya las mujeres pueden incorporarse por fin a la fiesta.
En la plaza los
corrillos de hombre y mujeres se enzarzan en distendidos debates con
diferentes temas de conversación, aunque el mas común de todos seguro
que será el tema de la fiesta. Por entre los corros de mayores se
escurren en sus juegos los chavales, llegando a veces a alterar el
distendido ambiente de los padres. Con el sol escondiéndose por los
Terreros, los gaiteros se van incorporando al reducido escenario, y al son
de un pasodoble titulado " El Gato Montes", empiezan la sesión
de baile que se prolongara hasta la hora de la cena. Del otro extremo de
la plaza nos llega el sonido metálico de los tejos que chocan con la
tanguilla, y los hombres se acercan para participar en este popular y
tradicional juego soriano. "Jugamos también nosotras" se
comenta en uno de los corros de mujeres, "pues si vamos a
jugar", pero ellas no van a jugar a la tanguilla, su juego
tradicional es el de los bolos, otro juego muy popular por estas tierras.
Desde el poyo de la pared del ayuntamiento, los abuelos sentados
contemplan con ilusión todo el ambiente y el movimiento que se produce a
su alrededor, y recuerdan con añoranza aquel San Juan de cuando eran
mozos, tan parecido y a la vez tan diferente al actual. Entonces la
música y los bailes recuerdan que eran diferentes de los actuales,
también eran diferentes los vestidos que portaban mozos y mayores, que
daban a la plaza otro muy diferente colorido y ambiente festivo. Las mozas
con sus mantillas bordadas y sus elegantes delantales, y los mozos
todavía portaban sobre la cintura la faja que hacia de puente entre los
cortos calzones y la blanca camisa que lucían bajo el vistoso chaleco de
seda.
Entre juego y juego,
los hombres se dan un paseo hasta la taberna para refrescar con unas
cervezas las resecadas gargantas. ¡No! las mujeres no van a la taberna,
eso es cosa de hombres, pero si que hacen su ronda de casa en casa en
pequeños grupos, para degustar un trozo de tarta acompañada de una
copita de mistela, o de anís, que también las hay aficionadas al anís.
La música empieza a sonar, y a los acordes de un pasodoble las parejas se
van animando a marcarse los primeros bailes por el cemento del juego
pelota, desplazando así a los mozos que terminaban el último partido de
la tarde. La plaza se va llenando de vecinos y forasteros que también se
van sumando al baile dándole a la al lugar el verdadero ambiente festivo
que la fecha requiere. Cuando la oscuridad de la noche termina por
apoderarse de la última claridad de la tarde, la plaza esta a rebosar de
parejas bailadoras, y se suceden los pasodobles con las rancheras, y los
vals con las sanjuaneras, sin faltar alguna canción de moda para los mas
jóvenes que todavía no son capaces de trazar sus primeros pasos de
baile, y es entonces cuando suena la yenca, no puede faltar la canción
mas bailada en estos años.
Terminada la primera
sesión de baile llega la hora de la cena, y antes de sentarnos a la mesa
la madre le indica al mas pequeño "mira a ver si queda alguien por
la plaza" que no se quede ningún forastero en la calle sin cenar,
que la hospitalidad de estas gentes nunca lo ha consentido. La cena se
prolonga con su correspondiente tertulia, que se interrumpe con el sonido
de la trompeta que se cuela por la ventana y que invita a salir de nuevo
al baile.
La sesión nocturna
es la más concurrida de parejas que incansables continúan bailando hasta
altas horas de la madrugada, y ahora cuando los mas pequeños ya agotados
se han retirado a descansar, es cuando un grupo de mozas se retira de la
plaza para preparar el chocolate, que a estas horas lo agradece el cuerpo
y mejor si es acompañado de unos bizcochos o un trozo de torta, algunos
lo siguen acompañando después con una copita de anís.
Cuando los músicos
se retiran de la plaza, solo se quedan las parejas de mozos y mozas que
poco a poco se van escabullendo por los oscuros callejones, dando así por
terminado el día de San Juan .
Pero mañana será
otro día de fiesta, mañana es San Juanito, y habrá más bailes y mas
juegos y seguirá el ambiente festivo, y en la iglesia en una solemne
ceremonia religiosa, se recordara a los vecinos de la localidad que por
una u otra causa ya no se encuentran entre nosotros.
El tercer día de
fiesta es el día de los mozos, y desde las primeras horas de la mañana
andan en los preparativos de su fiesta particular, y después de haber
seleccionado el mejor cordero del rebaño, lo engalanan con cintas,
campanillas, flores y otros adornos que dan al cordero el aspecto de estar
participando en la fiesta. Con la rondalla y el engalanado cordero, los
mozos y tras ellos todos los chavales que corretean y danzan al rededor
del cordero, van recorriendo todas y cada una de las calles del pueblo
creando un verdadero ambiente de fiesta y diversión. Tras el desfile el
cordero es sacrificado y después de ser troceado se coloca en las
bandejas, en las que acompañado con unos kilos de patatas se asara
lentamente en el horno de leña de la panadería.
Entrada la tarde los
mozos del pueblo darán buena cuenta del sabroso asado, y de unas garrafas
de vino. La sobremesa, entre copa y copa y juegos de cartas y de pelota se
prolonga toda la tarde, y a última hora
de la tarde, cuando la plaza ha vuelto a recobrar el ambiente festivo de
los días anteriores, unos cuantos mozos se acercan por la calleja con
unos cestos de tortas y unas garrafas de vino.
Cumpliendo con la
tradición, los mozos obsequiaran a las mozas con un trozo de torta para
agradecerles su participación en la fiesta, pero la torta y el vino se
repartirá también entre todos los presentes en la plaza, mozas y
casadas, jóvenes y mayores, vecinos y forasteros, y entre bocado y trago
y con el sonido de fondo de la música del pecu que invita a bailar con
unas rancheras, empieza otra larga noche de baile, que se prolongara hasta
las primeras luces del alba cuando la fiesta se da por terminada, y ¿San
Juan?, si, San Juan ya ha pasado, pero San Juan volverá a estar de nuevo
entre nosotros en la primavera del 64.
©
Víctor García Pascual 2001
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