ABANCO 38

ABANCO/Cosas de Soria

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Un duque de Soria en una novela de Balzac

BALZACEstas notas no van más allá de un simple apunte para los interesados en la presencia de Soria y lo soriano en la tradición literaria. (Tarea a la que, en lo que respecta a la tradición en castellano, José Antonio Pérez Rioja puso definitivamente los cimientos y ha levantad más del 90% del edificio).

La pista nos la suministra Claudio Guillén en "Múltiples moradas" (Tusquets editores), en el capítulo "Tristes tópicos: imágenes nacionales y escritura literaria". En el epígrafe "Abencerrajes y gitanas" escribe (pág 362): "Hay un personaje de Balzac que no tiene desperdicio. Don Felipe Hénarez (o Henárez, o Henarés o Hernández, según los manuscritos), antiguo Duque de Soria y Grande de España, proscrito en 1823 tras su adhesión al gobierno constitucional el año 20".

Claudio Guillén dedica unos párrafos a presentar una semblanza del personaje, hecha desde el prisma que analiza: la pervivencia en la literatura del tópico romántico sobre España (Desde "El último abencerraje" hasta "Carmen").

La novela de Balzac en la que nuestro Duque es personaje central (Memoires de deux jeunes mariées- Memorias de dos recién casadas) data de 1842. Está construída toda ella sobre la base de las cartas que se entrecruzan dos amigas íntimas de la aristocracia restaurada -Renata de Maucombe y Luisa de Chaulieu- educadas en un convento de monjas carmelitas y devueltas al siglo para iniciar el camino de su vida adulta.

Es decir, devueltas al siglo por Balzac para hacerlas recorrer el camino -divergente entre ellas- de su vida amorosa. Pues esto es lo que el autor persigue: la descripción y la contraposición de dos trayectorias amorosas: la que desde el matrimonio temprano de puras conveniencias lleva a Renata a la profundización en un amor sereno y una maternidad fructífera y la que vive Luisa, apasionada y libre, entregada a la vivencia intensa de su sentimiento.

Nuestro Duque es el sujeto (o el objeto) de la pasión de Luisa.

Y, acorde con el papel que le ha asignado, Balzac lo construye con todos los ingredientes que el romanticismo exigía para despertar la pasión amorosa de una señorita de la aristocracia francesa: exótico, español, con sangre abencerraje, conspirador por la libertad, exiliado...; pero a la vez grande de España: noble, digno, desprendido, culto... merecedor, por lo tanto, de ser aceptado en los palacios de Francia.

Para mayor énfasis en el componente pasional que despierta en la joven aristócrata, Balzac lo dibuja expresamente feo. Y, al menos en la fase de enamoramiento, ni siquiera rico: es uno de tantos exiliados españoles que se ganan la vida en Francia enseñando español a las hijas de familias bien, Sólo más adelante -para que la trama continúe y el personaje cuadre- se descubrirá que es Grande de España, Duque de Soria; que, en un gesto de dignidad máxima, ha renunciado a su título a favor de su hermano segundo -Don Fernando- al que igualmente le ha devuelto la mujer -María Heredia- que las convenciones le tenían asignado a él, pero que realmente amaba a Fernando.

Este es nuestro Duque, que dotado de tales atributos espirituales y de una considerabilísima fortuna (fincas en Cerdeña, un palacio en París, el título y la propiedad francesa del Barón de Macumer, y una considerabilísima bolsa de duros que abastece su hermano) hace la felicidad de Louise de Chaulieu, convertida en señora de Macumer... hasta que un día muere.

Porque nuestro Duque de Soria, ya muy avanzada la novela, muere -Balzac no nos dice de qué, pero parece ser que de amor- dejando a su aún muy joven esposa hecha polvo, incapaz de rehacerse... hasta que no pasan un puñado de cartas desgarradoras escritas a su amiga Renata, para entonces Vizcondesa de Estorade y madre de dos hermosos hijos.

Después, pasadas estas cartas y el tiempo preciso que dista entre sus fechas, Louise vuelve a enredarse en otro apasionado amor enturbiado por los celos con un joven poeta que igualmente se le muere.

Hasta que por fin la propia Louise deja de verle sentido a la vida y se deja morir tísica. Por supuesto, en la última hora está a su cabecera su amiga íntima Renata, que a diferencia de la desdichada lleva en París una vida de plenitud dedicada a la educación de sus hijos y a acompañar a un marido de escaso fuste al que le han dado un honorabilísimo cargo muy lucrativo en la Administración Pública.

Esto es todo. Todo ficción. Una medianamente buena ficción. Una medianamente buena ficción algo desdorada por el tópico y una sutil apreciación moralista, en la que Balzac nos presenta -yuxtapuestos, inevitablemente comparables- dos caminos del amor en la Francia que en pleno intento de restauración del Viejo Régimen está echando definitivamente los cimientos de una sólida sociedad burguesa.

Nada, pues, estrictamente de interés para los interesados -que los hay o debe haberlos, supongo- en la historia del Ducado de Soria.

Si acaso una anécdota curiosa que contar en las cenas, en las recepciones, en las inauguraciones y en los ciclos de conferencias.

Quedarían, sí, algunas preguntas incontestables: ¿de dónde y por qué sacó Balzac a relucir para su personaje precisamente el Ducado de Soria y no cualquier otro título? ¿De qué fuente extrajo la mezcolanza de sangre purísima de la grandeza de España con la impura de la ascendencia abencerraje de nuestro don Felipe?

Se sabe que al autor francés conoció ciertamente a un político español, Don Francisco de Rosas, descendiente de moriscos en efecto y exiliado en Francia. ¿Acaso va por ahí el hilo para seguir tirando del ovillo? Videant cónsules...

Por mi parte, queda simplemente constancia de este hecho -un Duque de Soria protagoniza una novela de Balzac- para quienes puedan estar interesados. Quede constancia precisamente aquí, en "Abanco. Cosas de Soria" que sistemáticamente dedica espacio a rastrear la presencia de lo soriano en la tradición cultural y literaria.

© Avelino Hernández
publicado en este número

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