A lo largo
del tiempo numerosos pueblos han pasado por el actual solar de la provincia
de Soria aportando cada cual sus rasgos culturales y etnológicos
correspondientes, unos en mayor medida que otros.
Si parece
generalmente admitido que el único pueblo que verdaderamente logró entrañar
en el ánima misma del pueblo soriano fue el céltico, no lo es menos el que
las sucesivas aportaciones romanas, visigóticas, islámicas y las sucesivas
cántabras, aragonesas o vasconas, debieron en algo conformar la etnia
soriana.
Pero el
rastro judaico, de menor incidencia que los anteriores, hubo también de
aportar algo y hay que considerar que entre las “Sorias” que hemos citado
algún lugar debemos dejar para la “Soria hebraica”.
De todos es
conocido que la judería se albergó en Soria en el Cerro del Castillo y en
sus faldas. Triste es corroborar que ni rastro queda de la misma, que fue
importante y densamente poblada. Parece ser el sino de una ciudad a la que
generalmente se la llama tranquila o recoleta haya tenido, sin embargo, un
dinamismo urbanístico notable que ha dado cuenta a lo largo de los siglos,
con una especial exacerbación en las cuatro últimas décadas, con el grueso
de nuestro patrimonio arquitectónico. Poco más de unos pocos restos
arqueológicos es lo que nos queda de la judería soriana y cabe preguntarse
si futuras excavaciones no nos depararán alguna muestra más de la vida de
aquellos sorianos de confesión mosaica.
Lápida hebrea del Cerro del Castillo
No hubo
verdadera mezcla de razas entre ambas comunidades, salvo excepciones, no
tanto porque los cristianos la repudiaran, aunque sí lo hacían y ahí están
las poco halagüeñas referencias a los semitas en el Fuero de Soria, sino
porque los mismos hebreos no tenían entre sus fines nada más allá de
conseguir el máximo respeto y protección por parte del poder establecido.
Respeto que, por otra parte, solían saber granjearse relativamente bien ya
que eran adinerados (aunque sería más propio decir que “entre ellos había
grandes adinerados”, por cuanto no todos lo eran, obviamente) y a menudo
banqueros de los nobles o del mismo Rey.
Leemos en la
Historia de Soria del CES que, al momento de su expulsión, las dos terceras
partes de los comerciantes de lanas eran israelitas.
Además de
José (o Yussuf) Albo otros circuncisos notables fueron los de la
familia Benveniste, como Abraham, que fuera rabino Mayor de Castilla y
tesorero de Juan II.
Nuestro
hombre no nace en Soria sino en Daroca en 1380, según unos, y en Monreal de
Ariza, según otros, per sí que reside 6 o más lustros en nuestra ciudad y
muere en ella en 1.444. Y es en Soria donde, tras la famosa “Disputa de
Tortosa”, escribe su Iqqarim (“Dogmas” o “Principios”) de gran
difusión en su tiempo y aún después.
Además de su
faceta religiosa (fue rabino de la aljama soriana) se le conoce como médico
o filósofo (mejor sería decir “teólogo”).
La tal
“Disputa de Tortosa” fue en realidad un combate dialéctico mediante el cual
la Cristiandad pretendía “llevar al huerto” a los sefardíes y evitar así
posteriores medidas de fuerza o la temida expulsión, que fue lo que
finalmente sucedió.
El
organizador de tan curiosa iniciativa fue el llamado Papa Luna, si
bien en el periodo en el que era todavía considerado pontífice a todos los
efectos con el nombre de Benedicto III. Al frente del equipo de doctores de
la iglesia se encontraba un reciente converso llamado Jerónimo de Santa Fe a
raíz de su conversión, pero cuyo verdadero nombre era Josué Lorquí. En el
equipo del Pueblo Elegido se agrupaban 7 rabinos de gran fama capitaneados
por José Albo, de Soria.
No hay
unanimidad en cuanto a si el clima que imperaba en la “Disputa” era de sana
imparcialidad o al menos de tolerancia y “fairplay” o si por el contrario el
árbitro y los linieres eran inconfundiblemente caseros. David Gonzalo Maeso,
en su La judería de Soria y el Rabino José Albo recoge dos
testimonios contradictorios mientras que Rabal opina que hubo cierto respeto
por las opiniones de los rabins puesto que: invitose a la discusión a
todos los doctores y rabinos de las aljamas, prometiéndoles escuchar cuantas
razones se les ocurriera exponer en defensa de su Talmud.
Lo cierto es
que tras larguísimas sesiones los judíos vieron cierto peligro en sus puntos
de vista y diéronse por vencidos, estando ya dispuestos a convertirse al
cristianismo. Lo que hubieran hecho a no ser por la decidida actitud de
Albo, quien en compañía del rabino gerundense Ferrer se negaron a suscribir
la cédula que les pusieron a la firma.
A partir de
ese momento Albo se retira a Soria con el firme propósito de defender la fe
del Talmud y escribe para ello su famoso Iqqarim que todavía se
reedita en nuestros días así como otra obra ya perdida que se redactó en
castellano.
En el
Iqqarim o Igarín se ponía de vuelta y media a la religión cristiana,
incidiendo especialmente en asuntos como la Eucaristía, la Santísima
Trinidad o el sacrificio de la Misa. Tal obra, de especial claridad, aunque
según algunos no demasiado original ni brillante, provocó un verdadero
“rearme ideológico” entre el pueblo sefardita, haciendo imposible la
pretensión cristiana de acercamiento. No cabe negar que esta valiente
actitud de Albo esté el principio de un proceso que desemboca, claramente,
en la expulsión, una vez demostrada la imposibilidad de asimilarlos.
En esta
ocasión –y hay otras en la historia- un soriano, haciendo gala de una
rebeldía que parece consustancial con la tierra, tuerce el curso de la
historia, no vamos a entrar ahora en si para bien o para mal.
David Gonzalo
Maeso, en el opúsculo que hemos mencionado, hace hincapié en la importancia
de Albo dentro de la teología hebraica y llega hasta solicitar para el mismo
el público reconocimiento del pueblo de Soria y aún que:
Ojalá
consiguiera se plasmara el honor y la estimación que esta ciudad profesa a
sus hombres ilustres, en algún busto o estatua en honor del mencionado
filósofo religioso, como han hecho en los últimos años Córdoba y Málaga con
otros personajes judíos de fama mundial: Maimónides el gran polígrafo
cordobés e Ibn Gabirol, poeta y filósofo malagueño de altos vuelos.
No es mala
idea y habría que tenerlo en cuenta para el futuro. El pueblo de Soria daría
con ello buena muestra de tolerancia y espíritu universalista a la vez que
reclamaría un interesante episodio de su pasado. Ni que decir tiene que tal
hecho podría granjearnos ciertas simpatías con el gobierno de Israel que, ya
es mucho suponer, a lo mejor podría enviar una delegación para el acto
inaugural. Sería la ocasión para que Soria tomara alguna decisión por su
cuenta y es a base de estos actos soberanos que un pueblo entra o se
mantiene en la historia.
Lápida hebrea de Soria (dibujo de Teógenes Ortego Frías)
Este artículo
se escribió y publicó hace unos 13 años y es pura rutina el confirmar (si es
que hiciera falta) que el encefalograma de todos los gobernantes y de todos
los cargos electos, sean del partido que sean, desde aquella fecha, se ha
mantenido perfectamente plano...
© Andrés de
Acosta
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