Tenemos ante los ojos una cuidada
edición de la obra poética de Bernabé Herrero Zardoya. No podía ser de otra
forma, habiéndose ocupado de ella Andrés Trapiello.
Supone para nosotras una emoción y
un acto de justicia, el que la obra de este poeta haya sido editada. En
primer lugar por su calidad, y después para reparar el desconocimiento que
de él existe (¿existe el desconocimiento como tal?), incluso en su propia
tierra. Y ello, a pesar de tener en su sobrina, doña Inés Tudela Herrero,
una verdadera mantenedora. Veremos luego qué opinan Trapiello y Andrés de
este hecho, y pasemos a recordar algo de su vida.
Bernabé Herrero nació en Soria, el 2
de abril de 1903. Trabajó y vivió en Soria, Madrid y Sigüenza, donde
permaneció hasta 1929. Bernabé Herrero fue amigo íntimo, además de cuñado,
de José Tudela de la Orden. Ambos vivieron unos años en los que se dio por
nombrar a Soria como una “pequeña Atenas”, dado el número de intelectuales
que hacían de la ciudad un lugar mucho más habitable que en la actualidad.
En Sigüenza conoció a Luis Barrena,
Agustín Muñoz Grandes y Adolfo de Miguel y en esa ciudad episcopal escribió
sus dos primeros libros de poemas, además de ocuparse del suplemento de la
revista Carmen, llamado Lola, que se imprimía en una imprenta
alcarreña y que Gerardo Diego, gran amigo de Herrero desde que aquél llegara
a Soria, dirigía desde Santander.
Licenciado en Derecho, consiguió una
beca para Bolonia a donde fue con su amigo Adolfo de Miguel. Este viaje
llevó a su amigo por los caminos del fascismo. Al regreso, Adolfo de Miguel
aprobó las oposiciones de Fiscal y Bernabé las de Juez, y a comienzos de
1936 fue destinado Bernabé a la provincia de Jaén, concretamente a Huelma,
donde vivió hasta el comienzo de la guerra, momento en el cual, al acudir él
a Madrid para saber qué hacer, Felipe, el secretario de su Juzgado, fue
fusilado.
Bernabé Herrero, como se
comprenderá, era un hombre de izquierdas. En Madrid su cuñado, José Tudela,
le consiguió un visado para salir de España. Llegó a Francia a comienzos de
1937 y allí Gerardo Diego y su mujer, francesa, le hospedaron en su casa
durante unos meses, hasta que el poeta soriano consiguió un puesto como
lector de español en Aurillac. Diego recuerda este hecho en el In
memoriam a José Tudela –quien también estuvo en Francia en casa de los
Diego- y dicen que “juntos pasamos buenos ratos con Herrero y Larrea”.
En Aurillac, Bernabé Herrero conoció
a Marie Louise, profesora, con quien contraería matrimonio en 1938, y con
quien tendría dos hijas, siendo destinados como profesores a la Escuela
Normal de Dax.
Bernabé Herrero, a quien siempre le
anduvieron rondando las tendencias depresivas, llevó muy mal el exilio.
Todos, familia y amigos, hicieron las gestiones para su vuelta. Su amigo
Adolfo de Miguel, con un cargo importante dentro del régimen franquista, le
comunicó la inexistencia de acusaciones contra él.
En 1953 volvió por fin a España.
Todos habían hecho lo posible por facilitarle las cosas, incluso le buscaron
un trabajo con un criminalista, amigo suyo de la juventud. La España que
Bernabé Herrero encontró distaba de la que había dejado y seguía recordando
desde el corazón y, sobre todo, desde su intelecto. Volvió a Francia y de
nuevo a España para preparar la vuelta definitiva, pero, cuando parecía que
todo estaba dispuesto, enfermó y sobre esa enfermedad del cuerpo, la del
alma se le hizo más penosa.
Murió el 13 de junio de 1957,
rodeado de recuerdos españoles, de cartas que le llegaban de los amigos y la
familia y escuchando zarzuela, género al que era muy aficionado.
Más de cuarenta años después de su
muerte, un compositor musical se fijó en dos poemas de Bernabé Herrero y les
puso música. Se trata de don Manuel Castelló Rizo, residente en Alicante,
donde dirige la Banda de Música del Centro Artístico Cultural “Verge de la
Pau”, de Agost. Los dos poemas musicados son CARRETERA DE LA ERMITA y
¡QUIERO VIVIR AQUÍ!, ambos para tenor y orquesta de cámara.
El libro Poemas se estructura en
cinco apartados, además del prólogo y epílogo. En primer lugar Emociones
campesinas, editado en 1925. Tonadas del camino, 1926. Letrillas
castellanas, 1934. Orillas, 1947. Otros poemas (1904-1956), bajo el epígrafe
Los jardines de Tours.
De la obra de Bernabé Herrero, dice
Andrés Trapiello que es un “desconocido, no raro ni maldito”. Su poesía es,
para este escritor, “orquídea de la singularidad”. Su forma de vida hace que
le sitúe con las “gentes cuyo modo ordinario y regular de vida ha acabado
llevándoles al anonimato, la forma más inocua y verdadera de la rareza”.
La exquisitez de la prosa de
Trapiello, el atino al escoger los conceptos, la asociación de praxis y
metáfora, hacen del prólogo una interesante pieza narrativa: “… si acaso sus
libros no fuesen tan singulares, tan raros en su franciscanismo, tan
sorprendentes en su claridad, tan misteriosos en su ingenua dicción”.
“Mínima, diríamos, mínima y lírica,
florecillas de un camino, de una pradera mínima no en lo que tenga de
pequeño o de segundo orden, sino en lo que tiene de sincera confesión,
pulsada únicamente en los trastes de la emoción”.
En el epílogo, otro intelectual de
relieve como es Enrique Andrés Ruiz, se detiene en la personalidad de
Bernabé Herrero recordando “viejas palabras de familia”, las que su tía
Isabel lograba evocar de la figura del poeta. Repasa aquellos años de Soria,
los veinte y treinta, y aún otras décadas, en las que, quien fuera gran
amigo de Bernabé, Gerardo Diego, a partir de la publicación de “Letrillas
castellanas”, “hubiera decidido hacer distingos entre el amigo y el poeta”.
Dice Andrés Ruiz que, antes de morir
“dejó versos estupendos, muy esenciales, muy emotivos, muy musicales, de una
fina taracea verbal mediante la que fue capaz de producir delgados efectos
melódicos sin renunciar a una palabra verdadera y sencilla”.
A su sobrina Inés, la poesía de su
tío que más la emociona, es