Capítulo LII
«Donde se da cuenta de
la aventura que le sucediera al valeroso don Quijote de la Mancha en
Tierras de Quintanilla de Santiesteban, en un encuentro brujeril»
Daba la tarde sus últimos coletazos y bien que lo notaban las cansinas
monturas del hidalgo don Quijote y de su escudero Sancho. Jamelgo y
rucio rozaban con el morro el polvoriento camino por el que transitaban,
tras dejar atrás el Val de los Huertos, en los lindes de San Esteban de
Gormaz. La jornada había sido muy ajetreada y apenas habían catado
bocado ni los unos ni los otros por sacarle partida a la jornada, pues
la premura por llegar cuanto antes a algún lugar donde remediar las
arreos de Rocinante se le hacía imperiosa. Apenas se adentraron en
tierras de Quintanilla de Santiesteban, la conocida hoy como Quintanilla
de Tres Barrios, avistaron en medio de una explanada un cerro sobre el
que se elevaba una pequeña torre vigía y en su falda lo que parecía ser
algunas casas dispersadas. A medida que se acercaban al lugar pudieron
apreciar que se trataba de unas cuantas tainas para recoger el ganado.
Estaban en lo cierto pues enseguida pudieron percibir el sonido de los
cencerros.
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© Leopoldo
Torre y García
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