A modo de leyenda
El mandato de la
“Virgen guapa”
En torno a las campanas se ha generado una literatura oral y escrita con
amplio espectro que ha dado lugar a bulos, creencias o incluso milagros.
De muy distinto signo, las leyendas sobre campanas que tocaron de manera
insospechada originaron todo tipo de interpretaciones creando una
nebulosa enigmática de leyendas. Algunas de estas historias tienen su
eco en la justificación de los hechos acontecidos y la trascendencia
implícita. Historias de diversa índole cuya credibilidad queda a
criterio de la aceptación como tal de los acontecimientos que lo
generaron. En cualquier caso no deja de ser un hecho enigmático moldeado
a su condición como lo pudiera ser el de un cantar de gesta o el de un
romance de ciego.
Entre los relatos que nos han llegado sobre este tipo de aconteceres
podemos encontrar diversos motivos por los que el tañido de la campana o
la leyenda en cuestión se muestran de diferentes maneras. Así podríamos
hablar de aquel en que un señor montado en su moto con unas alforjas
llenas de juguetes fue abordado por duendes de la noche que pretendían
desvalijarle y deshacerse de él. Una campana que llevaba se puso a tocar
sola y su tañido fue escuchado por dos motoristas que descansaban al
calor de las brasas y decidieron acercarse para ver de dónde procedía,
pues la oscuridad de la noche les impedía ver el pueblo cercano. Su
llegada y el enfrentamiento a los duendes hicieron disuadirles y evitar
el linchamiento del motorista.
Otro suceso a modo de leyenda ocurrió en la localidad chilena de Rere,
en la que se quiso llevar las campanas hasta la ciudad de Concepción.
Ocurrió que por algún misterio cuando las trasladaban en una carreta
tirada por varias yuntas de bueyes, al cabo de caminar un corto espacio
no hubo fuerza que lograra hacerla avanzar. Sin embargo lo más asombroso
fue que cuando se decidió devolverlas a su lugar, no se necesitó más que
una yunta para hacerlo.
Otra de las leyendas procede de la iglesia de San Pedro el Viejo de
Madrid. Compraron una campana tan grande que no fueron capaces de
subirla a la torre y la dejaron en el suelo exhaustos hasta la mañana
siguiente. Cuál no sería su sorpresa cuando fueron a subirla y vieron
que ya estaba colocada en el campanario, obra de los ángeles del cielo.
Pero esta misma campana protagonizó dos hechos llamativos, al sonar dos
veces sola. El primero sería el 13 de septiembre de 1598 para anunciar a
los madrileños la muerte del rey Felipe II en el Monasterio de El
Escorial. La segunda en el año 1808 cuando se produjo el levantamiento
contra los franceses. Según cuentan las crónicas, en ninguna de las dos
ocasiones había nadie que hiciera sonar las campanas en esta iglesia.
En la Colegiata de Santa María la Mayor de Alquézar, de la villa de esta
población en el Pirineo aragonés, también existe la leyenda de que las
campanas tocaron solas impulsadas por el espíritu de un abad que cumplía
penitencia por haber holgado en su inconsciencia engañado por los
encantos de la carne.
En el entorno de la provincia de Soria también disponemos de algunos
ecos protagonizados por las campanas. En las Rimas y leyendas de
Gustavo Adolfo Bécquer, podemos encontrar alguna referencia de semejante
cariz. Por boca de mi hermano Salvador recogido hace algunas décadas me
contó un relato que llegó a sus oídos estando de pastor en Santa María
de las Hoyas. Sin conocer en qué época sucediera, unos ladrones
intentaron robar los campanillos de una ermita. Por una extraña
circunstancia, misterio sin resolver, los campanillos comenzaron a tocar
de manera autónoma, lo que hizo que ahuyentara a los ladrones que
salieron despavoridos al no ver a nadie en el recinto. Mas lejos de
desistir en el empeño volvieron de nuevo a su intento, antes bien se
cercioraron de que no ocurriese lo mismo. Precavidos ellos ataron los
badajos para que no sonaran y esta vez salieron triunfantes. Pero cuando
apenas habían recorrido un par de cientos de metros, los campanillos
volvieron a sonar en el silencio de la noche y los mulos se espantaron
destartalando el carro en el que los llevaban. Ante el temor decidieron
poner piernas de por medio dejando los campanillos en el lugar y dando
por finalizada su aventura.
En Quintanilla de Tres Barrios sucedió un suceso de estas
características que en cierto modo conmocionó a la gente del pueblo. En
este caso las campanas no tocaron solas sino por mandato de la Virgen a
una niña de tres años. Según testimonio recogido de sus protagonistas,
la versión de los hechos ocurrió de la siguiente manera. Un día del mes
de junio del año 1951, como era habitual durante el calendario de mayo
prolongado al mes siguiente, era de obligado cumplimiento que los niños
de la escuela asistieran a la iglesia a rezar el rosario. Meses de
fervor religioso y tradicional que comenzaba con la pingada del Mayo al
que seguía la celebración del día de la Cruz, la bendición de los
campos, el día de San Isidro, el de la Atalaya y la Ascensión, el Corpus
Christi y si las circunstancias lo requerían también se llevaban a cabo
las Novenas y las Rogativas. Mes pletórico con ribetes místicos para dar
luz y esperanza al campo, motivo por el cual la iglesia estaba más
concurrida que nunca.
Entre todo este bagaje de actos, el santo y seña era el rosario. A él
acudía todo devoto que se prestase asistir para pedir por los difuntos y
en especial por los campos, y como queda dicho no debían faltar los
chicos de la escuela, que por aquellos años ya formaban por si solos un
grupo muy nutrido en torno a la cincuentena o más de asistencias. La
iglesia quedaba sumamente concurrida. Los niños pequeños permanecían al
cuidado de los hermanos mayores o de las abuelas y con ellos acudían a
orar.
Tal fue el caso de Marina, la hija de la tía María y del tío Pedro, que
con sus tres añitos largos acudió a la iglesia acompañada de su hermana
Laura, ocho años mayor que ella. Ésta tenía por entonces 12 años.
Según testimonio recogido de ambas y de algún otro presente, el hecho
ocurrió un día del mes de junio cuando las gentes del pueblo se
entregaban por entero a las faenas del campo. Hay que decir que Laura,
como ella misma confesara, era algo despistada, olvidadiza, a la edad
que contaba por entonces pues estaba más por el juego que por dedicar
atención a lo que se le encargaba. La versión relatada por Marina sobre
el suceso (que recuerda todo lo acaecido a pesar de su corta edad, quizá
debido al impacto) fue que se quedó dormida, cobijada en un rincón en la
parte delantera de los bancos de la iglesia, donde era costumbre que se
colocaran las mujeres, al pie de la imagen del Cristo de la
Misericordia, no lejos del altar mayor. Nadie se percató de su
presencia, y cuando acabó el rosario salieron todos del recinto sin
echarla en falta. Ni su propia hermana cayó en la cuenta de si había
salido del con el resto de los asistentes, distraída como iba charlando.
Marina quedó en un sueño profundo velada por imágenes sagradas.
Durante el tiempo que pasó en la iglesia, Laura nunca imaginó que su
hermana se encontrara dentro. En ningún momento. Incluso cuando las
sospechas llegaron a la preocupación de no aparecer y “con la tormenta
en ciernes niños y gente mayor corrieron la voz de que Marina no se
hallaba por ninguna parte. Se buscó por el entorno de la iglesia, la
tienda y su propia casa, las tres bastante cercanas. Y de repente sonó
la campana, pero nadie pensó que la niña estuviera dentro”, comenta
Isidro García, un testigo que recuerda lo ocurrido. Y de repente…
Sonó la campana como solía ocurrir cuando se desataba una fuerte
tormenta y se sacaban las imágenes a la puerta de la iglesia o incluso
las de las casas a la calle para que las divinidades viesen el sublime
pedrisco que caía y se apiadasen del dolor de las gentes por el daño a
las cosechas. La gente del pueblo interpretó los tañidos como
misericordia a las divinidades para que los campos quedasen a salvo del
apedreo. Y aquel momento era el propicio para solicitarlo. ¡¡¡Sonaba la
campana!!! Mientras sonaba, sigue narrando Marina, su padre, guarda del
campo, se hallaba casualmente en casa del sacristán, por aquel entonces
el tío León, que lo seguiría siendo durante décadas, dilucidando con él
sobre una posible denuncia hacia un vecino. Y oyeron el tañido. Pero
¿quién la tocaba?, se preguntó el tío León, si la única llave de la
iglesia la tenía él y seguía colgada del hierro donde siempre la dejaba.
Es de suponer que por aquellos tañidos le correría un escalofrío por el
cuerpo sin saber qué era lo que estaba sucediendo. ¿Era posible que
estuviera tocando la campana sola? ¿Iba a ser posible que ante la fuerte
tormenta desatada algún santo o Virgen del recinto de la iglesia hubiera
obrado un milagro? ¿O quizá alguien se había quedado encerrado tras el
rosario y llamara para ser asistido? Era lo más probable, deduciría
mientras acudía presto camino de la iglesia. ¡Tantas ocasiones tuve de
preguntárselo al tío León, vecino mío como era, y nunca lo hice!
Marina sigue contándome la versión de lo ocurrido. Más de una hora
estuvo sumida en el sueño profundo que le regaló aquel rosario. Cuando
despertó se encontró sola en la oscuridad de la iglesia. Lloró sin
consuelo al encontrarse en aquel trance. No paró de llorar y de llamar a
sus padres o hermana por ver si alguien podía oír su voz y acudía en su
auxilio. Junto a la iglesia se encontraba la tienda del pueblo y pensaba
que podrían oírla. No fue así, aunque según la otra versión contada se
la buscaba por sus aledaños. Quizá los truenos del exterior amortiguaran
su tenue voz y sus lloros. De no ser así alguien podría haberla
escuchado. ¡O quizá sí! De pronto le pareció que una voz le hablaba.
Calló, suspiró. Oyó una voz que procedía de… del interior porque le
llegó nítida y cariñosa. Una voz próxima a donde se hallaba. ¡Había
alguien más en el interior!, pensó. ¿Venía del altar mayor? ¡Salía del
altar mayor!, iluminado de manera intermitente por la emisión del
relámpago que entraba por la ventana abocinada. ¡Una voz que le dijo que
tirara de la soga de la campana! Obedeció sin tardar y se fue al fondo
de la iglesia. Recuerda que no llegaba al cabo de la soga que se
encontraba junto al confesionario y puso una banqueta y sobre ésta otra.
Consiguió subirse a ellas y tirar de la soga haciendo sonar la campana.
¿Cuántos toques? No lo recuerda con certeza. Hacer mover el badajo de la
campana no resulta tan fácil, y menos para una niña que no había
cumplido los cuatro años. Lo manifiesta quien suscribe este relato por
haber tenido la ocasión de hacerlo. Para comprobar el hecho, al día
siguiente volvieron a la iglesia con ella para que les hablara de lo
sucedido el día anterior y les dijera lo que hizo y cómo lo hizo y
reconoce que esta vez le costó bastante más esfuerzo mover la campana.
Cuando entró en la iglesia el tío León la sorpresa fue tremenda al ver
junto al confesionario a una niña sola sin saber a santo de qué se
encontraba en semejante trance. No le debió dar tiempo a preguntarle
quien era y menos aún a oír la respuesta esperada. Cuando Marina vio la
puerta abierta salió de estampida, veloz como alma que se lleva el
diablo. Según manifiesta huyó despavorida, como lo haría un animal
enjaulado, sin temor alguno a la tormenta que seguía cayendo. Tan de
estampida salió que el sacristán no tuvo la certeza de conocer su
identidad, hasta el punto de que al declarar lo ocurrido dio por hecho
que la niña que salió disparada de la iglesia fue Saturnina, la hija del
Cachucho, el alguacil, que rabiaba diciendo que ella no había
sido. Al respecto de lo aquí narrado sigo contando con el testimonio de
Isidro García, quien asegura haber entrado en la iglesia junto al tío
León. Es uno de los hijos de Máximo, el tendero del pueblo entonces.
Según me relata, ambos fueron las dos únicas personas que estuvieron
dentro (el resto de gentío, mayores y chicos se quedaron en el
portalillo) y asegura que miraron hasta en los cajones del armario de la
sacristía por ver si encontraban a alguien más. No lo hubo.
Marina contó a sus padres lo sucedido, cuya preocupación no habría
surtido apenas efecto porque ignoraban que su niña se hallase en aquel
trance pensando que se encontraría con su hermana. No exenta de la
pertinente regañina, Laura se disculparía diciendo que creía que había
salido de la iglesia y que se habría ido a jugar a casa de alguna niña.
La tormenta le impidió que se dedicara a buscarla pensando que estaría
en algún sitio seguro. ¡Lo estaba, pero bastante aterrada! Cuando su
padre le preguntó a Marina cómo había sabido tocar la campana ésta le
respondió que se lo había mandado “la Virgen guapa”. Al respecto comenta
que así se le figuraba a ella la Virgen de la Piedra, patrona del
pueblo, por la expresión amable y sonriente de la cara en contraposición
a la de la Virgen del Rosario, cuya policromía le confiere un matiz más
oscuro, interpretado por ella como más fea. La Virgen de la Piedra se
halla en el altar mayor y la Virgen del Rosario a la derecha y más cerca
de donde se había quedado dormida, por lo que pudo ver la procedencia de
la voz que le habló, iluminada como queda dicho por la intermitencia de
la luz de los relámpagos que iluminaban la imagen de la patrona del
pueblo.
¡¡¡Un prodigio!!! La Virgen de la Piedra había obrado un milagro, se
dejó oír por el pueblo. La noticia de lo acontecido corrió como la
pólvora. Durante los días que siguieron al suceso el tema y los
comentarios tanto en los hogares como en la calle giraron en torno a lo
acontecido. Nadie daba crédito a lo sucedido. Se interpretó como un
milagro. ¿Por qué no al de una aparición a semejanza de lo ocurrido a
los pastorcitos de Fátima? El secreto en este caso sería el mandato de
tocar la campana. Y de las cábalas que se hacían para justificar aquella
aparición. ¿Realmente se le apareció la Virgen a Marina? ¿Tuvo la
suficiente intuición, inmersa en la oscuridad, para coger el cabo de la
soga de la campana y tirar de ella? A su edad, ¿pudo tener la fuerza
suficiente para mover la campana? Interrogantes que sólo el interior de
la pequeña y su supuesta acción pudieran ejecutar por propia intuición o
quizá fuera la fuerza espiritual la que le hizo capaz de tañer la
campana. ¿Hubo, realmente, un soplo divino que la guió en la oscuridad?
Cada cual con su propia convicción interpretaría el suceso a su manera.
Sea como fuere, lo cierto es que hubo tañidos de campana, que la puerta
de la iglesia estaba trancada, que el sacristán la abrió con la única
llave que había y la tenía él, que dentro de la iglesia sólo se
encontraba Marina, quien dijo escuchar el mandato de la Virgen y
ejecutarlo haciendo gala de una fuerza superior a la de una niña de su
edad para poder vencer el peso de la campana y hacer tocar el badajo.
No tardó demasiado en expandirse la noticia por el contorno y sin tardar
llegaría hasta la misma diócesis de Osma. Es posible que el propio
párroco del pueblo, por aquel entonces don Tomás Leal Duque (San Juan
del Monte, Burgos, 24-02-1907, a punto de cumplir los 103 años), pusiera
en conocimiento del Obispo de Osma, Excmo. y Revdo. Señor Don Saturnino
Rubio Montiel, lo acontecido. A tenor de lo creí haber interpretado que
me comentó Laura en el verano de 2017, pudiera ser que el obispo se
personara en el pueblo para indagar sobre el hecho acaecido. Los otros
dos informantes nada saben al respecto, lo cual se traduce en que lo
ocurrido no trascendió la barrera credencial eclesiástica como un hecho
prodigioso. Marina, por su parte, en la charla que mantuvimos el día 23
de diciembre del año 2019, en el que se basa buena parte del relato,
dice no haber oído hablar de la presencia del Obispo en el pueblo, o de
proposiciones. Lo que sí me comentó al respecto es que tanto don Tomás,
párroco que estuviera muchos años al frente de la parroquia del pueblo,
y su hermano don Ignacio, también dedicado al sacerdocio, propusieron a
sus padres llevarla a un colegio de monjas como portadora de un suceso
que bien pudiera ser elevado a la categoría de milagro.
Mi agradecimiento a ambas hermanas así como a Isidro García por
ofrecerme el testimonio de lo ocurrido, que de algún modo conmovió a la
gente del pueblo y en cierto modo al eclesiástico. Don Tomás Leal,
durante sus 75 años dedicado al sacerdocio, nunca olvidó el suceso
acaecido y lo comentó por doquier. Igualmente agradezco a la familia
García Barral la ayuda facilitada.
Marina García Barral, la protagonista del hecho, vive en San Esteban de
Gormaz; su hermana Laura falleció en Barcelona en noviembre del año 2017
a la edad de 77 años.
© Leopoldo
Torre y García, Diciembre de 2019
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