A modo de leyenda
La desaparición del
pueblo de Torderón
“Cuenta
la leyenda que la desaparición del pueblo de…”. Así comienzan muchas
historias que tienen como trasfondo la desaparición de pueblos por
motivos causales, enigmáticos o por simples supersticiones que se han
trasmitido de boca en boca y de generación en generación para hacerse
eco de un acaecimiento que diera al traste con su continuidad. Semejante
narrativa no es exclusiva del designio de los pueblos sino que abarca
otras creencias envolventes de recelo o realidad que da pie a narrativas
o leyendas sensacionalistas.
Torderón fue un pueblo ubicado en las inmediaciones del término en la
zona este de Quintanilla de Tres Barrios, colindante a la mojonera de
Valdegrulla y Osma, a cuyo término de este último perteneció. Sin apenas
vestigios de su asentamiento en la actualidad, se conoce el punto de su
ubicación próximo a la carretera que va de Osma a Berzosa, no lejos de
la dehesa de Valdegrulla ni del manantial que da origen y nombre al río
o arroyo del Torderón, que atraviesa el término de Quintanilla de este a
oeste hasta desembocar en el Duero aguas abajo en San Esteban de Gormaz.
Una cruz de piedra se erige en el lugar como señal identificativa. Cruz
que en siglos pasados se levantaba para indicar al caminante el espacio
donde se hallaba, ya fuera un pueblo, un cruce de caminos o una ermita,
signo que también se utilizaba para la oración.
A
tenor de de los datos encontrados, consta lo siguiente: “Torderón,
despoblado. En el término de El Burgo de Osma, 5.100 m al NO, a la
izquierda y lindando en el camino de Osma a Berzosa, en la orilla
izquierda del río Torderón, 200 m antes de que éste flexione su curso
hacia el SO; en el lugar existió una iglesia; hoy queda en el mismo una
cruz. Mapa 1/50.000, hoja 377: latitud 41º 36´ 5”, longitud 0º 34´ 15”.
(Gonzalo Martínez Díaz. Las Comunidades de Villa y Tierra de la
Extremadura Castellana. Madrid, 1983, pág. 91)
La noticia más remota conocida de su existencia procede del Censo de
Pecheros Carlos I, en la que aparece con el nombre original de
Tordeheron, en cuyos datos censales del año 1528 no recoge el número de
vecinos que lo componían. Ello nos hubiera dado una idea concisa de su
masa poblacional. Ocurre lo mismo con otros dos despoblados limítrofes,
Valdegrulla y la Horcajada. (Censo de Pecheros Carlos I Tomo II.
INE, Madrid 2008). De su existencia por esta época nos da cuenta también
un artículo de Salvador Barrio Onrubia titulado: La provincia de
Soria en tiempos del hijo de Cristobal Colón, concretamente del
segundo de sus hijos llamado Hernando, quien basándose en el libro
Descripción y Cosmografía de España hace un repaso de los nombres
correspondientes a la actual provincia de Soria y lugares próximos,
mencionando los nombres originales de los pueblos y su traducción al
actual.
Torderón no sería un pueblo de muchos vecinos, como la mayoría de los
que por entonces jalonaban la provincia, sino una pequeña aldea formada
por algunas casas y cuyas gentes trabajarían la tierra, dispondrían de
alguna res lanar y es posible que también de vacuno. Su ubicación
espacial se hallaría englobada en una morfología de terreno de mediana
calidad, lo que supondría evitar calamidades, pues todo induce a pensar
que la tierra húmeda daría cierta productividad al labrantío. Queda el
hecho en suposición.
Hace bastantes décadas recogí de la vox pópuli de Quintanilla de Tres
Barrios que la celebración de un evento que tuvo lugar en Torderón fue
la causa de su desaparición. Según la versión oral que vino circulando,
con motivo de una boda fue invitada a ella la totalidad de la población.
Ello induce a pensar que no serían muchos sus habitantes o que el
parentesco familiar o amigable abarcara al total de las gentes. O para
más exactitud, todos menos una anciana que por motivos que nunca se
llegaría a conocer el no estar entre los invitados, sería quién sin
embargo dejase la caldera donde se cocinara la comida. El caso fue que
la alegría se tornó en tragedia. Celebrada la ceremonia nupcial llegó el
momento del convite entre parabienes y felicitaciones a novios y padres,
pero más aún por el deseo de estar a la mesa que, como suele ser
habitual en estos eventos, siempre se espera con ansiado deseo, mucho
más en tiempos de escasez alimenticia.
No trascendió lo que se cocinó en la caldera pero sí el hecho de que los
comensales empezaran a sentirse indispuestos no sin tardar tras degustar
la comida y su estado empeoraría por momentos hasta que los síntomas se
tradujeron en vómitos, diarreas y desvanecimientos con resultado mortal.
Apenas un par de días bastaron para que la tragedia se cebase en los
comensales de tal manera que fueron muriendo uno tras otro sin conocerse
si hubo algún tipo de asistencia, o al menos sin que el galeno les
pudiera suministrar ningún brebaje que pudiera hacerles efecto reactivo.
El pueblo quedó en una tremenda desolación y a merced de una afligida
anciana que no podría hacer otra cosa que avisar a la gente que acertase
a pasar por el lugar de lo ocurrido para que informaran de la tragedia a
las gentes de los pueblos colindantes y ayudasen en la tarea de sepultar
a los muertos. Es de suponer que sus cuerpos quedarían depositados en el
cementerio del pueblo.
El motivo de la muerte no sobrevino de modo deliberado, sino por
envenenamiento imprudente en toda la regla generado por la propia
naturaleza de la caldera, la mala higiene o limpieza de la misma. Las
calderas de cobre, como las que todavía hoy se conocen y en ocasiones se
siguen utilizando, se usaban por lo general para cocer las morcillas en
la matanza y en algún evento determinado, como podía ser bodas o
bautizos. Algo fundamental de estas calderas es su escrupulosa limpieza
antes y después de utilizarlas. Los restos que puedan quedar tras un
deficiente fregado generan cardenillo o verdín, una capa
adherente sobre la superficie del metal que se forma mediante un proceso
de corrosión de los restos que quedan provocando un óxido o sustancia
venenosa de color verdoso o azulado. Limpieza o higiene que al parecer
no debió efectuarse convenientemente, si se lavó, antes de preparar la
comida, lo que dio lugar al desenlace mortal de los invitados a la boda,
el pueblo en su práctica totalidad.
Debió quedar sola y descompuesta la pobre anciana hasta que le llegó la
hora de su muerte, que supuestamente no tardaría en acontecer, o quizá
se desplazase a otra población cercana. Nadie de los pueblos
colindantes, Osma, Valdegrulla o Quintanilla mostraron ningún interés en
repoblar el espacio vacío de Torderón, por lo cuya causa su despoblación
fue inminente y los bienes de los muertos quizá repartidos entre sus
herederos o usurpados por impíos que conocieran la tragedia. Es de
imaginar que el territorio quedase a merced de un reparto entre términos
colindantes. De tal guisa desaparecería la existencia del pueblo, no sin
dejar huella de su nombre en el río o arroyo que nace en el lugar donde
él murió.
¿Pudo ser ésta la verdadera causa de la desaparición de Torderón o no
deja de ser una simple leyenda? Semejantes acontecimientos de
desapariciones de pueblos podemos encontrar entre las “crónicas” que nos
han llegado con el simple cambio del motivo generado. No hay que bucear
demasiado en la literatura de leyendas para encontrar casuales o fatales
desenlaces y hacer coincidir la variación o el motivo ocasionado. Los
envenenamientos por diferentes causas han aflorado en este tipo de
relatos fabulosos. Florentino Zamora Lucas, en sus Leyendas de Soria, rescata
de la Antología de leyendas de la Literatura Universal, editada
por Vicente García de Diego, la desaparición del pueblo de Mortero,
enclavado en las estribaciones de la sierra de Almaza a Vadillo. Así
describe los hechos. “Era corto el número de sus habitantes y vivían
en gran armonía. Una vez celebrábase una boda entre dos jóvenes de las
familias más acomodadas, y como el contento por ambas partes era grande,
quisieron que todos los vecinos asistieran a la boda. Todos, sin
embargo, no podían asistir; uno al menos había de quedarse guardando el
ganado del pueblo. No parecía que debía sacrificarse a un joven, que era
natural disfrutase con la fiesta y el baile, –así, se pensó en una buena
anciana necesitada, a la que se ofreció una paga por el servicio, que
ella aceptó con gusto.
Tras la ceremonia tenían
que dar un gran banquete, y para guisar la comida sacaron el agua de un
pozo; más dio la fatal coincidencia de que en él vivía una salamandra
acuática, y de tal modo había envenenado sus aguas, que todos los que
tomaron la comida hecha con ella murieron; así, pues, perecieron todos
los habitantes del pueblo de Mortero. Es decir, todos no; sobrevivió la
vieja que estaba guardando el ganado, y que pasó a ser propietaria de la
dehesa vecina y del ganado de todos los vecinos.
No se atrevió, como es natural, a permanecer en las casas del
desventurado pueblo de Mortero, y se fue al cercano de Arévalo, a cuyos
habitantes regaló la rica dehesa y el ganado”.
La leyenda de la
desaparición de Torderón no sólo ha sido conocida en el pueblo de
Quintanilla de Tres Barrios sino en sus aledaños. De manera especial las
gentes del cercano Valdegrulla. Al respecto hay quien cree que su
desaparición pudo no haber sido ésta sino causada por otro motivo.
Tiempos atrás dilucidaba yo con una persona de Valdegrulla sobre la
leyenda que circulaba por mi pueblo. Aunque era de su conocimiento, no
tenía la misma concepción del hecho que generara su desaparición sino
que más bien lo hacía coincidir con alguna contienda acaecida, motivo
por la cual quedase el pueblo deshabitado, bien por arrasamiento o por
la huida de su gente, algo insospechado porque siempre quedaría la
opción de vuelta. A su parecer, uno de estos supuestos podría tener que
ver con las guerras carlistas sin basarse en ningún dato que lo
justificase. Algo sospechoso teniendo en cuenta que en el supuesto de
una invasión punitiva no se tuviese constancia que los pueblos de
alrededor corrieran el mismo riesgo. A no ser que las gentes de Torderón
les plantasen cara, algo improbable debido a su escasa cuantía y total
indefensión. No deja de ser una hipótesis aventurada pero lo que sí
parece cierto es que las campanas de Torderón pasaron a lucir la
espadaña de la iglesia de Valdegrulla. Que, paradojas de la vida, a su
vez fueron robadas no hace demasiado tiempo tras su despoblación.
De sus restos sólo queda la
cruz de piedra.
© Leopoldo
Torre y García, 2019
Web
de Quintanilla de Tres Barrios |
A modo de leyenda
El hombre que se le
apareció a la extraviada
La protección de determinados santos hacia los animales o personas
acarreó una devoción generalizada por parte de las gentes de los
pueblos, de modo especial. A ellos se les pedían súplicas, se les
encendían velas y en algunos casos se les invocaba la pertinente oración
en su nombre. Había santos a los que se les tenía una religiosidad
exclusiva por el carisma, la creencia y la convicción de que su poder
influía poderosamente en el devenir de los acontecimientos. Entre estos
santos con más apego y veneración, quizá san Isidro labrador y san
Antonio Abad hayan sido quienes más adeptos han captado por su condición
de protectores del campo y de los animales. Mundo agrario y ganadero
amparado bajo su tutela.
No están exentas de leyendas de apariciones o actos protagonizados por
ángeles que suplantaron la personalidad de la figura en cuestión y
realizaron hechos inenarrables. En la batalla del Vado de Cascajal,
acaecida en San Esteban de Gormaz, el caballero Fernán Antolínez (para
la leyenda Pascual Vivas) yendo en la mañana de Pascua a incorporarse a
las huestes del conde de Castilla, García Fernández, oyó tocar a misa en
el templo de Nuestra Señora del Rivero y acudió presto a ella. ”Según
la Crónica General y el Romancero, mientras Fernán Antolínez permaneció
en el tempo del Rivero, asistiendo a la misa y pidiendo a Nuestra Señora
su protección, un mensajero divino, un ángel del cielo tomó la forma del
piadoso caballero y esgrimiendo sus brillantes armas derribó al jefe de
los infieles…” (Extraído de la web Condado de Castilla. Leyenda del
Vado de Cascajar). Heroicamente derrotó a todo un ejército que le
desbordaba en soldados. Leyenda calcada a la de san Isidro labrador,
sólo que aquí cambia la espada por el arado. En ambos casos,
apariciones.
De aparición trata el siguiente suceso, queda la duda inquietante de si
fue una aparición protectora o casual, aunque en este caso no se tratara
de un animal el extraviado sino de una persona. Una mujer sola en el
campo, totalmente desorientada, se vio sorprendida por la penumbra de la
noche, tras haber errado el camino que la había de llevar al pueblo. La
tía Faustina volvía a casa cuando empezó a caer las tinieblas. Cuál no
sería su sorpresa al percatarse de que se hallaba totalmente
desconcertada y sin rumbo fijo. Ignoraba cómo podía haber errado en un
camino tantas veces transitado en su Quintanilla de Tres Barrios natal y
no daba crédito a lo que le estaba sucediendo. Bien era cierto que por
los parajes por los que transitaba estaban lleno de chaparros, como
ocurría en gran parte del término. Nunca le había pasado algo semejante…
Se le representó un paisaje irreconocible en la oscuridad sin saber
dónde se hallaba, si en el término del pueblo o en otro colindante. A
medida que pasaba el tiempo los nervios la atenazaban aún más en el
intento de recordar el camino en el que se encontraba y el que debía
tomar para encaminarse al punto de destino. Pero por más que lo
intentaba no era capaz de precisarlo y cada vez se desviaba más y más de
su objetivo hasta el extremo de alejarse del pueblo. Desolada como se
hallaba no sabía qué determinación tomar, en el eco de la noche todo era
silencio sólo roto por el cántico de algún ave.
Es de suponer que le daría vueltas a la imaginación y optaría de nuevo
por intentar recordar el camino, aunque le atenazaban los nervios y no
atinaba a encontrarlo. Se dio por vencida. No se veía con ganas de
volver a intentarlo, estaba alterada y se le hacía un laberinto
orientarse para encontrar la salida. Al final le vino a la mente recitar
la petición a san Antonio Abad, protector de los descarriados, que por
el pueblo todos se la sabían al dedillo y decía así:
En Abad naciste, en Lisboa te criaste y en el
púlpito de Nuestro Señor Jesucristo predicó y predicaste. El libro se te
perdió y el Niño de Dios lo halló, tres voces te dio: Antón, Antón,
Antón. La cara volviste, tres cosas le pediste y las tres te las
concedió: lo perdido hallado, lo lejos encontrado y lo muerto
resucitado. Por eso te pido, Antón, que me concedas lo que te pido. San
Antonio se levantó, su santísima cara, pies y manos se lavó. Por el
monte partió, con nuestro Señor Jesucristo se encontró y le dijo:
¿Adónde vas Antón? Con Usted iré, Señor. No vendrás conmigo que os
quedaréis por el monte guardando el ganado perdido. Lo recogerás, y
rezarás en favor de la Virgen María un Padrenuestro y un Ave María.
Amén.
Por si daba resultado optó por encaminarse de nuevo a fin de conseguir
el camino directo, hasta que en la oscuridad le dio la sensación de que
vislumbraba una silueta humana. Se le erizó la piel, le dio un chasquido
el corazón, tuvo miedo, pero ¿de qué? si ya estaba perdida. Caminó con
precisión y temor hacía donde se hallaba y ante él, éste le preguntó por
las circunstancias en que se hallaba allí y adónde se dirigía. Faustina
le contestó que se hallaba perdida. Apenas pudo ver sus facciones. Quien
le hablaba era un hombre de figura esbelta con unas barbas prominentes,
cubierto con una capa o gabán que le llegaba casi hasta los pies y se
hacía acompañar de una cayada. El hombre no se movió y con voz grave le
dijo que no tuviera temor. Al oírle, a Faustina le entró un escalofrío
pero se serenó. De inmediato le dijo lo que le había sucedido y que iba
camino de su pueblo, que se llamaba Quintanilla. El señor le dijo que le
siguiera, que la pondría en el camino y sin desviarse de él llegaría a
su destino. Que no tuviera miedo, que ninguna sospecha se apoderara de
ella porque nada le iba a pasar en la oscuridad. Faustina, alterada como
estaba, le agradeció su asistencia sin preguntarle quién era y qué hacía
por aquellos parajes en semejante circunstancias.
Caminó con premura, con ansia, con decisión porque ahora sí veía claro
el camino errado. Cuando tanteó a lo lejos dónde se encontraría el
pueblo respiró aliviada y dio gracias a Dios, ¡a Dios!, pero no apartó
de la mente el mensaje que había enviado a san Antonio Abad. ¿San
Antonio Abad? ¿Acaso no podría haber sido la persona aparecida ante
ella? ¿Quién sino podría ser aquella persona que circunstancialmente
andaba por aquellos parajes de manera incierta y a una hora como aquélla
sin ninguna apariencia de realizar ningún trabajo? No le cabía la menor
duda, aquel hombre no podía ser otro que san Antón, que había acudido a
su llamada. El santo al que tantas veces se le invocaba cuando un animal
se descarriaba. ¿O quizá se tratara de una persona de algún pueblo de
alrededor de camino a casa? No lo tenía claro, pero fuera quien fuera
aquel hombre de rostro enjuto y largas barbas le había dejado con la
duda inquietante.
A
medida que se aproximaba al pueblo vio la luz destellante de lo que
sería algún farol o tea, pero no llegó a escuchar apenas voces ni
griterío de gente ni perros. Que suponía sería así, que la estarían
buscando, pero ella no lograba captar que pronunciaran su nombre a unos
cuantos cientos de metros como se hallaba. Y no lo captaba porque los
oídos los tenía bastante atrofiados por eso la llamaban “la sorda,
Faustina, la sorda”. Suponía que ante su tardanza, la gente del pueblo
habría salido a buscarla por el campo. Fue ella quién les dio la voz de
que estaba en el camino, aunque supuso que las el griterío no dejara oír
su voz. Al llegar ante los congregados todo fueron sosiegos y emociones
por parte de la gente. Preguntas sobre lo ocurrido y respuestas apenas
sin precisar porque no atinaba a contar lo sucedido para verse en
semejante trance. La penumbra de la noche y algo de neblina habían
contribuido a desvariar sus pasos y no poder acertar el camino. Pero lo
que realmente dejó sumidos en el pensamiento a los presentes fue el
encuentro que había tenido con la persona que le indicó el camino de
regreso al pueblo. Las indicaciones y el aspecto que presentaba
indujeron a la gente a pensar si aquel hombre fuese realmente un
caminante que por casualidad transitaba a aquellas horas de la noche por
aquel paraje o se trataba de una aparición crucial atraída por la
llamada de la propia Faustina para orientarla en su extravío.
De lo que no pudo sustraerse el pueblo fue de la noticia acontecida y de
la nebulosa que envolvió durante algún tiempo el encuentro entre ambos.
La posibilidad de la aparición de san Antonio Abad, san Antón, se
mantuvo durante décadas en la memoria de las gentes.
© Leopoldo
Torre y García, 2020
Web
de Quintanilla de Tres Barrios |
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