Mi
amigo José Ignacio Brieva trabaja en un despacho inhóspito de inmensos
muros y dos ventanas grandiosas al mundo: una aparece en su ordenador
cada vez que navega por internet; la otra le espera, tras la puerta, en
el patio renacentista del Palacio de los Condes de Gómara. En esta me
recreo cada vez que le reclamo en busca de la fecha de nacimiento,
matrimonio o muerte de un prohombre de la ciudad que acompañara a
Taracena en alguna de las mil y una tareas que tan venerado arqueólogo
emprendió en el primer tercio del pasado siglo. De la virtual, que
desconocía usara hasta casi ayer mismo, vengo a darles puntual noticia
pues en una de estas visitas de que les hablo me proporcionó un poema de
Antonio Machado y otro de su hermano Manuel que, tras mucho rebuscar en
las más específicas y cualificadas páginas a las que le llevó su
computadora, pudo deducir que resultaban desconocidos, estaban perdidos
o, incluso, podían considerarse inéditos al no encontrar rastro de
ellos. Los poemas, titulados “Epigrama” el de Antonio y “Comentarios
(del natural)” el de Manuel, fueron impresos en 1897, el primero, y en
1898, el segundo, en el “Almanaque de El Tío Jindama” de los años 1898 y
1899 respectivamente.
Con el pseudónimo “El
Tío Jindama” escribieron algunas crónicas taurinas en “El Toreo de
Sevilla” Fernando Gillis y, sobre todo, Máximo de la Peña, quien el 25
de mayo de 1890 describió con detalle, según anotó José Mª de Cossío en
el volumen IX de Los Toros, la ceremonia del corte de coleta de
Frascuelo, ya saben, el valeroso espada Salvador Sánchez. Jindama, como
también sabrán, procede del caló “jiñar” y sus variantes, y vendría a
significar, en uso aceptado por la Academia, miedo, temor, cobardía o,
en sus relativos, jinda, medrana, desconfianza, canguis, canguelo,
desasosiego o espantada. Precisamente, con el nombre “Almanaque del Tío
Jindama”, la Escuela Tipográfica del Hospital editó en Madrid, entre los
años 1897-1903, cuatro números de una revista taurina en la que hicieron
sus primeras armas literarias, aparte de Joaquín y Serafín Álvarez
Quintero, los jovencísimos hermanos Machado. Y es aquí, como se dice,
donde se han de situar ese “Epigrama” –composición poética breve en que,
con precisión y agudeza, se expresa un motivo por lo común festivo o
satírico- de Antonio y los “Comentarios” de Manuel, con efecto y cierto
garbo de copla. Vean:
(del natural)
Colocado por azar
entre una y otra cuadrilla,
que charlaban a la par,
lo que oí, voy a contar,
en la calle de Sevilla.
En un corro eran toreros,
cómicos en el de al lado,
y yo, en medio colocado,
voy el relato a ofreceros
tal como yo lo he escuchado.
-
-Ya tú ves… salió por pies,
-Le tocó entrar a la dama
-… y derribó a Trescalés
-… que es cuando Don Juan declama
la escena con Doña Inés.
-… El bicho se las traía
-… Mas Don Juna se equivocó
-… y con el cuerno que hería
cuatro caballos mató.
-… y el público se reía!
Sale el barba hecho una fiera
-Los muchachos se animaron
-… ¡pobre barba!...
-… le colgaron
de los cuernos la montera
y por fin lo colearon.
Paquiro quiso quebrar…
-… Y al batirse con Mejía…
-… sólo agarró medio par
-… se armó la gran gritería!
-… y tocaron a matar.
- Y se adelantó Don Juan…
- Con tres de pitón a rabo
de los que ya no se dan,
hizo al toro mazapán
-… diciendo furioso, al cabo…
- El bicho mordió la tierra…
- “Llamé al cielo y no me oyó,
y pues sus puertas me cierra…”
-… de un volapié que ¡ni el Guerra!
- “responda el cielo y no yo.”
-Adiós, Pepe.
-Adiós, Zocato.
-¿Qué se dice?
-Poca cosa…
-Aquí cuento…
-Aquí relato…
-… los toros de Cabestrosa
-… la función de Valdegato.
Manuel
Machado
No es mi cometido, ya
lo imaginan, determinar la calidad poética de tales composiciones. No lo
sabría hacer. Pero sí pretendo, porque ese es el deseo de José Ignacio,
hacerles participes de su “descubrimiento”. Se trata, en efecto, de dos
piezas que no están recogidas en ninguna de las obras completas de los
autores: ni en la que Heliodoro Carpintero entregó a la editorial
madrileña Plenitud, en 1967, reuniendo la producción de los dos
hermanos; ni en las que, por separado, fijaron Oreste Macri, en 1989,
para Antonio, y Antonio Fernández Ferrer, en 1993, para Manuel. Tampoco
los contempló el citado Cossío cuando en 1947, en el tomo II de su
monumental tratado, dedicó más de cuatro cumplidas páginas a analizar
los versos taurinos de los Machado. Y es que el propio Antonio Machado
se olvidó de mencionar el “Almanaque de El Tío Jindama” entre aquellas
revistas –“Renacimiento”, “Juventud”, “Mundo Latino”, “Helios”,
“Electra”, “La Caricatura”…- que enunció cuando en julio de 1933 otra
revista, “La Estampa”, le entrevistó, junto a Juan Ramón Jiménez, su
hermano Manuel y Pedro Muñoz Seca, a fin de dar forma a un reportaje
titulado “Lo primero que escribieron nuestros grandes autores”. Manuel
hasta citó otras publicaciones olvidadas por su hermano: “Julianito
Valcárcel” y “Las Adelfas”. Y ambos respondieron, casi de igual modo, a
la pregunta del articulista: “¿De modo que una primera página suya…?”:
-“Es difícil que usted encuentre alguna de aquellas revistas en que
comencé”, respondió Antonio. –“Muy difícil de hallar”, contestó Manuel.
Pues ya ven, mi amigo
José Ignacio, curioseando a través de una de las dos ventanas singulares
con que cuenta en su rudo –aunque verdaderamente noble- lugar de
trabajo, dio hace unos días con aquellos versos que los propios autores
olvidaron –o quisieron omitir- y no incluyeron ni en Alma (1902)
ni en Soledades (1903), libros que nacieron con la vocación de
reunir, cada uno por su lado, los versos dispersos de sus primeros años.
Bien mirado, mi amigo es un filántropo, y habrá que agradecérselo
siquiera con la publicación en su honor de este texto.
Juan A. Gómez-Barrera
Publicado Diario de
Soria, 6 de mayo de 2015