El
poeta al que más le debe esta ciudad, Antonio Machado, moría un 22 de
febrero de hace 64 años. Recordar esa muerte es tener presente el éxodo de
tantísimos españoles que parten hacia un exilio con la humildad del
perdedor, con la convicción de haber vivido en coherencia con sus ideas.
"Esto es el final; cualquier día caerá Barcelona. Para los estrategas,
para los políticos, para los historiadores, todo está claro: hemos perdido
la guerra. Pero humanamente, no estoy tan seguro... Quizá la hemos
ganado". Eso escribía el poeta poco antes de partir hacia Francia.
Caminando entre la nieve, los Machado (sale con su madre y su hermano
José), junto a tantos otros del convoy, componen una imagen que la España
de hoy, convertida en país receptor de inmigración, no debería olvidar.
Cruzan la frontera, lo hacen sin maletas y sin dinero. Alguno de los
escritores que les acompañan, (Corpus Barga), les ayuda a alcanzar un
modesto hotel, el Bougnol Quintana, de Collioure. En él moriría, un día
como hoy de 1939, Antonio Machado. La madre del poeta sólo le sobrevivió
tres días. No hacía ni un mes que habían llegado, pero esa ciudad francesa
cuida con esmero su tumba.
Recordar la muerte de este poeta es un saludable
ejercicio contra la amnesia colectiva e individual; es tener presente el
consuelo y ese especial tipo de conocimiento que nos otorga su poesía; es
dejar que su palabra afable, siempre portadora de esperanza, nos alcance.
El gran legado de Machado es su esperanza; sus revelaciones poéticas son
orientadas por la fe en el ser humano; su palabra es la que se sale de la
óptica idealista de los hombres del 98 para señalarnos que la decadencia
espiritual de España es el resultado de una injusta distribución de la
riqueza; lejos de los fatalismos decadentistas, a los males nacionales
oponía Machado la esperanza en una España nueva, trabajadora,
revolucionaria e instruida. Recordar a Machado no es sólo recordar la
historia política de este país, sino ser contagiados por la esperanza que
vive en su palabra.
Recordarle en Soria es un gesto de obligada gratitud:
Nuestra ciudad es, gracias a él, parte de La Arcadia poética como La
Mancha lo es gracias a Cervantes. Ahora bien, si en 1953 Juan Antonio Gaya
Nuño se preguntaba: "¿Se dio cuenta la ciudad de que albergaba a un poeta
de antología excelsa?" hoy, a la vista del peligro que corren las huellas
del poeta por nuestra ciudad, nos hacemos parecida pregunta: ¿Se da cuenta
la ciudad de la importancia del legado del poeta? ¿Se da cuenta Soria de
que ese legado de la esperanza, además de en la palabra poética, vive
también en los símbolos que su calles guardan? He escuchado tantas
opiniones contrarias sobre la rehabilitación de uno de ellos que supongo
que no.
Lo natural, he oído decir, es dejar que los árboles
mueran a su tiempo como mueren todos los organismo vivos y, en
consecuencia, dejar que el olmo del poeta acabe en leña. Ese dejar venir
la muerte, ese dejar hacer a la naturaleza su curso, sería para muchos lo
más natural, cabe decir también, lo más barato, pues evitaría el gasto de
su mantenimiento. Se trata de un árbol muerto. Vistas así las cosas ¿es
importante invertir un dinero -18.000 euros- en petrificarlo para sostener
vivo el recuerdo? Parecen preguntarse quienes gestionan los fondos
públicos. A tal pregunta yo quiero responder con un rotundo sí y aducir
algunas razones:
Sucede
que esto que se cae no es el recuerdo de un olmo. Es una huella del
sentido que la poesía nos infunde. Un símbolo. Y el poder de los símbolos
está en su capacidad de recordar el conocimiento que fue depositado en
ellos y que los dotó de una significación. Soria no puede olvidar el
significado de esperanza que hay entre esa secas ramas.
En mayo de 1912 Machado vio en la rama recién nacido de
este olmo, ya seco entonces, un símbolo de la esperanza; la misma que le
invade al cuidar el cuerpo enfermo de Leonor, que moriría pocos meses
después. Otros afirman que la referencia al esperado milagro es una
alusión a la generación del 98 y dan al poema una lectura social y
polítca... Pero para todos los que leemos esos versos, con o sin
informaciones culturales previas, hay un emocionado mensaje que nos
conmueve. Si en la naturaleza existen milagros como el de la rama verde
que nace del tronco de un olmo muerto, ¿por qué no esperar la realización
de lo que yo deseo? Este modo de agotar la esperanza hasta el último
momento es uno de los motivos de toda la poesía de Machado: Hoy es siempre
todavía. A nosotros, sus atónitos palurdos sin canciones, nadie como
Machado nos ha dado tantas razones -no sé si 18.000- para la esperanza.
Por eso nuestra ciudad debe, en justicia, ser la veladora de ese legado,
la huella de ese sentido.
Ejercicio que, por otro lado, nos gratifica. Toda
ciudad trasmite a quien la vive y la transita una variedad de sensaciones
que se traducen en juicios, expresiones afectivas, acercamientos
culturales, etc. Toda ciudad tiene unos significados comunes que nos
acercan. No solo contamos con reglas, miedos, obligaciones o
incertidumbres, sino también con lazos, con una memoria de intereses
comunes, con eso que constituye la huella de su sentido profundo y sobre
la cual actúan sus habitantes tejiendo relaciones desvinculadas de lo
estrictamente funcional. El paseo, afirman los estudiosos del urbanismo,
en un lugar determinado, favorece que la huella de sentido de una ciudad
crezca. ¿Puede, entonces permitirse Soria perder un lugar de paseo junto a
un símbolo tan cargado de sentido como es entorno donde se ubica el olmo
cantado por Machado?
Lo propio de lo símbolos es permanecer indefinidamente
sugestivos: cada cual percibe de ellos lo que su potencia sensible le
permite percibir. Una ciudad, entonces, se hace más personal, más propia,
más humana, cuanto más nos digan sus símbolos, cuanto podamos reconocernos
en ellos. ¿Acaso carece de sugestión lo que simboliza la esperanza?
Hoy, como en el pasado, la organización de la ciudad
está influenciada por nuestras ideas y por nuestro pensamiento. La ciudad
medieval estaba dominada por la catedral y gobernada por la iglesia. Las
ciudades del Renacimiento y del Barroco estaban dominadas por el palacio y
gobernadas por el príncipe. Las ciudades de nuestro tiempo corren el
riesgo de estar dominadas por los nuevos templos que son centros de
consumo. Hoy, más que nunca es urgente cuidar sus señas de identidad. La
bárbara invasión de las grandes firmas mercantiles hace peligrar la
personalidad de un espacio urbano, de modo que calles europeas o africanas
acaben presentando un mismo aire amorfo e indiferenciado, es decir,
despojado de huella de sentido. Por eso se abre se abre camino, en la
conciencia de los hombres, un retorno a los valores culturales, a eso que
permita pervivir y conectarse con la huella del sentido. La que nos
enriquece infinitamente más que 18.000 euros.
Sin embargo, hoy, en nuestra ciudad resulta pertinente
esa pregunta que formulara el romántico Hölderlin en su elegía del "Pan y
vino": ¿Para qué poetas en tiempos de penuria? Es lo que, al parecer, se
han preguntado los responsables de esta ciudad mirando el viejo olmo de
Machado y viendo leña en su corteza. ¿Para qué mantener en vivo la memoria
de los poetas? ¿Para qué sus símbolos?
Sabemos que vivimos tiempos de penuria: esos tiempos
que, al decir de Heidegger, "rehuyen el ámbito esencial al que pertenecen
dolor, muerte y amor." El reino de la poesía, en definitiva. Pero sepamos
que ella, la poesía, contribuye a que la huella del sentido crezca.
Consideremos entonces que los poetas, deben de ser más importantes de lo
que creemos. Otro de ellos, Rafael Alberti, dijo que "La guerra comenzó
con el fusilamiento de García Lorca y acabó con la muerte de Antonio
Machado". Deben de ser importantes, o mejor, deben de estar diciéndonos
algo importante, cuando así son tratados por los gobernantes. No
descuidemos cuanto nos lleve a su palabra, que a fin de cuentas es, hacia
la luz y hacia la vida.
© María
Ángeles Maeso