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Viejas láminas
He visto en el pueblo
aquellos viejos libros que llevaban a clase el abuelo y la abuela, en filas
y, algún tiempo, en aulas separadas. Un texto que ocupaba las páginas
enteras, monótono y cansado, sin cambiar el estilo
de la letra. Las tapas en marrón, como esa tierra pobre que habitaban
y que no se podía cultivar los domingos, porque era un gran pecado. Y algún
que otro dibujo, en blanco y negro siempre y a plumilla, pero tan animados
que el templo y sus columnas parecìan temblar a la fuerza extrahumana de un
Sansón melenudo; y daba miedo ver a Abraham levantando su mano sobre el hijo
unigénito; y hasta los querubines a los pies de la
Virgen llamaban a sus juegos a tantos angelitos que aquí abajo nacìan por
entonces.
Libros que servirían también a nuestros padres en su examen de Ingreso al
Bachiller. Me contaban mis tíos cómo en el pueblo la República no dejó
apenas huellas. Pero dicen que habria injusticias sin cuento, y sangre
derramada como ríos que anegan los sembrados, y un credo que quisieron
convertir en cenizas en el nombre de otros credos sin fe. David continuaba
enfrentado a Goliat. Seguían santificándose la fiestas, en tanto en la
ciudad se descubría el cine sin palabras y el sexo a hurtadillas. En la
Universidad comenzó a cuestionarse lo aprendido.
Y
pasaron los años. Y los hijos de nuestros abuelos se multiplicaron, como
queda prescrito por el Génesis. Y nacimos nosotros, y poblamos la casa, y la
escuela, y algunos el partido, y la parroquia. Nos enseñaron cómo ese Ser
que habita en nuestro ser nada tiene que ver con creencias políticas, ni con
moralidades trasnochadas, ni con el uso que le demos al amor -siempre que
sea amor y no otra cosa-. Pero nos enseñaron. Y aprendimos los mitos de
Las Metamorfosis, los nombres de los ríos, la cifra y el origen de cada
historia hermosa, vivida o recreada. Tuvimos referencias de quien nos
precedió.
Ana María Matute se inspiraba
de niña en unas láminas sobre Historia Sagrada colgadas en la escuela. No
hace mucho asistía a un recital poético en un curso de ESO. Poco a poco
salieron temas muy variopintos: para qué la escritura, la solidaridad ...
Nadie supo decir a qué se refería el lago Tiberiades. “No nos mola ese tema,
hoy ya no sirve”. Se pierden relaciones y parámetros. Y ahora que se puede
cambiar tan fácilmente el estilo de letra, es también importante poder
saborear cada monte Tabor.
©
María Pilar Martínez Barca 2003 |
Muñecos de sal
“Sólo hay agua gassata”. Era
en junio, en la Ciudad Eterna. Las piedras desprendían un calor condensado
en los últimos milenios. La Fontana di Trevi y los ríos sedentes de la
Piazza Navona dormitaban, sedientos. En Caracalla ya no había baños. Y un
sabroso refresco era tan sólo detritus del calor: “Ardía lento el sol sobre
los cuerpos. / Tomamos el helado, y me trajiste / un poco de agua clara
entre tus manos / para lavar las mías”.
En Kuwait aconsejan 15 litros
por día y voluntario. No todos lo resisten, pero al volver a España se
encuentran otra ardiente realidad. En torno a los 40, un potosí de euros que
haga frente a la crisis, mientras las gentes mueren en el Sur … Por no
hablar ya de incendios: de la quietud de Ávila y sus cigüeñas a la piedra
interior de Salamanca, o el cerezo en sazón de Extremadura.
No creo que Chopin compusiera
sus mágicos Nocturnos con tan altos rigores. Sin embargo, rememoro una
estancia en Valldemosa y el sudor me humedece hasta la médula. Otro verano
tórrido, pasamos mucha sed. Cada día ponían una nueva rosa fresca en las
teclas del piano, porque no se agostase. El ozono tan apenas se había
deteriorado aún. Pero tengo muy dentro la añoranza salobre de veranos de
infancia, en el Delta del Turia, con la arena y el sol abrasando los huesos
y húmeda y pegajosa la trasnoche: “La casa estaba húmeda, impregnada de mar.
El cuarto, más bien chico, olía a brea, a sal, a rescozor de piel y de
entresueño”.
No ha hecho este calor en lo
que va de siglo. Pero sí en el que nos precede, cuando aún los ríos seguían
en su cauce y las aguas saladas por el propio; cuando nuestros abuelos y, a
veces, nuestros padres madrugaban al alba para segar las mieses, arar en los
eriales, hacinar las gavillas. Aire acondicionado, una cerveza helada y el
vídeo de los oficios artesanos. Ellos sí que sudaron el pan que nos dejaron,
que ahora nuestros hijos, niños o adolescentes, ya ni prueban. Me han
contado en el pueblo cómo pasaban el día entero al sol, sin tiempo ni
siquiera de comer, con los rostros cubiertos –no se llevaba entonces lo
moreno- y el sudor modelando cada arruga. Los críos de 6 y 7 años eran
acarreadores, llevando y trayendo la comida y los fajos sembrados de la casa
a los campos, del pedazo a la era; y ni una embarazada conocía una hora de
reposo. Pero ese es ya otro siglo.
Vuelvo de vacaciones. Una
angustia asfixiante penetra al interior, la ventanilla abierta, y el garaje
es un fuego permanente. En la playa este año no se pudo dormir, y no era
necesario volver la vista atrás para transfigurarte en muñeco de sal, que te
vas derritiendo poro a poro. Y hasta en el pueblo, donde hace algo más
fresco, se nos murió el canario de la edad y el calor. Pero aquí es todavía
más ardiente. Que San Miguel apague las fauces del dragón; y Santa Rita,
abogada de tantos imposibles, abogue por las aguas del río y de las lluvias.
©
María Pilar Martínez Barca 2003 |
María Pilar Martínez Barca
Zaragoza,
agosto 1962.
Escritora,
poetisa. Varios libros publicados y numerosos artículos en la prensa local y
nacional. Crítica literaria y articulista de opinión en
diversos diarios.
Publicaciones: Epifanía de
la luz (1988); Historia de amor en
Florencia (Madrid, Col. Altazor, APP, 1989); Septenario de amor
(Universidad de Zaragoza, 1992); Flor de agua (Zaragoza, IFC, 1994);
Manuel Pinillos o la consagración a la poesía –Tesis Doctoral-
(Zaragoza, IFC, diciembre 2000); Se está muy bien aquí. Diario de una
amistad (Madrid, Huerga y Fierro, 2002). Antologías y colectivos. Poemas
en revistas y páginas web.
Doctora en Filosofía y Letras, Filología Hispánica
(Lengua y Literatura, 1997). Estudios de Idiomas (Francés) e Informática;
cursos y proyectos de Teletrabajo práctico. Certificado de Aptitud
Pedagógica (Instituto de Ciencias de la Educación, Zaragoza, 1987-88).
Recitales y actividades poéticas en diversos centros
culturales.
Becas para la publicación de mis libros. Premios
provinciales y nacionales de poesía. Medalla a los Valores Humanos
(Diputación General de Aragón, 1989).
Trabajos
inéditos: El corazón en vilo; Del verbo y la belleza (con
ilustraciones en color -óleos- de Isabel Guerra); El ángel de la aurora;
En luna llena.
http://pilmarbarca.blogia.com/2023/011101-alba-regresa-al-pueblo.php
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María Pilar llega a nuestras páginas
sorianas gracias al pueblo de sus mayores, Velamazán. Nos ha enviado
fotografías y nos comenta que algunos de sus artículos están inspirados en
la pequeña villa soriana. |
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