novela
Paseo de Portales
II
Para nada hubiese imaginado el regreso a mi
ciudad natal, cinco días antes, cuando acudí a comer a casa de mi padre con motivo de su
setenta y nueve aniversario. Me sorprendió su recibimiento, sin zapatillas ni bata
de cuadros, afeitado y vistiendo un traje gris marengo de reciente confección.
También percibí, además de una mirada despierta que últimamente no prodigaba, que en
ambos oídos había incorporado unos nuevos y minúsculos aparatos para la sordera.
Nos sentamos a la mesa, y mientras la vieja Lorenza servía el asado, me explicó
que estaba entusiasmado con la adquisición de unos "sonotones de alta
tecnología" y, obviamente, constató el elevado precio que había pagado, antes de
iniciar el ritual interrogatorio acerca de los estudios de sus nietos, desde cuyo tema
pasó a la lamentación por los parvos intereses que en la actualidad concedía la banca
al capital ahorrado.
Apurados los postres y mientras tomábamos el café, con su consabido carraspeo para
marcar las pausas, anunció que había pensado entregarnos, tanto a mis hermanas como a
mí, algunos cuartos, a cuenta de la futura herencia. Apagado el televisor procedió a
acercar un cartapacio en el que se aglomeraban hojas con dibujos y diseños de estatuas
yacentes y retablos coronados, con lo que pasó a su prédica:
" Bueno, hijo, veo tu cara de sorpresa e incredulidad cuando he
mencionado lo de daros algo a cuenta de lo que cualquier día os pueda corresponder, y
ahora, conseguida tu atención y aprovechando que estamos tranquilos y solos, te pido que
no me interrumpas en mi discurso, ya que quiero proponerte una tarea que, me temo, te va a
parecer un tanto extravagante - y no es la primera vez que mis decisiones os causan
sorpresa-, al igual que cuando me entró la obsesión de comprar el piso en el que ahora
nos encontramos, que era un principal, como se decía, desde el que se contemplaba el
reloj de la Puerta del Sol con solo abrir la ventana. Para los de provincias, en este caso
para los de Soria, la Puerta del Sol de Madrid se nos hacía el cogollo de España, o sea
lo más importante del mundo. Después de la forma en la que tuvimos que salir de allí
cuando lo del Agromán, tras empezar de cero y conseguir a base de trabajo y de esfuerzo
ganar mis buenos duros, tenía ese antojo, y me di el gustazo de concedérmelo..
Pues en este momento, y a mi edad, el cuerpo me pide otro capricho y no tengo mas remedio
que encargártelo a ti, Saturio, porque ésto no es asunto para tus hermanas ...
Queda tranquilo y no temas que te vaya a solicitar nada complicado, pero se me presenta un
impulso tan fuerte como el que en su día me dio de contemplar el reloj de la Puerta del
Sol, y lo único que lamento es que vuestra madre no pueda ver, como tú ahora, con sólo
mirar desde el balcón, que son las tres y veinticinco...
Adquirido este piso, que recordarás fue por el setenta y uno, me pasaba las horas muertas
mirando hacia la plaza y me parecía que era un sueño vivir en este lugar y
contemplar tanto ajetreo y animación, y no digamos lo que suponía
presenciar desde tan privilegiada barrera el repique de las doce campanadas y, debajo, a
todo el gentío, con sus paquetes de uvas, celebrando el Año Nuevo. También me gustaba
mucho encontrarme en los aledaños a paisanos conocidos que venían a Madrid por las
fiestas de San Isidro y transitaban por la calle Victoria a sacar los billetes para los
toros. Así, que con cuantos me topaba y reconocía aprovechaba para charlar un
rato, de paso me ponía al día en las noticias y sucedidos de allá, y para rematar, los
convidaba a unas gambas en "el Abuelo" si bien, antes de despedirnos, les
señalaba dónde se encontraba mi vivienda:
"Ahí en la misma calle Mayor, encima de la renombrada confitería de
La Mallorquina. Los siete ventanales que dan a la plaza, son todos de mi casa, que es la
tuya. . . ", para añadir con sonsonete:
"Y supongo que te enteraste de cómo tuve que salir de Soria en el
67, cuando lo de Agromán... ¿Te acuerdas?."
Sí, sí, la verdad es que se acordaban, y yo enfilaba hacia
el portal, muy ufano y satisfecho... En fin, Saturio, que ha sido para mí un motivo de
orgullo el poder soltar a todo el mundo que después de irnos nos habían marchado bien
las cosas al dedicarme a la construcción y contar al personal las barriadas de casas
baratas y las galerías comerciales que había desarrollado y, en consecuencia, que me
había hecho con un patrimonio respetable, con la intención de que de algún modo la
noticia se fuese corriendo por Soria, por El Burgo, por Almazán y por el campo de
Gómara... Sería un defecto, puta vanidad, lo sé, pero hijo, era mi hora de sacar pecho
y como me lo podía permitir, pues presumía y punto... Y ahora, como te iba diciendo, se
me ha metido en la cabeza otro antojillo, que me temo va a ser el último en mi vida, pues
a estas edades, ya se sabe, cada día supone un regalo, y me temo que va siendo hora de
retirarse... Como de los remos ando bastante jodido, no tengo mas remedio que endosarte el
mandado, que verás no es nada difícil de cumplimentar. El asunto es que me gustaría que
te dieses una vueltecilla por Soria - y entiendo que también a ti desde lo del Agromán,
y a pesar de lo joven que eras, tampoco te quedó cuerpo para retornos y me indagases
sobre el asunto que te voy a proponer. Mi capricho es que cuando muera, me enterréis en
el cementerio de El Espino pues he pensado que en un camposanto de Madrid, me iba a sentir
cómo en ajeno y entre tanto desconocido... Esto, dirás, no representa ningún problema
cuando se tiene dinero para el traslado y para la sepultura. Más lo que yo pretendo es
que mi tumba sea, con mucho, la mas aparente y señorial de todas que hay en El Espino.
En este aspecto te diré, que tengo ya claras mis ideas; por lo que, antes de pedir
presupuestos y encargar tareas, te encarezco que escudriñes detenidamente por el
camposanto y me des cumplida cuenta de qué familias en estos más de treinta años se han
destacado en la f ábrica de los panteones y me traigas imágenes de los más llamativos
... Fíjate, sobre todo, en la tumba de Don Epifanio Ridruejo Botija, que era el personaje
más rico e influyente de la provincia y que según leí en la esquela del ABC debió
fallecer allá por el 86...
Bueno, y aprovechando tu viaje a la tierra, se me presenta el capricho de comer patatas
con congria rancia... No he vuelto a encontrar congria rancia desde que salimos de
Soria... No sé si te acordarás que eran unos peces resecos y con agujeros que se
veían colgados en las tiendas de ultramarinos ... Tengo verdadero antojo y antes de irme
al hoyo, quisiera disfrutar con un guiso... ¡Ah!.. y otra cosa, que digo Saturio, que
supongo que te llevarás el Mercedes nuevo...
© Javier Narbaiza
2000
(El capítulo aquí
publicado, pertenece a la novela Paseo de Portales, es © del autor y con permiso de la
editorial)
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