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La Soria de Wenceslao Fernández Flórez
Cuando hablo de "sorias" como la de Cunqueiro, Lovecraft o
Shakespeare, lo hago a sabiendas de estar inventándome una Soria que nunca existió, ya
que, como los demás, el genial escritor gallego nunca estuvo en nuestra tierra (al menos
eso creo, aunque admitiría con la mejor de las disposiciones cualquier información en
otro sentido). Otro tanto ocurre, me temo, con esta Soria a la que ahora me refiero y que,
en puridad, es una entelequia. Pero eso es, a la postre, lo literario y, de alguna manera,
esas "sorias" pueden llegar a existir y a ser más reales que las tristes y
polvorientas que se nos intenta vender a mansalva quizá para, crepuscularmente, ayudarnos
a bien morir.
Pero es que la obra de estos escritores gallegos -Cunqueiro, Wenceslao- en ningún modo
nos es ajena. Me decía Dámaso Santos Amestoy a propósito de mis artículos sobre el
País Vasco que porqué no me olvidaba un poco de mi conocida filia euskérica y dirigía
mis ojos a lo gallego, un mundo paralelo de lo soriano y hacia el que Dámaso, como yo
mismo, se siente tan atraído. Hasta que comencé a conocer mejor Galicia -y a amarla- mi
conocimiento era sólo erudito y literario y creo que se inició con la temprana lectura
de obras como "El bosque animado", de Wenceslao Fernández Flórez, que me
abrió los ojos a una realidad que no podía sentir como ajena. Tanto como, años
después, la lectura de "La saga-fuga de J.B.", de Torrente Ballester, me
ayudaría a entender mejor nuestro pequeño orbe soriano.
En cuanto a este "Bosque Animado", decir que me lo encontré a la edad de 13 o
14 años en la bien surtida biblioteca paterna y que inicié su lectura movido por la
sugerente portada. Plasmaba ésta unos árboles absolutamente disneyanos que estaban sin
duda directamente inspirados por los monstruosos y humanizados -con ojos, boca, narices y
amenazadores brazos- que aparecen en la película "Blancanieves y los 7
enanitos". Mas éstos de Flórez no eran malévolos ni cejijuntos, sino que parecían
provenir de un mundo feliz. No diré nada de la decepción que sentí entonces por no ver
ninguna otra ilustración en todo el volumen (creo que todavía no he llegado a
acostumbrarme a leer a palo seco) pero, con todo, inicié la lectura. De ella me quedaron
imágenes vagas de un mundo poblado por peces pensantes y con un sentido de la existencia
de lo más deportivo, árboles con problemas, rencillas, afanes de emulación, bandidos
generosos y aparecidos conversadores y, sobre todo, bosque -o fraga- mucho bosque. Porque
entonces, para mí, Soria era el bosque y la umbría. Las rutas domingueras en que la
familia me embarcaba seguían siempre la línea marcada por la cordillera de Cabrejas,
desde el mojón del Pico Frentes hasta el más allá ignoto de la inacabable cadena
montañosa. Salvo excepciones, no conocí la otra Soria, la del yermo y el pastor, hasta
muchos años después y, desde el pinar de La Verguilla, hasta Pinar Grande, pasando por
los generosos robledales de Valonsadero, mi infancia transcurrió entre bosques. Por
tanto, este bosque galáico, la Fraga de Cecebre, que me proponía Fernández Flórez, no
me era en absoluto ajeno y ese mundo de peces y pescadores me era también familiar, Sión
por experiencia directa, que también, por comentarios oídos entre los viejos empleados
de la empresa familiar: historias de truchas de 4 y más kilos, homéricas recolecciones
de cangrejos en el arroyo de Mazaterón, de la pesca con y sin cucharilla, de
"moscas", cebos vivos conservados entre serrín y con olor a cadaverina...
Por eso cuando tuve noticia de que se estrenaba en Madrid la película "El Bosque
Animado", acudí en seguida a verla. Eran mis años madrileños, cuando trabajaba en
Radiocadena Española. Ya he dicho otras veces, al hablar de cine, que no hay película
que me haya satisfecho si antes he leído la novela en la que se inspiró. Y ello porque
el archivo de imágenes con el que ilustramos las novelas o relatos es personal e
intransferible y no coincide -nunca- con el del director de cada película, ya que no hay
adaptación fidedigna posible, sino personal, personalísima visión de una realidad
difícilmente objetivable. No me desdeciré un ápice de lo proclamado, pero sí añadiré
que, no obstante, "El Bosque Animado", en su versión cinematográfica, me
gustó en su día. Y no, repito, por su fidelidad a la obra de Flórez, ya que ésta es
bien discutible, sino porque la recreación de ese mundo galáico está conseguida y los
personajes respiran verismo y credibilidad.
Pero son sólo algunos aspectos del libro los que vemos desfilar en la pantalla. Toda la
parte "dysneiana" a la que antes aludía, no se ha abordado, quizá por
dificultades técnicas (¿Cómo plasmar un animado diálogo entre abetos y eucaliptos o
entre escachos y lucios?) Pero la parte que se nos muestra merece nuestra aprobación.
Así ese bandido "Fendetestas" que incorpora el inefable Alfredo Landa, que se
pasa toda la película barbotando: "¡Me caso en Soria!" o el que hace de
Geraldo, el pocero cojo, o, sobre todo, la bella Hermelinda (Alexandra
Greppi) que quizá hizo allí uno de los pocos papeles dignos de su carrera artística
(que en modo alguno ha seguido tan prometedor comienzo).
Por cierto que ese ¡Me caso en Soria! puesto en boca del desperado Fendetestas, no
sabemos muy bien cómo tomárnoslo pues, en principio, parece más una maldición que otra
cosa. Al parecer el venir a casarse a Soria era cosa propia de gente que tenía muy poco
que perder. Pero este tema, el de la proclividad de Soria, y lo soriano, a servir de base
de todo tipo de chanzas, hablillas, refranes o, más recientemente, chistes, es,
verdaderamente, otra cuestión.
(Esta reflexión
pertenece a un libro en preparación titulado "Visiones sorianas", es © Antonio
Ruiz Vega y lo publicamos aquí con el permiso expreso de su autor y de la editorial)
© Antonio Ruiz
Vega 2000 |
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Don Miguel
de Unamuno y Soria
En
tiempos que van alejándose cada vez más, irremediablemente, recuerdo que fui
el representante para la provincia de Soria de una sociedad que llevaba el
nombre algo dilatado de "Asociación Ibérica "Miguel de Unamuno"
para la salida de España y Portugal de la CEE", que fundaran Joaquín
Albaicín (el escritor hijo de María Albaicín y Joaquín Bernardó) y Fernando
Sánchez Dragó, entre otros. Siendo el 50 aniversario de la muerte de don
Miguel, en 1987, escribí en la prensa soriana un artículo que ahora reproduzco
aquí, aproximadamente, mutandis
mutandi.
Este vasco genial fue leonesizado
en Salamanca, como no dejaba de puntualizar el segoviano Carretero Nieva y es
uno de los culpables de la confusión actual sobre los límites entre Castilla y
León...
"Leonesizado",
sí, que no castellanizado, pues ese racial Unamuno que tanto utilizaba la frase
de Bosch Gimpera "Lo vasco es el alcaloide de lo castellano" se
equivocó de medio a medio tomando la leonesísima Salamanca como el cogollo o
meollo de Castilla. Qué le vamos a hacer: en esto, como en otras cosas, y a don
Miguel de Unamuno no le dolían prendas, se equivocó. Su visión de Castilla es
peculiarísima... y errónea.
No podemos estar con
Unamuno cuando confunde la estepa leonesa, la Tierra de Campos, los Campos de
Godos, con Castilla, la montañesa Castilla, la foral Castilla, la
cántabro-euskaldún Castilla... Y él como vasco debiera haber sabido
distinguirlas.
Mas, en fin, no hemos
traído a don Miguel a este modesto retortero para ponerlo a caldo sino, todo lo
contrario, para rendirle el congruo homenaje de estas líneas. ¿Qué mejor
homenaje que recordar juntos una de sus visitas a Soria?
Nos cuenta don Heliodoro
Carpintero en un número de Celtiberia, homenaje al insigne José Tudela, cómo
allá por el año 31, a poco de instaurarse la II República, Unamuno llegó a
Soria invitado por Tudela y se alojó en su casona de la calle Caballeros.
Tras pasar la noche en
dicha mansión, a la mañana siguiente pudo ver a las hijas del matrimonio,
Conchita e Inés. Don Miguel les preguntó si habían soñado aquella noche, a
lo que Inés le respondió que no, pues "tenía tanto sueño que no me
dejaba soñar".
La respuesta, paradójica
y profunda, sorprendió agradablemente al filósofo y poco después aparecía un
artículo en "El Sol" titulado "Por tierras del Cid" en el
que Unamuno narraba su periplo por tierras sorianas. En él se incluía el
siguiente párrafo:
"¡La Reconquista!
¡Cosas tuvieron nuestros cides que han hecho hablar a las piedras! ¡Y cómo
hablan las piedras sagradas de estos páramos! Reconquistado su suelo, Castilla,
que había estado de pie, se acostó a soñar en éxtasis, en arrobo sosegado,
cara al Señor eterno. Y soñó recuerdos y esperanzas; soñó esas
"Sirenas del aire" que posaron empedernidas en los capiteles
románicos. Aunque los más ni soñaban; cuidaban sus ganados, sus vacadas, y
roturaban sus campos. "Tenían tanto sueño, sueño de cansancio secular,
que ni les dejaba soñar". Dormían la vida en Dios, que era quien les
soñaba. Era el sueño de la Reconquista".
Y, nos cuenta don
Heliodoro Carpintero, don Miguel afirmaba: "En este artículo ha colaborado
una hija de Pepe Tudela".
Nuestra querida Inés.
Dejemos aparte la
particular concepción unamuniana de Castilla y lo castellano, que expusiera en
su "En torno al casticismo", y con la que, desde luego, no estoy en
absoluto de acuerdo. Por contra quedémonos con este Unamuno racial, ibérico,
contradictorio, pero vehemente y sincero. Tanto como España.
(Esta reflexión
pertenece a un libro en preparación titulado "Visiones sorianas", es © Antonio
Ruiz Vega y lo publicamos aquí con el permiso expreso de su autor y de la editorial)
© Antonio Ruiz
Vega 2000
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