novela
Antiguallas
Preámbulo.-
Era todavía muy temprano cuando Teógenes se
despertó. Sentado en la cama miró a través del estrecho ventanuco de su
habitación que daba a la explanada de las eras del pueblo, y al ver que el desgarrado
manto blanco que lo cubriera el día anterior había recuperado todo su esplendor durante
la noche, pensó que el cielo se empeñaba en vestirlo con su mejor traje de invierno para
despedir el año y dar la bienvenida al siguiente. Después, como un buen presagio, con el
refrán "año de nieve, año de bienes" metido en su mente y el frío en el
cuerpo, volvió a buscar el calorcillo bajo las mantas cual polluelo bajo el ala de la
gallina. Y con un intenso placer recorriéndole de pies a cabeza, se durmió de nuevo.
La voz de su madre le llegó cada vez más clara desde la puerta de la habitación.
-Teo, Teo, Teo..., levanta que me tengo que ir a casa del tío Machuchín.
Te dejo el desayuno en la cocina. Venga, que si no se te enfriará la leche.
Teógenes tenía once años recién cumplidos y vivía con su madre (soltera) en aquella
casa que era una de las más pequeñas y peores del pueblo, prestada por su vecino, el
tío Machuchín, que se había medio apiadado de ella cuando se quedó sin la señora a la
que servía (muerta de la noche a la mañana), preñada por ¡sabe Dios quién! y sin
familia a la que recurrir.
Como el tío Machuchín, en aquellos tiempos se había quedado viudo, solo en el mundo
(sus dos hijos se habían ido a América hacía años) y con una salud que no le daba ni
para un corto paseo, llamó a la pobre Restituta y le dijo:
-Mira, Resti; ya ves cómo estoy, hecho una pena. Si estás dispuesta a
atenderme hasta que me muera, te dejo la casa y te pago algo para que podáis ir tirando
tú y lo que venga.
La Restituta vio el cielo abierto. Se instaló en la casa, y a cumplir como Dios manda:
siempre lo había hecho así. Y así pasaron los años, creciendo Teógenes y arrugándose
el tío Machuchín.
Teógenes, tras remolonear un poco, se levantó y vistió rápidamente (el frío así lo
exigía) y bajó a la cocina. Después de desayunar se hizo el lavado del gato, se metió
un trozo de pan en el bolsillo y cogió los dos cepos que tenía y salió de casa
dirigiéndose a la del tío Machuchín. Antes de llamar a la puerta, no pudo resistir la
tentación, como siempre que nevaba, de abrir la bragueta, sacar la espita, y con el
cálido chorro ir trazando surcos sobre la inmaculada nieve, observando atentamente cómo
se regalaba en un visto y no visto.
Ya en casa de su vecino, tras saludarlo alegremente, dijo a su madre que se iba a cazar
gorriones y a jugar un rato con los hijos del Cipriano. Cuando se dirigía hacia la
puerta, el tío Machuchín lo llamó:
-Ven un momento, Teo, que tengo que decirte una cosa.
El niño se acercó intrigado.
-Ya sabes, Teo, que hoy es 31 de diciembre -le dijo poniéndole la mano en
el hombro-; pues bien, hoy os invito a ti y a tu madre a cenar conmigo para despedir el
año y recibir el que viene. He comprado uvas que nos comeremos con las campanadas del
reloj de pared que tengo en el comedor. Al llegar el nuevo año te propondré algo muy
interesante para ti. Ahora vete a cazar y a jugar y cuando llegue el momento
recuérdamelo.
Teógenes dijo que sí, y se marchó corriendo.
Pasó gran parte del día jugando con otros chicos del pueblo a hacer muñecos de nieve y
tirarse bolas, a deslizarse, previa carrerilla, por pasillos de hielo suficientemente
duro, y, de vez en cuando, a vigilar los cepos que había colocado en sitios donde sabía
que acostumbraban a ir los gorriones, cubriéndolos convenientemente y dejando visible un
trocito de pan como cebo.
Por fin llegó la hora de cenar. Su madre lo vistió con la mejor ropa que tenía y se
fueron a casa del tío Machuchín. Mientras la Restituta preparaba la cena, el viejo y el
niño hacían tiempo echando unas manos de guiñote al calor del brasero.
Teógenes cenó como nunca, y como nunca se rió al comer las uvas.
Cuando las acabó, sin que hubiera podido seguir el ritmo de las campanadas, esperó unos
instantes hasta recuperar la tranquilidad e inmediatamente dijo:
-Ahora tío Ma..., tío Bienvenido (que ése era el nombre de pila del
viejo) ¿qué me tenía que proponer?
-Espera un poco. Y dirigiéndose a la Restituta, agregó:
-Anda, hazme una manzanilla y friega los platos.
Cuando se quedaron solos, el tío Machuchín le dijo al niño:
-Ya sabes que la casa donde vivís es mía, ¿no? Pues bien, como tu madre
y tú os estáis portando conmigo mejor que si fuerais de mi familia, he decidido
regalárosla; tu madre ya lo sabe. Pero además, y esto es lo que te quería proponer, te
ofrezco un trato con el que los dos saldremos siempre ganando. Hizo una pausa mirando
fijamente a Teógenes que le sostuvo la mirada expectante.
-Pues si los dos aldremos siempre ganando, chóquela -intervino
apresuradamente el niño estirando la mano.
- Tranquilo, Teógenes; no te precipites. Antes debes saber de qué se
trata y cuáles son las condiciones. Después, si estás de acuerdo, sellaremos el trato.
-Conforme. Le escucho -repuso Teógenes cogiendo un trozo de turrón y
acomodándose en la silla.
-Durante el año que acaba de empezar -explicó el tío Bienvenido-,
habrás de escribir cincuenta y dos cuentos o relatos, tantos como semanas tiene, (la
extensión no importa) que me leerás y entregarás después. Al principio pondrás el
título y al final la fecha. Por cada uno que escribas yo meteré un duro en una bolsa que
guardaré en el primer cajón de arriba de la cómoda de mi habitación. Si yo me muriera
durante este año, tú coges la bolsa con los duros que haya. ¿Aceptas el trato?
-Una cosa, tío Bienvenido -dijo el niño-. Si al terminar el año no he
escrito los cincuenta y dos cuentos, ¿me dará los duros que haya en la bolsa?
-No; a menos que te sea imposible hacerlo.
-Otra cosa: ¿tengo que escribir uno cada semana?
-No. Cuanto antes los tengas, mejor para ti. Pero no escribas a tontas y a
locas: piensa bien lo que vas a poner y cómo.
-De acuerdo, chóquela -dijo firmemente Teógenes-. Esta noche tendrá el
primero.
© Carlos Andrés
Vallejo
1.- La Hostia de Año Nuevo.-
Había una vez un pueblo muy pequeño...
(Podéis
pedirle a Carlos Andrés, que os envíe, el primer capítulo de Antiguallas.)
Carlos Andrés
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