Carlos Andrés Vallejo

relato

Simplemente Caparucita
(cuento infantiloide de la España de 1974)

  Capítulo primero (y último)

En un pequeño pueblo, de cuyo nombre más vale no acordarse,  vivía la viuda de un todavía coleante señor con su hijita de  siete años a la que todos llamaban Caparucita, por haberle  regalado el susodicho señor, con motivo de su cumpleaños, una  capita con gorrito incluido.
Habitaban las dos féminas en bastante armonía, paz, amor y  concordia una pequeña y linda casita, alicatada hasta el techo y con jardín incorporado y todo.
La mencionada casita se hallaba en las afueras del pueblecito,  a la orilla de un riachuelo, en cuyas aguas cristalinas (de puro  milagro), podían calmar su sed los pajarillos del bosque cercano  sin miedo a espicharlas.
Una mañana radiante de primavera, mientras Caparucita jugaba alegremente en el jardín más sola que la flor de "El Principito",  su mamá, como casi todas las mamás, de profesión "sus labores"  escuchaba, toda emocionada y con lágrimas en los ojos, uno de los seriales matutinos, que la emisora local emitía en frecuencia modulada de lunes a viernes y a la misma hora.
Una vez acabado el correspondiente capítulo, la viuda, asomándose a la ventana, llamó a su hijita. Esta, que oyó perfectamente la llamada, oculta tras un espléndido rosal, se hizo la sorda un ratito, diciéndose para sus adentros: "¡Jo, qué rollo! ¿Adónde me mandará ahora la mamimandona ésta?"
Su sordera voluntaria no duró mucho, pues la llamada iba subiendo de tono, amenazándola además con ponerle el culo como un tomate si no venía ya mismo (y sabía muy bien cómo se las gastaba su mamá). Así que no tuvo más remedio que acudir volando, con la ingeniosa excusa de no haberla oído.

-Mira, Caparucita, ¿ves? -le dijo cuando la tuvo delante-. En esta cestita he puesto unos pastelitos y una jarrita de miel, que vas a llevar a la abuelita. Y por el camino, ya te lo he dicho muchas veces, no te entretengas a hablar con ningún desconocido, ¿eh? Hala, dame un beso y date el piro.

Y Caparucita, obediente como todos los niños de su edad, se alejó hacia la casa de su abuelita, la cual se hallaba aislada al otro extremo del bosque, cantando la canción de moda: "La, lala, lala, lala, lala. A ver a mi abuelita por el bosque yo voy..."
Iba andando Caparucita por el camino que atravesaba dicho bosque, cuando se detuvo, maravillada por el canto de los pajarillos y por la belleza de unas florecillas que exhalaban aroma embriagador.
Después de mirar y oír extasiada unos minutos, cándida, espontáneamente, Caparucita se aproximó a las florecillas y con mano trémula, como quien no quiere la cosa, sacó de la cesta una luenga faca, que llevaba para que la librara de todo mal, y dando diestramente unos cuantos tajos en diagonal y al frente, no dejó una viva.
Una vez llevada a cabo esta faena, y habiendo hecho con ellas un fajo, la dulce niña volvió a fijar su atención, guardada ya la faca, en el gorjear incesante de los pajarillos, acompañado por el cacareo lejano de una gallina que tranquilamente defecaba sus huevos; por el meloso bramido de una mansa vaca, que buscaba ansiosamente su toro azul, y por el lastimero balido de un macho cabrío, de los que tanto abundan sobre la faz de la tierra.
Cuando más absorta estaba, una grave voz la vino a sacar de su ensimismamiento:

-Buenos días, Caparucita -dijo la voz.
-¡Hostia! Buenos días, señor lobo; ¡qué susto me ha dado! -Exclamó Caparucita.

Pasado el primer instante de sorpresa, la inocente criatura, no acordándose de las advertencias de su mamá e ignorando las hazañas del lobo, conocido entre las zorras de aquella comarca por "el golfo", prosiguió charlando amistosamente con él.

-¿Adónde vas, Caparucita?
-A casa de mi abuelita.
-¿Y dónde vive tu abuelita, Caparucita?
- En la casita de los avellanos, ésa que hay al otro extremo del bosque, ¿sabes?
- ¡Ah, sí; ya, ya, ya!... ¿Y qué le llevas en esa cestita?
- Unos pastelitos y una jarrita de miel.
-Oye, Caparucita, cambiando de tema, ¿Quién ha segado esas florecillas?
-Yo, con esta faca. Mírala. Porque mi abuelita se pondrá muy contenta si le llevo un buen fajo ¿verdad?
- Oh, sí; claro que sí, Caparucita.

Y mientras decía esto, el lobo pensaba: "Esta niña es linda y tierna y si obro con astucia me zamparé a las dos. Me iré por alguno de los atajos para llegar antes que ella; pero antes a ver si puedo quitarle la faca.

-Me dejas un momento esa preciosa navaja, Caparucita, que quiero verla mejor?
-Que te crees tu eso, tío. Es mía y no se la dejo ni a Dios.
- Bueno, pues, me voy, que tengo prisa, mucha prisa. Adiós.

Y el lobo, relamiéndose como todos los jetas de su calaña, pero un poquito manchado por detrás, se calzó rápidamente las relucientes y recién compradas albarcas de ¡sabe Dios cuántas leguas!, que tenía ocultas no lejos de allí, y por caminos, por atajos, por cordeles y senderos, en menos de una salve, se plantó delante de la casa de la abuelita.

Están leyendo ustedes, por una gentileza del Colacado, "Simplemente Caparucita". Y acontinuación, SU EXCELENCIA les va a relatar las múltiples cualidades del producto patrocinador de esta colección:
"Españoles todos: Aprovechando que la inmensa mayoría de todos vosotros estáis leyendo alguno de los c$lebres cuentos de Calleja o el folletín de turno, tal como recomiendan implícitamente los Principios del Movimiento Nacional, quiero dirigiros mi más afectuoso saludo y relataros brevemente las excelencias del Colacado.
El Colacado, que está compuesto por crema de cereales colamalteados y por toda una serie de elementos totalmente fraudulentos, es el alimento ideal de todos los españoles. Hace crecer a los niños y mantenerse a los jóvenes, adultos y viejos fuertes, robustos y lustrosos. Y se puede tomar a cualquier hora, y con cualquier cosa: con leche, con agua, con vino y hasta con la sopa.
Lo toman los capitalistas y los obreros, los deportistas y los toreros, puesto que alimenta y repone energías.
Gracias a él, y a otras cosas que por respeto a vosotros me callo, mi mano sigue firmemente dirigiendo los destinos de la Patria y empuñando la caña, en la que el otro día y en tan sólo una mañana, dejaron su triste existencia 18 hermosísimos salmones.

-¡El Colacado!
-¡Uno!
-¡El Colacado!
-¡Grande!
-¡El Colacado!
-¡Libre!
-¡Viva el Colacado!
-¡Viva!"
Y después de las emocionadas palabras de SU EXCELENCIA, sigan leyendo ustedes "Simplemente Caparucita"

Una vez delante de la casita de los avellanos, el lobo, lentamente, moviendo armoniosamente el rabo y ya descalzo, se acercó a la puerta y aplicando al pequeño ojo de la cerradura sus peludas orejas escuchó atentamente. ¡Nada!; no se oía nada, ni el silencio. Dejó pasar un instante y por fin se decidió a llamar con la aldaba, como mandan los cánones.

-¿Quién es? -preguntó una quejumbrosa y cascada voz desde dentro.
-Soy yo, abuelita, Caparucita, que te traigo unos pastelitos y una jarrita de miel -contestó el lobo, afinando todo lo que pudo su cazallesco vozarrón.

-Pasa, pasa; no tienes más que empujar la puerta.

No bien la hubo abierto, se abalanzó cual buitre sobre su desprevenida presa. Y en un abrir y cerrar de patas engulló la huesuda vieja.
Seguidamente, se acercó al armario, y extrayendo el más grande de los refajos, se lo puso. Y metiéndose en el sobre esperó pacientemente a que llegara Caparucita.
Esta, que ni por asomo se imaginaba la tragedia que le aguardaba, venía alegremente cantando su canción.
Ya en el umbral de la puerta, sin extrañarse lo más mínimo de que ésta estuviera abierta, la niña llamó a su abuelita.
La voz que le respondió desde el dormitorio le recordó a alguna de los dibujos animados de la tele.

-Pasa, hijita, pasa, que estoy en la cama un poquito resfriada.

Y Caparucita entró escopeteada a la habitación en penumbra, dispuesta a darle un beso a su querida abuelita. Pero al aproximarse a la cama, a la que había de subirse y bajarse a saltos, se paró en seco, fijos los ojos en la cabeza de su abuela, que era lo único que se veía.
Pasados unos segundos comenzó a reír como una loca, diciendo:

-  Pero abuelita, si los carnavales ya hace mucho tiempo que pasaron. ¡Jo...lines! ¿Dónde te has echado este disfraz? Pareces un auténtico lobo. Pero si a mí no me asustas. ¿No sabes que el lobo es amigo mío?
  -Sí, sí, amigo -gritó el lobo, saltando raudo y veloz de la cama-. Ahora verás.

Y en un pispás, de la misma manera que engullera a la abuelita, lo hizo con Caparucita, incluidos vestidos, cesta y flores sin darle tiempo a rechistar.
Y ya con el estómago a punto de reventar, volvió a meterse en el sobre, quedando dormido al instante, a la vez que soltaba placenteros ronquidos.
Un gris disfrazado de cazador, que acertaba a pasar por delante de la casa de su amiga la anciana, haciendo la ronda de costumbre, con cuchillo de monte y Colt del 45 al cinto, se detuvo alarmado al ver la puerta abierta, rumiando para sus adentros:

-¿Qué ventolera le ha dao a esta mujer? Con la cantidad de mangantes que hay, y tiene la puerta de par en par. Voy a ver qué coños pasa. Pero, ¿qué ronquidos son estos? ¡Joder! Esta vieja ronca cosa mala. Está aquí, en su dormitorio.

Al llegar a la puerta se quedó patidifuso. Allí estaba aquel asqueroso rojo.

-Ahora verás, desgraciao -Exclamó el gris-. Voy a desenfundar el Colt 45 y no voy a disparar a las patas, no; a la cabeza, a la cabeza. ¡Por fin, ya estás muerto, so cabrón!

Entonces, el gris, al oír los gritos que daban Caparucita y su abuelita dentro de la barriga de la feroz alimaña, desenvainó el inmenso cuchillo de monte, y rajando de norte a sur y de este a oeste la abultada panza del lobo, salieron las dos hembras vivitas y coleando.
Después, con el mismo cuchillo, le cortó las dos orejas y el rabo, dando con la anciana y Caparucita una triunfal vuelta a la casa y posteriormente a la comarca, llegando, por fin los tres, con innumerable gentío en pos, a la casa de Caparucita, donde su mamá, enterada ya de lo sucedido, le hizo prometer a la niña que nunca más hablaría con desconocidos y que cuando fuera mayor llegaría a casa antes de las 10 de la noche.

Y colorín, colorao, este cuento se ha acabao.

© Carlos Andrés Vallejo, Barcelona 1974

Carlos Andrés

 

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