Luz, en Soria
“
El esfuerzo de clavar en Dios la mirada y el corazón, que llamamos
contemplación, es el acto que aún hoy puede jerarquizar la inmensa pirámide
de la actividad humana.”
Pablo VI, Homilía del 7 –12-1965
La provincia de Soria
envuelve al castellano en un misticismo propio. El conocedor del alma de esa
tierra no puede caminar desorientado por ella. Saltará en su corazón un
Duero personal, sereno en muchas ocasiones, pero turbulento en otras.
Al llegar a la
capital de la provincia, el amante de la poesía sentirá la mano, la calidez
y la profundidad del espíritu del gran poeta Antonio Machado.
Si recorre
pausadamente las calles , encontrará el hermoso convento de Santo Domingo,
fundado en el siglo XII. En su interior, hay una luz, una luz que recibe el
calor de un grupo de monjas clarisas, que ha dedicado su existencia a la
vida contemplativa.
Esta entrega
incondicional no es comprendida por muchos; las personas piensan , a veces,
que el consagrarse a la vida de oración y de obediencia no tiene un sentido
específico.
En múltiples
ocasiones, el hombre y la mujer recurren a buscar esa oración sincera, que
emerge de los corazones religiosos que allí se encuentran y que,
seguramente, les trasmitirá paz.
En ese convento,
sirve, no es servida, la hermana María del Camino. Su gracia,
espontaneidad y amor cándido aparecen en breves poemas que escribe para
alegría de todo aquel que haya olvidado un poco que la humildad y el amor
esperanzado existen en medio del descarnado desprecio humano.
En la actualidad, sus
versos corren copiados de mano en mano, especialmente los que denotan su
dulzura:
Nace
Jesús en los niños
que no encuentran un establo,
ni unos ojos que los miren,
ni unos besos, ni un regazo.
Van buscando una posada,
pero se la van negando;
y mueren, porque no hay sitio
y porque están estorbando.
Nuestro
egoísmo, nuestra hipocresía nos llevan, muchas veces, a actuar en forma
despiadada, y María del Camino nos llama a la reflexión con sus versos:
Son
profetas de estos tiempos,
y son mártires cristianos
las víctimas inocentes
por Herodes condenadas
a morir sin saber cómo,
sólo por odio infundado,
y Jesús muere con ellos,
pero no es muerte, es traslado.
Quizás
, estas palabras llenas de un gran sentido religioso suenen lejanas, pero no
podemos apartarnos del único mensaje que podrá dignificarnos en la condición
de hombres: EL AMOR AL PRÓJIMO.
Esta clarisa es
clara, y no es juego de palabras, porque sus expresiones son diáfanas,
tersas, despejadas:
En el silencio te
busco,
en el silencio te veo,
en el silencio te escucho,
y en el silencio te encuentro.
En el poema “De
aquel avión tuvo celos”, despide a un sacerdote peruano que encontró su
muerte en el aeropuerto, luego de haber acompañado a las monjas en sus
momentos de meditación. El dolor, el cariño y el agradecimiento se amalgaman
en cada uno de estos versos:
Querías
ir tu patria,
al Perú de tus ensueños,
te encontrabas en Madrid,
y
ahí en el aeropuerto,
con el
billete en la mano
y equipaje de viajero,
la hermana muerte llegó,
te miró los documentos,
y al ver tu alma tan santa,
de aquel avión tuvo celos,
y tomándote en sus alas
te llevó a un país más bellos,
pero...¡Qué vacío nos dejas!
¿Quién ocupará tu puesto
en nuestra orden, en Roma,
en Valencia y los conventos?
Padre, no nos olvides,
desde la patria del cielo,
a los que estamos llorando
tu muerte, en este destierro.
Soria
me regaló un amigo, don Antonio Machado, que sólo conocí a través de sus
poemas y que amé intensamente al encontrarlo en la ermita de San Saturio, en
la ribera del Duero, en los álamos dorados; y a una amiga, la religiosa
María del Camino, que ha dedicado ya más de treinta años a la contemplación
de Dios. Muchos llaman a este estado contemplativo la oración
ininterrumpida o la oración de fuego . Es – no cabe duda- una
experiencia que desafía todo análisis, una fuerza irresistible que se
apodera del alma.
Con tu entrega,
hermana, has cumplido con la hermosa misión de arder, no de iluminar,
en la Iglesia.
Nota:
Sor María del Camino García se encuentra en la actualidad, en el Convento de
Santa Isabel de Medinaceli
©
Elsa Teresita Vila de Dios, 2004
Te recuerdo, Soria
En mi alma te encuentro,
Soria húmeda,
fría y crepuscular.
Te camino zigzagueando cada día,
cada mañana, entre el tumulto de tu calle,
y respiro el amor de Antonio, el de
Leonor.
Me resulta muy fácil recordarte,
tengo en mi memoria los tejados escarchados de las casas,
siento y busco la cigüeña del campanario,
el olor del café recién molido,
los niños de Soria,
los ancianos callados , misteriosos,
y entonces,
me muero a cada instante,
para resucitar en lo que aún llevo grabado.
Medito mi vida,
y me encierro en el laberinto del juego de mi alma,
incansablemente te persigo,
Soria querida
y te atrapo sostenidamente.
Porque quiero que te quedes siempre
aquí conmigo,
porque estoy subiendo a la ermita,
y no quiero equivocarme de camino.
La mañana es fría,
circunstancial,
atemporal,
en la ilusión de mi vida
Soria, te llevo.
©
Elsa Teresita Vila de Dios, 2005
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