Cine de Papel 2


Cine de papel (1)

Fernando FerrerÉxtasis
Mariano Barroso, 1996

Tu amigo cree que yo tengo la culpa de que su vida sea un infierno. Dile que no es así. Dile que me hubiese gustado ser, como para ti, el padre que todos buscamos. Dile que en la vida uno es lo que puede, no lo que quiere. Díselo, Rober.

¿Mi padre? El muy cabrón... Cuando hablaba de Rober, le mirabas, y no veas como le brillaban los ojos. Estaba enamorado, tío, te digo que estaba enamorado. Yo no existía para él, no me veía. Al principio, pensaba que era porque creía que él era yo, que Rober era Max, ¿me comprendes? Pero no. Yo sólo era Clarín. El bufón.

Sentí tanto que te fueses, Rober. Cuando tú estabas cerca, Daniel parecía casi humano. Vibraba. Ahora es diferente. Sigue siendo igual de soberbio, la misma altivez, los mismos estallidos de cólera, pero está más viejo, más frágil. Ha amado. Ha sido abandonado.

Una lástima. Ese chico, ese chico pudo haber logrado lo que se propusiese. Tenía energía, talento. Más que talento, fuerza, ambición. La ambición lo es todo en esta vida. Pero era débil. Su debilidad eran ellos. ¿Ves a dónde conduce dejarse llevar por el corazón?

¿Rober? Quizá algún día. Ahora no. O sí, no sé. Resulta difícil. Pensando en aquellos días, quiero decir. No era él, y sin embargo, lo era. Nos vio allí, entre la gente. Y nos volvió la espalda. Dentro, aquella mujer. Luego, en el garaje, cuando dijo: "Yo me quedo", se me rompió algo dentro. Él era nuestro amigo, nosotros nos fiábamos de él, yo le quería. Y él nos abandonaba. Por aquel viejo. Daba asco.

Pobre Daniel. Fracasó con Lola, fracasó con Max, fracasó con la madre de Max, todo por su egoísmo. Y cuando decide ser generoso, me elige a mí. Viejo, querido loco. Hay que joderse...

[...] y si me viste primero

a las prisiones rendido,

fue porque ignoré quién era;

pero ya informado estoy

de quién soy, y sé que soy

un compuesto de hombre y fiera.

© Begoña Paz
cartel: Fernando Ferrer

 

Lola GarceráLa ardilla roja
Julio Medem, 1993

Hasta aquel cámping no conocí a Julio, lo había estado buscando como ganadero. Y es bien sabido que no podemos fiarnos de cualquiera porque sabemos algo peor: que todos podemos inventar nuestra historia; a veces sin querer, y otras obligados. Las obligaciones pueden deberse a exigencias del guión o a falta del mismo, son tortas. El guión es el pan nuestro de cada actor, y la improvisación nuestra sal. Le da la vida, que si partimos de cero será inventada y si partimos la torta en moto tenemos ostia, y nos la inventan si la salvamos. Por eso no nos podemos fiar. Aunque tenga magnetismo Novonasal, hay que tener reflejos. En esta ocasión no había escapatoria porque se enfrentaban el rey de los reflejos y la chica bonita, a quien como tal sólo le preocupaban los de su pelo. Pan comido. Pero Julio llevó al cámping complicaciones (pon Carmelo) y el duelo no sé si era necesario, pero ella tenía que elegir sin saber - vuelva al principio quien se pierda -: no hay datos, tengo que inventar quién era mi novio o dejar que entre ellos lo solucionen como toda la vida - a tortas - y uno se gane el sudor de mi frente en orgasmo porque hay que ver el calor que hace en el iglú de la ardilla y lo buena que estoy. Bueno, pues del final no me acuerdo - ahora hablo yo, quién soy - porque mis hermanos me dijeron que no mirara una autolesión (invención de la propia fisonomía), pero yo ya había sacado todas estas conclusiones que se resumen en dos: el director casi puede decir que es presidente argentino, al fin y al cabo a quién le importa; y a quién le importa si al fin acabo diciendo que no la he visto. Ni vacas de la Pampa.

© Pateta
cartel: Lola Garcerá

 

Julio Antonio BlascoLos amantes del círculo polar
Julio Medem, 1998

ADVERTENCIA

dónde estás
detrás de tus palabras

déjate ver

-él respondió

aquí estoy
pero mírame
con ojos de piloto

 

PILOTO AUTOMÁTICO

tus palabras

peces suicidas
bajo toldos de estrellas

tu cabeza ante el viento

sueños que se deslizan
augurando mañanas blancas

 

MENSAJERO AÉREO

las ciudades
constelaciones

tu casa
una estrella más

© Isabel Bono
cartel: Julio Antonio Blasco

 

Nieves GrasSecretos del corazón
Montxo Armendáriz, 1997

A MAR DE VERDAD

OTROS "SECRETOS DEL CORAZÓN"

"La vida no tiene ya secretos para mí", oí que alguien sentenciaba a mis espaldas. Golpeado en la nuca por esa frase, me giré. Entonces vi a un hombre terminando de fruncir orgulloso el ceño, mientras otro a su lado lo arqueaba por contracción de la glotis tras enjugar la mirada en whisky. Pensé: miente. Y puestos a decir mentiras recordé una historia que sucedió de verdad.

Ocurrió una mañana de agosto de hace tres veranos. Juan y Juan, valga la redundancia, se encontraron en un viejo casino junto al mar. Por el olor del salitre dedujeron que esa tarde el menú del día incluiría sardinas, a la plancha o rebozadas, tanto da. Aunque Juan y Juan las tenían todas consigo, una sombra de duda les hizo pensar que quizá el olor a salitre no provenía del mar. Por ligera que fuera, la incertidumbre afectaba al menú. De ahí que decidieran olisquear con hondura antes de emitir un juicio.

Juan inhaló con tanta profundidad que enrojeció. Lo mismo le sucedió a Juan, valga la redundancia. Como entre ellos no había secretos, rompieron a hablar. Que si recuerdas la caída de Paco a la piscina, o el sabor del ron en zapato de María. ¿Recuerdas el trasiego de bandejas, de vasos, de música a todo volumen lijando nuestras gargantas? Y el escote centrífugo de Ana, ¿recuerdas cómo acaparaba decenas de miradas turbias? Lo recuerdo. Y también el olor de Silvia, tan intenso, tan provocador, tan a mar revuelto, tan a salitre, tan...

En este punto, Juan y Juan, valga la redundancia, enmudecieron. Sus ojos chocaron en mitad de un pensamiento, tal y como chocaron ante la puerta de aquella habitación la pasada madrugada. Porque ahora recuerdan cómo trompicaron sus cuerpos, el de Juan entrando mientras el de Juan salía. cómo se estrellaron en el quicio de una puerta que Silvia mandó cerrar. Y cómo Juan la cerró, al tiempo que Juan salía levándose un perfume intenso, embriagador y salitroso, un olor para siempre encerrado en un interior ya remoto.

Que Juan y Juan silenciaran en aquel casino las razones de su mutuo silencio sólo el recóndito mar lo sabe. El recóndito mar o el corazón preso de idéntico salitre.

© Salva Torres
cartel: Nieves Gras

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© del catálogo: Generalitat Valenciana 2000

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