Éxtasis
Mariano Barroso, 1996
Tu amigo cree que yo tengo la culpa de
que su vida sea un infierno. Dile que no es así. Dile que me hubiese gustado ser, como
para ti, el padre que todos buscamos. Dile que en la vida uno es lo que puede, no lo que
quiere. Díselo, Rober.
¿Mi
padre? El muy cabrón... Cuando hablaba de Rober, le mirabas, y no veas como le brillaban
los ojos. Estaba enamorado, tío, te digo que estaba enamorado. Yo no existía para él,
no me veía. Al principio, pensaba que era porque creía que él era yo, que Rober era
Max, ¿me comprendes? Pero no. Yo sólo era Clarín. El bufón.
Sentí
tanto que te fueses, Rober. Cuando tú estabas cerca, Daniel parecía casi humano.
Vibraba. Ahora es diferente. Sigue siendo igual de soberbio, la misma altivez, los mismos
estallidos de cólera, pero está más viejo, más frágil. Ha amado. Ha sido abandonado.
Una
lástima. Ese chico, ese chico pudo haber logrado lo que se propusiese. Tenía energía,
talento. Más que talento, fuerza, ambición. La ambición lo es todo en esta vida. Pero
era débil. Su debilidad eran ellos. ¿Ves a dónde conduce dejarse llevar por el
corazón?
¿Rober?
Quizá algún día. Ahora no. O sí, no sé. Resulta difícil. Pensando en aquellos días,
quiero decir. No era él, y sin embargo, lo era. Nos vio allí, entre la gente. Y nos
volvió la espalda. Dentro, aquella mujer. Luego, en el garaje, cuando dijo: "Yo me
quedo", se me rompió algo dentro. Él era nuestro amigo, nosotros nos fiábamos de
él, yo le quería. Y él nos abandonaba. Por aquel viejo. Daba asco.
Pobre
Daniel. Fracasó con Lola, fracasó con Max, fracasó con la madre de Max, todo por su
egoísmo. Y cuando decide ser generoso, me elige a mí. Viejo, querido loco. Hay que
joderse...
[...] y si me viste primero
a las prisiones rendido,
fue porque ignoré quién era;
pero ya informado estoy
de quién soy, y sé que soy
un compuesto de hombre y fiera.
© Begoña Paz
cartel: Fernando Ferrer
La ardilla roja
Julio Medem, 1993
Hasta aquel cámping no conocí a Julio,
lo había estado buscando como ganadero. Y es bien sabido que no podemos fiarnos de
cualquiera porque sabemos algo peor: que todos podemos inventar nuestra historia; a veces
sin querer, y otras obligados. Las obligaciones pueden deberse a exigencias del guión o a
falta del mismo, son tortas. El guión es el pan nuestro de cada actor, y la
improvisación nuestra sal. Le da la vida, que si partimos de cero será inventada y si
partimos la torta en moto tenemos ostia, y nos la inventan si la salvamos. Por eso no nos
podemos fiar. Aunque tenga magnetismo Novonasal, hay que tener reflejos. En esta ocasión
no había escapatoria porque se enfrentaban el rey de los reflejos y la chica bonita, a
quien como tal sólo le preocupaban los de su pelo. Pan comido. Pero Julio llevó al
cámping complicaciones (pon Carmelo) y el duelo no sé si era necesario, pero ella tenía
que elegir sin saber - vuelva al principio quien se pierda -: no hay datos, tengo que
inventar quién era mi novio o dejar que entre ellos lo solucionen como toda la vida - a
tortas - y uno se gane el sudor de mi frente en orgasmo porque hay que ver el calor que
hace en el iglú de la ardilla y lo buena que estoy. Bueno, pues del final no me acuerdo -
ahora hablo yo, quién soy - porque mis hermanos me dijeron que no mirara una autolesión
(invención de la propia fisonomía), pero yo ya había sacado todas estas conclusiones
que se resumen en dos: el director casi puede decir que es presidente argentino, al fin y
al cabo a quién le importa; y a quién le importa si al fin acabo diciendo que no la he
visto. Ni vacas de la Pampa.
© Pateta
cartel: Lola Garcerá
Los amantes del
círculo polar
Julio Medem, 1998
ADVERTENCIA
dónde estás
detrás de tus palabras
déjate ver
-él respondió
aquí estoy
pero mírame
con ojos de piloto
PILOTO AUTOMÁTICO
tus palabras
peces suicidas
bajo toldos de estrellas
tu cabeza ante el viento
sueños que se deslizan
augurando mañanas blancas
MENSAJERO AÉREO
las ciudades
constelaciones
tu casa
una estrella más
© Isabel Bono
cartel: Julio Antonio Blasco
Secretos del corazón
Montxo Armendáriz, 1997 A MAR DE VERDAD
OTROS "SECRETOS DEL
CORAZÓN"
"La
vida no tiene ya secretos para mí", oí que alguien sentenciaba a mis espaldas.
Golpeado en la nuca por esa frase, me giré. Entonces vi a un hombre terminando de fruncir
orgulloso el ceño, mientras otro a su lado lo arqueaba por contracción de la glotis tras
enjugar la mirada en whisky. Pensé: miente. Y puestos a decir mentiras recordé una
historia que sucedió de verdad.
Ocurrió
una mañana de agosto de hace tres veranos. Juan y Juan, valga la redundancia, se
encontraron en un viejo casino junto al mar. Por el olor del salitre dedujeron que esa
tarde el menú del día incluiría sardinas, a la plancha o rebozadas, tanto da. Aunque
Juan y Juan las tenían todas consigo, una sombra de duda les hizo pensar que quizá el
olor a salitre no provenía del mar. Por ligera que fuera, la incertidumbre afectaba al
menú. De ahí que decidieran olisquear con hondura antes de emitir un juicio.
Juan
inhaló con tanta profundidad que enrojeció. Lo mismo le sucedió a Juan, valga la
redundancia. Como entre ellos no había secretos, rompieron a hablar. Que si recuerdas la
caída de Paco a la piscina, o el sabor del ron en zapato de María. ¿Recuerdas el
trasiego de bandejas, de vasos, de música a todo volumen lijando nuestras gargantas? Y el
escote centrífugo de Ana, ¿recuerdas cómo acaparaba decenas de miradas turbias? Lo
recuerdo. Y también el olor de Silvia, tan intenso, tan provocador, tan a mar revuelto,
tan a salitre, tan...
En este
punto, Juan y Juan, valga la redundancia, enmudecieron. Sus ojos chocaron en mitad de un
pensamiento, tal y como chocaron ante la puerta de aquella habitación la pasada
madrugada. Porque ahora recuerdan cómo trompicaron sus cuerpos, el de Juan entrando
mientras el de Juan salía. cómo se estrellaron en el quicio de una puerta que Silvia
mandó cerrar. Y cómo Juan la cerró, al tiempo que Juan salía levándose un perfume
intenso, embriagador y salitroso, un olor para siempre encerrado en un interior ya remoto.
Que Juan
y Juan silenciaran en aquel casino las razones de su mutuo silencio sólo el recóndito
mar lo sabe. El recóndito mar o el corazón preso de idéntico salitre.
©
Salva Torres
cartel: Nieves Gras ©
de los textos: los autores
© de las imágenes: los autores y propietarios
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