Eutiquio
Cabrerizo
Eutiquio
Cabrerizo
Ediciones Tantín
I.S.B.N.: 84-96143-25-2
Depósito legal: SA-1392-2003
Imprime: América Grafiprint
Esta obra se ha subvencionado con una de las Ayudas del Fondo para
Iniciativas Culturales de la ONCE en su edición del año 2003
Presentación de
la novela de Eutiquio Cabrerizo “Estelas de Una Diosa”. Por Jesús Pardo
He venido aquí para hablar de una obra de arte titulada “Estelas de una
Diosa”, obra escrita por Eutiquio Cabrerizo.
Obra de arte no quiere decir obra maestra, pero es un paso hacia esa
categoría, paso que unos artistas dan y otros no. Suele ser cuestión de
tiempo, empero, porque equivale a entrar en el zaguán del arte por el
portón de los señores.
“Estelas de una Diosa” se puede describir en pocas palabras. En primer
lugar, está muy bien escrita: es un estilo el de Cabrerizo muy sencillo
y directo, pero al tiempo muy preciso; la sencillez del vocabulario no
desdice de su riqueza, una riqueza tan adecuada a las exigencias del
relato que en ningún momento es dispendiosa o presuntuosa. Las palabras,
en este relato, quieren decir exactamente lo que se exige de ellas, y no
hay lugar para anfibologías: Es un estilo que huele a tomillo y
hierbabuena, como sus personajes, con los que se identifica plenamente.
En segundo lugar, la trama. Es, a mi modo de ver, la historia de una
angustia, que el protagonista, hombre sencillo y sensible, trata de
esquivar, pero da la impresión de que lo hace sin querer en ningún
momento separarse del todo de ella, pues parece buscarle remedios que se
la mitiguen, pero sin desarraigársela del todo.
El ser ciego es para él un problema, pero, al tiempo, una solución, como
si la ceguera, la invidencia, le sirviese de defensa contra un mundo del
que recela, como si fuese, en cierto modo, la coartada que le permite
justificar cortapisas en el desarrollo práctico de un talento que
indudablemente tiene, pero del que él, en el fondo de su mente, no se
fía. Y cuando el amor acude en su ayuda, y llega un momento en que está
a punto de redimirle por completo, la providencia interviene,
convirtiéndosele en un recuerdo, que le enriquece, pero sin exponerle a
un triunfo para el que él no se siente preparado.
Psicológicamente esta novelita es lineal, pero de una linealidad muy
compleja. Él es un introvertido, porque la ceguera no le permite
extroverterse sin exponerse a todo tipo de decepciones. Sólo acepta lo
que se le ofrece y nunca da un paso hacia adelante sin comprobar que el
suelo no es movedizo. Ese paso lo dan las mujeres por él, y la segunda
se convierte en sus ojos. Él comienza a ver por primera vez en su larga
ceguera, y esto le plantea un problema que, como digo, sólo la muerte
puede resolverle, pues le permite tomar iniciativas de las que recela.
Llegado ese momento él prefiere recordar a su mujer a ver de verdad a
través de ella. Esta es lo que pudiéramos llamar mi lectura psicológica
de esta novelita.
Novelita, es decir, novela corta, de la extensión, más o menos, del
“Adolphe” de Benjamin Constant, a medias entre la novela mediana y el
cuento largo. Sus ciento ochenta páginas resumen, como he dicho, un
complejo problema humano, en el que, tal y como yo lo veo, la ceguera se
equipara con el miedo a enfrentarse con la vida, unido al temor a perder
ese miedo.
Esta es la divina ambigüedad de que hacen gala deliberadamente los
grandes escritores, que son perfectamente capaces de evitar cualquier
ambigüedad en sus escritos: de donde se deduce, que, cuando la hay, ha
de ser deliberada. Eutiquio Cabrerizo, al comienzo de su carrera de
escritor, se estrena, espero que proféticamente, en este difícil arte de
la divina ambigüedad, como cuando Shakespeare hace decir a su Cleopatra:
“Tengo anhelos de inmortalidad”, lo cual puede querer decir dos cosas
opuestas: “Quiero ser inmortal” (para no morir), o “Quiero ser inmortal”
(muriendo).
Pero para mi lo más interesante de esta novela es que en ella todo se
mueve, no por acción, o apenas por acción, sino por sentimientos,
sensaciones o matices. La difuminación como elemento de precisión no es,
realmente, nada nuevo. El gran pianista Thibaut, tratando de explicar a
un discípulo suyo cómo tocar un cierto pasaje de una sonata de
Beethoven, acaba por decirle: “Tóquelo usted como si fuese un rayo de
sol pasando a través de un vitral polícromo”, es decir, diluyéndose el
sol en los efectos cromáticos que hacen opaco el cristal.
Algo parecido hace Eutiquio Cabrerizo, quizás porque, siendo ciego, ha
adquirido el hábito, instinto ya, de no indagar en el mundo fuera, sino
dentro de él mismo, aplicando sus dotes de observación a lo que, por
formar parte de su propio mundo interior, no requiere el uso de su vista
física.
En “Estelas de una Diosa” Cabrerizo se mueve como lo que, en el fondo
es: un sonámbulo que viese certeramente con los ojos cerrados.
Paul Valéry dice un su famoso diario que “las cosas hondamente sentidas
están más claras que si se las ve con los ojos”, y ésta es la impresión
que se obtiene leyendo este libro, en el que Eutiquio Cabrerizo recorre,
no sé si a sabiendas de lo que hace, a la insinuación, al matiz, a la
diafanidad velada, cuando tiene que describir una decisión o una acción;
y la acción misma, como si su volumen, su ruido, le ofendiesen, la
reduce a su halo, la narra evasiva, veladamente, dejando, un poco a la
manera de Thornton Wilder, que el lector la deduzca por sus
consecuencias.
Esto no es cobardía literaria, porque Cabrerizo prueba sobradamente aquí
su valor y su fuerza narrativa, sino, más bien, creo yo, una especie de
pudor ante las cosas demasiado claras. “La claridad”, que dijo Mallarmé,
“es más bien para los cortos de vista”.
Santander, a cinco de febrero del 2004
©
Jesús Pardo
Primer Capítulo de
Estelas de una diosa
Web literaria de Eutiquio
donde podréis bajaros algunos capítulos de su
novela
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