Antonio
Ruiz Vega
Soria 2004
Días pasados se presentó en el
Centro Soriano de Estudios Tradicionales, en La Rubia, el último libro
(esta vez de narrativa), del escritor ibicenco-soriano Antonio Ruiz
Vega.
El acto de presentación hacía
barruntar una novela no al uso. Patricia Rodrigo y Belisana Ruiz
abrieron el acto con un concierto de guitarra (calificado de precioso
por algún medio), que denotaba el talento y el amor por la música de las
dos jóvenes. La novela la presentó Juan José Peracho, tan políticamente
incorrecto como es capaz, y lo es mucho. Su gran humanidad, en todos los
sentidos, y el aval de su propio estilo como escritor, muy buen
escritor, daba credibilidad al consejo de que la novela debía leerse.
Unas migas al estilo Peracho, acompañadas de embutidos de la tierra,
mantuvo al numeroso público congregado alrededor de la gran sartén.
“La Isla Suspendida” es una mezcla
de ciencia-ficción, enfado, dura crítica social, humor, una pizca de
ternura, y tres pizcas, al menos, de nostalgia. Todo ello junto da lugar
a la sorpresa, sobre todo porque está situada la acción en Soria, sin
tapujos ni disfraces, y porque van apareciendo por las páginas
personajes que nos suenan y que han colaborado en la triste
misión de hacer de la provincia de Soria lo que es en la actualidad, un
lugar de viva naturaleza pero vacía de humanos, sin futuro.
En la novela de Ruiz Vega, el futuro
queda resuelto por la peor vía posible, pero al menos de forma
relativamente rápida, el resultado es el mismo, pero el autor, que ama
profundamente las tierras de Soria, le ahorra sufrimiento y utiliza para
ello al asteroide Retógenes, al igual que un hijo amoroso usaría para su
padre cualquier fármaco que le durmiera de forma pacífica e indolora.
El desgaje, la salida al espacio del
pedazo de tierra que contiene a Soria y los sorianos, no provoca, en
principio, trauma alguno, sus habitantes piensan que se trata de un
terremoto de esos que apenas hacen mella gracias en el escudo este
precámbrico donde chocan, no sólo las ondas sísmicas, sino también las
ilusiones. Para los más incrédulos, ahí están los medios de
comunicación, aleccionados por los políticos, que, al grito repetido una
y otra vez durante lustros de ¡Aquí no pasa nada!, colaboran,
eficazmente, a que los menos cándidos crean a pies juntillas que
se trata, solamente, del eco lejano del choque de dos placas tectónicas.
Como el futuro lector puede bien
imaginar, las situaciones que se suceden son hilarantes. Las reacciones
del expresidente del Gobierno y sus secuaces, del poncio, plumillas y
alcaldesa sorianos, y del propio Bush, hacen soltar la carcajada. Al
igual que la asamblea de ectoplasmas en las ruinas de Tiermes, por donde
van desfilando los fantasmas de todos los prohombres sorianos que
fueron, desde fray Bernardo de Cereceda hasta Paco Amayas, pasando por
Mariano Granados, quien decide materializarle en una Casa de Soria y a
punto está de morirse del todo, es decir, de dejar de ser hasta
fantasma, después de ver lo que allí se cuece.
En fin, no podemos decir nada más de
esta novela, porque desvelaríamos sorpresa tras sorpresa. Pero sí
debemos decir que Antonio Ruiz no tropezó con planta alguna en sus
paseos por la Antesierra, donde tiene su casa, todo lo que en “La Isla
Suspendida” puede leerse es fruto de una imaginación alumbrada y mecida
en el Mediterráneo, y consolidada en los pueblos deshabitados de las
Tierras Altas Sorianas.
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