Prólogo:
VALDECUENCA y alrededores
No podía tener Valdecuenca mejor
pórtico de entrada para su encanto ambiental que el desfiladero de Dornaque.
Para el viajero que llega por primera vez a su entorno —tal fue mi caso—,
resulta ser como una aparición hecha piedra increíblemente elaborada por los
dibujos caprichosos que la arenisca rojiza ha ido imprimiendo en la roca
durante siglos de erosión y belleza.
Y luego, nada más rebasar el
portezuelo que lo oculta, aparece el pueblo que, a simple vista, queda
retratado en un remolino de casas arracimadas sobre una pequeña colina
presidida por la iglesia de San Nicolás.
Tanto si eres de la tierra, o
peregrino en ella, llégate hasta su plaza, hasta la fuente, sin prisas,
recorre sus cinco calles, habla con sus gentes, toma un bocado y contempla
el entorno del pueblo con la mirada. Enseguida comprenderás que estás en un
lugar privilegiado donde los colores verde y ocre señorean el paisaje: el
pino resinero y las rocas rodenas —“roxenas” que decían sus antiguos
pobladores mudéjares—visten estos valles y estas sierras. En los llanos,
campos de trigo y pipirigallo de vistosos colores —cárdeno, rosa pálido y
rojo bermellón— van pintando las tierras.
Así es Valdecuenca. Su señorío le
viene de antiguo señalado por el castro ibero que hay a las afueras y el
ser, seguramente, lugar de paso de la Terolus medieval hacia la meseta
castellana camino de Cuenca (Val-de-Conca) por pueblos de parecido apellido:
Valdemeca y Valdecabras en la provincia vecina.
Colindante con Albarracín, Bezas,
Jabaloyas, Terriente y Saldón, la Sierra marca la historia más antigua y más
reciente de esta tierra que goza del privilegio de unos montes ricos en
refugios naturales de los que dan testimonio las huellas que todavía quedan.
Hablo del hombre prehistórico que 6000 años atrás ya dedicaba su tiempo
libre a dejar la impronta de su arte (“arte rupestre”) en los recodos de las
rocas dibujando escenas de caza y de recolección. El curioso viajero no
tiene más que acercarse al Abrigo del Pajarejo o al cerro de las Olivanas
para dar testimonio de ello. Y como éstos, una docena más puede encontrar en
los montes de Albarracín o en las Tejadas de Bezas.
Para abarcar en toda su extensión
esta Sierra de sabinas y pino resinero, nada mejor que empinarse en el
mirador de la Peña de la Cruz, lugar estratégico durante la pasada guerra
civil y punto geodésico de primer orden; desde ella, desde la cruz que la
corona, puede verse un mar verde y rojo —se diría infinito— que forma el
Monte Rodeno.
Hay en él lugares inolvidables como
el valle y la masada —otra vez nos resuenan en los oídos restos de
la lengua mudéjar que se habló en Valdecuenca en épocas pasadas: “maxada”
(majada)— de Ligros. Confieso que ambas vistas me impresionaron cuando
estuve delante de ellas. Al tapete verde de sus praderas sombreadas de pinos
se oponen las rocas sanguinas y un valle agreste, hermoso, a veces cortado a
pico, por donde corre el arroyo del mismo nombre buscando las raíces del río
Ebrón, oculto por una maraña de cuevas y caminos que él mismo se ha trazado
bajo la tierra horadando las simas, para dejarse ver mucho más abajo, en
Tormón, donde sus aguas afloran a la luz.
De la masada hasta el
Pajarejo —y las cuevas rupestres que lo decoran—, hay un magnífico paseo que
se empina montaña arriba y en otoño regala al caminante con toda suerte de
frutos silvestres, hongos y setas.
El monte se adensa hacia la laguna
de Bezas. La Umbría Negra debe su nombre a la enorme masa forestal que la
arropa. Todavía pueden encontrarse entre los brezos del sotobosque restos de
los tiestos que empleaban los antiguos resineros para recoger la rica savia
de los pinos (pinus pinaster) y las huellas del hacha que les
arrancaba la pizorra para dejar al descubierto la herida que lentamente iba
sangrando la resina en la soledad del monte.
Y allí, justo sobre el borde de los
peñascos que la rodean, se hicieron fuertes unos hombres llenos de coraje,
unos “soñadores de la libertad” que dejaron años de juventud y vida,
familia, casa y amigos por buscar una quimera imposible: ganar la revolución
proletaria y devolver la ilusión a los pobres.
Pero fracasaron.
El lugar que escogieron es
impresionante. Ahora parece salvaje y lleno de zarzas, pero me lo imagino
cuidado con esmero cuando el Sector 11 de la AGLA (Agrupación Guerrillera
del Levante y Aragón) hizo de él su lugar de refugio, escuela de aprendices
para luchar por la libertad y centro de propaganda republicana. Esas mismas
rocas fueron testigos mudos de hechos terribles, días de dolor y sangre.
Cuando se llega a aquellas piedras
hay un algo misterioso que flota en el aire y sobrecoge al visitante. Algo
casi reverencial, oculto al simple curioso. El silencio que las envuelve es
premonitorio de este secreto. Y a pesar de los años pasados, su vista
todavía duele a las gentes de Valdecuenca.
Hablo del Campamento del Rodeno, «zona de guerra»,
centro de gran importancia en la vida guerrillera durante los años de su
mayor esplendor.
Acababa de organizarse la AGL en agosto de 1946 en
Camarena de la Sierra —pueblo no lejano de donde nos encontramos y punto de
referencia en la resistencia antifascista— bajo el mando de “Capitán”,
“Delicado”, “Grande”, “Pepito el Gafas” y otros, cuando la detención y
posterior fusilamiento de algunos dirigentes obligó a reagrupar la
resistencia levantina formando la AGLA, que sirvió para dar cohesión y
fuerza a los hombres que venían luchando en la zona aragonesa de Alcañiz,
Albarracín, Javalambre y Ademuz junto con las de Cuenca, Valencia y
Castellón. Aquellos de 1946 fueron días de entusiasmo guerrillero y golpes
de efecto que se vieron coronados con la llegada de nuevos refuerzos desde
Francia.
Enseguida se tuvo conciencia de que era necesaria
la propaganda para ganar nuevos adeptos y levantar al pueblo contra la
dictadura. Los intelectuales de la resistencia decidieron fundar un
periódico volante que sirviera como medio de propaganda y agitación para
informar y relacionar a los hombres que andaban dispersos por el monte,
establecer consignas, magnificar los golpes dados al enemigo y desmoralizar
a sus mandos, en especial al odioso general Pizarro, personaje que sería
objeto de constantes burlas y caricaturas groseras en los números que
aparecieron.
Así es como nació El
Guerrillero. El propio “Grande” decía:
En lo sucesivo en todas las
operaciones que se realicen queda obligado cada batallón a extender la
propaganda que compete al caso junto con la recibida por este E.M. La
fabricación de banderas y carteles alusivos a nuestra lucha guerrillera
quedará a cargo de los batallones, que la efectuarán con trozos de sábana
teñidos o pintados, para esto se elegirá al guerrillero que más condiciones
reúna para que guarde una línea estética, la pintura es una de las materias
mejores a utilizar en la propaganda, pintando las fachadas de los pueblos,
carreteras, los pilones de los kilómetros, los anuncios cercanos a las
carreteras, casillas de camineros, etc.; también se tirará propaganda en las
carreteras que se atraviesen y no sea un punto de paso continuo para los
enlaces.
Puede decirse que el verdadero El
Guerrillero renació en el Monte Rodeno cuando la cúpula valenciana cayó
en febrero de 1947 en manos de la Guardia Civil junto con todo el material
que tenían para su redacción. No quedó más remedio que trasladarlo al monte,
al abrigo de las peñas. Por eso declarará en su cabecera: «Periódico
editado en las montañas levantinas».
Y era cierto. “Pepito el Gafas” se
convertirá en su alma mater poniendo más ilusión que medios para que
pudiera salir adelante con cierta regularidad; en carta a su amigo “Antonio”
se queja de las dificultades que encuentra en su trabajo:
Amigo Antonio, recibimos tu nota
junto con el parte de operaciones y las 5.000 ptas. En primer lugar he de
decirte que la multicopista junto con la máquina de escribir y todo lo demás
han desaparecido (requisados por la G.C.), y como lo que más nos interesaba
era la máquina para tirar la propaganda y rectificar los estatutos entramos
una noche en Fórnoles y nos llevamos una que es cojonuda porque es muy
grande.
En el Rodeno los editores gozaban de
una cierta seguridad que les daba el saberse protegidos por el entorno del
monte lejos de la persecución policial, aunque este paraíso tampoco les
sería eterno. La Guardia Civil era consciente de que debía perseguir
sañudamente los centros de propaganda porque si cortaban este suministro
ideológico, ello supondría un duro golpe que resquebrajaría la moral de los
guerrilleros y de quienes les apoyaban. En un parte enviado por un
comandante de puesto señala:
La propaganda lanzada por los maquis
está encaminada a fomentar el malestar entre los soldados de la guarnición
mediante el reparto de octavillas y amenazar a los alcaldes en sus
funciones, haciendo al mismo tiempo un llamamiento para colaborar a favor de
las partidas. Asimismo han lanzado propaganda tratando de coaccionar a los
Comandantes de Puesto. Se nota un decrecimiento en los medios mecánicos de
redacción, sin duda debido por una parte a la falta cada día de mayor número
de enlaces de absoluta confianza y por otra parte a la pérdida de material
dándose el caso de que la propaganda lanzada últimamente se reduce a las
cuartillas antes indicadas y a algunos ejemplares hechos con multicopista,
pero estos en mal estado y redactados hace unos meses…,
lo que debía ser cierto porque la propia guerrilla es consciente de que el
enorme esfuerzo que hacen por publicar el periódico a veces no se ve
recompensado con la calidad del resultado:
La propaganda os sale un poco
chapucera —escribe
“Pepito el Gafas” a su compañero “Medina”, uno de los dirigentes del
Campamento del Rodeno— y debéis averiguar el motivo de ese problema,
seguramente se debe al rodillo que está gastado. Aquí no tenemos papel y
la “multi” no va bien. Tenéis que comprar tinta y clichés, y si alguna de
estas cosas falla, pues ya sabéis que nos quedamos parados.
Para mí es un texto premonitorio
este de “Pepito el Gafas” cuando cita cosas tan aparentemente inocuas como
son la necesidad de cambiar el rodillo de la multicopista, la carencia que
tenían de papel, la escasez de tinta, etcétera, porque éstas menudencias
unidas a otras mucho más importantes —como el amor a la libertad, el
compromiso con su pueblo, su honradez— serán la causa de que Angelina,
Feliciano y Manuel tengan que lanzarse al monte —al Monte Rodeno, quiero
decir— un claro día de octubre de 1947 para evitar ser detenidos por la
Guardia Civil, lugar donde les esperaban sus compañeros de armas en días que
luego serían de sangre, sudor y lágrimas.
Papel, tinta, clichés: cosas tan
simples a primera vista resultaban imprescindibles para los hombres que
luchaban por la Reconquista de España. Dinero tenían de sobra tras el asalto
en Caudé al tren pagador en julio de 1946 que llevaba la nómina de los
militares franquistas; lo que les va a faltar de verdad son fuerzas y
tiempo.
La idea inicial era la de hacer un
periódico quincenal con una tirada de unos cinco mil ejemplares que sería
distribuido por toda la zona del AGLA —Valdecuenca incluida—. Y se pusieron
manos a la obra. La aparición del primer ejemplar fue muy celebrada por los
guerrilleros; enseguida tiraron el segundo, pero casi al tiempo de la
aparición del número 3—enero de 1947, una edición muy elaborada a base de
ocho páginas bien decoradas con profusión de ilustraciones, etcétera— cayó
la cúpula valenciana por la delación de un traidor —un policía infiltrado en
las filas guerrilleras— requisando las fuerzas facciosas gran cantidad de
ejemplares y todo el material que tenían para su elaboración; no obstante,
algunos periódicos llegaron milagrosamente a su destino, por ejemplo los del
Campamento del Rodeno, como señala “Ibáñez” en un informe de aquella fecha:
Al Sector 11 llegaron mil
ejemplares de El Guerrillero y trescientos de Mundo Obrero, y he de decir
que el primero gusta mucho a la gente.
Es curioso, pero cuando la G.C.
asalte definitivamente el Campamento del Rodeno en diciembre de 1947, el
informe redactado por el comandante de la operación dirá que en él han
encontrado:
Varias máquinas de escribir
Olivetti y Royal, una multicopista y abundante documentación, así como unos
treinta borregos, aproximadamente, ya sacrificados.
Y debía de ser
cierto, porque el corralito donde se guardaban estos corderos todavía
existe, yo lo he visto.
El final de esta historia iba a ser
bastante más duro del que sus protagonistas imaginaron cuando decidieron
echarse al monte; aquí os ofrezco algunos detalles de aquellos azarosos
días; vamos a recordar las andanzas de los protagonistas de este relato:
Angelina, Manuel y Feliciano López, de sus penas y pequeñas alegrías, y
andar los caminos que ellos abrieron...
© Pedro Sanz
Lallana
Comentario del libro por Isabel Goig
Pedro
Sanz Lallana
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