...La razón de la opción soriana para iniciar el recorrido casi
juglaresco de los tabladillos y las tramoyas se deja intuir en algunas declaraciones del
propio poeta, quien, por otra parte, se encontraba en una suerte de cenit de su plenitud y
su popularidad. De un lado, se trataba de llevar el teatro - de devolver el teatro - a un
público lo más alejado posible de la "frívola burguesía", "el más
pobre y más rudo, incontaminado, virgen...". De otro, Federico supuso que la primera
salida precisamente a Soria esta obligada "por la secular tradición dramática como
lo demuestra el hecho de que en casi todos los pueblos existe un Teatro Municipal".
De
modo que en la noche del 17 al 18 de julio de 1932 todo estaba ya
preparado en los Arcos de San Juan de Duero para la representación del
programa que incluía los entremeses de Cervantes "La cueva de Salamanca",
"Los dos habladores", y "La guardia cuidadosa", además del auto
sacramental de Calderón "La vida es sueño". Era el mismo programa
representado en El Burgo de Osma y en San Leonardo, y el mismo que se
pensaba escenificar también en Ágreda, Vinuesa, Almazán y en el regreso a
Madrid. Los escenógrafos y decoradores de las obras eran Santiago Ontañón
para "La cueva de Salamanca", Ramón Gaya para "Los dos habladores",
Alfonso Ponce de León, el autor de ese raro y conocido cuadro que es "El
accidente", hoy en la colección del Museo Reina Sofía, para "La Guardia
cuidadosa" y Benjamín Palencia para "La vida es sueño". De la
representación realizada en Almazán nos queda la alocución previa, muy
probablemente escrita por Lorca:
"... tener encerradas prodigiosas voces poéticas es lo mismo que cegar las
fuentes de los ríos o poner toldo al cielo para no ver el estaño duro de
las estrellas..." y un emotivo testimonio del poeta: "Recuerdo haber
tenido en Almazán una de las emociones más intensas de mi vida.
Representábamos al aire libre, el auto "La vida es sueño". empezó a
llover. Sólo se oía el rumor de la lluvia cayendo sobre el tablado, los
versos de Calderón y la música que los acompañaba, en medio de la emoción
de los campesinos".
Otro poeta, Jorge Guillén, reescribiría luego el mismo momento: "En la
plaza de un pueblo, a poco de comenzar la representación a cielo abierto,
se pone a llover implacablemente, bien cernido y menudo. Los actores se
calan sobre las tablas, las mujeres se echan las sayas por las cabezas,
los hombres se encogen y se hacen compactos; el agua resbala; la
representación sigue; nadie se ha movido".
Pero los testimonios que quedan de la noche de la representación en Soria se refieren,
sin embargo, a otro agua que, al parecer, si fastidió la fiesta. María del Carmen
García Lasgoity, una de las actrices de aquella primera época, recordaba: "...
apenas se apagaron las luces que iluminaban la nave de la iglesia, y comenzó la
representación, empezaron también los siseos y murmullos entre los espectadores. Pronto,
entre los que hablaban y mandaban callar, se armó un escándalo con el que era imposible
seguir la representación. Federico hizo dar la luz a lo que pudiéramos llamar la sala y
se adelantó en el tablado, para rogarles silencio, explicándoles la calidad de aquel
espectáculo. Creía que el escándalo se producía a cuenta de lo que pasaba en la
escena, de que no lo entendían. Calló el público, se reanudó la representación, y se
reanudó también el escándalo en la sala. Volvieron a dar la luz y volvió a hablar
Federico. Se repitió lo que la vez anterior. Y de nuevo el escándalo. Ya no había lugar
a dudas de que en la sala abundaban los "reventadores"...
Los muchachos que no trabajaban habían salido a ver si averiguaban algo, y uno de ellos
volvió afligidísimo. Había descubierto en la sala a varios compañeros suyos de la
Universidad, pertenecientes a una organización política determinada. Con uno de ellos
había hablado. Por él acababa de saber que habían ido de Madrid dispuestos a acabar con
"La Barraca". Los periódicos de Soria criticarían casi unánimemente la
"noche toledana" de San Juan de Duero, algunos por creer en ello crítica al
gobierno y otros explayándose contra el lunático poeta que "vivía fuera de la
realidad".
No todo, sin embargo, resultaría un saldo negativo. La presencia en Soria de los nuevos
aires estéticos de la generación del 27 no cuenta tan sólo con la relación
indestructible que a partir de su estancia vincularía hasta su muerte a Gerardo Diego con
la ciudad, en la que compuso su libro "Imagen". Ni con los poemas, a caballo
entre la tradición modernista y el aéreo vuelo del populismo reciente, de Bernabé
Herrero, amigo de Larrea y del propio Diego. El hecho es que el incidente soriano marcó
poco la buena memoria conservada por Federico, como lo atestigua su evocación de la
jornada de Almazán, y, sobre todo, a lo que nos hemos de referir a partir de ahora, que
una emblemática imagen procedente de los dibujos pintados en las cerámicas numantinas
iba a ser incorporada, de la mano de Benjamín Palencia, al riquísimo y excéntrico
repertorio de imágenes de la vanguardia del surrealismo ibérico precisamente a partir de
aquella visita.
Entre los habituados a repasar fotografías del pasado soriano resulta muy común la que
recoge el momento en que Lorca, Tudela, Taracena, Fernando de los Ríos y Juan Antonio
Gaya Nuño, entre otros, visitan las ruinas de Numancia. Benjamín Palencia pudiera ser
muy bien uno de ellos. Gaya nos dejó en "El Santero de San Saturio" una
anecdótica evocación de la excursión: "Y allá fue donde Federico García Lorca, a
quien yo acompañaba, seguidos de dos guardias civiles, me confesó, a ruego mío, su
opinión sobre la pareja de tricornios, diciendo: - Creo que son lo único efectivo que
hay en España. No se equivocó Federico. Numancia despeja las ideas". Y es muy
probable también que no sólo Numancia sino el Museo Numantino, que un mes antes había
ganado la denominación de Museo Celtibérico, fuera visitado por algunos componentes de
La Barraca y que aquella visita, y la contemplación de una de las más célebres piezas
de cerámica policroma, la jarra cuyo vientre se encuentra decorado por un toro
representado de manera frontal, inspirase al pintor Benjamín Palencia en uno de sus
mejores dibujos de aquellos años.
© Enrique Andrés
Ruiz
(Extracto del artículo publicado en este número) |