Que la toponimia soriana resulta de lo más rica y curiosa no deja lugar a
dudas. Una provincia que cuenta por cientos sus siglos de historia y por la que han pasado
pueblos de tantas y tan diferentes culturas, tiene una bagaje cultural inapreciable que se
trasluce en sus costumbres, en sus tradiciones, en las fiestas y en el nombre de su ríos,
poblados o accidentes geográficos. La toponimia no es una mera curiosidad geográfica de aficionados, es una herramienta muy
útil para conocer mejor nuestros orígenes y nuestra historia. A menudo es el primer
indicio que nos habla de antiguos moradores, de batallas legendarias, de hechos
milagrosos, de construcciones religiosas o de desgracias hace tiempo acaecidas. Cada
nombre permite identificar un lugar concreto de nuestra geografía, un apelativo que nunca
se debe al azar o al capricho de algún antepasado, sino que siempre tiene un fundamento
mitológico, histórico o descriptivo. Nunca podremos llegar a conocer del todo el
auténtico origen etimológico de muchos topónimos. Podremos ignorar su primitivo
contexto histórico o su evolución lingüística, pero siempre hay alguna leyenda local
que lo explique y que, irremediablemente, desaparece cada vez que muere el último
habitante de un pueblo.
Lugares
sorprendentes se bautizan con nombres no menos sugestivos y así, en nuestra provincia,
tenemos la oportunidad de contemplar un magnífico amanecer desde la Sierra del Alba,
dirigirnos por Alhama hacia Los Villares de Torrequemada, atravesar Masegoso, La Amorosa,
caminar por el monte Aedo de Abieco... Pero también podemos darnos un baño en el
bucólico paraje que riega el arroyo Mojabragas, pasear por Diustes entre los arroyos
Hostaza y Valle Miñarrero, refrescar nuestra garganta en la Fuente Bragadera, otear la
comunidad de Aragón desde de el cerro Gallugar, caminar por la Sierra del Costanazo hasta
Zárabes, Alcanadre, Boñices y ya hasta el Cubo de la Solana, donde encontramos el
barranco Descuernabueyes, no lejos del Cerro Hoyopuerco.
Hay lugares en Soria que a fuerza de oírlos nos resultan familiares, y hemos perdido las
connotaciones negativas que siguen teniendo para los foráneos, a quienes estos lugares
les evocan sensaciones negativas, pesimistas, malsonantes o que, simplemente, les dan mal
rollo: Amortajado, Cenegro, Arroyo Malacasa, Cerro de los Muertos, Matalebreras, Matalosa,
Matamala, Arroyo Matanegra, Matanza, Matarrebollo, Villamuerta, Pascual Malo, Matas de
Lubia, Matasejún... Por el contrario, hay lugares con nombres bellos, apelativos
evocadores, sustantivos casi míticos que se comportan más como adjetivos. Estos lugares
que llevan un topónimo tan sugerente nos hacen imaginar parajes mágicos y hermosos en
los que desarrollan cuentos de hadas o furiosas batallas de caballeros armados: Cerro de
la Batalla, Fash Albaracat, Mirabueno, Castil Terreño, La Concordia, Mosún, Peralejos de
los Escuderos, Robrehermoso, Valdelagua, Valparaíso, Yuba... Lo cierto es que, en algunos
casos, de bonito sólo tienen el nombre que no siempre hace justicia al desapacible lugar.
Si Mezquetillas evoca la presencia de una mezquita, Monasterio lo hace de un convento y
quizás los dos arroyos de la Sinoga o la finca Sinova tengan su origen en algún templo
judío, pero ni Jurdiel se relaciona con un burdel, ni Cagigares es una gran letrina. En
la Monjía de Fuentetoba sí ha habido presencia religiosa que justifique su topónimo,
pero ignoro si lo ha habido en el Monte de los Monjitos o si fue propiedad del clero.
Fuentelmonge nos recuerda que en sus inmediaciones se encuentra Cántavos, origen del
primitivo cenobio de Huerta. En Villarraso hay una despoblado llamado Corrales del Curato
y al también despoblado Zorraquín se le sitúa en el paraje Corral de los Frailes. La
Horcajada es una moderna finca agropecuaria que antes fue un antiguo despoblado en la zona
del Burgo, y aunque su nombre recuerde la expresión "sentarse a caballo", aún
mucha gente de Soria emplea la misma palabra para decir que tiene nauseas. Y que pensar de
Cornejón, que suena a pescozón, o del cerro Cerruzos y aún de Buezo, Culdegallinas,
Escarabajosa, Carato... Algunos pueblos sonaban tan mal que optaron por desaparecer del
mapa. Otros más prácticos como Fuentelpuerco, decidieron cambiar su nombre por el más
romántico Fuente-Tóvar. Los hay cuyo apellido era el de otro pueblo del que dependían
administrativamente y con el que rivalizaban, por lo que lo cambiaron. Así Arcos de
Medinaceli o Montejo de Liceras cambiaron su nombre por Arcos de Jalón y Montejo de
Tiermes. En Muro de Ágreda, pedanía de Ólvega, decidieron eliminar el complemento del
nombre por votación plenaria, aunque con ello perdieron la pequeña seña de identidad
que les distinguía de los otros diez "Muros" que hay en España.
Ha habido poblados con nombres tan largos y compuestos que los redujeron tanto al
diminutivo que acabaron por desaparecer: El Cantal de Solaniella de las Cuevas, Castiel
Frido de Valde Lubia, La Llama sobre Ocenilla, Aldeanueva del Colcocito... Hubo otros que
costaba tanto pronunciarlos que desaparecieron: Granja de Bujarrapián, Fragumán,
Matuteio, La Tenna... Los hay que suenan a interjección de sorpresa o hasta a insulto:
Jurdiel, Margón, Bojiamorat, Carato, Cornago, Ribalda, Tartagudo, Tinnoso,
Fuentecambrón, Cerbón, ..
La Venta del Hambre debió llamarse así por la mala calidad de sus comidas, pero al menos
era un lugar de paso, no tan definitivo como Malluembre (Mallambre en algunos sitios).
Otros lugares no nos hacen pensar mucho para conocer el origen del topónimo, como el
Puerto del Temeroso que tanto terror causaba a los viajeros obligados a transitarlo
durante los inviernos, el río Blanco de Layna o las Fuentes Saladas que hay en
Valdegeña, Fuencaliente de Medinaceli y Torralba del Moral.
Algunos topónimos pueden tener una complicada etimología ligur, preindoeuropea, árabe,
romance o china, pero la sabiduría popular que bautizó los lugares y los ha sabido
conservar, no duda en crear concisas leyendas que expliquen simplemente lo que a los
lingüistas les lleva años. De esta forma, nos aseguran que Tardelcuende se llama así
porque aquí hubo una batalla en la que un conde tardó en llegar. En Tardesillas el
retraso en la batalla lo causó la caballería, e Inodejo se llama así por el capricho de
la Virgen en que no ubicaran su templo en otro lugar.
Otros topónimos llevan el nombre de sus repobladores o de su lugar de origen: Aragoneses,
Aylloncillo, Toledillo, Buitrago, Buitraguillo, Castellanos, Cuéllar de la Sierra,
Segovia, Segoviela, Segoviela de los Rábanos... pero también los hay como el despoblado
Lérida que nada tienen que ver con la ciudad catalana, aunque un pastor de la zona me
jure haber oído a sus padres que fueron sus antepasados los que emigraron allá junto al
Mediterráneo y fundaron la ciudad hoy llamada Lleida. ¡Buena gente los pastores!. Si no
fuera por ellos la mayor parte de los pequeños topónimos se perdería para siempre y
tendríamos una fría cartografía provincial llena de insensibles coordenadas numéricas.
Hay topónimos que suenan a vasco, aunque los estudiosos dicen que debe ser algún resto
de la lengua celtíbera: Zarranzano, Chaorna, Chércoles, Iruecha, Isuela, Izana, Laina,
Ligós, Merdancho, Munébrega, Obétago, Peñazcurna, Zayas, Zorraquín... Los hay, y
muchos, de origen musulmán: Alcoba, Almazán, Jaray, Medinaceli... Los tenemos
castellanos derivados del latín Barriomartín, Ontalvilla, Espeja... Algunos, como
Termancia, nos los hemos inventado en épocas recientes para que suene más a la heroica
Numancia y así aprovechar su tirón mitológico, pero en todos los documentos antiguos se
documenta como Termes o Tiermes. Tenemos galicismos que derivan del francés, como
Chavaler, que puede derivar del francés chevalier (caballero) o derivar al mismo
tiempo del vasco y del latín. Por haber, los hay sin leyenda que los justifique y sin
teorías claras, como es el de la propia ciudad, Soria, que lo mismo puede derivar de los
Celtíberos que de los Romanos, incluso hay quien dice que el nombre le salió de los
Suevos.
La cultura musulmana no dejó en Soria la magistral arquitectura que hay más al sur,
aunque tengamos la mayor alcazaba árabe de Europa en Gormaz, pero sí nos dejaron una
buena tradición toponímica que ya hemos nombrado. Sin embargo este pasado árabe ha
permitido a los cristianos bautizar en su nombre a muchos lugares en los que se
evidenciaban restos constructivos muy antiguos. De esta forma, no son pocos los pueblos
sorianos en los que se sigue llamando Senda de los Moros a cualquiera de las calzadas
romanas que cruzaban nuestra provincia, Cerro de los Moros a aquel en el que han aparecido
viejos cimientos, Muralla Mora a cualquier antigua muralla o Fuente de los Moros cuando el
manantial estaba mínimamente canalizado, todo ello con indiferencia de que los restos
tuvieran filiación celtíbera, romana, árabe o medieval. También la tradición popular
inspirada en muchas veladas de invierno pegadas al hogar, gestaron un sin número de
leyendas en las que una princesa mora era enterrada junto con sus joyas en otras tantas
cuevas de la Mora, cavadas después en su totalidad y de las que no tenemos noticia de que
hayan aparecido ollas llenas de oro.
El nombre de algunos arroyos también hacen honor a su nombre, de tal forma que son varios
los pequeños arroyos y fuentes que se llaman de la Mentirosa por que secan durante el
estío. También hay gran cantidad de corrientes de agua que por mover las muelas de moler
reciben el nombre de Arroyo del Molino, y no son pocos los arroyos sorianos de la Dehesa,
del Barranco o del Monte. Otros pueden hacer alusión a su estado, tales como la laguna
Guarrera o el río Moñigón, y los hay que mienten como bellacos como el arroyo de la
Pesquera que no lleva agua sino para pescar zapateros. Son más honrados los arroyos que
llevan el nombre de Seco o Sequillo, y aún más las pequeñas corrientes innominadas que
no se merecen ni tener un nombre propio. Algunos topónimos bautizan a un río pero
también su nombre nos ofrece información sobre la posibilidad de vadearlos: Badorrey,
Vadillo, arroyo Vadillo, Vados, ..
Asimismo, la cercanía a un monte ha dado sencillas ideas para
designar con un nombre propio a un lugar o accidente geográfico. De esta forma se
bautizó a Monteagudo, Montejo, Monterrubio, Montes Claros y Montuenga. Pero a veces la
imaginación se agota y no da más de sí, por lo que no nos tenemos que romper la cabeza
para justificar algunos, y así a un pico muy elevado de Sierra Ministra se le llamó
Monte Alto, a otro que liso que hay en Valdemaluque Pico Raso, y aún encontramos a otros
con el mismo nombre entre Los Villares, Aldealices, La Rubia y Aldealseñor. Al cerro
alto, ancho y amesetado también se le llama Muela, y no es raro encontrar otra docena de
topónimos que lo llevan como nombre principal o como complemento de un nombre. Pasa lo
mismo con la abundancia de piedras. Quien no se explique por qué Pedrajas se llama así
le recomiendo que se acerque al pueblo, de la misma forma que debe acudir a Pedraja de San
Esteban, Pedraza, Pedrazuela, Pedreque, Pedreras, o incluso del propio Pedro. A veces no
son piedras, en plural, lo que caracteriza el terreno, sino una sola peña, roca o muela
la que caracteriza a un lugar para que sea llamado Peñalcázar, Peña Gorda, Peña
Rajada. En ocasiones los topónimos recogen nombres de tan compleja etimología como Taina
de la Tía Remedios, o Corral del Eleuterio, y ha sido así siempre, pues hay lugares ya
despoblados llamados Blasconuño, Nuño García o Pascual Yáñez.
Si en las cercanías de Montenegro de Cameros hay una Peña Negra que nos justifica el
topónimo, en Montenegro de Ágreda no la he encontrado, pero si así se llama, haberla,
seguro que la hay. Tampoco he encontrado los correspondientes pedruscos albos en la Venta
de Piedras Blancas, entre otras cosas porque ni siquiera la he localizado, y sí me ha
parecido oscuro el entorno de Villalospardos y claro el de Villalba.
Hay lugares con nombres tan románticos que nos llevan a recordar los anuncios del día de
San Valentín: La Amorosa que en realidad es La Morosa, Robrehermoso, la Sierra del Alba,
Valpalomar, Valondo o la Fuente de los Enamorados.
Que la Sierra de la Pela reciba este nombre no debe extrañarnos si tenemos en cuenta la
escasa vegetación que la cubre, pero ya es más raro el topónimo de Pico Pelado que
recibe un cerro al norte de Santa María de las Hoyas a 1.240 metros y que está bastante
cubierto de vegetación. También extraña el famoso y discutido aforismo de Villaverde
del Monte "el pueblo de las tres mentiras" que aunque esté en un monte
verde, ni es ni ha sido villa, como tampoco lo han sido Villabuena (que cada uno juzgue si
es buena), Villacabera o Villanueva de Gormaz.
A menudo, el propio topónimo nos ha servido para sospechar la presencia de restos
constructivos de antiguos poblados que la arqueología después ha demostrado: Cascajosa,
Casillas, Muriel, Muro, Paredesrroyas, Nomparedes, Tapiela, Tejadillo... En otros lugares
no aparecen restos visibles para ojos profanos, pero su nombre indica la presencia de
alguna fortaleza: Castro, Castroterreno, Castillo de Jubera, Castril, Castillejo,
Castillejos, Castellares... En muchos casos han sido pueblos enteros que dejaron de
existir, pero en otros se trataba de simples villas romanas o quintas, que nos dan
topónimos como Quintana Redonda, Quintanar, El Quintanar, Las Quintanas, Quintanas
Secas... u otras como Villapardillo, Villar, Villarejos, Los Villares, Los Villares de
Torrequemada, Villartoso, Villarraso, Villaseca, ... Pero no confiemos en reglas fijas,
pues el prefijo Villa- no siempre quiere decir que el lugar se encuentre sobre un
yacimiento romano, sino que puede ser indicativo de que el pueblo tuvo rollo y contó con
aquella categoría administrativa lo que ocurre únicamente con Villálvaro y Villasayas,
lugares en los que no se ha documentado, que se sepa, presencia romana. En el caso de
Villaciervos no se cumple ninguna de las dos condiciones, ni es villa ni se ha demostrado
la presencia de algún asentamiento de la época romana. ¿Y que decir entonces de su
pedanía Villaciervitos?
Posteriormente durante la Edad Media, la provincia de Soria se sembró de atalayas
musulmanas y torres cristianas de vigilancia de las que, en muchos casos, no nos quedan ni
los cimientos, pero de las que permanece su recuerdo reflejado en el topónimo actual: La
Torre, Torre de Serón, Torreanjara, Torrejón, Torremocha... También pueden aparecer con
la forma Cubo o derivados: El Cubillo, Cubillas, Cubo de la Salma, Cubo de San
Yuhan de la Sierra...
Algunos topónimos nos informan de las especies vegetales predominantes de la zona:
Centenera del Campo, Ortigosa, La Olmeda de Soria, Los Olmedillos, Olmillos, Rebollar,
Rebollarejo, Rebollo de Duero, Rebollosa de San Pedro, Sotillo, Sotillos de Caracena,
Sotillos de San Bartolomé, El Soto, Sotocarro, Valdeavellano, arroyo Valdecerezo... La
forma Pinilla nos puede parecer a los profanos que indica el lugar donde aparecen
pinos pequeñajos. Pues resulta que no, que estamos equivocados, ya que tan reiterado
topónimo soriano hace referencia a la presencia de pinnellas, es decir, peñitas
pero en latín vulgar. La fauna ha dado nombre a Valdegrulla y también a la laguna de
Valdehalcones, situada al oeste de Borobia, al río Lobos, al arroyo Lobosos y al Cerro de
los Ciervos.
El rábano es una especie hortícola no muy frecuente en nuestra dieta, pero sí debió
serlo antaño ya que dio nombre a Rabanera, Rabanera del Campo, y a la despensa hortícola
de Soria por excelencia, Los Rábanos. No debieron serlo las coles de Bruselas, el germen
de soja o el brócoli, pues no conozco topónimo alguno que haga referencia a estas
verduras. Lo mismo pasa con las frutas de los que tenemos varios ejemplos: Cirujales del
Río, Cihuela, Torralba del Moral o Peralejos de los Escuderos, pero no hay ningún
Castillejo del Plátano o un Arroyo de la Maracuyá.
Topónimos los hay simpáticos, como el del río Torete o el del Abión;
nombres de pueblos como Abanco, Boos o Borchicayada, y de despoblados como Cabrejuelas.
Recuerdo el nombre del pueblo de un amigo que cuando éramos pequeños siempre se me
olvidaba y al preguntarle él me decía "Recuerda" lo que a mí me cabreaba
bastante porque no me acordaba habérselo oído nombrar. Hablando de cuando era yo
pequeño, hay otros pueblos (que no amigos) que llevan nombres como Retortillo, una
población que nadie reconocía como propia por que ya era motivo suficiente de burla y de
apodo mal sonante. A los de Rituerto o Buitrago no hace falta imaginarse como los
apodábamos, y a los de Romanillos se les simplificaba en "los romanos".
Respecto a los nombres religiosos, siempre me he preguntado si fue primero la gallina o el
huevo, quiero decir, si antes existió el templo o el pueblo. La historia de Santa María
de Huerta, San Andrés de Soria, San Esteban de Gormaz, San Felices o San Pedro Manrique,
es relativamente accesible a cualquiera y puede resolvernos las dudas, pero ya no es tan
clara para otros lugares como San Asenjo, San Guider o San Jerónimo. En casi todos los
casos, estos topónimos suelen hacer referencia a la presencia, actual o remota, de una
ermita dedicada al santo advocado, lo que también es buena seña para identificar la
existencia de algunos despoblados como San Bartolomé, San Bernardino, San Cristóbal, San
Juan de Cañicera... Hay advocaciones marianas muy curiosas como la de las Espinillas o la
del Almuerzo, pero no hay ninguna de las Verrugas o del Desayuno. En cualquier caso la
relación de topónimos sorianos con nombre de Santo, Virgen o Cristo, pasa del ciento.
Otros, como Castilfrío, tienen una doble referencia. Por una parte a una vieja
construcción y por otra a una característica climática. La etimología de Yelo es muy
complicada, pero nadie que esté por allí en invierno puede evitar hacer el típico
chiste fácil.
Otro importante grupo de topónimos son los que nos indican su posición. Los hay que
indican su relación de arriba, abajo o en medio, y los que indican su aventajada
posición con respecto al sol, lo que curiosamente es hoy muy apreciado en la fría Soria
pero que no debió serlo tanto en el pasado, pues la mayor parte de lugares que llevan
este topónimo corresponden a despoblados: La Solana, El Cantal de la Solanilla de las
Cuevas y Solanilla de Espejo.
Hay algunos topónimos que, sencillamente, son feos: Tartagudo, Tartajo, Trigocérnido,
Valdustanza, Verdondeso, Zarranzano, poblaciones que para bien o para mal, ya han llegado
al final.
©
Alberto Arribas
Hernández
publicado en este número
(Alberto Arribas es el actual Santero de San Saturio) |