Ya hace algunos años don Emesto Giménez Caballero, autor entre
otros muchos libros de Genio de España, y que pasa por ser uno de
los teóricos del fascismo hispano, decía en una entrevista para el extinto SORIA SEMANAL
que Soria es el genio de la independencia y de la libertad, lo que, en principio,
resultaba un poco chocante. Pero él mismo lo demostraba con numerosos ejemplos que se
retrotraían a los fastos de Numancia.
Esa esencia soriana de Independencia y
Libertad la veía él a través de los si los siempre encarnada en grandes heterodoxos,
desde Pedro de Osma a Sánchez Dragó pasando, entre otros, por Sanz del Río, Dionisio
Ridruejo o el mismo Marcelino Camacho, nacido en La Rasa. Ya era mucho que uno de
los dos grandes mitos del comunismo español del siglo, el sindicalista Camacho,
hubiera nacido en Soria, pero que la mismísima Dolores Ibárruri fuera
descendiente directa de sorianos, aunque nacida en Vizcaya (¡Toma ya Relaciones
entre Soria y Euskadi!), se salía de todos los cálculos.
Y sin
embargo es estrictamente histórico que doña Juliana Gómez, madre de Pasionaria
nació en el pueblecito soriano de Castilruiz, cuna también de familias nobles y
señeras como la de los Gómez de la Serna (Gaspar hace una sentida semblanza de
Castilruiz en su desconocido Cuaderno de Soria)...
Antonio Ruiz Vega
De todas las reseñas biográficas sobre
Dolores Ibárruri que hasta la fecha hemos consultado, sólo una, la escrita por
Juan Cruz, hace referencia a la ascendencia soriana, concretamente de Castilruiz, de
Pasionaria. Tampoco ella hizo nunca mención a esta procedencia y en su libro "El
único camino", recordando su infancia y sus orígenes, se refiere a "mi familia
castellana". Tal vez, coherente como fue toda su vida, se esté o no de
acuerdo con su forma de vivirla y con su ideología, llevó hasta esos extremos la máxima
comunista de que el obrero no tiene patria.
Pero el hecho es que la madre de Dolores Ibárruri Gómez nació en Castilruiz, y así se
recoge en la partida de nacimiento. Dolores nació en Abanto y Ciérvana a las tres de la
tarde del día 9 de diciembre de mil ochocientos noventa y cinco. Su padre, Antonio
Ibárruri, natural de Ibárruri provincia de Vizcaya, contaba al nacer ella 37 años de
edad. Su madre, Juliana Gómez, natural de Castilruiz (Soria), tenía 30 años de edad.
Sabemos que por línea paterna no tenía abuelos conocidos, lo que hace suponer que
el padre fue expósito y el apellido lo tomaría del lugar de nacimiento,
Ibárruri, que significa en euskara "vega de agua". Por línea materna era nieta
de Antonio Gómez, natural de Castilruiz (Soria) y de Pía Pardo, natural de Castilruiz
(Soria). Se le impuso el nombre de Isidora en el registro civil y de Dolores en la pila
bautismal y fue éste el que usó siempre. En la partida de nacimiento consta el cambio,
realizado formalmente en 1978, a instancias de la propia Dolores.
Castilruiz es un pueblo que forma parte de una pequeña comarca natural llamada La
Rinconada; debe su nombre a la disposición en rincón natural de los pueblos que la
componen, en el interior del semicírculo que forman el Moncayo y la sierra del Madero.
Junto con Castilruiz, forman la Rinconada Ágreda, Valdelagua del Cerro, Trébago,
Fuentestrún, Matalebreras, Ólvega y Montenegro de Ágreda. Tiene ayuntamiento propio y
agrupa al de Añavieja, lugar este famoso por sus manantiales kársticos que alumbran al
río Manzano. Castilruiz se ubíca a 1.011 metros de altura y cuenta con alrededor
de 250 habitantes censados. Sus gentes se dedican a la agricultura, al alquiler de pastos
para rebaños que llegan desde La Rioja y Navarra pero, sobre todo, al comercio de la
paja, que compran, afinan y venden en La Rioja para la cría del champiñón y al
transporte en general. Conservan así la tradición de arrieros, sobre todo con madera y
pimentón, recogida ya por Madoz a finales del siglo XIX. En la actualidad Castilruiz es
un pueblo que mantiene escuelas (aunque sólo con cinco niños) lo cual es decir mucho
para Soria, y cuenta con piscinas municipales, dos entidades bancarias, farmacia y hasta
dos funerarias.
Pero nos interesa más el Castilruiz de mil ochocientos, época en la que la familia
materna de Dolores Ibárruri tenía bien arraigadas las raíces en esa parte de la tierra
soriana. Era este lugar rico en pastos y por lo tanto (además de por su proximidad con
Ágreda, a cuya jurisdicción pertenecía y donde pagaban las alcabalas y demás
impuestos) codiciado por los numerosos nobles agredeños para llevar a pastar a sus
rebaños de merinas. Porque se da la paradoja de que, a pesar de no haber querido nunca
Ágreda pertenecer a señorío alguno (lo que les costó derramar hasta sangre), y
mantenerse de realengo, tanto la villa como las tierras de su jurisdicción padecieron el
peso de todos los nobles Castejones, apellido prolífico en títulos donde los hubiera.
Estos nobles eran propietarios de la mayor parte de las tierras dedicadas a pastos. En
1751, cuando se lleva a cabo la encuesta para el Catastro de la Ensenada, los marqueses de
Castilmoncayo (en la actualidad propiedad del de Griñón), los de Alcántara, Paredes y
Camarena poseían tierras. Más tarde, en 1881, los amirallamientos añaden otro más, el
de Villarrea. Todos ellos hacían pastar allí casi veinte mil cabezas de ganado lanar
-entre churras y merinas-, Y sus armas quedaron para siempre en la Iglesia parroquial de
San Nicolás de Bari -un gran templo con torre mudejarizante- y en varios escudos
nobiliarios que todavía ostentan algunas casas de Castilruiz. Quedaba para los 150
vecinos de la época (de los cuales 24 eran pobres de solemnidad) el cultivo de berzas,
trigo puro y centenoso, cebada, avena y lenteja. Y la salida, o tal vez sería mejor
hablar de huída, de practicar la arriería, a lo que se dedicaban sesenta vecinos.
En este industrioso pueblo de La Rinconada nacieron algunos personajes ilustres por la
época en que la familia de Pasionaria vivía en él. Uno de ellos fue Pedro Gómez de la
Serna, ministro de la Gobernación en 1843 y de Gracia y Justicia en 1854, además de
consejero de Estado y de Instrucción Pública y tío carnal del famoso Ramón Gómez de
la Serna. Antes que él vería la luz en Castilruiz Matías Gómez Ibar Navarro, miembro
del Supremo Tribunal de la Inquisición, quien fue el primer diputado elegido por Soria en
las Cortes Generales Extraordinarias de 1812. También el conocido industrial Casto
Hernández -según recoge Pérez-Rioja en su Diccionario- nacería en Castilruiz. Y llegó
a Soria capital en 1895, el mismo año del nacimiento de Pasionaria. Casto mereció el
elogio del propio rey Alfonso XIII en la visita de éste a Soria, concretamente a la
exposición celebrada en la Dehesa, cuyo stand tituló Hernández: "industrias
mínimas", haciendo exclamar al rey: "Por ahí empiezan muchas cosas
grandes". Casto Hernández inventó algo tan sencillo como el asperón, famoso
después en toda España.
En este entorno vivía la familia compuesta por Antonio Gómez, Pía Pardo y Juliana
Gómez Pardo y sus hermanos. Diez años tenía la madre de Dolores Ibárruri cuando, en
compañía de toda su familia se trasladaron al País Vasco para trabajar de
"burreros en la mina", siguiendo la tradición de arrieros de buena parte de los
habitantes de Castilruiz.
Allí, juliana, a los 17 años "una mujer muy alta y con fuerte carácter",
casó con Antonio Ibárruri, un vasco que apenas sabía castellano, combatíente en la
última guerra carlista hasta los 18 años. A partir de esa edad entró en la mina donde
recibió el apodo de "el Artillero", por la especialidad de su profesión
consistente en la manipulación de explosivos. El matrimonio "ambos fervientes
católicos" como aseguran las biografías, fue a vivir a una casa grande de la calle
Peñucas, en Gallarta, en la que tuvieron once hijos, de los que sobrevivieron a la
infancia siete: Inocencio, Teresa, Hípólito, Rafaela, Dolores, Alberto y Bernardina. La
más cercana a Dolores fue Teresa, "sobre todo cuando se produjo un conflicto
familiar por defender Dolores ideas socialistas". En el extremo opuesto a Teresa se
encontraba Inocencio, su hermano mayor, combatiente en el bando franquista durante la
guerra de 1936.
Juan Cruz asegura que "los Ibárruri gozaron de una situación relativamente
acomodada gracias al sueldo de Antonio, de los más altos de la mina, al trabajo de
algunos de sus hijos y a la explotación de la pequeña huerta y de los animales que, como
la mayoría de los aldeanos vizcaínos, completaban los ingresos familiares".
Pasionaria mantuvo durante toda su vida fama de un "genio de mil demonios y un
temperamento que facilitaba reacciones de empuje, arrojo y energía para expresar y hacer
lo que pensaba sin necesidad de contenerse". Tal vez este genio, al igual que su
estatura y corpulencia, lo heredó de su madre. Ella misma afirma: "Yo era muy
rebelde desde niña, frente a la injusticia siempre reaccioné violentamente. Si mi madre
me castigaba sin fundamento yo armaba un pitote de dos mil a caballo". La prueba más
contundente de su fuerte carácter se desprende de la iniciativa de su madre
conduciéndola a los diez años hasta la iglesia de Deusto, donde se veneraba a San
Felicísimo, para que el cura la exorcizara e intentara desprenderle del cuerpo el
diablo que Juliana pensaba era la razón de su indomabilidad. Esta religiosidad de
Juliana, nacida en Castilruiz, con todas sus raíces familiares hundidas en la tierra
soriana, fue heredada, en los primeros años de vida, por su hija Dolores. Como también
lo fue ese recato ante determinadas formas sociales, por ejemplo, de vivir el luto. Ella
misma dice que el primer familiar que se le murió y por el que vistió luto, fue su
abuela, Pía Pardo, madre de su madre y natural de Castilruiz. Toda la vida Pasionaria
vestiría de luto. Primero por parientes más o menos directos y después, ya, por sus
propios hijos. Parió seis y sólo una, Amaya, le sobrevivió. Y es que, durante muchos
siglos, a los labriegos más o menos sometidos por el relumbre de los títulos
nobiliarios, no les quedó más consuelo que la religión. Castilruiz, como todos los
pueblos de agricultores -los ganaderos eran menos piadosos- se refugiaban en esta
religión cuya máxima exposición se halla en la ermita de la Virgen de Ulagares, en su
término, en la carretera que se dirige a San Felices, último pueblo de la provincia de
Soria, en el límite con Navarra. Aseguran que la ermita se edificó en el lugar donde se
apareció la virgen y que por hacerlo junto a una mata de ailaga se nombró a la imagen
con el nombre de Ulagares, otra forma de llamar a esta planta en la provincia.
No sabemos si también los juegos infantiles que recuerda se los transmitió su madre,
pero muchos de ellos nos suenan a sorianos: marro, cuerda, pita, pido que te vi, la rueda,
zurrúscame la pelleja, San Juan de Matute, tres navíos, jubilitero, milano, palillo,
hincón, cuatro esquinas, zapatito quemado, choromoro, salto del mojón, matarile, tablas,
alfileres, tuta, canicas, Antón pirulero, truquemé. Ella los recuerda en su libro
"El único camino", como también los remedios caseros utilizados para la
curación de males, tanto en personas como en animales. Muchos de ellos están recogidos
en nuestro libro "Remedios caseros y otras magias sorianas", aunque el de la
curación de hernia infantil, durante la noche de San Juan, está descrito en
publicaciones del vasco Caro Baroja. "Los métodos y medios curativos eran diversos.
Desde lo ingenuo a lo monstruoso. Los más simples eran la tela de araña para las heridas
y hemorragias. Para las almorranas una bolsa de hierbas colgada al cuello". Todo
esto, relatado por Pasionaria, nos suena a soriano.
Hemos apuntado que Dolores no dedica ni un solo recuerdo a Soria y, en realidad, muy pocos
a su madre, con la cual se enfrentó al casarse con Julián Ruiz, iniciador de Dolores en
"la subversión", aunque después ella le superara con creces, tras formarse en
el marxismo en la Casa de¡ Pueblo de Somorrostro. "Solía decir mi madre que "la
que en el casar acierta en nada yerra". Acertar en el casar, en el sentido que mi
madre lo interpretaba, era tan dificil como hallar un garbanzo de a libra. Y yo no fui de
las que encontraron ese garbanzo". Este comentario directo y los siguientes son los
únicos que hemos podido extraer de su autobiografía. "Todos mis parientes,
castellanos y vascos, fueron mineros. Mi abuelo materno murió en la mina, aplastado por
un bloque mineral. Mi madre trabajó en la mina hasta que se casó. A veces mis
hermanos pequeños y yo entablábamos con la madre en el hogar diálogos edificantes. Uno
de nosotros preguntaba a la madre:
- ¿Es
verdad que todos somos hijos de Dios?
- Verdad.
- ¿Todos somos hermanos?
- ¡Todos!
Entonces,
si somos hermanos de fulano y mengano -y nombrábamos a los más ricos del pueblo-, ¿por
qué padre tiene que ir todos los días a trabajar, aunque llueva, y los señoritos no
trabajan y viven mejor que nosotros?.
Aquí la ciencia teológica de la madre fallaba; y no sabiendo qué responder, nos decía
llena de enojo:
- ¡A
callar! Los chiquillos no deben preguntar esas cosas.
¡Pobre
madre! ¿Cómo nos iba a explicar lo que para ella misma era un doloroso enigma, que cada
día se abría ante ella con el "por qué" incontestado y, todavía entonces, ni
siquiera intuido?". Otra referencia la encontramos con motivo de su larga estancia en
la cama. "Estuve dieciocho días en la cama atendida por las vecinas, cada una de las
cuales apartaba de su miseria lo que podía para ayudarme: una taza de caldo, un par de
huevos, unas manzanas, una jarra de leche. De mi familia, sólo mi hermana Teresa, la que
había sido niñera de todos los hermanos pequeños -ella era la mayor- tuvo para mí
atenciones y cariño, más que de hermana, de madre. Los demás... Yo era comunista, y
tenían miedo de reconocer que eran parientes míos".
Esto sucedía en 1923, cuando
Pasionaria contaba con 28 años y había dado a luz trillizas, de las que sólo
sobreviviría Amaya. Después añade: "quise vender la máquina de coser porque la
detención de mi marido se prolongaba, pero no me dejó mi madre, que se hizo un poco
menos dura para conmigo". Y es que la máquina de coser era un talismán para las
mujeres de entonces. Dolores quiso ser maestra, pero no pudo cumplir sus deseos. "No
fue un problema de dinero porque su familia podía haber costeado los estudios, sino un
problema social. Sus padres insinuaron que una hija de minero y hermana de obreros de
diferentes profesiones no podía saltarse a la torera la escala social", escribe Juan
Cruz. Y entonces decidieron que aprendiera a coser. Durante toda su vida ella misma cosió
sus vestidos negros.
Nuestra sorpresa fue
descubrir en este laborioso pueblo de la provincia de Soria, alguna familia, ya muy
lejana, de Dolores Ibárruri Gómez, "la Pasionaria", y la casa familiar,
todavía en pie. Nos hablaron de un abuelo común, Sebastián Gómez, hermano de Juliana
Gómez, la madre de Dolores, al que recuerdan ya impedido. Nunca el abuelo Sebastián les
habló de Pasionaria, y se enteraron del parentesco durante la Guerra Civil. Recuerdan
más a otro familiar de Dolores, luchadora e izquierdista como ella, la prima Abilia,
exiliada en Francia y con la que se relacionó Pasionaria más ampliamente. Abilia sí
volvió, años después, por Castilruiz, para saludar a sus parientes y reconocer el
pueblo de sus antepasados. Pero, como nos dijeron, entonces estos hechos había que
silenciarlos. Ese silencio se ha mantenido a lo largo de los años y todavía, cuando,
suponemos, que más de una calle en España e incluso fuera de ella, estará dedicada a la
memoria de Dolores, en su propio pueblo sienten que el tema no debe airearse.
La sombra de
la Guerra Civil española y la larga época que siguió improntó ese temor. Y eso que no
fue Castilruiz de los lugares más represaliados durante la contienda si lo comparamos con
Berlanga, Barahona o Almazán, aunque en los primeros días del Alzamiento un vecino fuera
fusilado y dos multados con la elevadísima cantidad de cinco mil y tres mil pesetas.
©
Isabel
Goig Soler
publicado en este número |