La
sierra de la Demanda, a caballo de Burgos, Logroño y Soria, es una de las
mayores elevaciones del Sistema Ibérico y a lo largo de los siglos ha
mantenido un carácter misterioso debido a las dificultades de acceso que
presentan sus altos montes.
Es un ejemplo bastante claro de lo que
ha escrito don Anselmo Carretero y Nieva sobre la personalidad de
Castilla, explicando que las cadenas montañosas que aparentemente la
dividen lo que hacen es vertebrarlas, que los montes, en suma, no dividen
sino que unen. Esto, que parece una paradoja, se cumple sin embargo a
rajatabla a poco que se profundice y pasa incluso a ambos lados del
Pirineo, donde comarcas francesas y navarras comparten pastos, derechos de
desyunta, etc.
Es el caso de la Demanda, que presta un
carácter inequívocamente característico a los pueblos que se asientan
en sus estribaciones por encima de las actuales divisiones provinciales y
aun autonómicas. Recuerda Luis Vicente Elías, el etnólogo de los
Cameros, cómo la partición provincial de 1833 trajo un rosario de
conflictos y procesos, pues era prácticamente imposible dividir lo que el
tiempo, la historia y los intereses comunes habían ido uniendo a través
de los siglos. Amargo colorario de décadas de contenciosos legales y
barullos judiciales es el dicho camerano, impensable en otros tiempos, de Sorianos,
perros y gatos: tres animales ingratos.
Pero hablábamos de la Demanda, esta
amplia serranía rodeada de un misterio que comienza por su mismo nombre.
¿Se refiere como avanzara Roso de Luna, su primer enamorado, a la Demanda
del Santo Grial? En la que se embarcaron los caballeros de Arturo en
época indefinida y cuya saga ha sido cantada por Essenbach y otros y cuyo
emplazamiento geográfico ha sido siempre objeto de todo tipo de
elucubraciones, situándose el Venusberg en el Pirineo y el Monsalvat, por
ejemplo, en Montserrat, secuelas del wagnerianismo noucentista.
Juan García Atienza, que siguió ya en
nuestros días las huellas del extremeño Roso de Luna, ha sido el
muñidor de la teoría de la Demanda como zona mágica, cuajada de
prodigios y portentos, ambiente del que no es difícil impregnarse por la
propia evocación del paisaje y porque el paso de la historia ha ido
sembrando aquellas anfractuosidades de elementos evocadores. Personalmente
creo que el tema de la España Mágica, en el que he incursionado de vez
en cuando, es ante todo un género literario, y por lo tanto no haya que
tomárselo todo al pie de la letra ni demasiado en serio. Torturada
adecuadamente la toponimia, por ejemplo, puede acabar confesando
prácticamente cualquier cosa, y en cuanto al recurso al
"inconsciente colectivo" o a las pervivencias y supervivencias,
más vale tomárselo cum granum salis, so pena de salir estragado y
desvariando arquetipos, ánimas y ánimus sobre las más febles y
peregrinas apoyaturas.
Sea la del Santo Grial o cualquier otra
(y esperemos –que me lo temo- que no aparezca algún erudito del lado
cientifista-historicista-coñazo demostrando con pelos, señales,
codicilios y ejecutorias que la susodicha Demanda se refiere en exclusiva
a la que mantuvieron unos pueblos contra otros en determinada Audiencia
por culpa de desyuntas, pastos, o servidumbres varias), lo cierto es que
la Demanda está ahí y bajo sus aldas se traman algunas leyendas como la
de los Siete Infantes de Lara, de clarísima raigambre germánica (como
han demostrado algunos, apenas una transposición de Sigfrido y los
Nibelungos, una blütrange –venganza de sangre- aria arquetípica), que
viene luego a morir a Soria, a otra sierra, la del Almuerzo, sobre la que
algunos hemos derramado alguna tinta en el pasado. Y antes de que aparezca
el academicista de guardia a precisar que ese Almuerzo es probablemente
arabismo que nada tiene que ver con un refrigerio y menos con los Infantes
o la piedra de su cumbre, donde dicen que almorzaron y que la Vírgen
María improntó la suela de su femenino pie, les diré que me importa un
pito y prefiero seguir creyendo la otra historia, que además es más
bonita.
Siguiendo las huellas de Roso estuvimos
hace ya algún tiempo Isabel Goig y el abajofirmante por la parte
burgalesa de la Sierra, incluída Pineda de la Sierra (que Roso llama
Concha de la Pineda, siendo ésta un paraje, pero no el pueblo en sí) y
otros muchos pueblos de nombres evocadores, sin olvidar los Barbadillos,
incluido el del Pez (que para mí, con perdón de Atienza, tiene más que
ver con el alquitrán que por aquí se fabricaba que no con los de agua
dulce) e incursiones por comarcas que sólo con alguna generosidad
geográfica pueden incluirse en la Demanda, como San Pantaleón de Losa y
su misteriosa ermita, cuyos inquietantes perfiles todavía nos tienen
encandilados, en espera de dilucidar su secreto.
Pero en esta ocasión quisimos visitar
la vertiente riojana, tomando como cuartel de operaciones Ojacastro e
incursionando desde allí en el valle del río Oja y en las alturas que
rodean su nacimiento, entre las que se encuentra la famosa estación de
esquí Valdezcaray, actualmente en obras.
En este viaje queríamos ante todo
impregnarnos de naturaleza, atender a los mensajes primordiales de
bosques, arboledad, regatos, arroyos cantarines, epifanías paganas más
que a la huella cultural. El anfiteatro que forman las alturas de la
Sierra, presididas por el augusto San Lorenzo, está surcado por infinidad
de veneros fluviales que van engrosando al naciente oja que va tomando
fuste a medida que abandona su valle natal y se adentra en tierras mucho
menos amenas. Es una pena ver su cáuce, a la altura de Santo Domingo de
la Calzada e incluso mucho antes, completamente seco, dejando ver el lecho
de canto rodado. Pero aquí, entre las frondas de hayas, pinos y hasta
algún abeto ya en las alturas, el río se abre paso sobre lechos de roca,
ornados de musgo y verdín, formando en los recodos sombríos diminutos
paisajes de regusto oriental, jardines japoneses de arena donde las
doradillas, los helechos, los culantrillos y los ombligos de Venus forman
a veces ikebanas naturales de delicada composición. Bajo los doseles de
las hayas centenarias, el humus que forman las cáscaras de los ayucos
señala la cosecha anual del sabroso fruto.
Por una vez supimos para qué vale el
altímetro del todoerreno, cuya aguja subía lentamente a medida que,
pasados los últimos pueblos del valle (casi todos plenamente euskéricos:
Ayabarrena, Azarrulla, Zabarrena, Zaldierna), íbamos tomando las curvas
de nivel ascendente que, en cada recodo, ofrecían vistas siempre
atractivas para el ojo goloso de la cámara fotográfica. Finales de Julio
y sin embargo fresquísimas temperaturas que iban descendiendo a medida
que ganábamos altura. Finalmente nos cansamos de subir, algo mareados por
el baile de perspectivas y pensando que aquella ascensión no tendría
final, desistimos antes de llegar a la llamada Cruz de la Demanda, cuando,
por lo visto, apenas nos faltaban unos cientos de metros de pista. Otra
vez será.
Pero, además de esta sumersión en la
naturaleza, el *Valle del Oja nos iba a brindar frecuentes encuentros con
el arte y la Historia. Este lugar perdido, ahora activo centro turístico,
donde acuden sobre todo los vizcaínos, haciendo que en sus calles y
terrazas vuelva a sonar la vieja lengua ibérica que se habló aquí ya en
el medievo, fue en el pasado un finisterre, un ponto euxino, donde –según
señala el fuero- podían acogerse a sagrado homes e mujeres homicianos
é mal fechores sin que ninguna justicia no sea osada de entrar en
dicho valle, nin los pueda tomar ni sacar de él, y si los quisieren
sacar, que los vecinos é moradores del dicho valle ge lo defiendan, é
que no incurran en pena ni en calumnia por gelo así defender, é esta
merced fago así a los que ahora son moradores en el dicho valle, como a
los que serán de aquí en adelante para siempre jamás. Pese a lo
cual, y con permiso de Fernando IV El Emplazado, desde 1312 a esta
fecha ha llovido mucho y ni siquiera a un rey le está permitido decir para
siempre jamás.
*Ezcaray está trufado de casonas y
palacetes y sería largo el pasarles revista, y no cabe olvidarse de su
iglesia, con aire de colegiata, de estilo gótico y con esvástikas o
laburus taraceadas en la filigrana de piedra de su portada. Por aquí
tuvieron casas solariegas algunos nobles sorianos, me recuerda Isabel,
siempre atenta a la heráldica, aunque a mí se me dé un ardite.
Dos ermitas visitamos en Ezcaray, la una
que llaman de Santa Bárbara, que está en una prominencia y desde la que
se divisa el casco urbano de Ezcaray y buena parte del valle, pero mínimo
edificio sin mayor interés y la otra, de Nuestra Señora de Allende,
mucho más milagrera y sugerente, a lo que pudimos ver. Había un par de
cuadros/exvotos que recogían milagros de la virgen y uno de ellos
recordaba mucho al milagro de San Saturio, pues igualmente se trataba de
un niño que cayó desde una altura sin hacerse daño.
El mismo *Ojacastro, antaño más
importante que Ezcaray y hoy un poco oscurecido por el oropel de su
vecino, tiene un templo notable, ya del gótico, pero con algunas partes
románicas, y con un pórtico o anteiglesia de gran belleza, aunque lo
más notable sea la misma puerta, de madera, prodigiosamente labrada con
efigies de los apóstoles y, a lo que se ve, de personajes de la época.
En Ojacastro debió nacer, o al menos tiene calle dedicada, Juan Bautista
Merino Urrutia, autor de La lengua vasca en La Rioja y Burgos, a
quien cité ampliamente en mi Las relaciones entre Soria y Euskadi,
pues incursionaba también brevemente en la provincia de Soria. Fue una
agradable sorpresa encontrarnos este nombre familiar paseando por las
calles de Ojacastro, repletas, como las de Ezcaray, de escudos
heráldicos.
En un pueblecito cercano a Ojacastro,
San Asensio (llamado en el pasado De los Cantos, para diferenciarlo
de otro San Asensio, sobre lo que debe haber algún barullo en los
nomenclators, según explica el de Govantes), prácticamente abandonado, o
por mejor decir en sus inmediaciones, pudimos ver la ermita de San
Asensio, que es una verdadera rareza. Aunque ha sido restaurada o cabría
mejor decir reconstruida en parte, para impedir su ruina, la parte antigua
es un románico bastante extraño, porque sugiere una planta poligonal, o
al menos un ábsise facetado en cinco lienzos, lo que resulta bastante
insólito, sobre todo porque por dentro es el clásico de medio punto. Muy
escasa de decoración, posee sin embargo notables pinturas murales que
representan la última cena. La pila bautismal parece muy antigua y el
conjunto, en medio del bosque, de acceso bastante difícil, es de un gran
poder evocador y se presta a elucubraciones esotéricas (sin descartar su
origen templario, pues la planta poligonal es una de sus
características).
Al
día siguiente recorrimos la otra parte de la sierra, es decir la pared
sur del anfiteatro, un paraje serrano que iba haciéndose más y más
desolado a medida que ascendíamos. Soledad sólo compartida con algún
rebaño de ovejas o vacas que pastaban a su aire. Por cierto que uno de
los rebaños de ovejas llevaban como marca la Flor de Lis y no pudimos
menos que preguntar al pastor, que era su dueño, sobre su origen. Lo
ignoraba completamente.
Una vez llegados al punto más alto de
la serranía comenzamos a descender por pistas en bastante mal estado
hacia Canales, a donde llegamos poco después. Esta localidad forma parte
de las Cinco Villas, especie de confederación serrana, de origen
medieval, recuerdo de la cual son las llamadas casas de Islas (nadie supo
explicarnos este enigmático nombre) que todavía existen en cada una de
ellas. La de Canales es notable, pues posee una torre con reloj y una
gárgola o careta de muñeco que llaman el Papamoscas (como el de la
catedral de Burgos) y nos dijeron que antaño abría la boca al dar las
horas. No muy lejos hay un rollo de piedra construido en los años
cuarenta en honor del conde Fernán González, con motivo del Milenario de
Castilla. Hay en el pueblo al menos dos casas que dicen las gentes fueron
propiedad del conde, aunque por su aspecto parecen muy posteriores. Por lo
demás Canales, que llegó a tener 1700 habitantes y hoy no llega a los
30, está literalmente plagado de escudos heráldicos. Mas de cien, según
nos dijeron, lo que da idea de los fastos pasados, como lo da la
parroquia, de construcción no muy feliz pero desmesurada para lo que es
el actual caserío. Más interesante es la iglesia de San Cristobal, que
tiene partes románicas, incluída las arcadas del atrio y la portada,
restaurada con bastante acierto y cuya silueta, aupada en un cerro que
domina la villa, es una presencia que da carácter a la panorámica de
Canales. Creo recordar que la portada de uno de los tomos de la Guía de
la España Mágica, de Juan García Atienza, es una foto de esta iglesia.