En
la primavera de 1987, Antonio Ruiz Vega publicó, en las páginas de
Cultura del desaparecido Soria Semanal, un interesante artículo en dos
entregas que llevaba por título
“Rafael Caffarena y Soria”. Si no estoy equivocado, formaba parte,
o al menos así creo recordarlo, de la serie “La Soria de...” que
contribuyó a desintoxicarnos del empacho de tópicos machadianos
auspiciados desde los ámbitos de la cultura oficialista y a cuya sombra,
como suele ser costumbre inveterada, se cobijan los oportunistas de
siempre, sin distinción de edad, sexo o ideología. Y esa devoción al
poeta sevillano es, cuando menos, y dicho sea de paso, sospechosa en más
de uno.
Pero hay otra Soria, o
percibida desde otra perspectiva diferente a como la vio el bueno de Don
Antonio; es la que fuimos contemplando invitados por la amena pluma de
Ruiz Vega que, a fuer de sinceros, consiguió, con inusual habilidad por lo
infrecuente, que más de uno comenzaramos a leer el periódico por las
páginas culturales. Así nos paseó por la Soria de Álvaro Cunqueiro, o la
de Richard Ford; por la de Giménez Caballero: “Soria es el germen de la
independencia y de la libertad” o la de Ignacio Carral, García Atienza
o Eugenio Noel; también por la de José María de Areilza o la de Roso de
Luna: “Es español a medias el que no haya visitado con la devoción del
morabito a la Meca esa divina curva del Duero en Soria...”; tampoco
faltó, incluso, la de Gabriel Celaya a pesar de tacharnos con crueldad y
desprecio, abundando en los viejos, y falsos, tópicos sobre la supuesta
opresión castellana.
(**estos
artículos podéis leerlos en la sección "Visiones Sorianas")
Y digo yo que algo
tendrá de zahorí Antonio Ruiz Vega, pero no de esos que poseen la habilidad
de encontrar el agua subterránea con la ayuda de una varita, sino zahorí de
los libros, de las letras, de los que descubren en las librerías de lo viejo
los manantiales de la cultura general y de la soriana en particular y
preferentemente. Sólo así me explico que hace años hallase, y rescatase de
un injusto olvido, dos libros que, aparentemente, y a juzgar por sus títulos
y el nombre del autor, nada hacía suponer que guardasen relación con Soria y
su tierra. Me refiero, claro está, a “Poesía de nueve lustros” y “A manera
de memorias” de Rafael Caffarena Robles, leitmotiv de estas líneas.
Recuerdo que la lectura
del artículo que mencioné al principio me produjo sorpresa y satisfacción.
Lo primero, porque nada sabía de la existencia de un excelente poeta llamado
Caffarena y menos de que hubiese tenido cualquier relación con Soria; y lo
segundo, porque alguien de un lugar tan lejano como Málaga, en donde vivo mi
exilio desde hace años, hubiese demostrado un cariño y sensibilidad hacia la
tierra soriana que echo en falta en más de un paisano de la diáspora. Podría
hablar, por cierto, del descorazonamiento que produce comprobar la
indiferencia y el desinterés ante cualquier proposición, entre ellas la
suscripción a la revista que el lector tiene en sus manos, que muestran
algunos sorianos con pedigrí de no sé cuantas generaciones y a los que, por
su situación y titulaciones, cabría suponerles un mínimo arraigo, y cierta
sensibilidad hacia la cultura de la tierra que les vio nacer. En fin, con su
pan se lo coman. Comprensible, pues, y con mayor motivo, mi
reconocimiento, respeto y estima hacia la persona de Rafael Caffarena.
En el pasado mes de
enero, Antonio me pide el favor de que busque alguna fotografía de este
poeta e investigador de nuestro folklore para un trabajo de “Cuadernos de
Etnología Soriana”. He de reconocer que, tantos años después, me había
olvidado por completo del autor, del que desconocía todo: cuánto tiempo
habría transcurrido desde su muerte (lo suponía, erróneamente, ya maduro a
principios del siglo, por la fecha de sus poemas), título de sus obras... y
del que sólo recordaba vagamente su apellido. Con mi mejor voluntad, y poco
ducho en este tipo de cosas, dirigí mis pasos hacia el camino que me
parecía más lógico: el periódico “Sur”, en el que colaboró con algunos
artículos, según mis informaciones, dejando las bibliotecas para más tarde,
por si me fallaba la primera fuente. Desconocía a estas alturas que, sin
pretenderlo, iba a descubrir a un personaje más que interesante al que en su
Málaga natal –nadie suele ser poeta, o profeta, en su tierra- quizá no se le
hayan reconocido como merece sus indudables méritos. Pero no adelantemos
acontecimientos.
En el servicio de
documentación del periódico me llevé la primera decepción, no sólo porque no
existían fotos suyas, sino porque nadie pudo, o supo, darme referencia
alguna de su persona ni de su obra, aunque, muy amablemente por cierto, con
la amabilidad que caracteriza a la gente de aquí, me enviaron al archivo de
un fotógrafo veterano al que suelen recurrir los estudiosos y buscadores de
fotografías antiguas. Después de algunos titubeos, di en una callejuela con
un portaluco más propio de los personajes de Oliver Twist que de una ciudad
meridional en los albores del XXI, en cuya buhardilla un Fagin reencarnado
buscó infructuosamente en su vademécum fotográfico el objeto de mi visita.
Ahorro al lector, por no cansarle, otros detalles que, aunque interesantes,
harían prolijo el relato.
Después de mi fracaso en
el despacho de Manuel Ocón, “Maestro afilador e investigador de la cultura y
la historia de Málaga. Espacio para la tertulia y una referencia cultural de
los malagueños”, según reza una inscripción a la puerta de su negocio en el
popular Pasaje Chinitas, poseedor de una amplísima biblioteca de varios
miles de ejemplares, descendiente de analfabetos y sin títulos académicos
que colgar en sus paredes, ni maldita falta que le hacen, me quedaba el
recurso de los archivos bibliotecarios. Y el atento director de la
biblioteca “Generación del 27” me proporcionó unas fotos... Satisfecho por
haber cumplido el encargo, llamé a Antonio para decirle que ya tenía varios
retratos de Ángel Caffarena Such. Que no, que ese no es, que el que nos
interesa es Rafael Caffarena Robles...
A
estas alturas, cansado de buscar en balde, y sin nadie que supiera darme
norte, lo hubiera dejado, cuando caí en la cuenta de que el camino más
corto y quizá más fácil lo tenía delante: la guía de teléfonos. Y así, de
llamada en llamada, de pariente en pariente, salvando recelos comprensibles
y sin que faltasen los despistados, una anciana me dirigió a un supuesto
nieto o biznieto... que luego resultó ser hijo y al que encontré en la
farmacia Caffarena.
Con Ignacio Caffarena,
persona amable y cortés donde las haya, después de proporcionarme varias
fotos de su progenitor con las que di mi misión por cumplida, he mantenido
varias conversaciones interesantes en la trasbotica de su farmacia que han
dado pie a estas líneas. He ido descubriendo no sólo la figura de su padre,
sino toda una saga que daría juego no a un artículo como el que nos ocupa
sino a varios más extensos que éste.
Rafael Caffarena comenzó
sus relaciones con Soria siendo muy joven, casi un niño. En 1918, con quince
años recién cumplidos –había nacido en 1903- nos sorprende con el “Romance
de la Romería” en el que narra la concurrencia de la multitud a la Virgen
del Castillo.
Es una limpia
mañana.
Poco ha que amaneciera
cuando han llegado a la Ermita los romeros y romeras.
Aún el sol no ha calentado.
Las frías campanas vuelan
atronando los espacios
y despertando a las peñas.
El romance continúa
describiendo la peregrinación a la que acuden gentes venidas de los cuatro
puntos cardinales de la provincia y entre las que no faltan los mendigos,
las piñorras o el zarragón.
Con el tiempo llegaría a
ser un profundo conocedor de la tierra soriana, sobre todo del Valle y la
zona septentrional de la provincia. Nada extraño por cuanto acudía con su
familia a veranear a Valdeavellano -donde un primo suyo había emparentado
con una familia de allí, los Aceña- en busca del fresco verano de Soria.
Siendo todavía un adolescente se dedicará a recopilar las danzas de la
comarca:
“Me cabe el honor y el
orgullo –escribiría más tarde- con motivo de circunstancias que me
obligaron en mi juventud a vivir largas temporadas en los valles del norte
soriano, (nuestro saludable clima favorecía la salud de su padre, D.
Antonio Caffarena Lombardo, el primer boticario de la familia) de haber
ayudado a salvar en pequeña escala la letra de las danzas sorianas, cuando
aún Schindler no había pensado en venir a España, antes de 1928. Hube de
tomar de viva voz las estrofas de las diecisiete danzas de Valdeavellano,
algunas casi ininteligibles por la erosión de los siglos”. Refiriéndose
a las danzas también dejaría escrito: “ ...Los Mozos de Soria
recuerdan en sus danzas las hazañas guerreras y aventuras de amor lejos del
terruño y los incidentes en las expediciones de la Mesta”.
Continuando con el
folklore escribirá en el diario “La Tarde” de Málaga, en 1967, un artículo
“Lo flamenco superpuesto a lo vernáculo” en el que dice:
“Si la muerte
prematura de Schindler no le hubiese impedido investigar en el folklore
andaluz hubiera buceado en lo celtibéricorrománico, no en lo arábigogitano,
sólo en lo que permanece oculto en los estratos bajos de la geología
folklórica del Sur. Hubiera investigado en lo que hoy se observa
esporádicamente a flor de tierra. El caso, por ejemplo de los Verdiales, en
la provincia de Málaga, en la zona montañosa de la Cala (antiguo distrito de
la Axarquía musulmana), no influida por las melodías arábigogitanas. Los
verdiales presentan fisonomía de algo anterior al siglo VII, con gran
similitud a las danzas de Valdeavellano de Tera y San Pedro Manrique, de
Soria”.
También en 1918 compuso
“Los Caballeros de Castilla”. Del mismo año es “Ars Hispaniae” dedicado a
su amigo Clemente Sáenz “con cuya amistad me honro desde los años
juveniles” escribiría en “Sur”, casi medio siglo después. Unos años más
tarde, (Soria, julio de 1922) compone “Campesina”:
Yo en Castilla he
vivido orgulloso
y he subido a sus cumbres más altas,
percibiendo en sus picos de nieve
rumor de baladas...”
Del año siguiente (Soria,
junio de 1923) es la creación de “La Frontera” , un sentido poema que
comienza cantando a la Sierra de Carcaña (frontera de los reinos de Castilla
y Navarra), y continúa con el desgarrador problema de esta tierra nuestra:
la despoblación y el posterior hundimiento y olvido de nuestros pueblos:
Voy pisando ruinas.
Ya no vive Azapiedra
(una aldea de Castilla
que ya nadie recuerda)”.
Tras el paréntesis de la
Guerra Civil, canta a Soria con exaltación en “Soria Pura”:
¡Gloria a ti, Soria
noble de la hidalga Castilla!
¡Soria Pura, sin mancha!: yo a tus héroes venero
recordando las glorias de tu madre Numancia,
recordando la sangre que se llevara el Duero...
(Soria, mayo de 1939)
Cronológicamente, el
último poema dedicado a Soria, que yo sepa, data de 1944 y lleva por títulos
“Mestureros”. Con la vieja Mesta de fondo, cita varios lugares de nuestra
provincia.
Con ser mucho, Rafael
Caffarena no se limita a la labor poética y a la recopilación de cantares
inéditos de las danzas sorianas, como subtitula uno de sus libros, sino que
recorre el Valle, la Cebollera, Tierras Altas, Pinares... a lomos de
caballo y acompañado por su fiel perro Viriato, estudia la historia de
Soria, sus tradiciones y sus instituciones, colabora en la revista
“Celtiberia” y comparte tertulias, se supone que en el casino
Amistad-Numancia, según se desprende del artículo publicado en “Sur”, en
febrero de 1969:
“Sólo en ambiente o
clima cordial, liso y llano de charlas de café, se pueden comentar con
sosiego las inquietudes que en estos últimos años brinda la revista
“Celtiberia”, en la que tuve el honor de colaborar en el número 16, editada
por el Centro de Estudios Sorianos del Consejo Superior de Investigaciones,
las conversaciones privadas con personas ilustres (muy principalmente D.
Clemente Sáenz García) y lo que se lee en publicaciones de diversa índole.
Podemos imaginar diálogos enmarcados en amplios divanes tapizados de rojo,
reflejadas en grandes espejos las figuras de los “charlistas”.
En otras ocasiones
volverá a referirse a su amigo Clemente Sáenz:
“...debo manifestar
que mi afición artística se inició en Soria, hacia 1918. Cuando entablé
amistad con otro niño, que consideraba muy mayor sólo porque me llevaba
cuatro años. Las cosas de los niños. Era Clemente Sáenz García. Se inició mi
afición artística en el ámbito arquitectónico. La Historia del Arte en este
aspecto es apasionante en Soria. Algo excepcional. Mucho románico, bastante
gótico y renacimiento y algo de barroco”.
Su querencia a las
tierras sorianas le hará volver en varias ocasiones, ya casado y padre de
familia, como me cuenta su hijo Ignacio. Sabrá transmitir a sus hijos su
amor a Soria, llevándolos por los mismos parajes que él recorrió de niño. Y
por las casualidades de la vida –o causalidades, que diría Dragó- quizá
ecos del flujo y reflujo mesteño, una hija casaría en Tierras Altas, y una
nieta ha afincado en Soria. (Quizá sepa que pertenece a la quinta generación
de un muchacho, Rafael Caffarena Ambroggio, el abuelo de nuestro personaje,
que llegó a las costas malagueñas desde Génova, doblada la mitad de mil
ochocientos, con el encargo de entregar una custodia de plata para la
catedral de Málaga. Pero el platero de la catedral tenía una hija... y los
Caffarena echaron raíces españolas.).
Sobre su rica biografía,
sólo unos apuntes recogidos de una revista farmacéutica: “Caffarena.
Apellido de origen italiano, que va unido a la farmacia. Rafael fue mucho
más que un Licenciado en Farmacia: un doctor especialista en análisis
clínicos; un biólogo notable y hasta un inspirado poeta. La rebotica se
convirtió en un foro canalizador y catalizador del Pensamiento, la Economía,
la Política y las Ciencias de aquella Málaga. Compañero de colegio de Severo
Ochoa, del que fue amigo, marchó a Francia para ampliar estudios en el
universal Instituto Pasteur. Un auténtico sabio fue el malagueño Rafael
Caffarena Robles quien ocupó puestos importantes en el ámbito de la Sanidad
malagueña. Además creó varios productos que fabricaba en su laboratorio de
la calle de la Bolsa –se refiere a la famosa Crema Caffarena, entre otros-.
Como escritor fue íntimo amigo del poeta Salvador Rueda.
Caffarena, un adelantado de su
tiempo. Un lujo para Málaga. Nuestra ciudad debería saldar una deuda de
gratitud rotulando una calle con tan ilustre apellido”. (Quizá también en
Valdeavellano, a mi entender). Rafael Caffarena Robles falleció el 4 de
junio de 1978.