En el "Libro que mandó facer el
Rey Don Alfonso de Castiella et de León que fabla en todo lo que pertenece a
las maneras de la Montería", más conocido como el "Libro de la Montería de
Alfonso XI", se habla con cierta prolijidad de los bosques y montes sorianos
de la época (Siglo XIV) y de su abundancia en animales idóneos para la caza
o montería.
Bien
es sabida la afición cinegética de nobles y monarcas, generalizada en todas
épocas y latitudes y a la que no escaparon los soberanos españoles desde el
famoso Fávila, rey godo de improbable estirpe pero del que todo el mundo
sabe que acabó en las fauces de un plantígrado.
El libro de la montería de
Alfonso onceno se le atribuye a él mismo, por ser persona de evidente
experiencia en estas lides venatorias, si bien eruditos como Rafael García
de Diego lo duda muy mucho en base a la prolijidad de la obra, que no
hubiera podido el monarca en toda su vida recorrer con la necesaria
minuciosidad todos los términos y parajes de los que da cuenta en el mismo.
Sea como fuere es lo cierto que
en tal obra aparecen zonas sorianas como la Garganta de Vinuesa en la cual
habría "puerco" (jabalí) y oso. Otro lugar donde también se detectaban, en
aquellos tiempos, osos, es la Cabeza del Berrún (entonces se escribía con
"V"), que sería, según esta fuente, buen
monte de oso.
Que el monarca era
aficionado a la caza de la bestia parda parece fuera de duda, pues en el
mismo libro se nos habla de la persecución de uno por los montes abulenses y
de la muerte de otros dos un sábado en tierras segovianas cuando, por
cierto, estaban "ayuntados en uno", es decir, apareándose, en el momento en
el que el poco discreto monarca los sorprendiera.
Rafael García de Diego recopila
una serie de términos sorianos (o que han llegado a ser sorianos) la mayoría
situados en la tierra de pinares (Duruelo, Covaleda, San Leonardo, etc.) que
aparecen en el Libro de la Montería.
Al parecer el arte venatorio de
aquel entonces despreciaba bastante a los cérvidos y se concentraba en osos
y jabalíes. Pone en duda Rafael García de Diego que el monarca estuviera
realmente en los montes sorianos y aventura que los datos que incluye en su
obra provinieran más bien de los informes de avezados monteros. De cualquier
manera es esta cuestión tangencial al tema que nos ocupa y que es la
presencia o ausencia del oso en nuestras tierras.
Por ello prestamos más atención
a una nota a pie de página que este mismo autor incluye en su trabajo "El
libro de la montería del rey Alfonso XI", publicado en la revista Celtiberia
y donde nos habla de la presencia de osos (o al menos de un oso) en
la Garganta de Vinuesa a mediados del siglo XIX. Un vecino de la Corte de
los Pinares, propietario de un colmenar sito en el paraje visontino de La
Rivera notó que algún animal extraño entraba por las noches trepando por la
pared y, tras destruir los panales, se comía la miel. Tal vecino dio en
apostarse una noche y descubrir la causa del pertinaz desaguisado, notando
que era un oso quien le hacía la "zalagarda". Pese a que el serrano llevaba
escopeta no se atrevió a utilizarla contra semejante bestia, que deducimos
era ya bien inusual en la zona, dándose más bien a la huida con una buena
dosis de miedo en el cuerpo. De la que hubo de ser curado con un remedio "de
caballo" propio de la época: la sangría.
Se habló en aquellos tiempos de
bramidos en medio de la noche, que todos relacionaron en seguida con la
presencia del oso u osos.
De estos asuntos hablaría,
según García de Diego, su abuelo paterno Vicente García Alonso en su novela
"Memorias de un sonámbulo". Cita el autor como lugares adecuados, por su
similitud con otros del Pirineo que todavía albergan úrsidos los pinariegos
de Hornillo, Zorraquín, Urbión, Majada Rubia, Peñas Albas, el Castillo y las
cuerdas de La Lubrecia.
Mas, ¿qué oso sería este que
vivaqueara por los montes sorianos?
Sin
duda el llamado Oso Pardo (Ursus arctos), distribuido en tiempos por toda
Europa y por otras zonas, y dentro de esta especie del tipo Ursus
pyrenaycus, al que en Galicia llaman "urso", en Asturias "osu" si es
adulto y "esbardo" u "osino" si es más joven, en Cataluña "Os", en el
Pirineo Aragonés "onso" y en Euskal Herria "artza". Oso hoy reducido a
pequeños enclaves de la cordillera Cantábrica y del Pirineo (hay, al
parecer, una pequeña colonia en Cuenca), pero que en tiempos es tradición
que bajara hasta el Guadarrama, convirtiéndose en animal heráldico de
ciudades como Madrid o Berlanga de Duero. Este oso pirenáico es algo menor
que el europeo, pues mide 1,60 (93 cms. en alzada), variando su color del
sepia oscuro al claro, siendo frecuente el del ante sucio en el dorso. Su
menú suelen ser las bellotas, hayucos y otras frutas menores del bosque,
apreciando en mucho la miel, como vemos por la querencia del oso visontino o
por la actitud del oso heráldico de Berlanga que está, erguido, atacando un
panal de irritadas abejas. También puede consumir la carne de reses y
venados. Corre más deprisa que el hombre y es tradición que anda más
velozmente cuesta arriba que cuesta abajo, por la diferencia entre sus
extremidades anteriores y posteriores. Buen nadador, generalmente pacífico,
eran en otro tiempo (e imaginamos que en los del Rey Alfonso XI) exquisito
platillo de mesas selectas, tanto en crudo, si el animal no era adulto, como
ahumado, siendo de renombre el jamón de oso (manjar que ¡Ay! jamás
cataremos), mientras que las patas y la cabeza eran objeto de especial
atención culinaria. De un oso adulto llegaba a aprovecharse hasta 200 kilos
de carne de calidad, siendo también la grasa muy apreciada, por no
enranciarse.
Por cierto que son éstas
delicias gastronómicas que ningún restaurante podrá poner en su minuta nunca
jamás, pues el oso es ya especie en rápida extinción y en Soria ni su
recuerdo queda. Olvídense los hosteleros cualquier veleidad relacionada con
unas hipotéticas "Jornadas del Oso", por tanto.
¿Cómo se cazaba el oso?
El oso se cazaba al acecho, se
le perseguía siguiendo su rastro mediante las huellas o bien se le acosaba
con jaurías de perros. Claro que estos perros se seleccionaban en atención a
su fortaleza y acometividad antes que a otras virtudes, pues debían medirse
con uno de los animales más temibles de la Creación. Se utilizaban mastines,
citándose al respecto los del Pirineo, y quien sabe si fueran idóneos los
sorianos y cameranos, curtidos en las transhumancias y peleas con lobos.
También se organizaban batidas acosando al animal y llevándolo hacia puestos
donde se le disparaba. La tradición es que el oso no ataca al hombre de no
verse rodeado o si está herido. Lo normal es que vuelva grupas y huya,
ofreciendo la espalda para el disparo.
© María
Villanañe
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