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Dis Berlin (1)

        

El Cielo

 

 

CARTA

Yo no sé si el cielo puede escribirse:
fue Dante quien lo intentó y recordamos
su infierno, mas su paraíso no.
Pero que pueda pintarse es una duda
entre mi amigo y yo, al que escribo
desde un puerto menor de Grecia
mientras él trabaja como un chino
en la rada de Cochín.
El cielo, me digo, es el interior
de una casa pintada por Dis Berlin.
El cielo es la casa de la pintura
donde vive Dis Berlin.
Our house... cantaban Crosby & Nash,
Young y Stills, a principios de los 70
─y eran los tiempos del hash.
Heaven y My Time cantaban
The Psychodelic Furs en los 80
─y eran tiempos para danzar.
Dos formas de cielo, cuando el infierno
se llamaba la jungla de Vietnam
y luego las montañas de Afganistán.
Dos formas de cielo para aquéllos
que nunca hemos estado allá
aunque leyéramos en las estrellas
los versos de Omar Khayam.
Our house canto yo a veces al salir de casa
creyéndome que el tiempo no se va,
y Heaven, cuando regreso a ella,
creyéndome que el tiempo se puede recuperar.
Pero jamás he podido escribir sobre el Cielo,
aunque sepa que es Dis Berlin
quien está haciéndolo por mí.
La historia es vieja: al cumplir los 30 años
La estación inmóvil empecé a escribir.
Cuando cumplí 30 años
, El viajero
inmóvil
pintó Dis Berlin.
No nos conocíamos, pero en ese cuadro
aparezco yo. Estoy en mi despacho
de la calle Piedad, número 12:
yo vivía en Palma y Dis Berlin
con Quico Rivas, en un chalet de Madrid.
Tengo una caja de acuarelas sobre la mesa
y estoy pintando el marco azul
de un cielo urbano donde llueve
y el agua es una cortina de tul.
Mis libros están al fondo y las luces
de la ciudad salpican como lluvia
la ventana que no miro, pues otras
se abren a mi alrededor: vistas de Venecia,
El Lido y Nueva York, una estación de tren,
un aeródromo en la noche, una trompeta
de jazz y un saxo tenor; dos mujeres desnudas
y otra en bañador, el mar bajo la luna,
un rayo que cruza la oscuridad
y un transatlántico que navega
tras constelaciones en hangares de metal;
un globo terráqueo, un tablero de ajedrez
y recado de escribir para que se sepa
que aquello va por mí. Desde entonces
vivo en ese cuadro que pintó Dis Berlin.
Y amo a mujeres con medias negras
collar de perlas y zapatos de coral.
Pero a veces me levanto de la mesa
y salgo a pesear. Han pasado los años
y tengo más que contar. He visto ciervos
puros como ángeles y mujeres orientales
que habitaban la casa del deseo
pero ya no sabían amar. He visto
interiores de Hitchcock y de Welles
mariposas como orquídeas,
rosas como labios, estuches de seda
y piel y un cocodrilo con chistera
junto al piano del music-hall
donde tocaba Erik Satie
para mi amigo Dis Berlin.
He visto planetas incendiados, sellos,
mapas, automóviles, serpientes,
tacones de aguja y a una mujer rubia
a la que poseía un pavo real.
He visto frascos de perfume, muebles
déco, porcelanas y corsés, conchas
marinas y pin-ups. He visto la memoria
del mundo y sus símbolos pintados
por Dis Berlin. Y esa memoria
era la mía y en su niebla me perdía
una y otra vez, para acabar
encontrándome después. La vida
puede encerrarse en una caja
─así lo vio Joseph Cornell─
pero es una postal: lo sabe Pierre Le-Tan
y antes que él nos lo enseñaron Hergé
y Larbaud, Modiano y Paul Morand.
A esa estirpe pertenece Dis Berlin,
y mientras yo vivía en un bosque
de imágenes, gobernado por el tiempo ido,
él cambió de casa y se fue a vivir
entre los acordes de
Lucy in the sky
with diamonds
y los colores
del País de las Maravillas,
no tanto el del amigo de las niñas,
como otro todavía más chic
donde suena Cole Porter y su swing
y lo habitan damas satinadas
cataratas, barcos y un mandril.
Y fue entonces cuando pensé
que tal vez el Cielo no pudiera escribirse
pero era una ventana en la casa de Dis Berlin.
También pensé en el
Seargent Pepper's
Lonely Hearts Club Band
y en ese archivo del siglo veinte
que es la foto que lo ilustra,
y en ella vi de repente una lista
de las que elabora Dis Berlin
para alimentar su pintura
y su vida sabia, ordenada y culta,
de moderno mago Merlín.
Pero eso era el mundo otra vez
y el Cielo es otra cosa a descubrir.
Heaven, Paradise, Eva o Wonderland
ya fueron metáforas del paraíso,
como Nirvana o El Jardín de la Inmortalidad.
Pero una metáfora es algo distinto
a lo que se quiere representar.
Como son las islas para el continental.
Pensé en un cielo metafísico
como las calles de De Chirico,
pero eso no es lo que busco, me dije,
sino el reino de la ausencia y el dolor.
Ahora estoy asomado a esa ventana
y vel el Cielo pintado por mi amigo
con todos los matices del color:
en él está, me dice, la quintaesencia
de la realidad más selecta,
y un juego de lentes, imagino,
que filtre lo que él ama aquí en la Tierra
bajo la luz de la revelación.
Y esa luz veo en la platea de un teatro
que encierra una pantalla de cristal
y esa luz, que es turquesa y después negra,
veo también en el firmamento estelar.
Hay tazas y relojes, lámparas y sillones,
candelabros, columnas, alfombras, esferas,
mujeres desnudas en el espacio sideral.
Hay una atmósfera submarina,
como de palacio hundido en el mar,
y el silencio sin miedos
ni muertos de un raro sueño lunar.
Y veo un gimnasta celeste, laberintos
que son astros y mandalas,
una escalera que apunta al cielo
y un abismo donde vuela el zepelín
que aquí no ha pintado Dis Berlin.
Nada es espejismo, me digo,
todo es muy real, convencido
por tanta magia nada espectral.
Pero aún así sigo confuso
entre el ayer y el hoy, pues el tiempo
todo es uno y a la vez ninguno
en los paisajes puros de mi amigo.
Y ahora, mientras mido el tiempo
en elepsidra de cristal, pienso
que quizá nada sea tan distinto
en el misterio de Dis Berlin,
y que por eso no sé distinguir
dónde esta el cielo, si en lo que veo
o en lo que ya vi: una casa
donde me habría gustado vivir,
unos objetos que son recuerdos
que forman parte de mí,
y el deseo de que todo eso
halle en el arte el modo de no morir.
Todo es olvido en el infierno
donde vivimos: todo menos el dolor.
Y el dolor no existe en estos cuadros,
expulsado para siempre del paraíso
por la mano y la memoria de Dis Berlin,
el amigo al que ahora escribo.
Lo hago desde un puerto griego
en un húmedo verano indochino
con ranas, cangrejos y mosquitos
y el óxido de los hombres como un pecio
donde bailan los derviches del recuerdo.
Lo que ya sé es lo que le digo:
donde pinta Dis Berlin, ahí está el cielo,
y en él soy feliz por fin.

© José Carlos Llop

"Le Ciel" 2001(técnica mixta 3,3x24,7x31,7cm)

 

 

 

 

 

 

"Inmortal" 2001(óleo sobre tela 129x60cm)

 

 

 

 

 

 

"Los hermanos" 1999/2000(óleo sobre lienzo 70x70cm)

 

 

 

 

 

"Arquitectura celeste" 2000(óleo sobre lienzo 92x65cm)

 

 

 

 

 

"Posteridad" 2001(óleo sobre lienzo 42x54cm)

 

 

 

 

 

"Almas en paisaje celeste" 1997/2001(cibachrome 100x73cm)

 

 

 

 

 

 

"Los inmortales" 2001(óleo sobre lienzo 55x51cm)

 

 

 

 

 

 

"La hora mágica" 2000(cibachrome 117x88cm)

El texto (José Carlos Llop) y fotografías (Jorge Fernández Bolado y Joaquín Otero) de los cuadros de Dis Berlin son del catálago para las exposiciones en GALERÍA ARCO ROMANO de Medinaceli (del 25 de agosto al 9 de octubre de 2001) y GALERÍA SIBONEY de Santander (del 11 de octubre al 11 de noviembre de 2001)


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