Avelino Hernández, Mallorca y Soria
Avelino
Hernández ¿quién no ha oído hablar de Avelino en Soria? Y,
sin embargo, nunca llegué a conocerle personalmente. María Luisa sí,
coincidió con él en El Burgo de Osma “es un hombre amable y muy
educado”, dijo. Ahora, más de seis años después de su fallecimiento,
cuando se habrá dicho casi todo de él ¿qué más podemos aportar sobre su
figura humana e intelectual?
Vienen estas letras como consecuencia de la visita a Mallorca –otra más-
para presentar una publicación relacionada con las islas. Allí nos
hablaron de Avelino, un soriano que pasó sus últimos años en un pueblo
de la isla, que hizo grandes amigos y escribió, quizá, las mejores
historias, mientras miraba el mar, lo recorría en su llaüt, cenaba con
los amigos, se dejaba envolver por los olores de las flores del jardín,
tomaba las manos de Teresa entre las suyas, y recordaba a su pueblo de
origen, Valdegeña, en la austera ladera de la sierra del Madero.
En Mallorca descubrimos que Pere Morey, prolífico escritor mallorquín,
ensamblador de historias con Historia, amigo ya nuestro, había traducido
alguna de sus obras. Y fue en el Colegio Noray, del puerto de Alcudia,
donde Avelino varaba su llaüt, en la misma aula, pero ante distintos
alumnos, donde hablamos sobre la reina sin reino de Mallorca, Ysabellis,
ante la atenta mirada de Andrés Gil. “Ahí mismo habló Avelino por última
vez a los chicos. Les contó viejas historias y prometió hacer que nos
enviaran su boina cuando llegara la hora del adiós”. La muerte le
acechaba. Y estaba, dice Teresa Ordinas, su viuda “en su momento álgido
de la literatura, en su mejor momento. Frustrado por esa muerte tan
injusta a la edad de 58 años”.
Le pedimos a Teresa que nos respondiera algunas preguntas, que nos
enviara fotos y, generosa mallorquina, nos ha enviado los originales de
fotografías hechas por ella, y unas respuestas conmovedoras a veces, y
siempre sencillas y llenas de amor hacia la persona con la que compartió
treinta años de su vida, dejando para él todo el protagonismo, pese a
que sabemos de su buen hacer como fotógrafa y editora.
Avelino Hernández Lucas nació en Valdegeña (Soria), en el año 1944. Era
licenciado en Filosofía y Letras y en Humanidades. Lo que equivale a
decir que salió pronto de su pueblo, como tantos otros lo hicieron de la
provincia devastada de humanos que es Soria. Vivió en distintos lugares
de la península (Madrid, Andalucía, Extremadura…), hasta saltarla hacia
la insularidad, donde residió los últimos años de su vida, siempre junto
a Teresa –“conocí a Avelino a mis 27 años y ya no nos separamos nunca”-,
a quien conoció cuando luchaba contra la dictadura, en ocasiones desde
la misma cárcel.
“La última época de Madrid
duró hasta 1995, donde trabajábamos y estábamos muy contentos. Pero
un día pensamos –siempre coincidíamos los dos en este tipo de
decisiones- que por qué no irnos de Madrid. Queríamos ir a un lugar
de más sosiego, hacer un cambio de vida. Él, dedicarse más a la
literatura, yo a la fotografía y otras actividades que me
interesaban. Y queríamos vivir muy cerca de la naturaleza. Barajamos
posibles lugares, y finalmente decidimos Mallorca. Teníamos una
casita en el campo que compramos hacía pocos años, y un llaüt…”.
Pese a ello, como ha quedado reflejado en su quehacer literario,
Valdegeña le acompañó siempre, y por extensión y querencia, toda Soria.
Su Donde la vieja Castilla se acaba (1982), fue un hito, aunque nosotras
nos quedemos, en cuanto a sus publicaciones sobre Soria, con La Sierra
del Alba (1989), inquietante relato sobre los pueblos deshabitados de
Tierras Altas.
El lugar elegido en Mallorca fue Selva. Al Norte de la isla, al pie de
la Sierra de Tramuntana, Selva es un pueblo de más de dos mil
trescientos habitantes, limítrofe con Inca. La Sierra de Tramuntana,
toda ella, es de una grandeza inabarcable. La diferencia con otras
sierras similares de la península, es que se pasa de los más de mil
cuatrocientos metros de altitud del Puig Major, al mar, a través de
veredas, pero, en época propicia, siguiendo el curso de los torrentes.
En las laderas de la Tramuntana, los olivos milenarios, de gruesos y
retorcidos troncos, cuyas curvas llegan a tocar el suelo, son un
auténtico espectáculo. De esta impresionante sierra de relieve kárstico,
se enamoraron Robert Graves, quien se instaló en Deià; el Arxiduc, primo
de la legendaria Sissí; Chopin, no tanto George Sand, instalados durante
un tiempo en Valldemosa. En la Tramuntana está el magnífico monasterio
de Lluc, donde los mallorquines acuden a descansar, caminar o
simplemente pensar y crear.
No es raro, no, que Teresa y Avelino fueran a instalarse a Selva, y
nadie mejor que ella para decirnos cómo era la vida en la casa:
“La vida en el pueblo de
Selva era tranquila, teníamos una gran casa con dos plantas y una
superior donde yo tenía mi laboratorio de fotos y un lavadero. En la
planta primera, un gran espacio que daba a la calle y a nuestro
jardín, con: bibliotecas, mesa de billar (jugábamos los dos a
menudo), música y sofás, mesas de trabajo (cada uno la suya, con su
ordenador); le llamábamos el Ateneo. Cada primero de año nos
encerrábamos en la casa y celebrábamos mano a mano nuestra
particular fiesta del “desembarco” en la isla (como Jaime I en
Mallorca). Y a los dos o tres días, esa celebración la ampliábamos
cada año a un grupo de amigos (unos 15 ó 20), no siempre los mismos:
se leía un cuento –de navidad o no-, alguien tocaba un instrumento o
cantaba. Eran fiestas mágicas (me es difícil transmitir por qué) (…)
Éramos felices. Duró la felicidad 7 años”.
Fue una elección al unísono. Avelino, en una
entrevista concedida a Javier
Narbaiza, venía a decirle que el Mediterráneo es “la
sensualidad que marca el desarrollo de los días y de las relaciones
humanas”, en contra de la cultura castellana, donde “todo está tramado
para defenderse del frío”.
Durante
esos siete años, Avelino escribía y colaboraba en proyectos de promoción
social y cultural. Acudía también, por sugerencia de sus editoriales, a
dar charlas en los colegios, tanto en la isla, como en la península. Y
Avelino, siempre curioso e inquieto, se interesaba por las costumbres
mallorquinas. Resulta fácil imaginarlo comparando las suyas, las de su
infancia en Valdegeña, con las de la isla. Subir la sierra en busca de
neveros, o siguiendo el rastro de los carboneros, ver la recogida de la
aceituna y la molienda, preguntando por el nombre de las plantas
endémicas, o escuchando el canto de la Sibila. Comprobando que todo el
mundo rural se organiza de forma similar dirigida a ser autosuficiente,
basada en lo telúrico, ya se cultiven tierras de cereal como oliveras,
ya se embuta la carne del cerdo en forma de chorizos para secar al
cierzo soriano, o en forma de camayot para ser cocido y evitar la
humedad. Y seguro que se sorprendería al ver los rebaños de ovejas
“sorianas”, en el Plá.
Todo ello, armonizado con una vida libre e independiente:
“Nos recorrimos la isla,
subimos montañas, bajamos a playas únicas, descubríamos la isla
semana a semana. Y en verano, con el llaüt, amarrado en el Puerto de
Alcudia, salíamos de madrugada a pescar, nos bañábamos en mitad de
la bahía, encontrábamos calas solitarias con aguas transparentes. En
general, íbamos a los sitios en que no había apenas gente (cosa
insólita en esta isla y que aún se pueden encontrar)”.
Rápidamente se integraron en el
pueblo, no hay que olvidar que Teresa es mallorquina. Apenas llevaban un
año en Selva, cuando el alcalde le pidió que diera el pregón de fiestas,
por San Lorenzo, precisamente el mismo patrón que veneran en Valdegeña.
Avelino leyó un largo párrafo en catalán, lo que hizo que se ganara al
público. Y es que, a decir de todos los que le conocían bien, lo más
destacable de Avelino Hernández era su empeño en el cultivo de la
amistad.
Fueron años de mucha creación.
Relatos, libros juveniles, novela histórica, dos novelas importantes
editadas con Espasa: “La señora Lubonirska regresa a Polonia”, “Los
hijos de Jonás”… Venía con frecuencia a Soria, a su Valdegeña, y
presidió durante un tiempo la editorial “Soria Edita”.
Con esa naturalidad que utiliza
la muerte, sin distingos de ningún tipo, se acercó a Avelino y, tras un
año de lucha –siempre se pierde la partida con ella- se lo llevó para
siempre.
“El año que estuvo enfermo,
nos iban dejando en la puerta (con una discreción exquisita) [los
habitantes de Selva] dulces que hacían, huevos, un conejo que habían
matado, uvas, naranjas… Avelino murió el 22 de julio del 2003. A
los dos días, casi de manera espontánea, los amigos organizaron una
despedida en la plaza –el Parc- de Selva, maravilloso lugar en lo
más alto del pueblo, con vistas a la sierra Tramuntana y al mar por
otro lado. Llegaron gentes de todas partes, no sólo de Selva y
Palma, sino de Madrid, Barcelona, Soria (por cierto, el pobre Josete
y su hija Olga), de Francia… Se leyeron muchos textos, se tocó
música y se cantó. Fue una fiesta. Era muy querido. Al año
siguiente, se conmemoró su aniversario con una escultura en bronce
que encargó el Ayuntamiento a un gran amigo catalán escultor, Carlos
Colomo: “la casa abierta” (símbolo de lo que había sido siempre la
casa de Avelino)”.
Si Avelino llegó a pensar en
algún momento que no había logrado ser profeta en su tierra, se
equivocó. Salvo excepciones, que siempre existen para con las personas
que destacan, Teresa Ordinas puede estar satisfecha. Hubiera podido
Avelino crear mucho más, porque, como ella misma dice, tenía muchos
proyectos y estaba en plena madurez creativa, además de haber encontrado
su lugar en el mundo, pero lo mucho que creó y su particular forma de
ver la vida, hizo que su labor y su nombre fueran reconocidos en Soria,
en Mallorca y en todos los sitios donde le conocían y le leían.
Tras
su muerte, Teresa, en su editorial Casa Abierta, publicó su obra poética
–inacabada- “El septiembre de nuestros jardines”. La editorial Candaya
editó “Mientras cenan con nosotros los amigos”. En Soria se fundó la
Asociación Amigos de Avelino, que preside su viuda, y tiene como misión
tutelar su obra literaria y promover y cultivar los valores que
caracterizan su vida y obra. Distintos centros educativos y recreativos
llevan su nombre. El Ayuntamiento de Soria instituyó un premio literario
en su honor. El maestro Manuel Castelló –quien ya musicara poemas de
Bernabé Herrero Zardoya- fue el encargado de componer una obra musical
para “La Sierra de Alba”, que fue estrenada en el año 2005, en el Otoño
Musical Soriano. En 2004 se concedió, por la fundación que preside Juan
Manuel Ruiz Liso, el premio Desarrollo Saludable Avelino Hernández.
No queremos acabar este pequeño homenaje póstumo a Avelino, sin
mencionar una de las dos publicaciones que nos ha enviado Teresa, “El
septiembre de nuestros jardines”. Le pediremos a César Millán que nos
haga un comentario para publicar en el web. Al llegar a la página 115
hemos encontrado “Un poema de amor”, numerado del 1 al 6, con otros
tantos títulos. Lleva fecha 20 de mayo de 2002. Ignoramos si ya le
habían diagnosticado, y pensamos que sí, porque todo él está impregnado
de despedida, un adiós trémulo y firme a la vez, de una gran belleza,
naturalmente
triste, a veces desesperado.
Me
querías sentado en las barcas de los pescadores.
Yo te miraba colocar el trípode.
Treinta y dos años juntos y no he sabido
componer la imagen
que te diga, mirándote, cómo te quiero.
Y ahora tengo que irme y ya no hay tiempo.
(Mirarte)
Estaba atardeciendo.
Bajaba el sol a acostarse en Miramar.
Yo sentado en la proa,
tú en el timón, desnuda.
¿Y no
ha de haber ya más navegar así,
de la mano,
solos, libres,
juntos,
en el balanceo constante del llaüt sobre las olas?
¡Volad, gaviotas! Os devuelvo el mar.
(Adiós al mar)
Bibliografía
Aún queda sol
en las bardas. Relatos. Ámbito Ediciones, 1984
La Historia
de San Kildán. Relato testimonio. Edelvives, 1987
Cuentos de
taberna (en coautoría con Ignacio Sanz y Ramón García Domínguez).
Editorial Popular, 1989. Relatos de temática castellana actual
La Sierra del Alba.
Relato. Edelvives. 1989, 1991… (5 ediciones)
Campodelagua.
Novela. Plaza y Janés, 1990
El Aquilinón.
Relato humorístico. Ámbito Ediciones. Valladolid, 1993
El día que
lloró Walt Whitman. Relato testimonio. Edelvives. (4 ediciones)
Almirante
Montojo&Commodore Dewey. Novela histórica. Epígono (Alicante) 1998
Una Casa en la
Orilla de un Río.
Colección de relatos. Espasa Calpe, 1998
¿No oyes el
canto de la paloma? Antología. Editorial Prames. Zaragoza, 1999
Cuerdas y
recuerdos de San Gerrería. Relato testimonio. Consorci Mirall Palma
Centre, 2001. Versión catalana de Pere Morey.
Los hijos de
Jonás. Novela. Espasa Narrativa. 2001
La Señora
Lubomirska regresa a Polonia.
Novela. Espasa Narrativa, 2003
Mientras
cenan con nosotros los amigos. (Póstuma). Novela. Candaya Editorial,
2005
El Septiembre
de nuestros jardines. (Póstuma). Poesía. Casa Abierta, 2005
Juvenil
Una vez había
un pueblo. Ilustraciones de Sánchez Muñoz. 1981 Emiliano Escolar.
1989 Plaza y Janés. 1998 Soria Edita.
Historia y
cosas de Aranjuez. De la Torre, 1983
Silvestrito.
Ilustraciones de Asun Balzola. Miñón/Susaeta, dos ediciones, 1986 y 1990
La boina
asesina del contador de cuentos. Ilustraciones de Juan Ramón
Alonso. S.M. 4 ediciones (1988, 1988, 1989, 1994) Espasa Calpe 3
ediciones (1999, 2000, 2001)
Cuentos de
nana Brunilda. Obra colectiva. Editorial Toray-Radiotelevisión
Española, 1992
Se me escapó
mi perro canuto. Ilustraciones Felipe Jiménez de la Rosa. Ediciones
Paulinas, dos ediciones, 1989, 1992
1943.
ilustraciones Juan Ramón Alonso. Bruño, dos ediciones, 1990, 1991
Amigos.
Ilustraciones Esmeralda Sánchez Blanco. Susaeta, 1990. Traducido al
catalán 1992
Eva y Tania.
Ilustraciones Pablo Schugurensky, plaza y Janés, 1990
Conspiración
en el Parque del Retiro. Ilustraciones Juan Ramón Alonso. 8
ediciones en Anaya, de 1992 a 2001
Y Juan salió
a luchar contra el telediario. Ilustraciones Carme Peris. Grijalbo.
Mondadori. 1994 y 1995
¿Y por qué no
te atreves a llamarlo amor? Epígono, 1997
Tu padre era
mi amigo. Alba ediciones, 1998
El valle del
infierno. Ilustraciones Alicia Cañas. Anaya, 1998, 2000
Va de cuentos.
Colectivo. Espasa juvenil, 1999
El árbol
agradecido. Televisión Española, 2000. Obra colectiva a beneficio de
Unicef.
Aquel neno e
aquel vello. Ilustraciones Federico Delicado. Kalandra, 2001 en
varios idiomas.
Carol, que
veraneaba junto al mar. Ilustraciones de Stefanie Saile. Espasa juvenil,
2001
Viajes
Donde la Vieja Castilla se acaba
. Ediciones
De la Torre, 1982. Reedición Ingrabel, Soria, 1984
Crónicas del
ponente castellano (viaje a Aliste).en colaboración con Ignacio Sanz
y Miguel Manzano. Ámbito, Valladolid, 1985
Viaje a
Serrada. En colaboración con Carlos Blanco, Manuel Sierra y Luis
Laforga. Ámbito, Valladolid, 1992
Itinerarios
desde Madrid. Obra colectiva. Traducida a varios idiomas. Cuatro
ediciones. Anaya.
Soria hoy:
Guía de viajes por Soria y su provincia. Anaya touring, 4 ediciones.
Guía de Soria.
En colaboración con Isabel Cuerda y fotos de Antonio Ruiz Vega. Júcar,
1994
Myo Cid en tierras
de Soria
(Viaje para Claudia). Fotografías aéreas Edyfoat. Fotografía a pie de
terreno. César Sanz. Edyfoat, 2001
© Isabel Goig
Web de Avelino Hernández Lucas
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