relato
Azur
-No hay un sueño más sabroso el que te lleva por la
senda que conduce a tu mundo-
…El anciano sentía que sus
raíces topaban con una muralla de cemento, un túnel por el que pasaban
trenes que retumbaban entre las paredes repletas de tubos que encerraban
residuos y pesticidas que se internaban en el Mediterráneo.
Dio vueltas y vueltas
buscando los granitos de tierra que dieran sustento a sus, cada vez más,
escasas fuerzas para mantenerse en un mundo que se moría. En sus últimas
boqueadas, y reuniendo fuerzas para subsistir, crujió las aceras de la
ciudad donde los edificios se amontonaban tocándose por sus esquinas, los
árboles crecían con sus ramas desnudas buscando espacio por donde respirar.
El anciano no tenía tierra y estaba deshidratado, tenía doscientos años y
los constructores le habían respetado la vida aún sabiendo que pronto
moriría, habían desviado el cauce fluvial cercano que le mantuvo vivo.
Junto a la brecha abierta,
Azur miraba las raíces resecas con honda pena, las escuchó que pedían
auxilio, cogió su botella de agua para regar al árbol cercano que crecía
desnudo y alto buscando oxígeno y luz entre los edificios agrupados.
-No desperdicies el agua en
regarme, he llegado a mi fin, tu trabajo es otro.
-Ve
hija, busca tu mundo, aún es tiempo de ver las mariposas volar sobre jóvenes
ramas. Mientras los árboles echen gemas y los pájaros aniden en sus copas,
el aire se llenará de músicas y los ríos te llevarán hasta escuchar el canto
de las sirenas, existe ese lugar, sal de este mundo que se hace
irrespirable, busca el que se quedó atrás, lo encontrarás entre los álamos
del río. ¡Defiéndelo! En esta jauría todo se hace inhabitable. Toma unas
cuantas semillas, dale tierra y agua, ella responderá con vida, con más
agua, y en sus copas entonarán sus cantos los jilgueros
Azur metió las semillas en un
semillero con un puñado de la poca tierra que quedaba junto al anciano, y
tras regarla abundantemente, las tapó dejando una ranura para que respirasen
las metió en su mochila y sin olvidar su brújula se encaminó por la senda
que retrocedía en el tiempo.
Azur se enredó entre una rama
de algodón que la elevó hasta las nubes, fundiéndose y amigándose con ellas,
voló por su mundo de fantasía. Recreándose por los lugares reconocidos, Azur
se detuvo en las playas de la Costa del Sol, reconoció el azul del mar la
higuera, bajo la cual, estaba el columpio que su padre le hizo y la casita
de Carmencita, su muñeca de trapo, allí continuaban los tiestos llenos de
sal que Azur dejaba con agua del mar para que el sol la cristalizara.
Al pasar por tierras de
Castilla, Azur se apeó de las nubes y correteó entre las ruinas del castillo
en el sur de Soria, el olor a espliego la adormeció y sintió la mano cercana
que un día la llevó hasta el cielo profundo cuajado de estrellas de colores
suspendidos como farolillos de verbenas. De entre todas las flores de aquel
jardín soriano, recordó que en la ciudad estaban las tres rosas que se
llevó, las más bellas, que serían la razón de su vida.
Azur dio un salto y se
transportó hasta el mar levantino. De entre todas las miradas que había
recibido a lo largo de su vida, allí estaba la más bella, reconoció los ojos
que no se perdían de vista a través de los años. Se instaló unos instantes y
recordó los sueños que la mantenían en los albores de la eterna ilusión de
juventud – Decididamente, uno/a se hace viejo/a cuando lo decide, y ese no
es nuestro caso-.
Nuestra heroína sintió que
debía volver hasta tierra castellana donde el niño crecía amamantado por
unas montañas generosas, vigilados por águilas y buitres leonados, tan de
prisa crecía que, unos pocos kilómetros mas abajo, su caudal abastecía las
tierras Sorianas serpenteando entre las hoces que cantara el poeta, para
girar hacia Aragón entre Abedules y Álamos.
¡Esta es la parcela que me
corresponde defender!!! Aquí plantaré estas semillas de roble que ya
empiezan a germinar y que crecerán para darnos la vida que nos intentan
arrebatar las fieras urbanitas, este lugar es ideal para ti, la humedad te
hará centenario-.
Azur se cobijó en una casita
de adobe con paja que mantenía el calor en las frías noches sorianas, las
vacas pacían por la dehesa, y las cigüeñas habitaban su colonia cercana a
Valonsadero, Azur se hizo amiga de ellas, y ellas limpiaban de insectos
dañinos para los árboles, entre otros, el roble que Azur plantó y que ya
estaban brotando las primeras gemas. Azur paseaba por el soto y subía río
arriba, unas veces hasta las faldas de los Picos de Urbión a tomar con sus
manos agua de la humilde fuente cristalina donde nace el niño Duero, cerraba
los ojos para deleitarse con el agua y el paisaje de ensueño que llenaba su
alma de emociones, otras hasta la Laguna que da nombre a otro río que, en
Garray, se une el Duero, otras veces era el lugar escogido el dique, en el
río Tera, que evita las inundaciones de Garray y el soto.
Frente al cerco numantino y
las ruinas de Numancia, Azur seguía retrocediendo en el tiempo y recomponía
las derruidas casas romanas. La sangre le bullía en las venas y juraba que
lucharía por que nadie borrase su recuerdo.
…Pero parecía que nadie podía
luchar contra el poderoso cabalero, el Soto de Garray se llenó de
motosierras, escavadoras y urbanitas sin corazón, y comenzaron el
zafarrancho.
Azur se retorcía de dolor,
imploró a todos los dioses que parasen la masacre ecológica e histórica que
se estaba produciendo en el mismo corazón de Soria.
…De repente el cielo se
partió en dos y un carro de fuego, portando a un bravío doncel que,
portando un martillo en su mano derecha, recogió a la joven Azur mientras
lanzaba su furia de rayos y truenos sobre los Picos de Urbión. De las
montañas, bajaban las aguas desbordando los ríos que arrasaron con el dique
del Río Tera, las motosierras, las excavadoras
y los urbanitas sin corazón, arrastrándolos río abajo.
Cuando las aguas volvieron a
su cauce, El Soto de Garray lucía con esplendor, en los humedales, los
sauces y robles (testigos oculares del cerco numantino) lucían su mejor
color, las cigüeñas llevaban en sus picos insectos para alimentar a sus
polluelos.
Azur despertó bajo el roble
que reconoció como aquel, cuya semilla, le diera el anciano de la ciudad
antes de morir… Los álamos y abedules - acompañan al Duero hacia Aragón, en
castellana tierra-
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¡Álamos del amor!
Que ayer
tuvisteis de ruiseñores
vuestras
ramas llenas;
álamos
que seréis mañana liras
del
viento perfumado en
primavera;
¡Álamos
del amor cerca del agua
que
corre y pasa y sueña;
álamos
de las márgenes del Duero,
conmigo
vais, mi corazón os lleva!
(Antonio Machado).
© Isabel Mata Garrido, 14-08-2010
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