relato
El paquete de una vida
Madrid, otoño de 2011.
Andrés amaneció entre tinieblas de confusión. Su
hija sintonizaba una emisora de música antigua para que el hombre se
reencontrara, cada despertar, con las canciones que habían acompañado su
vida.
-Buenos días padre- dijo besando dulcemente su
frente.- Buenos días madre- susurró acariciando la foto de la mesilla.
Mientras corría las cortinas y levantaba la persiana, Lucía iba detallando
lo que harían aquel día con el entusiasmo de a quién le espera un
acontecimiento especial.
- ¿Ha llamado Isabelita?- preguntó el padre
mientras luchaba por desabrocharse el pijama.
Ni Lucía respondió, ni él parecía esperar
respuesta.
A media mañana Andrés se sentó en la galería donde
acostumbraba a ver atardecer junto a Sofía, su
mujer. Cuando ella
murió los atardeceres dejaron de ser compartidos y
desde hacía algunos años, esa medida del tiempo, como todas las demás, como
la propia Sofía, habían perdido el sentido.
Hasta allí llegó el murmullo de un violín y con él
la voz de Gardel: “Yo adivino el parpadeo, de las luces que a lo lejos, van
marcando mi retorno…”. A Andrés se le despertó el alma de golpe sintiendo
una intensa y anhelada emoción que su cabeza, sin embargo, no lograba
identificar ni definir. Recordó que tenía que ir a la oficina de correos. Se
desvanecía la voz del argentino cuando apareció la hija.
- Hoy viene a cenar Isabelita- le dijo el hombre-.
Andrés salió a pasear portando una maletita de
lona azul. Lucía la había rescatado del trastero junto a otras reliquias
sentimentales de la familia. Avanzó por el rellano seguido por la
atenta mirada de la hija que no cerró la puerta hasta abrirse el ascensor.
En él había una chiquilla rubicunda y desdentada que se ofreció a ayudarle
con la maleta. El hombre se negó con un descarado gesto de desconfianza.
- Hola don Andrés. ¿Un envío para su nieto?-
Preguntó la mujer de la oficina de correos, pues habitualmente, Andrés y
Lucía enviaban paquetitos al nieto que estudiaba fuera con una beca Erasmus.
- No. Quiero enviar esta maletilla.
Buenos Aires, primavera de 2011.
En el pequeño patio de una residencia, Evita, una
anciana menuda, leía en voz alta una novelita romántica. A su lado una mujer
escuchaba atenta. Tenía, clavada en la lejanía, una mirada de ojos
blanquecinos cubiertos de un velo acuoso. Ambas sonreían con picardía pueril
cuando el relato se tornaba más íntimo y en ocasiones una rompía a reír con
carcajadas nerviosas que contagiaban a la otra.
Habían caminado juntas media vida. La una enviudó
joven y decidió que sería para siempre; la otra no conoció marido porque
alguien paró su reloj infantil una tarde plomiza de abril. Cuando a la
dulce Penélope, como llamaba Evita a su amiga, se le apoderó la progresiva
ceguera decidieron ingresar en la residencia.
Aquella tarde, la enfermera les llevó un paquete.
Lo habían mandado a la antigua dirección de éstas y el inquilino lo reenvió.
- Viene de España, les dijo.
- Evita, será de tu hermana. La pelotuda aún no se
enteró que estás en la residencia.
La anciana comenzó a abrirlo cuando, desde algún
rincón del jardín se escuchó: “…Penélope mi amante fiel, deja ya de tejer
sueños en tu mente…”. A Evita se le heló el alma al reconocer dentro del
paquete una maleta de la que sólo había oído hablar: “Era de mi abuelita. De
lona azul. Se la presté para que mandara las pocas pertenencias que decía
tener”. Miró a su amiga que, ajena al envío, tarareaba la canción con sus
enfermos ojos llenitos de ayer….
Madrid.
El teléfono sonó en casa de Andrés. La chiquilla
rubicunda del ascensor rastreó el sonido hasta la nevera de donde lo extrajo
con total naturalidad:
- ¿Dígame?-
- Aló.
Buenas tardes. Busco al señor Andrés- dijo una voz con tembloroso acento
argentino.
- Soy
su nieta, respondió la pequeña desdentada- Un momento.
Le dio el teléfono a su madre. Cuando la voz del
otro lado le explicó que había recibido un paquete del hombre, Lucía se
disculpó alegando que habría sido un error.
- No.
No es un error.
- ¿Usted
esperaba el paquete…?
- Sí.
Lo esperaba.
Lucía, que había optado por no cuestionar lo que
era y no realidad en su vida, sólo acertó a decir:
- Entonces,
¿cuál es el problema?
- El
paquete es el equipaje para toda una vida. Tras él debía venir su dueño. Me
preguntaba si será así.
- Creo
que se está equivocando. El Andrés que vive aquí ya ha vivido todo su vida.
¿Cuándo esperaba que llegara el dueño de ese equipaje?
- Hace
cuarenta años.-
Lucía apareció en el comedor donde su padre hacía
los ejercicios de la terapia para el Alzheimer:
- Papá, es Isabel.
©
Leonor Lahoz |