Leonor Lahoz

Notas biográficas
Microrrelato  La sombra de la demencia
Relato  El paquete de una vida
Trasnochos  1, 2, 3 y 4
Trasnochos  5, 6 y 7
Comentarios de sus libros: La vida entre veredas

microrrelato

La sombra de la demencia

 

“Lo que les sucede a los desgraciados”, escuché, pero no acerté a adivinar de cuál de aquellas mujeres provenía la voz susurrada. El director continuaba sus explicaciones sin tan siquiera mirarlas, sin sorprenderse porque caminaran descalzas. Avanzamos por el interminable pasillo seguidos por las tristes miradas. Los camisones blancos se empequeñecían hasta llegar a confundirse con las paredes encaladas. El resto de la visita la hice sobrecogida no tanto por la dantesca estampa como por la indiferencia del hombre. “Sería buena idea aceptar aquel trabajo?”. Cuando me acompañó a la salida la voz susurrada apareció en el recibidor “... a los desgraciados” y con ella las mujeres descalzas de mirada triste. En el exterior y con el reflejo de los camisones blancos en el cristal de la puerta, el director me recordó que los ancianos llegarían a la residencia la semana siguiente y apuntilló:

-Preferiría no mencionarles que el edificio fue un manicomio.

© Leonor Lahoz

 

relato

El paquete de una vida

 

Madrid, otoño de 2011.

Andrés amaneció entre tinieblas de confusión. Su hija sintonizaba una emisora de música antigua para que el hombre se reencontrara, cada despertar, con las canciones que habían acompañado su vida.

-Buenos días padre- dijo besando dulcemente su frente.- Buenos días madre- susurró acariciando la foto de la mesilla. Mientras corría las cortinas y levantaba la persiana, Lucía iba detallando lo que harían aquel día con el entusiasmo de a quién le espera un acontecimiento especial.

- ¿Ha llamado Isabelita?- preguntó el padre mientras luchaba por desabrocharse el pijama.

Ni Lucía respondió, ni él parecía esperar respuesta.

A media mañana Andrés se sentó en la galería donde

acostumbraba a ver atardecer junto a Sofía, su mujer. Cuando ella

murió los atardeceres dejaron de ser compartidos y desde hacía algunos años, esa medida del tiempo, como todas las demás, como la propia Sofía, habían perdido el sentido.

Hasta allí llegó el murmullo de un violín y con él la voz de Gardel: “Yo adivino el parpadeo, de las luces que a lo lejos, van marcando mi retorno…”. A Andrés se le despertó el alma de golpe sintiendo una intensa y anhelada emoción que su cabeza, sin embargo, no lograba identificar ni definir. Recordó que tenía que ir a la oficina de correos. Se desvanecía la voz del argentino cuando apareció la hija.

- Hoy viene a cenar Isabelita- le dijo el hombre-.

Andrés salió a pasear portando una maletita de lona azul. Lucía la había rescatado del trastero junto a otras reliquias sentimentales de la familia.  Avanzó por el rellano seguido por la atenta mirada de la hija que no cerró la puerta hasta abrirse el ascensor. En él había una chiquilla rubicunda y desdentada que se ofreció a ayudarle con la maleta. El hombre se negó con un descarado gesto de desconfianza.

- Hola don Andrés. ¿Un envío para su nieto?- Preguntó la mujer de la oficina de correos, pues habitualmente, Andrés y Lucía enviaban paquetitos al nieto que estudiaba fuera con una beca Erasmus.

- No. Quiero enviar esta maletilla.

 

 

Buenos Aires, primavera de 2011.

 

En el pequeño patio de una residencia, Evita, una anciana menuda, leía en voz alta una novelita romántica. A su lado una mujer escuchaba atenta. Tenía, clavada en la lejanía, una mirada de ojos blanquecinos cubiertos de un velo acuoso. Ambas sonreían con picardía pueril cuando el relato se tornaba más íntimo y en ocasiones una rompía a reír con carcajadas nerviosas que contagiaban a la otra.

Habían caminado juntas media vida. La una enviudó joven y decidió que sería para siempre; la otra no conoció marido porque alguien paró su reloj infantil una tarde plomiza de abril. Cuando a la dulce Penélope, como llamaba Evita a su amiga, se le apoderó la progresiva ceguera decidieron ingresar en la residencia.

Aquella tarde, la enfermera les llevó un paquete. Lo habían mandado a la antigua dirección de éstas y el inquilino lo reenvió.

- Viene de España, les dijo.

- Evita, será de tu hermana. La pelotuda aún no se enteró que estás en la residencia.

La anciana comenzó a abrirlo cuando, desde algún rincón del jardín se escuchó: “…Penélope mi amante fiel, deja ya de tejer sueños en tu mente…”. A Evita se le heló el alma al reconocer dentro del paquete una maleta de la que sólo había oído hablar: “Era de mi abuelita. De lona azul. Se la presté para que mandara las pocas pertenencias que decía tener”.  Miró a su amiga que, ajena al envío, tarareaba la canción con sus enfermos ojos llenitos de ayer….

 

 

Madrid.

 

El teléfono sonó en casa de Andrés. La chiquilla rubicunda del ascensor rastreó el sonido hasta la nevera de donde lo extrajo con total naturalidad:

- ¿Dígame?-

- Aló. Buenas tardes. Busco al señor Andrés- dijo una voz con tembloroso acento argentino.

- Soy su nieta, respondió la pequeña desdentada- Un momento.

Le dio el teléfono a su madre. Cuando la voz del otro lado le explicó que había recibido un paquete del hombre, Lucía se disculpó alegando que habría sido un error.

- No. No es un error.

- ¿Usted esperaba el paquete…?

- Sí. Lo esperaba.

Lucía, que había optado por no cuestionar lo que era y no realidad en su vida, sólo acertó a decir:

- Entonces, ¿cuál es el problema?

- El paquete es el equipaje para toda una vida. Tras él debía venir su dueño. Me preguntaba si será así.

- Creo que se está equivocando. El Andrés que vive aquí ya ha vivido todo su vida. ¿Cuándo esperaba que llegara el dueño de ese equipaje?

- Hace cuarenta años.-

 

Lucía apareció en el comedor donde su padre hacía los ejercicios de la terapia para el Alzheimer:

 

- Papá, es Isabel.

© Leonor Lahoz

 

 

Breves notas autobiográficas:

Leonor Lahoz Goig, soriana, es colaboradora de la web soria-goig.com. Ha colaborado también en varias publicaciones, entre ellas “La vida entre veredas”, escrita al alimón con Isabel Goig Soler. Ganadora de dos premios literarios, el Gaya Nuño, de Tardelcuende; y el nacional de Correos, “El paquete de una vida”. Diplomada en Magisterio, aficionada a la fotografía, dedica parte de su tiempo, y de su vida por tanto, a ONG´s.

 

SUMARIO

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