Resumen
Antonio Machado fue un poeta con una importante vida
interior, que quedó plasmada en sus poesías como visiones del paisaje
castellano de Soria. Sus anhelos, sus esperanzas, su tristeza y sobre todo
el dolor por la prematura muerte de su esposa quedarían marcado en su
libro "Campos de Castilla", ampliado posteriormente para dejar
cerrado no solo un libro de poesías, sino la parte más importe de la
vida del poeta, la más intensamente vivida, un ciclo de vida y muerte,
los cinco años que pasó en Soria, tierra a la que considerará sagrada.
Aunque desde los tiempos de Homero, todos los poetas
hayan cantado a la naturaleza, hay uno que sobresale por encima de los
demás por haber logrado una perfecta armonía entre su espíritu y el de
la naturaleza misma: Antonio Machado, un poeta de hábitos solitarios,
austeros, profunda alma y cuyos más remotos recuerdos ya están ligados
al ciclo vital de la naturaleza.
Mi infancia son recuerdos
de un patio de Sevilla,
y un huerto claro donde madura el limonero;
Pronto deja Sevilla, la ciudad de casas abiertas a
luminosos patios presididos por la fragancia del limonero. A los ocho
años la familia se traslada a Madrid donde estudiará y pasará su
juventud. De este periodo data su primer libro "Soledades".
Un título que más que para el libro es para su autor. La soledad, una
constante en sus pensamientos. Así, Machado, que incluso había probado
el ambiente bohemio del París de "la belle epoque",
encuentra su lugar para vivir cuando se establece en Soria, una pequeña
capital castellana de provincia, una antigua ciudad, en medio de un
paisaje solitario y árido, donde el poeta halla la expresión de sus
propios sentimientos. No es casualidad que su obra cumbre se titule
precisamente "Campos de Castilla". En estos fríos
páramos Machado abandona los artificios del modernismo imperante,
buscando la sencillez lírica.
Nada es lindo ni arrogante
en tu porte, ni guerrero.
Brotas derecha o torcida
con esa humildad que cede
sólo a la ley de la vida,
que es vivir como se puede.
El campo mismo se hizo
árbol en ti, parda encina.
La encina, el árbol más representativo del bosque
mediterráneo, no podía faltar en "Campos de Castilla". Un
árbol sencillo, duro, que en silencio realiza su labor diaria que es
vivir como se puede.
Mas sois el campo y el lar
y la sombra tutelar
de los buenos aldeanos
que visten parda estameña
y que cortan vuestra leña
con sus manos.
Como posteriormente ocurrirá con los olivos de Jaén,
las encinas acrecientan el sentimiento de soledad, pues igual que sucede
con los campesinos, la forma de ver la vida, las inquietudes y esperanzas,
entre estas personas y Machado son tan dispares que le hacen sentirse
sólo, por lo que las encinas siempre forman parte del paisaje, excepto en
raras ocasiones como en estos versos que pertenecen a una poesía que
escribió en recuerdo a una expedición a los encinares de El Pardo. Este
alejamiento hará que cuando trate estos árboles, les acompañe adjetivos
como polvoriento, pardo, obscuro, negro.
Aunque a veces se le nombra como "el poeta de los
árboles", él nunca intenta hacer odas a la naturaleza, sino que la
utiliza como metáfora para explicar sus sentimientos y anhelos.
¡Colinas plateadas,
grises alcores, cárdenas roquedas
por donde traza el Duero
su curva de ballesta
en torno a Soria, obscuros encinares,
ariscos pedregales, calvas sierras,
Caminos blancos y álamos del río.
El paisaje que describe es profundamente descarnado y
hostil: obscuros, ariscos, calvas... , junto a ello pone a un árbol que
se yergue sobre el paisaje, un testigo vivo de aquella tierra desolada, un
álamo del río que como él mismo contempla la aridez de los campos de
Castilla, a la vera de un camino blanco, una promesa de vida plena.
Bastantes años después, en la calle del Cisne, en
Madrid, Rafael Alberti se cruzó casualmente con él y lo encontró
desprendido, con el alma desnuda.
Tristeza
de árbol alto y escueto, con voz de aire pasado por la sombra. Y
con la naturalidad, con la llaneza propia de lo verdadero, de lo que
no ha brotado en la tierra para el engaño, hizo sonar sus hojas
melancólicas en sus poemas.
(Imagen primera y sucesiva de
Antonio Machado, R. Alberti)
Esta alma sencilla, solitaria, triste se halla en
perfecta armonía en las tierras castellanas, tierras pobres y desoladas
¡Tierras pobres, tierras
tristes
tan tristes que tienen alma!
En Soria conoce a Leonor, enamorándose de aquella alma
juvenil y plasmándolo sutilmente en sus poesías. Tanto es así, que
algunos biógrafos denominan a sus imágenes "la Castilla de
Leonor". Machado, ya maduro, se identifica a sí mismo como un álamo
dorado, un árbol que como el poeta, se encuentra junto a un juvenil
arroyo en medio de la vasta soledad de la vieja Castilla.
He vuelto a ver los álamos
dorados,
álamos del camino en la ribera
del Duero, entre San Polo y San Saturio,
¡Álamos del amor que ayer tuvisteis
de ruiseñores vuestras ramas llenas;
álamos del amor cerca del agua
que corre y pasa y sueña,
álamos de las márgenes del Duero,
conmigo vais, mi corazón os lleva!
¡Oh, sí! Conmigo vais, campos de Soria,
alamedas del río, verde sueño
de la ciudad decrépita.
Me habéis llegado al alma,
¿o acaso estabais en el fondo de ella?
Otros árboles en los que buscará amistad y consuelo
es el olmo. Los viejos olmos que presiden las plazas de mucho de nuestros
pueblos, son amigos y confidentes. Su gran edad avalan que han vivido y
han visto mucho.
De los parques las olmedas
son las buenas arboledas
que nos han visto jugar,
cuando eran nuestros cabellos
rubios y, con nieve en ellos,
nos han de ver meditar
Por desgracia, la dicha poco duró al poeta. Su esposa
cae gravemente enferma. Pasaban los días y él veía como entre sus
brazos se apagaba la llama de aquel alma juvenil que irremisiblemente
caminaba hacia la muerte. Machado se refugia en la poesía, mientras
espera de la naturaleza un milagro.
Al olmo viejo, hendido por
el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo,
algunas hojas verdes le han salido.
Antes que te derribe, olmo
del Duero,
con su hacha el leñador, y el carpintero
te convierta en melena de campana,
lanza de carro o yugo de carreta.
Olmo, quiero anotar en mi
cartera
la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.
Hasta agosto de aquel año estuvo esperando, en vano,
otro milagro de la primavera, una primavera que para el poeta nunca
llegó. Leonor llegó a ver editada la primera edición de "Campos
de Castilla", muriendo una semana después. Machado, huye
desesperadamente de Soria, que a partir de entonces la considerará tierra
sagrada. Desde el tren que le devolvería a su Andalucía natal, escribe
el poema "recuerdos".
Y pienso: Primavera, como
un escalofrío
irá a cruzar el alto solar del romancero,
ya verdearán de chopos las márgenes del río.
¿Dará sus verdes hojas el olmo aquel del Duero?.
En la desesperanza y en la melancolía
de tu recuerdo. Soria, mi corazón se abreva.
Tierra del alma, toda, hacia la tierra mía,
por los floridos valles, mi corazón te lleva.
Desde Baeza, se pregunta si los álamos del río (o
chopos) podrán echar ramas en Soria, en la Soria de Leonor, sin Leonor.
Si los olmos con el corazón muerto son capaces de superar su angustia y
seguir hacia delante. A Machado la vida se le hace una angustia mortal,
tanto que hasta piensa en el suicidio. Escribe una epístola poética a
José María Palacios, un amigo soriano, en la que no puede por menos que
preguntarle:
Palacio, buen amigo.
¿está la primavera
vistiendo ya las ramas de los chopos
del río y los caminos?. En la estepa
del alto Duero, Primavera tarda,
¡pero es tan bella y dulce cuando llega!...
¿Tienen los viejos olmos
algunas hojas nuevas?
Jamás volvería a vivir tan intensamente como los
cinco años que pasó en Soria. Mucho tiempo fue necesario para que de su
corazón herido pudiera brotar otra vez algunas hojas verdes en una nueva
primavera, pero ya nunca sería como aquella en la que conoció a Leonor.
Allá, en las tierras alta
por donde traza el Duero
su curva de ballesta
en torno a Soria, entre plomizos cerros
y manchas de raídos encinares,
mi corazón está vagando, en sueños..
¿No ves, Leonor, los álamos del río
con sus ramajes yertos?
Mira el Moncayo azul y blanco; dame
tu mano y paseemos.
Por estos campos de la tierra mía,
bordados de olivares polvorientos
voy caminando solo
triste, cansado, pensativo y viejo.
Bibliografía
- Alberti, Rafael. "Imagen primera y sucesiva de Antonio
Machado", en "Imagen primera de...". Losada.
Buenos Aires. 1945.
- Herrero Uceda, Miguel. "Álamos, la verde primavera y el
dorado otoño". Foresta. Núm. 8. Asociación y Colegio
Oficial de Ingenieros Técnicos Forestales. Madrid. Diciembre 1999.
- Herrero Uceda, Miguel. "La encina, esencia del bosque
mediterráneo". Guardabosques Núm. 15. Asociación Amigos de
los Bosques. Torre Pacheco (Murcia). Enero 2002.
- Herrero Uceda, Miguel. "El alma de los árboles".
Ed. Océano. Barcelona. 2002 (próxima aparición).
- Lázaro Carreter, Fernando y Tucsón, Vicente. "Literatura
Española" Ed. Anaya. Madrid 1979.
- Machado, Antonio. "Poesías completas". Edición de
Manuel Alvar. Espasa Calpe. Madrid 1990.
© Miguel Herrero Uceda
(capítulo del libro "El alma de los árboles", publicado
con permiso de su autor)
El
alma de los árboles
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