Conocí
a don Antonio el verano de 1931. Este año, profesores y amigos de don
Antonio prepararon un homenaje al poeta, entre los organizadores recuerdo
al distinguido catedrático del Instituto, don Pelayo Artigas y a mi tío
Bienvenido Calvo, abogado de profesión y muy vinculado al Ayuntamiento
soriano.
El acto consistiría en descubrir una cabeza de bronce,
en relieve sobre las rocas, incrustada en las peñas que circundan la
plazoleta, delante de la ermita del Santo Patrón de Soria, San Saturio.
Además de esta efigie en relieve se colocaron también en lo alto de la
roca y grabados en letras de bronce sobredoradas los versos machadianos:
"Gentes del alto llano numantino
que a Dios guardáis como cristianas viejas
que el sol de España os llene
de alegría, de luz y de riqueza".
Y en las rocas del camino, a su izquierda se colocarían
también las letras, las palabras de los versos siguientes:
" Estos chopos del río, que acompañan
con el sonido de sus hojas secas
el son del agua cuando el viento sopla,
tienen en sus cortezas
grabadas iniciales que son nombres
de enamorados, cifras que son fechas".
Debo intercalar que las iniciales de los nombres de mis
padres fueron grabadas en un chopo, ahora ya invisibles al crecer los
árboles, al crecer sus ramas.
Volviendo al tema de este homenaje, sabía por mi padre,
que don Antonio sentía temor, tenía miedo a encontrarse con una Soria
distinta a aquella que fue suya, a la vivida en su estancia de 1908 a
1912.
Pero la bondad sin límites del poeta venció este temor
y dio gusto a sus amigos sorianos.
En el autobús de línea llegó a Soria acompañado de mi
padre y de su hermano Pepe. Mi padre buscó los billetes, los mejores
asientos para el viaje, en la delantera del ómnibus hicieron el viaje don
Antonio y mi padre. Detrás Pepe Machado. De esta manera el poeta podría
disfrutar del paisaje y mi padre oírle los comentarios, sus recuerdos, sus
observaciones.
Esperábamos el coche de línea mi madre, mi hermana y
yo. Recuerdo cómo saltó rápidamente mi padre para ayudar a bajar los
peldaños a don Antonio. Después bajó Pepe, hubo saludos entrañables y
llenos de alegría entre todos nosotros.
Don Antonio puso sus manos sobre nuestras cabezas de
niñas y como llevábamos buen flequillo él nos separó el pelo para vernos
las caras. No lo olvido. Por parte de mi madre hubo desilusión pues
después de prepararles el almuerzo en casa dijeron que se iban a comer a
una famosa casa de comidas en Soria, "La casa del Pedrito".
Sé que después de comer dieron unos paseos por nuestra
dehesa, el parque soriano y por la ciudad. Y ya no encontró su vieja
ciudad, pero lo más doloroso para él es que no encontró los jardines de
evónimos, con telas de araña entre sus ramas y entre sus hojas, aquellos
románticos jardines de nuestra alameda.
Soria ya no era la ciudad silenciosa, tranquila... y se
desvaneció el recuerdo de la vieja Soria.
El acto de homenaje se celebró al atardecer en la
plazoleta de la ermita del santo, bajo el relieve en bronce de la cabeza
del poeta y de sus versos.
Hubo varios discursos de autoridades y amigos, nosotras
niñas, sentadas en la escalerilla del estrado, a nuestra altura estaban
los pies de don Antonio, frente a nosotras los chopos del camino que ya
empezaban algo a amarillear.
Hay fotografías de este acontecimiento soriano, están
en el aula Antonio Machado de nuestro Instituto de Segunda Enseñanza. Se
ve a los organizadores durante las alocuciones, detrás Isidoro, tío de
Leonor, practicante entonces en Soria, y las inspectoras de la Normal,
entre ellas nuestra inolvidable amiga doña Cruz Gil.
La obra de Don Antonio en mi vida
A
través de mi padre, la poesía de don Antonio ha sido una constante en mi
vida. Su lectura ha llenado mi alma de emoción, profunda emoción puesto
que he sido muy sensible a la contemplación del paisaje y a lo que este
paisaje me decía, me dice y me transmite.
El verso "Yo voy soñando caminos de la tarde" me lo he
apropiado, no es don Antonio el que va soñando, soy yo la que lo sueño en
la lejanía ese paisaje de mi tierra. Incluso dentro de ella y con más
fuerza fuera de ella.
El poema "Las Encinas" aprendido al mismo tiempo que
las oraciones, que el romance de la "La loba parda" allá en mi niñez, fue
un gozo en mi vida. Y mi amor a los árboles. De este poema fue el roble el
que se hizo en mí familiar, pues durante nuestra contienda nacional al oír
los relatos bélicos del frente, decían en lugar de tiroteo "un robledo"
"el robledo de tal lugar" y me apropiaba del árbol herido, debiendo pensar
como es lógico en los soldaditos heridos. Pero el roble según don Antonio
"el roble es la guerra" y ahí estaban acribillados sus troncos.
Mas el olmo representa ahora la tristeza, en estos años
de su muerte por la enfermedad que invadió los campos de Castilla y que
presencié con dolor la tala en la Alameda soriana, yo vi caer uno tras uno
los hermosísimos troncos y ya en el suelo metí mi mano en su médula para
ver de cerca el veneno que había corroído y ennegrecido sus entrañas.
Mi árbol preferido es el haya,
"Las hayas son la leyenda
alguien en las viejas hayas
leía una historia horrenda
de crímenes y batallas".
No sé si los especialistas y estudiosos de la obra
machadiana ubicaron o ubicarían estas estrofas del poema en algún lugar
bélico concreto. He pensado si podría ser en el bosque de Durbam, dentro
de la tragedia "Macbeth" de Shakespeare.
Pienso si podría ser, puesto que don Antonio conocía la
literatura inglesa, pienso si sería la escena famosa del "bosque andando".
En la ascensión de los guerreros leales a su rey, que cubierta con las
anchas y largas ramas del haya, camuflados, subían hacia el castillo del
traidor Macbeth.
Y
los chopos ... Tengo que recordar que este otoño oí nítidamente "las liras
de la Primavera" que alude don Antonio en su poema, las hojas secas
movidas por el viento, moviéndose con temblor por el vientecillo otoñal,
en un soto del Duero, y como hoja seca tenía más melodía, melodía más
fuerte que la melodía liviana, tenue de las hojas nacientes en Primavera.
Esta música fue completada con las esquilas del ganado que atravesaba el
soto. Toda una sinfonía machadiana en un alto en el camino de la Mesta
hacia la Alcudia.
En mi labor en el antiguo Instituto de Cultura
Hispánica o de Cooperación Iberoamericana después, sentía una excesiva
atracción en mi afán de elegir con prioridad a los profesores-becarios,
para nuestros cursos, a los profesores-becarios que procedían del
Altiplano Andino.
Aquellas gentes que iban a venir a España y a mi
despacho, habrían visto, habrían contemplado los rebaños de llamas,
conducidos por pastores con ruanas y ponchos, con sus chullos en la cabeza
y tapadas sus orejas contra el cierzo, en sus labios la quena, su flauta,
y llevarían sus rebaños hacia frescos pastizales.
Al recitarles versos, elegía estrofas en que las
palabras picachos, cumbres, alturas, cielos, águilas, podrían sugerirles
sus montañas y sus cóndores, y muchos de ellos tenían predilección por
esta estrofa:
"Mas si trepáis a un cerro y veis el campo
desde los picos donde Habita el águila
son tornasoles de carmín y acero
llanos plomizos, lomas plateadas
circuidos por montes de violeta
con las cumbres de nieve sonrosada"
Había una profesora colombiana, especializada en el
movimiento modernista, que había presentado una hermosa ponencia en un
Congreso y yo intentaba llevarla hacia la poesía de don Antonio.
Me explicaba los temas de los nenúfares, los cisnes,
los lagos, y yo la llevaba a que hiciera algo sobre el poema machadiano:
"Anoche cuando dormía
soñé, bendita ilusión,
que una fontana fluía
dentro de mi corazón.
Di, ¿por qué acequia escondida,
agua, vienes hasta mí,
manantial de nueva vida
en donde nunca bebí?"
Y le hablé que si quería podía escribir empezando por
el agua, "los ríos que van a dar a la mar" de nuestro poeta Jorge Manrique
pero que se internase en lo machadiano como tema de fondo. Así lo hizo
según me escribía desde su tierra.
Y fueron los profesores-becarios filipinos los que
disfrutaban muy sentimentalmente, tristemente con el poema a José María
Palacio. Supe porqué. Ellos acostumbraban mucho en los aniversarios de sus
familiares muertos a llevar ofrendas florales a las tumbas y en la
lejanía, esto les conmovía el alma. Vi en muchas filipinas lágrimas en sus
ojos.
© Inés Tudela