Calatañazor. La huella de los pasos
(Un recorrido literario)
Introducción.-
Esta es una obra personal, un libro de autor. Quiero con
ello expresar que no he pretendido realizar una tesis sobre Calatañazor
en la Literatura Universal, sino extraer de mis recuerdos y de mis
referencias culturales lo que el nombre de esta villa ya milenaria podía
concitar. No he tratado por lo tanto de ser sistemático ni exhaustivo,
aunque en conjunto creo que lo más significativo de cuanto se haya escrito
sobre Calatañazor está aquí recogido.
Incluso en una provincia de tan evidente raigambre
literaria como es la de Soria no puede decirse que todas sus localidades o
comarcas tengan un estatus literario concreto como lo tiene, por ejemplo, la
capital.
Calatañazor, como iremos viendo, sí que lo posee y en
grado superlativo.
Se ha señalado como el momento de un cierto
"redescubrimiento" de la villa la aparición del célebre artículo de Julián
Marías, Viaje al año Mil, pero si vamos pasando revista a los
diferentes autores que pusieron sus ojos aquí veremos que mucho antes ya se
habían referido a ella nada menos que José Tudela, Gervasio Manrique, Pérez
Galdós y otros. Y no me refiero a citas obligadas como las que derivan del
emplazamiento aquí de la célebre batalla o las apariciones rutinarias en
anuarios (Madoz, Blasco), sino al despertar de una sensibilidad diferente,
que yo creo que el primero que la tuvo pudo ser don José Tudela en su
artículo de los veinte en La Voz de Soria, que luego recensaremos,
donde ya se fijaba en aspectos étnicos o paisajísticos, descubriendo el
inequívoco aire nórdico de la población. También detecta Tudela lo que tiene
Calatañazor de conjunto (sin nada que desentone, (…) un conjunto
agradable y armónico). En una invocación genial convoca Tudela nada
menos que al estratega, al arqueólogo, al artista y hasta al
geólogo. Todos acudirían puntuales, a lo largo del tiempo, e incluso,
llamados o no llamados, otros se manifestaron, como el cineasta o el
poeta…
Calatañazor…
Los viajeros más o menos literarios se han referido casi
unánimemente a lo tortuoso y cálido de su entorno urbano, (tibias y
umbrosas callejas dice Jorge Ferrer Vidal), al contraste entre un pasado
glorioso y un presente bastante desolado, o el que existe entre el humilde
caserío y lo que queda de la enhiesta fortaleza. Se suele aludir al paso de
la historia, o todavía mejor al alto que aquí hace. Entre las piedras
dormitan / como lagartos, los siglos, dice Angela Figuera Aymerich.
Casi todos los viajeros suelen acceder, como lo hace
arquetípicamente Marías, desde Soria y se topan con el famoso recodo desde
el que suele divisarse por primera vez la villa.
Otros, como es el caso de Gaspar Gómez de la Serna,
vienen por otra ruta, cruzando la sierra de Cabrejas, desde Abejar. También
Espinás, que llega a pie, sigue este itinerario.
Hay algunos, como el propio Gómez de la Serna, que
describen lo que ven con pocos embelecos. Todo es viejo, viejo más que
antiguo, precisa, y describe las casas como de increíble e
inhabitable traza. Y prosigue: desvencijados soportales, tabiques de
reseca madera completamente agrietada; muros vencidos por los siglos…
Mas el medievalismo de este lugar no lo da ninguna
piedra monumental noblemente guardada, sino la tristemente pintoresca
disposición de sus casa pobrísimas, medio caídas, de sus estrechas callejas
en cuesta, de su vida –si es que eso es vida- parada en una tremenda hora
intemporal que parece pesar sobre él como una maldición.. Hasta el punto
de que las pocas obras nuevas que ve, en la plaza, lejos de criticarlas como
haríamos hoy por su escasa concordancia con el resto de la población, las ve
como algo esperanzador (¿Cuánto tiempo hace; cuántos años, siglos, que no
se ponía una piedra, un ladrillo nuevo en Calatañazor?).
Dionisio Ridruejo, que debió de andar por aquí en los
últimos sesenta o primeros setenta, atiende a su decrépito arcaísmo de
canto sobre canto. Y constata que salvo las construcciones nuevas, que
tiene por poco disonantes, lo demás es todo abandono, pero la
mayoría de las casas tienen belleza y mucho valor documental, y da
algunas precisiones etnográficas. Hace equivaler el encanto de sus calles
con el del paisaje circundante
En 1976, cuando llega, o poco antes, Ramón Carnicer,
siguiendo el camino de Soria, las casas le parecen incluso sólidas, pero no
se fija mucho en ellas y sí mucho más en los personajes, como ese tío Paco
que le explica a su manera, con sobreabundancia de detalles, la famosa
batalla… La visión ya no es regeneracionista, y eso que en aquel momento
-albores de la transición- hubiera sido buena ocasión para hablar de
proyectos y esperanza.
Gervasio Manrique
Para él es todavía la batalla, que seguramente ha
explicado tantas veces en la escuela como maestro, lo importante y
definitorio de Calatañazor, pero, una vez allí, no puede menos que
extasiarse con su realidad, aunque, consecuente con el espíritu
regeneracionista de nuestro hombre (biógrafo nada menos que de Sanz del
Río), no puede menos que esbozar una crítica. Es probablemente el primero
que apunta algo que muchos repetirán:
Si Calatañazor hubiera cuidado su embellecimiento,
conservando su carácter y arquitectura, sería un pueblo propicio a ser
mirado con ojos de ilusión. A pesar de sus ruinas, es un cuadro natural de
belleza, que ofrece al turista, animadas sugestiones.
Lo que significa, palmariamente, que ya en años tan
tempranos como los primeros veinte del siglo pasado, Gervasio Manrique ya
consideraba que las cosas no habían ido como debieran en cuanto a
conservación y mantenimiento del patrimonio urbano de la villa.
Por lo demás se le pasan pocas cosas por alto, pues habla
del famoso fósil Piedra del abanico y es de los primero y de los
pocos (quizá porque conoce una Calatañazor todavía viva, habitada
profusamente) que aporta notas etnográficas como la famosa fiesta de la
gallofa.
Heliodoro Carpintero
Su aproximación a Calatañazor, por el camino usual desde
Soria, resalta como ya había hecho Marías, la sorpresa que al viajero asalta
al llegar al famoso recodo, cuando a villa se muestra por primera vez en su
rotundidad geológica y medieval como un
puro milagro.
Para Heliodoro es el ensueño quien se ha
materializado aquí, en lo que llama la bella durmiente del castillo de
las Aguilas. Sin citarlo, Heliodoro detecta aquí el presente eterno
unamuniano, la intrahistoria manifestándose en su modesta cotidianidad.
Nos parecería natural que de alguno de esos balcones de madera salieran
asustadas viejecitas pidiéndonos detalles de lo que acaba de ocurrir a
Almanzor… Y tiene suerte todavía Heliodoro de encontrar la escuela
abierta y el coro infantil albardando la mañana de anhelos aurorales… Esos
niños que en El caballero encantado, de Galdós, son presencia
obsesiva, memento de la España irredenta y sus urgencias, sirven
ahora tan sólo para traer al escritor otra vez a tierra. Un murmullo que
nos devuelve a nuestra época como un delicioso anacronismo…
Y la justa y necesaria mención a Castilla (a la
Castilla Gentil), obligado tributo a la raza y a la historia en este
lugar que todavía huele a gesta viril, a entrañamiento étnico e identitario,
mal que pese a muchos. Y es una suerte para el cronista que pueda todavía
hacer votos por el futuro que ve encarnado en esos niños que sorpresivamente
abandonan la escuela y seguramente le rodean con su bullente vitalidad.
Y es que "milenio más o menos", estos
hijos de Calatañazor actual son iguales que los de "entonces" y que los
venideros. Hombres enteros y verdaderos, símbolos perennes de la prodigiosa
tierra en que nacieron.
Volvemos a Unamuno y a su Tradición verdadera,
sustancia del progreso… Algo que sólo la ignorancia de los tiempos y su
paleto cosmopolitismo hacen sonar a nuevo y hasta a contradictorio.
Julián Marías
Lo que Marías propone en su Viaje al año Mil es
nada menos que una teletransportación espaciotemporal, a la que la ciencia
ficción nos tenía habituados y acostumbrados al menos desde H.G. Wells y su
Máquina del Tiempo. Einstenianamente mezcla conceptos como el espacio
y el tiempo y nos propone una pingüe inversión: recorriendo 33 kilómetros
retroceder 951 años en el tiempo. Ignoramos la plasmación exacta de esta
ecuación, pero el resultado es una proposición atractiva, sugestiva, que no
pocos viajeros secundaron a partir de entonces. Pues, ya lo hemos dicho en
otro lugar, el artículo de Marías levantó la veda y atrajo de muchos lugares
de España y del mundo un tropel de viajeros ilustrados que
redescubrieron incesantemente la villa y sus peculiares características.
Y de pronto, en un recodo, a la izquierda, lo
increíble: Calatañazor.
Como ya hemos visto, tenía y no tenía Marías tantos
motivos para la sorpresa, pues no era después de todo el primero (Tudela,
Manrique, el propio Galdós…), pero sí supo ser un eficaz publicista de las
maravillas medievales de Calatañazor.
Intencionadamente el autor mezcla los tiempos. Cree que
la gente, expectante si duda ante la llegada de forasteros, espera en
realidad nuevas de la batalla que se celebra en el valle. Y no desdeña
remontarse al mismo Génesis y determinar que el Valle de la Sangre
estaba preparado para la lucha desde el quinto día de la Creación,
aunque tenga que reconocer, a continuación, que los ciudadanos de
Calatañazor no están en el campo segando cabezas de sarracenos sino las más
doradas y granadas de las espigas de trigo: están trillando. Aunque
los trillos sean idénticos a los del año mil. Y cuando regresen de su labor
y se sienten en escaños también medievales, pedirán noticias del Conde
Sancho García, que va a entrar con mesnadas en tierra de moros…
Avelino Hernández
Cuando llega Avelino a Calatañazor, ya en los ochenta,
lleva un bagaje erudito a sus espaldas que por fuerza le condiciona. Estamos
lejos de las visiones relativamente virginales de los primeros viajeros que
"descubrieron" Calatañazor y que tenían motivo para asombrarse, aunque fuera
retóricamente.
¿Había pintado Van Gogh la irisación gualda de los
álamos temblones en el río Milanos? El malva, violeta y cárdeno que moría en
la muralla rota sobre las rocas grises era el que cantara don Antonio.
Cree Avelino que las casas son de adobe de barro y
paja, siendo más cierto que la gran mayoría son de piedra, aunque el
resto de la descripción sí sea acertada. Por lo demás, Avelino, que describe
pericialmente y con datos exactos la villa, no puede menos que levantar
–como tantos otros- acta de su decadencia. Al acabar el siglo –XIX-
había aquí mercado semanal, guardia civil,
botica, médico, veterinario, herrador, herreros, sastre y zapatero.
Y es de los pocos que habla del Calatañazor
actual, que ambienta en la tasca de Víctor Ondategui y en las tertulias que
allí se celebran ocasionalmente (Si anochece, encontrarás quien juegue
contigo al ajedrez o al mus y te amplie las noticias sobre datos y
costumbres que te he dejado apuntadas).
Galdós y Calatañazor
La visión de Galdós, que como ya veremos no es seguro que
fuera de primera mano, es de las menos caritativas. ¿Vivía allí gente,
habiendo en el mundo tantos y tantos lugares menos desapacibles?. La
muralla es "caduca", la puerta "carcomida", los desniveles de las calles
"espantables". Luego, cuando el caballero Tarsis, transmutado en el gañán
Gil, dialoga con la matrona España, ésta le explicará que tiene a Almanzor,
allí delante derrotado por los cristianos, como hijo suyo, pues le tengo
por uno de los más ilustres y políticos que han nacido en mis tierras.(…) Yo
le lloré, como lloraba en igual caso a los mejores entre los míos…Esta
visión integradora que da Galdós de la historia, resulta probablemente
insólita en un noventayochista, distinguiéndose estas generación (aunque
habría que decir que sobre todo sus epígonos) por la exaltación patria
contra el invasor, etc.
Por es quizá lo más alucinante de la visión galdosiana de
Calatañazor la aparición nocturna y fantasmal de los niños de la villa a la
maestra Cintia, que, sobrecogida, decide quedarse junto a ellos en vez de
huir con su amado Gil.
Espinás
Creo que quien le dijo a Espinás que Calatañazor estaba
fuera de las rutas del turismo se equivocaba y le hizo equivocarse a él. En
efecto, tendrá ocasión allí de encontrarse con más de una persona que le
conoce y toma contacto demás con una infraestructura hotelera más que digna.
En el comedor del hostal ya se topa con un señor que asegura que me lee,
y que es precisamente –como él- un catalán que viaja por Castilla. Más
adelante se topa con Emi, soriana de Arcos de Jalón pero residente en
BarcelonaTambién, cuando pregunta por un libro o algún papel sobre el
pueblo le traen la excelente monografía de Juan José García Valenciano. Por
lo demás ya traía el autor referencias librescas, en este caso las de
Donde la vieja Castilla se acaba de Avelino Hernández, a quien cita
reiteradamente.
Desdeñando la historia grande y las improbables batallas,
prefiere Espinás demorarse en detalles de la intrahistoria, tomados del
libro de Valenciano que ha devorado en una noche. Glosa así una pragmática
dada en Sevilla en 1290 donde se prohibía algo tan peregrino como llevar
zapatos forrados o comer más de dos carnes en una comida, o que ninguno
dé calzas para el casamiento de su pariente y más cosas que hoy por
fuerza nos parecen peregrinas intromisiones… Dudo que la fantasía de un
Almanzor perdiendo un tambor pueda compararse, literariamente, con la imagen
de un hombre que se pasea, desafiante, con zapatos dorados por las calles
polvorientas y empinadas de Calatañazor.
Se extasía frente a un paisaje que dice tener
lo mismo que él le tendrá a él y a sus acompañantes, cuando prosigan su
viaje a pie y se fundan con el entorno. Pero mientras se demora con la
paramera cercana y le sorprende el vuelo de los buitres que al principio
toma –no sin temor- por águilas. El
mejor espectáculo del mundo, esta tarde, en Calatañazor, desde la altura del
castillo en ruinas, la poderosa danza de los buitres en primer término, su
vuelo recortado sobre el fondo, allá abajo, del campo inmenso batido por el
sol.
Retoma las referencias eruditas, en este caso las
de Dionisio Ridruejo y confiesa estar en busca de algún "personaje". Su
personaje será, finalmente, una anciana (antes conoce a uno que anduvo de
charnego por Cataluña y que presume de hacerse el "longuis", pero se nota en
seguida que no le ha caído bien: es un resabiado) quien se convertirá en su
personaje lírico y a quien hará casar nada menos que un verso de Gerardo
Diego. Es una anciana diminuta, porque pese a los indicios romanos y
semíticos, aquí todavía predomina el tipo celtibérico original,
repitiendo lo que dijera Dionisio Ridruejo sobre el soriano pequeño,
sarmentoso y resistente. Espinás que, en otro apartado de su libro se
declara jocosamente como candidato ya para algún asilo (como el de El Royo
donde dice, en broma, a mí me admitirían), se le nota proclive a
apreciar los valores de la senectud, sobre todo frente a la progresiva
chabacanización de otros estratos temporales, y no vamos a señalar a nadie.
Dice de Soria en general mi tío Emilio Ruiz Menos mal que nos queda el
invierno e Isabel Goig seguro que añadiría y los viejos. Y yo les
secundo a ambos, pero constato que los viejos se nos mueren, cada día (el
invierno bien, gracias, pese a las tonterías que se dicen sobre el
calentamiento del planeta).
Pero estábamos con Espinás que, finalmente, ha encontrado
su "personaje" en esta anciana que le pregunta con un temblor en la voz si
al pasar por la Aldehuela de Calatañazor ha visto gente. Y Espinás que
prácticamente no ha visto a nadie en este –técnicamente- despoblado, y ya se
disponía a decírselo, cuando he adivinado en la entonación con que me ha
hecho la pregunta una intensidad extraña. Exigía que le confirmara que sí,
que había gente. Que Aldehuela no se había despoblado.
Y cuenta la historia mínima de la mujercita quien pasa a
explicarle cosas sobre la casa que está tras suyo. Que la compró por 3.00
pts, que tiene la llave, que es suya. Ante la mirada irónica de la nuera.
Espinàs confiesa. Me siento incómodo. Le molesta el despego de la
pariente, la falta de respeto ante la vejez. Proseguirá el autor su paseo
por el pueblo, pero volverá, con un poso quién sabe si de angustia, al lugar
donde habló con la vieja señora.
Ya no está ahí, sentada, inmóvil, en su pequeña silla.
Sé que está aquí mismo, detrás de esta fachada, pero ya no la veré nunca
más. En el camino, cada paso es un adiós. Tal vez duerme y sueña que en
Aldehuela vive todavía la gente que vivía cuando ella era joven. Tal vez
duerme con la llave bajo la almohada, cuántas llaves guardadas, cuántas
llaves perdidas, con los años. Y cita los versos de Gerardo Diego: No
busco llave para abrir la puerta / busco la puerta que mi llave trabe…
Y concluye- La abuela de Aldehuela tiene la llave pero
no encuentra la puerta.
Pasará el tiempo y se olvidarán las circunstancias y el
nombre de la anciana, que Espinàs recoje. Ella habrá muerto, y Espinàs, y
quien esto escribe, pero la bellísima anécdota quedará, exenta, libre de las
circunstancias biográficas. Y esta anciana será ya sólo un símbolo, como la
anciana que representaba a Irlanda, o la que puede representar a Castilla…
Y volverá Maese Shallow a repasar los aconteceres en el
banco junto al fuego, junto a Sir John Falstaff y Maese Silencio:
-Cuántas cosas hemos
visto este caballero y yo, eh, Sir John, ¿digo bien?
-Cuando oímos las campanadas a medianoche, maese Shallow…
-Las oímos, las oímos, las oímos, a fe Sir John que sí
¡Ay Jesús, Jesús! ¡Qué locos días aquellos! Cuantos de nuestros queridos y
viejos conocidos han muerto… Todos morirán
(y van pasando revista a sus amigos que
han muerto).
© Antonio Ruiz
Vega 2002
© Lorenzo Soler, dibujos 2002
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