Muerte a mano airada (2ª edición)

(y El triste fin de la Cabrejana)

Pedro Sanz Lallana

Pedro Sanz
Ediciones Caracena
2003

 

Hace cuatro años Pedro Sanz Lallana publicaba la primera edición de “Muerte a mano airada”. Lo hacía en la colección “Cosas de Soria”, del Centro Soriano de Estudios Tradicionales, con prólogo de Fernando Sánchez Dragó, agotándose la edición con rapidez.

Ahora presentamos esta nueva edición, a la que ha añadido un capítulo, “El triste fin de La Cabrejana”, y un epílogo a cargo de José M. De la Losa.

Recordemos que esta historia, escrita en forma de pequeño-gran relato y a manera del buen narrar del escritor que nos ocupa, Pedro Sanz Lallana, es la de un personaje nacido en Covaleda, como Pedro, que existió realmente, llevó por nombre y apellidos Melitón Llorente Rioja y por apodo “El Célebre” o el “Tío Melitón”.

Este personaje, nacido en 1838 y muerto en 1878, vivió la época en que Isabel II ocupaba el trono, por lo tanto las Guerras Carlistas; la caída de la reina y con ella momentáneamente de los Borbones; el corto reinado del de Saboya; la Restauración. Y fue a morir el mismo año que finalizó la Guerra de Cuba. No fue el único bandolero que hubo por estas tierras en esos años. Alguna vez nos hemos tropezado con documentos en archivos que describen a huidos de la Justicia con características similares –en cuanto a los delitos llevados a cabo- al Tío Melitón. En Berlanga de Duero actuó uno con su propia banda, que se desplazaba desde los alrededores de Sigüenza, apodado El Morte, más o menos por la misma época.

Cuando Pío Baroja (1872-1956) comenzó a interesarse por Castilla, la leyenda del Tío Melitón era imparable, por eso, en su novela “El Mayorazgo de Labraz”, introduce al personaje. Lo recogimos así, en el comentario que aparecen en esta web, sobre la referida novela:

Están narrando sus aventuras en la posada de Molinos unos hombres, por cierto jugando al guiñote y comiendo sopas "llenas de pimentón", a buen seguro de ajo: "Pues eso no es todo –dijo otro- Hay otra cosa peor: que Melitón, el leñador, anda por la montiña". "¿Otra vez?", "Eso me han dicho: hace una semana entró en el poblado de Quintanarejo y se llevó lo que había". "Una vez estuvo a punto de ser cogido en un pueblo cerca de Ágreda –dijo un arriero joven-. Había sacado dinero a todos los ricos del pueblo, y una noche se presentó en la casa rectoral armado de un trabuco". Tal vez se esté refiriendo al hecho acaecido en Beratón en febrero de 1872, y recogido en un romance publicado en el número 24 de ABANCO/COSAS DE SORIA y en SORIA PUEBLO A PUEBLO, entre otras publicaciones.

Continúan la marcha hasta encontrarse con una choza, y allí reciben la visita del mismísimo Melitón: "No había pasado una hora cuando el Mayorazgo se despertó con sobresalto y oyó ruido de una puerta... Se presentó en la choza un hombre joven, fuerte, de aspecto feroz, con las guedejas largas, la barba enmarañada, los ojos bajos. Vestía un abrigo de tela parda en forma de dalmática, llevaba pieles de carnero atadas a las piernas y abarcas. Un hacha de leñador colgaba de su cinto". Para dibujar al visitante, Baroja pone en su boca: "Si yo no matara ovejas, ¿de qué viviría? Si el leñador no matara el árbol, ¿quién quemaría leña en el pueblo? Si no matara bestias el cazador, ¿quién comería carne? Los osos y los lobos, las zorras y los pájaros, los hombres y las comadrejas, todos matan y hacen daño; es su regla". Pretende apoderarse de Marina: "Soy Melitón el leñador, el que ha hecho finar más cristianos que ovejas un lobo", aclara para amedrentarles, pero el Mayorazgo, con toda su ceguera, le da una soberana paliza que le hizo salir "vacilando de la choza".

Pero será Pedro Sanz Lallana, con su rica, limpia y exacta prosa, quien ampliara los detalles de este personaje en la primera edición de “Muerte a mano airada”.

Quedaba un fleco y era la continuación de la historia de La Cabrejana, la mujer de El Melitón, esa que en la primera edición de la novela y a la muerte del marido, se queda metida en la cueva, sin atreverse ni tan siquiera a acudir al entierro por miedo a la gente del pueblo. La Cabrejana era “la forastera”. Quien conozca a fondo el mundo rural, y cuando digo a fondo me refiero a que haya compartido el pan y el aire durante años, y cuando digo rural me refiero también a la capital de la provincia, sabe sin necesidad de más comentarios, que “el forastero” o “la forastera” es, siempre, a priori, el culpable de todo. A veces, también a posteriori, aunque se haya demostrado lo contrario. Por eso, La Cabrejana, “la forastera”, se queda atemorizada en la cueva y de ella la rescata Pedro Sanz para esta nueva edición.

No voy a decir nada de este magnífico capítulo ya que, aunque se posea la primera edición, sólo por estas cuarenta páginas merece la pena adquirir la segunda.

El epílogo de José M. De la Losa, títulado “Melitones habemos muchos”, tampoco tiene desperdicio. “El tío Melitón fue un cabrero modesto que, dotado de una fuerza física notable, mente despierta y un talante independiente y orgulloso, se enfrentó a los poderosos como solían hacer todos los pastores cuando sentían pisoteados sus derechos...”., dice De la Losa, en un intento de reivindicar la figura de Melitón Llorente Rioja, sin negar pequeñas fechorías agrandadas por la leyenda. De La Cabrejana, y abundando en lo anterior comentado, dice “... como era forastera había licencia para amontonarle los peores calificativos: “Ella es peor que él”, se apresuraron a divulgar”.

La historia la escriben los ganadores, dice De la Losa, “en este caso quedó envuelta en un halo de leyenda que fue deformándose al ir pasando de boca en boca hasta hacer del Tío Melitón sinónimo de forajido, de animal sin entrañas”.

Cuando aparecen escritores como Pedro Sanz Lallana y novelan historias tratando de desentrañar lo que puede ser cierto y lo que tal vez sea leyenda; cuando personas que saben distribuir sabiamente las palabras, utilizando los adjetivos, acentos y entonaciones para dar a las historias las alas y los sentimientos, deciden reivindicar una figura al cabo de los tiempos, aunque ya nadie viva para poder recibir el honor, en esas situaciones, algunas personas nos sentimos felices de que, al fin, alguien haga justicia y coloque a las leyendas malditas en el lugar de las leyendas malditas. Aunque sólo sea una rendija por donde se cuele el sol cálido de agosto.

 © Isabel Goig

Fragmento de El triste fin de la Cabrejana

Comentario de Muerte a Mano Airada (1ª edición)

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