novela
La Fórmula Esenia
1.- Mensajes extraños.
Yo
soy un chaval como tú. Tengo, aproximadamente, tu edad; estatura mediana, ojos castaños,
ni guapo ni feo: lo que se dice un chico normal. Además, seguro que coincidimos en
montones de cosas a pesar de que tengamos nuestras pequeñas diferencias: forma de vestir,
música, gustos... Bien, ¿qué quiero decirte con todo esto? Pues que tú y yo nos
parecemos bastante en casi todo.
Estudio en un instituto y tengo por compañera a una chavala guapísima que, la verdad, al
principio no me hacía ni puñetero caso; luego la cosa cambió.
Yo, como es natural, tengo mis aficiones; pero la que más me tira de todas es la
informática. Con el ordenador me paso mis buenos ratos trabajando, jungando con historias
gráficas y así...; bueno, digamos que no soy un experto, aunque domino un poco el tema.
Mi padre me compró al comienzo del curso un equipo que es una virguería. Con escáner y
toda la pesca. Lógicamente, yo lo uso más que él, y los primeros días me daba unos
atracones que hasta soñaba que me perseguía un ordenador por la casa... ahora ya no. Es
cierto que todavía me engancho con algunos juegos y me meto por Internet, pero sin darme
las palizas del principio, que me pasaba las horas muertas delante de la pantalla.
Soy un chico normal, aunque mi madre dice que más raro que un perro verde, pero bueno,
las madres, ya se sabe... Y me fastidia tener que darle la razón, pero es que
últimamente me pasan unas cosas realmente extrañas que si te las cuento vas a alucinar.
Esta historia empezó hace cuatro meses, exactamente el ocho de enero, lo recuerdo muy
bien porque era mi cumpleaños, y todavía no sé cómo explicármelo. Y fue de la forma
más tonta: me conecté a Internet para buscar una web nueva, que me habían dicho era muy
guapa, sobre juegos de rol y de repente me vino la idea de echar una ojeada al buzón del
correo a ver si me había llegado la felicitación de Rícar, un amigo, que también se
enrolla con las cosas de Internet y me lo había prometido. Pero en lugar de una
felicitación, ¿qué te imaginas que me encuentro? pues este mensaje rarísimo:
TÚ HAS SIDO ELEGIDO
POR MÍ Y NO PUEDES RENUNCIAR.
SE HONESTO EN TU PAPEL Y SABIO PARA SUPERAR LAS DIFICULTADES.
¡QUE TENGAS MUCHA SUERTE!
El Gran Guía
Bueno, mensajes raros por Internet hay a montones pero éste, además de
ser raro, venía firmado por un tal: El Gran Guía, que yo ni sabía quién era, ni nada.
Ni siquiera me daba una dirección para poder contestarle. Por eso me quedé perplejo sin
saber qué hacer. Lo releí un par de veces y como me sonaba a propaganda de la que hacen
los políticos lo dejé en el archivo del correo para, acto seguido, olvidarme de él.
Yo solía dedicar las tardes de los viernes a navegar por Internet porque, como no
teníamos clase, aprovechaba para relajarme y olvidarme un poco de la paliza de los
libros. Y me sucedió que a la semana siguiente de haber recibido el primero, volví a
mirar el correo por simple curiosidad y ¡zas!, me encontré con que me esperaba otro
mensaje en el buzón que resultó ser mucho más extraño que el anterior:
PREPÁRATE PORQUE VAS
A EMPRENDER UN LARGO VIAJE A JERUSALÉN.
EN TU SACO ENCONTRARÁS LAS INSTRUCCIONES Y LAS RECOMENDACIONES PARA EL COMENDADOR DEL
TEMPLO.
El Gran Guía
- ¡Ostras! otra vez El Gran Guía. Pues parece que sigue la broma...
Pasado el mosqueo inicial, y después de releerlo unas cuantas veces, creí adivinar lo
que me quería decir el mensaje: "Vale, El Gran Guía debe ser una agencia de viajes
o algo por el estilo, que me está vendiendo una vueltecita por Israel. Bueno, vendiendo
no, porque ya me dice que lo tengo todo preparado en un saco, es decir: que es una
invitación, gratis. Pero la palabra saco es la que me deja fuera de juego, porque el
único que yo recuerdo tener es uno de dormir que me echaron los Reyes para ir de camping
con los colegas. Y que yo sepa dentro de él solo puede haber olvidado algún calcetín
sucio, pero nada de billetes de avión o cosas para viajar. Y encima me dice que en él
van las instrucciones y recomendaciones para el Comendador del Templo... ¿A qué puñetas
de saco se referirá? A lo mejor quiere decir paquete y me lo mandan por correo... Y el
Comendador debe ser el guía de la agencia que está en Jerusalén y nos espera en un
templo..."
Más o menos convencido, apagué el ordenador y traté de olvidarme del viaje; pero a la
hora de dormir me vino a la cabeza otra vez el mensaje de marras y empecé a reflexionar
más en serio: "Pues no me vendría mal una vueltecita por Jerusalén, pero ¿cómo
se lo digo a mis padres? ¿Y los estudios? A medida que iba reflexionando, mis ilusiones
se esfumaban rápidamente. No puede ser: está claro que es una broma de un gracioso y no
voy a perder ni un minuto más de mi sueño por su culpa". Y me dormí como un leño.
Pasó otra semana más y tanto el primero como el mensaje de la agencia de viajes habían
ido a parar al desván de los recuerdos. No les había dado mayor importancia porque,
sencillamente, me habían parecido una solemne tontería, y cada vez que me acordaba de
ellos hasta me hacían sonreír: "¡Qué ocurrencias: un viaje a Jerusalén!";
pero pronto se me iba a helar la sonrisa en los labios cuando el veintidós de enero, no
se me olvidará, recibí otro mensaje que me dejó de una pieza:
BIEN, TU PASAJE ESTÁ
LISTO Y TU DESTINO YA LO CONOCES.
AQUÍ EMPIEZA TU SINGLADURA.
¿LLEVAS LAS CREDENCIALES?
El Gran Guía
La sorpresa fue mayúscula. No podía creer lo que estaba viendo en la
pantalla del ordenador. Automáticamente esto me hizo recordar todo lo anterior y en ese
instante apareció en mi mente una palabra que hasta hora había querido disimular: miedo.
Cuando aquella fatídica tarde conecté mi ordenador, lo hice como siempre; hasta recuerdo
que coloqué un CD con el volumen de los altavoces muy bajito para no molestar, que mi
madre me había dicho miles de veces "¡baja la música!", porque si la ponía a
toda pastilla mi habitación parecía una casa de locos.
"Seguro que todo esto es un maldito error - pensé -. Un tío que ha dado con mi
dirección por casualidad y se divierte mandándome mensajes raros, igual que los chavales
de clase cuando te escriben tonterías en la tapa de la carpeta para ver si te
cabreas..."
A pesar de que me quería convencer de lo contrario, la cosa empezaba a preocuparme
seriamente. Me quedé clavado en la pantalla un buen rato, repasando el maldito mensaje
aquel una y otra vez, deletreando las palabras como si fuera un parvulito.
"...¿Lle-vas-tus-cre-den-cia-les?" En los momentos de apuro, tenía la
costumbre de cantar para mis adentros la estrofa de una canción ("¡Ay qué vida
más escura...) que había oído de niño a mi madre, seguramente del tiempo de
la Moños (...sin tu amor no viviré!"), que me servía como de aliviadero para la
angustia. Bien, pues fue leer aquello y empezar a cantar...
"¿Qué tontería será esa de las credenciales? - me dije -. Además, habla de mi
destino como si yo fuera un viejo. ¡Pero si soy un chaval! Según mi padre, mi destino es
aprobar este curso y después ya veremos... Luego, a lo mejor me hago barrendero
municipal, como decía una amigo mío, que de mayor quería ser pobre para no tener que
trabajar. Así que... ¡qué sé yo cuál será mi destino!"
Las preguntas se me amontonaban sin querer: "¿Si no es una agencia de viajes, quién
diablos podrá ser ese Gran Guía? ¿Alguno de mi clase que me quiere tomar el pelo y
firma así para que no le reconozca? ¿Será cosa de piratas que se me meten por el
ordenador, o espías que me han confundido con otro? ¿Me estarán vigilando ahora para
ver qué hago? ¡Dios, qué canguelo!".
Estaba muy mosqueado, la verdad. Me asomé cautelosamente por la ventana para ver si
detectaba algo sospechoso, alguien que se escondiera de repente al verme aparecer. Miré
bien a un lado y a otro, pero nada. En la calle sólo había una niña con un chucho
marrón que olisqueaba el tronco de un árbol grueso con la buena intención de echarle
una cálida meada. Por lo demás, tranquilidad absoluta.
Me quedé mirando al cielo con cara de pasmado para ver si me llovía una idea; y después
de un rato de ver nubes altas y un azul que hacía daño a los ojos, parece como que me
vino una luz a la mente: "¡Claro, esto tiene que ser cosa de alguno de clase, de
algún compañero a quien yo le haya dicho sin darme cuenta la dirección de mi correo
electrónico y ahora aprovecha para atusare como si yo fuera un imbécil! ¡Eso es! ¿Sí,
pero quién de ellos?".
Esta duda hizo que la moral se me viniera por los suelos; la bombilla que brillaba sobre
mi cabeza se fundió de golpe y no veía nada. No obstante, una cosa tenía clara en medio
de tanta tiniebla: "¡Como dé con el cerdo que trata de asustarme, me lo
como!".
Salí a la calle para despejarme. Me fui al parque que hay delante del instituto. Era un
sitio tranquilo y en ese momento no había nadie. Me senté debajo de un sauce y me puse a
pensar serenamente: "Tengo que trazarme un plan, organizar las ideas para solucionar
el problema de los mensajes. No puedo ir así, de primo por la vida, a ver qué pasa y que
siga la bola. He de marcar el terreno como un lobo. Si alguien quiere reírse de mí lo va
a tener claro; y si es algo más gordo, que no me pille por sorpresa..."
Mientras pensaba, iba haciendo dibujos en el suelo con una ramita. Pasaron dos chavales
que me saludaron: "Adiós, tío". Yo ni les había visto: "Adiós".
Estaba concentrado en lo mío. Al cabo de un rato me dije: "¡Ya lo tengo!"
PLAN DE ATAQUE:
1º.- Observar a los colegas en clase y en el patio.
2º.- Leer libros de espías y de detectives para aprender a investigar.
3º.- Pedir ayuda por Internet a ver si alguien conoce casos similares y cómo se
resuelven.
Me repetí mentalmente los tres puntos para memorizarlos: "Empezaré por el primero.
Me da en la nariz que el graciosillo de los mensajes es un colega. Y voy a ir a por él.
Por cierto, cuando lo pille, se va a enterar de lo que vale un peine".
Pasó una semana. Parecía que se había declarado una tregua: el último viernes de enero
no recibí ningún mensaje, lo que me extrañó. Casi lo agradecía, porque me permitió
relajarme para estudiar un poco, que últimamente andaba bastante desconcentrado por culpa
de esta movida y lo iba a pagar caro en la segunda evaluación. Pero la alegría no me
duró mucho, porque al viernes siguiente, día cinco de febrero, estábamos como al
principio.
"¿Habrá alguna sorpresa?" me pregunté un pelín inquieto cuando conecté el
ordenador. Enseguida se confirmó lo que me temía: el aviso de que había llegado un
nuevo mensaje. Me quedé unos instantes paralizado. Pulsé con el ratón y... ¡zas!:
apareció algo con unas letras que se movían... (bueno, exactamente no es que se movieran
las letras, sino mis ojos que bailaban como dos bolas de cristal en un plato) y de cía
así:
TIENES QUE LLEGAR A
MALTA, ALLÍ TUS HERMANOS TE AYUDARÁN PARA PROSEGUIR EL VIAJE SIN CONTRATIEMPO
El Gran Guía
...
© Pedro Sanz
Lallana 1999
(El capítulo
aquí publicado es © del autor y con permiso de la editorial)
Comentario de
La Fórmula Esenia
Blog
de Pedro Sanz
|